Hay un lugar, más allá de donde llega la vista, en el que los árboles se mueven deslizando sus raíces por el suelo. Cuando se balancean impulsan el aire, que se convierte en viento. Los animales están quietos, aferrados a la tierra, pero se comunican entre ellos con la mirada. Las personas son rocas, algunas estatuas adornan ese espacio tan bonito y maravilloso, en el cual el tiempo son las montañas.

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Cuando los árboles sonríen sale el sol, por eso siempre es de día, menos cuando quieren ver a la luna. Entonces se ponen serios, aunque se partan de risa por dentro. La luna sale y les guiña el ojo, porque sabe que ninguno está serio de verdad. Para que se haga de noche se tienen que poner todos los habitantes de aquel lugar de acuerdo, ya que sucede cuando cierran los ojos a la vez. Cada día le toca a uno decir «¡de noche!» y entonces cierran los ojos. Cuando han descansado dice: «¡abrid los ojos!», todos sonríen, levantan los párpados y sale el sol.

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Los árboles hablan entre ellos y también con las cosas que les rodean. Los animales y las flores, las cuales también se mueven, responden. Todos los seres menos las personas, las cuales están quietas y calladas. Pero éstas lo oyen todo, para aprender. Saben que un día no muy lejano les tocará moverse a ellas. Entonces podrán hablar. Sin embargo la mayoría se aburre tanto que se ha dormido y mucha gente lleva muchos años ¡algunos siglos! sin oír lo que dicen los árboles. Hay personas que intentan que las que están dormidas despierten, pero la mayoría sigue en estado de somnolencia. Cuando se muevan van a tener que aprender todo de nuevo. Y puede que no entiendan el silencio de los árboles. Puede que hasta se les olvide que después de ellos tocará moverse a otras rocas, que en este paraje, cuando se muevan las personas, serán las estrellas.

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El idioma de los árboles y las flores es diferente. Éstas cuando hablan suena música y las demás, para escuchar, bailan, igual que si el baile fuera el oído. Las melodías que emiten alegran los bosques y pintan de colores el vestido de cada flor. Los colores se oyen. Sí, sí, se oyen. Y cuando las flores sonríen desprenden un aroma que forman las nubes. Si una flor salta, flota en el aire y adorna el cielo que se convierte en un mar, en el cual los peces son las olas. A los árboles les gusta mucho subir y bajar los montes. Cuando hablan con las flores se forma un puente de colores que se llama «arco iris».

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Las palabras de los árboles son muy diferentes a la de las flores. Ellos necesitan hablar porque no trabajan ni hacen cosas. Sus palabras les dan lo que necesitan y así conocen el mundo. Lo que fabrican lo hacen con las palabras, porque cuando dicen una palabra, ésta se convierte en realidad.

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Las pocas personas que escuchan lo que dicen los árboles guardan en su oído las palabras, pues en las rocas las palabras se vuelven invisibles y desaparecen. Cuando pase el tiempo volverán a ser palabras con sonido para ser escuchadas, pues cuando las personas se puedan mover podrán escribirlas. Incluso lanzarlas por la boca. Pensarán que salen de dentro de ellas, sin saber que antes se las escucharon decir a los árboles. Y si se lo recuerdas dirán “¡es mentira, es mentira” y que esto es una bobada. Pero hasta que esto ocurra, las palabras son lo que son. Si un árbol dice «agua», esa palabra se convierte en agua y le riega. Si dice a otro «ven», éste se acerca a él. Si dice «amor», todito el tronco late como si fuera un corazón. Si usa la palabra «luz» sus hojas se iluminan y forman parte de los rayos del sol.

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Hay muchas expresiones que no significan nada. Porque los árboles inventan muchas palabras que no funcionan. Cuando sucede tal cosa, la palabra que no significa nada se convierte en un pájaro que revolotea entre las ramas.

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Hay palabras que les asustan, como «miedo», el cual se convierte en una tormenta llena de truenos y relámpagos. O «fuego», el cual amenaza con hacerles daño, pero rápidamente los demás gritan «¡lluvia!» y aquella palabreja fea desaparece.

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Algunos árboles muy grandes creen que la palabra «miedo» no desaparece, sino que se mete dentro de las rocas y estatuas, en donde se guarda. Pero también guardan las que son bonitas. Y las que no tienen sentido. ¡Todas! Como si las estatuas y rocas fueran cajas de palabras.

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Un día el abeto más alto del bosque contó una historieta a los demás árboles. Fue un cuento muy bonito: «Hay un lugar, más allá de nuestras palabras, en el cual los árboles están quietos, el viento mece sus ramas y las personas se mueven, hablan ….».

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Un lugar en el que las personas se mueven por Ramiro Pinto Cañón se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0 Internacional.
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