En la que se considera la primera novela de amor del mundo occidental, «Tristán e Iseo», s. XII, observamos los pilares de la novela de caballería: amor, lucha y sexualidad. A partir de la novela de Cervantes la sexualidad se supone, aparece implícita, o sea incluida en las historias añadidas, pero no se manifiesta, queda ausente, siendo el centro sentimental la castidad enamorada del protagonista. Grandiosas novelas sobre la complejidad de los sentimientos tienen posteriormente la carencia de la sexualidad, que se da por supuesta. Desde «Madame de Bovary» de Falubert a «Anna Karerine» de Tosltoi, «La Regenta» de Clarín, «Los hermanos Karámazov» de Dostoievsky. En la novela «Fortunata y Jacinta» de Galdós al menos hay una imagen erótica que disimula esta carencia cuando Juanito ve a Fortunata tomar claras de huevo.
Por regla general las imágenes sexuales desaparecen de la literatura de manera general con el fin de la literatura caballeresca, si bien quedaron excepciones en la literatura marginal. Y no es algo a interpretar, sino que el sentido moralizante lo declara Miguel de Cervantes, como intencionalidad de lo que escribe, en el prólogo del conjunto de relatos «Novelas ejemplares»: «… los requiebros amorosos que en algunas (novelas ejemplares) hallaras, sin tan honestas y tan medidas con la razón y discurso cristiano, que no podrá mover a mal pensamiento...».
Un dicho muy popular de aquella época en que escribe fue «la cruz en el pecho / el diablo en los hechos», a lo que hubo que poner remedio, al menos luchar contra ello desde todos los campos y el de la cultura es fundamental a la hora de influir en la mentalidad de las personas. Tal es la moraleja final de la novela «ejemplar» «Rinconete y Cortadillo», que trata precisamente de esto, de cómo una banda de ladrones cuyos miembros hacen todo tipo de fechorías invocan a los santos, van a misa, tienen a Dios y a los personajes virtuosos de la iglesia en la boca permanentemente: «le admiraba la seguridad que tenían y la confianza de irse al cielo con no faltar a sus devociones estando tan llenos de hurtos y homicidios y ofensas a Dios». Personajes que según el autor «podrán servir de ejemplo y aviso a los que lo leyeren». Cervantes se define a sí mismo como escritor moralista, lo que no podemos pasar por alto. En el prólogo de sus ocho comedias afirma querer sacar figuras morales de sus comedias y sacar los pensamientos escondidos del alma. Así lo atestiguan el catedrático de Literatura Española, Florencio Sevilla y el cervantista Antonio Rey: «defensor indudable y militante de las virtudes firmes del cristianismo y del españolismo aunados».
La catedrática de Filología Hispánica, Alicia Yllera, ofrece una versión de «Tristán e Iseo» compuesta sobre la base de los poemas que quedan de esta leyenda. Según ella manifiesta la dicotomía de la persona como ser individual y como miembro de una sociedad. Pero hay otra bifurcación más agudizada que es la que aparece en las novelas de caballería, entre nuestro ser natural y biológico y el ser cultural y social. Yllera advierte de que esta novela sorprende por su novedad. ¿Cómo es posible que un género desaparecido de hace siglos nos diga tanto hoy en día? Porque se fundamenta en una realidad humana, que se ha querido dar por supuesta, ocultar y durante siglos se ha conseguido, hasta el punto de no interesar socialmente. La atracción que provoca este género literario no es sólo por la imaginación que despliega. Hay algo más que nos afecta como seres humanos.
Esconderse en el bosque y volver a él es una características de la novela caballeresca, «a folgar a la foresta», que es la tendencia de volver a la naturaleza, pero no sólo al entorno natural, sino a la naturaleza humana. Nada que ver la imagen de amor romántico, ajeno al cuerpo que se cree del amor caballesco, siendo en verdad todo lo contrario, en la literatura tal y como se han escrito tales obras.
En la novela «Claribante» (1519), del cronista de las Indias Gonzalo Fernández de Oviedo leemos como el Caballero de la Rosa, el protagonista, se casa secretamente con la princesa Dorebaida e «passasen a obras de casados» y el camarero de él no veía, así como la dama de ella no sentía, que «la princesa se empreñó de un hijo«. Ya cuando le conoció a primera vista su dama, Fulgencia, advierte a la princesa: «¿Quién podrá refrenar los ardores que vuestra ánima sentirá en presencia de aquél si con él os veis sin compañía?, ¿quién resistirá la fuerza de dos voluntades? Aunque aquel fuera de piedra escusará de sentir lo mismo?; ¿Qué os hará tan inocentes que os hará escusar los deseos?». De esta manera «nunca la princesa permitió verse con este caballero aparte, como él lo deseava e se lo acordó muchas veces».
