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Ocurrió hace unos años en el parque del Retiro, durante una mañana de domingo en la que el museo de los artistas vivos abre sus puertas a los viandantes con actuaciones de todo tipo que se aglomeran junto al estanque. Apartado de aquel lugar, en un a la sombra de varios árboles cantaba un señor.
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– ¡Mirad, un señor está cantando solo, sobre el banco de la fuente -, gritó un niño a sus amigos.
– ¿A ver?. ¡Es verdad!. Está subido en el banco -.
– Pobre señor, debe de estar loco -.
– Está haciendo el ridículo, todo el mundo le mira -.
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El grupo de chavales no paró de fijarse en aquel cantante, pero desde lejos, sin dejar de hacer los comentarios pertinentes. El hombre con barba canosa y de pelo abundante, no demasiado larga. D aba las notas con voz ronca, pero potente, con el estilo de la ópera. Los transeúntes que pasaban cerca se quedaban extrañados, de manera que se paraban a su alrededor hasta que se fue formando un corro. La mayoría de los comentarios fueron en el sentido de que estaban loco.
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– Podríamos acercarnos más -, propuso un chaval.
– Puede ser peligroso -, advirtió un amigo suyo.
– ¿Por qué?, ¡puede ser divertido!. Si nos persigue salimos corriendo y ¡ya está! -.
– Sólo está cantando, y no creo que corra más que nosotros, ¡no seáis gallinas! -, insistió el que parecía el más mayor de todos, con afán de ser el valiente del grupo.
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Mientras que el señor de la barba siguió cantando una señora de cierta edad se acercó a ellos, y se quedó mirando al cantante solitario. Cada vez el tumulto de gente fue más grande.
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– Usted, señora, ¿por qué no se acerca? -, dijo un mozalbete.
– Tiene miedo, ¿eh? -, picó otro.
– ¿Miedo a oír cantar a un señor?, ¡por favor!, ni hablar -. contestó la señora.
– Nadie canta en un parque, él solo!, ¡y menos subido en un banco! -.
– Cuando vas al teatro -, dijo la señora, – o al cine, primero se sienta la gente y no hay función hasta que los actores interpretan su papel, o en el caso del cine que empiece la película. Pero lo de este cantante es al revés, primero canta y luego llega el público. Es otro juego -.
– Y tú ¿cómo lo sabes? -, preguntó el valiente del grupo de manera desafiante.
– No lo sé. es una suposición. tampoco sabemos su historia, qiué quiere y por qué lo hace. Puede ser una promesa, o simplemente que le apetece.
– Pero si vas al cine sabes qué película vas a ver -, comentó un chaval con pecas en la cara.
– Pero este señor ha cambiado las reglas. Ninguno de los que estamos acá supimos nada de este espectáculo hasta llegar pasar cerca. A lo mejor es un gran tenor. Seguro que si estuvieran una cámaras a su alrededor nos habríamos quedado asombrados y todo el mundo le admiraría y las conjeturas serían sobre cuánto gana. Y a lo mejor no lo haría mejor que como está cantando ahora -.
– ¡Jo!, pero en la tele salen los famosos y eso mola un montón -, interrumpió un niño.
– En el teatro se actúa a la hora establecida -, dijo la señora. – En el cine se ensayan las escenas y se repiten una y otra vez hasta que salen como es debido. Pueden sentir lo que expresan y dicen o no, pueden tener ganas o no, hay que hacer lo que alguien manda. Este señor no cabe duda de que siente una emoción, que quiere expresar, que la está comunicando, es para él un momento de inspiración, sin lugar a dudas -.
– ¡Eso es estar como una regadera! -, opinó un señor que había estado escuchando.
– ¡Majareta perdido! -, dijo otro.
– Es como cuando un niño tiene gas de hacer pis y lo hace -, dijo la señora, provocando la risotada de quienes la estaban oyendo. – Os lo digo en serio. Si estuviera rodeado de focos, con periodistas por todas partes para convertir esta actuación en una noticia, si los árboles fueran de cartón y para escuchar a este señor se tuviese que pagar una entrada carísima sería considerado un gran artista y ahora estaríamos aplaudiendo. Vosotros no lo presenciarías, y ahora estáis viendo algo único -. Los niños dejaron de reírse, caso al unísono. Se quedaron pensativos.
– ¿Por qué no nos acercamos y aplaudimos?, seguro que es lo que quiere -, dijo un niño con gafas y una sonrisa entre traviesa y pena del señor.
– Pero sin molestar al señor -, pidió la señora.
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Se acercaron muy despacio adonde estaba cantando el señor. Algunos escondían con una mano su risita. Se sentaron en el suelo formando un corro al que se acercaron las personas que escuchaban atraídos por la voz potente, pero recelando de aquella actuación improvisada. Un niño comenzó a aplaudir. pero sus amigos le hicieron callar. Cuando el cantante dio un do de pecho todo el público se puso a aplaudir. El cantante saludó como se hace en los escenarios, con toda pomposidad y elegancia. Los niños vitorearon y más cuando vieron cómo se emocionaba el artista a quien se le saltaban las lágrimas.
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El señor cantante se bajó del banco y se fue despacio, andando, como un paseante más. la señora también se marchó, despacio, pero en dirección contraria a donde estuvo su público. Los niños comenzaron a imitarle. Él anduvo tranquilo, con lentitud, empezó a confundirse con las demás personas que paseaban. También la señora se fue. Nadie de los que estuvieron en aquel momento supo nada de aquel tenor o barítono, o lo que fuera, pero todos recuerdan aquel lugar como “el rincón de la ópera”.
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Dicen los poetas, que recorren las sombras de aquel lugar que si se presta atención se oyen las voces del canto de aquel señor con barba, su voz se entrelaza con la de los pájaros del parque.
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Este cuento salió publicado en el Diario de León el 14 de octubre de 2007. La versión anterior del cuento está corregida.
(Puedes abrir la imagen para leer mejor el texto).
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