El caballero de la Rosa le dice en otro momento, siendo esposos en matrimonio aún secreto: «de mí podéis estar cierta que sin vuestro grado no sabré tomar parte de vos que os ofenda ni enoje… cuan descanso me es veros». Ella requiere: «ninguna hora hay que haga lo que dezís, sino en la siesta y entrando por el jardín que está a espaldas del palacio, el cual sale a mi aposento… me trataréis como decís e que sin mi voluntad no querréis cosa que yo no quiera». Lo cual no deja lugar a dudas sobre lo que venimos exponiendo. Escrita cinco años después de haber viajado al Nuevo Mundo como veedor y luego cronista, el año 1524 escribe una epístola sobre moralidad rechazando este tipo de obras que él en la suya quiso reconducir a la moral católica realzando el sacramento del matrimonio, como base de cualquier relación de pareja. Lo cual en su época no se puso en duda, pero otra cosa fue que se aplicara.
Cervantes no caricaturiza al modelo de caballero en la literatura, sino que manipula y sesga su imagen, se burla creando una deformación del mismo, pero lo hace tan profundamente que da resultado y a su vez trasmite lo que es el enamoramiento, pero lo asocia a quien se cree un caballero de las novelas y se convierte en uno andante, casto cuando el amor caballeresco es sensual y sexual, porque se narran historias de pasión, no de enamoramiento que a veces aparece. El Quijote lo hace tan bien que traslada esa dimensión etérea de los sentimientos. Y lo hace para matar el género de caballería por la razón que venimos contando, por eso castra al personaje central que hace de caballero andante y al mismo Sancho que le acompaña, de manera que desaparece la sexualidad de lo literario y de esta forma se intenta sacar de la mentalidad en favor de una mentalidad cristiana. No en balde afirma don Quijote que la primera razón para desenvainar la espada y poner en riesgo su persona es defender la fe católica. Veremos como Avellaneda incorpora la sexualidad a los personajes, manifestando también ser católico. Por este motivo es necesario entender la lucha solapada y cruenta en el seno de la iglesia sobre la práctica de la sexualidad, que se va a ver reflejada en la sociedad.
Cuando Tristán e Iseo aparecen desnudos sin que sus bocas se unan, dormidos, pero separados sus cuerpos por una espada lo hacen para disimular, al saber que el rey Marcos les espía. Leemos que se besan en los labios, que gozan de amor. La aparición de un filtro amoroso o en otras novelas del encantamiento es porque se trasmite la idea de que la pasión no se decide por la voluntad, no se elige, es una fuerza que arrebata, como si viniera de fuera.
La idea es que la naturaleza y por ende el deseo sexual también es nuestro destino. Algo que se ha querido eliminar convirtiendo la sexualidad en un conflicto y foco de problemas permanente. Tristán e Iseo se estremecieron de deseo, se abandonaron al amor, lo cual se expresa sin tapujos. Son las novelas de caballería que se adentran en el laberinto de los sentimientos. Los nobles que espían a Tristán le ven con su amada desnudos en el lecho real. Y cuando son perseguidos el pueblo los quiere, los admira y piden clemencia. Duermen uno en los brazos del otro. Lo mismo en la obra de Amadís, pero hasta tal punto ha funcionado el «efecto quijote» que los libros de texto enseñan que este libro idealiza el amor (editorial Anaya, 2014) ¿Cómo es posible trasmitir esto? ¿Quien lo escribe ha leído lo que escribe Garci Rodríguez? Vemos y valoramos los libros de caballería a través de la caricatura y deformación que hace de ellos Miguel de Cervantes.
En el libro «Flor de caballerías» (1599) no faltan las alusiones al placer carnal y a la pasión, cuando cuenta que Casandra ordenó que Amazona se enamorase del valeroso Héctor para que viniese a Troya, y «así fue que venida goço del primogénito de Príamo y quedó preñada. En la misma la emperatriz Floriana quedó preñada yendo con su marido, el emperador, a holgar a las selvas de Grecia. También cuando el emperador Arbolio pierde a su mujer en una embarcación, la busca, pero en mitad del camino se encuentra con Elimina de quien goza de su hermosura vista, «besándola muchas veces», «quedando la reina Elimina dueña, y cuando hubieron estado una pieza de todo su placer… se echaron en muy rico lecho donde holgaron a su placer«.
Más adelante cuando Medea nombra a Merlinflor cabalero del rey de Grecia, Arbolio, comieron sabrosas viandas y «luego fueron a un deleitoso jardín, en el cual con mucho vicio pasaron lo que el resto del día quedara«. Todo lo cual no se cuenta, se tergiversa más bien, y no se habla de ello como elemento central de las novelas de caballería, cuando realmente llama la atención. El amor etéreo nada tiene que ver con las novelas de caballería. En esta misma novela leemos: «Y a la noche la hermosa Xarcira y Amán durmieron juntos con mucho gusto de ambos». tanto disfrutó el de Trias que en ocho días no quiso ir a la corte a hacer batallas. Curiosamente en la transposición de la pasión por el enamoramiento en la novela de Cervantes, está uno de los encantos de la misma. Sobre lo que el autor de la obra «Don Quijote de la Mancha» escribió desde su experiencia sentimental, al ser algo universal que retrata tal cual es.

Más adelante en este mismo libro aparece el deseo y las relaciones carnales, llamadas en la novela «las secretas fuerças de Cupido«. La deformación al respecto es tal que el amor caballeresco se contempla como algo romántico y etéreo, cuando para nada es así. Son relaciones, casi todas, de pasión. A veces acaban en tragedia, como cuando Valero dio palabra de casamiento a Armelia, de esta manera antes: «Cumplieron en uno lo que ambos tanto deseaban, con lo cual muy gozosos y con gran vicio regalados estuvieron muchos días».
La mujer no se presenta como un ser pasivo a la espera de ser conquistada, sino que aparece como sujeto de deseo ella también. Aunque la descripción que el autor hace de las mujeres en general es un prototipo que ha permanecido a los largo de siglos. las cataloga de mutables y de inconstancia. Armelia ante el continuo cebo de otro caballero, Blahir, que a su vez estuvo relacionado con Malsina, «en su amor consistió». Sin saberlo nadie se juntaron en la bodega donde no deteniéndose en palabras cumplieron su malvado intento. Ella acudía yendo a hacer encargos al lugar, para coger vino, pero una vez dejaron la puerta abierta, que «estando tan codiciosos de placer los dos incestuosos y adulterinos amantes» fueron vistos por un sirviente que se lo contó a Valero (Valerio), que fue en otra ocasión con dos caballeros que sirvieran de testigos y los clavó una lanza, «a medio de su placer», llamando a Malsina para que viera la traición de su pareja. también lo vieron otros caballeros, pero finalmente el padre de Blahir, rey de Bato, vengó la muerte de su hijo y acabó con la vida de Valero. Se describe en las escenas de pasión como estaban colocados los amantes mientras hicieron el amor.
Son narraciones escritas que han recogido la tradición oral, en la que se trasmiten las historias de manera desinhibida: «se entregan al amor y al placer». Iseo ejecuta una treta cuando ha de jurar que ha sido fiel a su marido el rey. Hace que un mendigo, que es Tristán disfrazado, la cruce un barrizal llevándola sobre los hombros, de manera que jura sin pudor que «nadie entró entre mis piernas salvo ese leproso y el rey Marcos». La mujer con la que se casa Tristán en otro reino, es tocaya de su amada, Iseo la Blanca, quien no es desposada, de lo cual se queja amargamente. Cuando cruza a caballo un charco y le salpica el agua dice a su hermano que que el agua es más atrevida porque aventura más alto que la mano de un caballero.
Tristán alejado de Isolda la echa de menos, pero físicamente: «sin descanso deseo tu cuerpo que el rey posee» y se lamenta sobre que qué puede hacer su amor frente al placer de un rey. Placer enteramente sexual, sin lugar a duda. También el ayo de Tristán, Kahadín, tiene relaciones con la aya de Iseo, Brangel, que fueron del agrado de ambos. Ella «le deja hacer a su voluntad». Cuando se separan, ella le recrimina que sólo «quiso una compañera para su lubricidad«. Los caballeros no hacen del amor una mística, sino que sus relaciones son eróticas y sexuales. Cervantes hace en su novela magna protagonistas asexuados, cuya imagen se traslada a los personajes de la literatura caballeresca. Don Quijote es creíble literariamente porque en él se encarna otro sentimiento mal entendido a lo largo de la historia como es el enamoramiento, el cual sí es enteramente quijotesco, pero totalmente real. La locura es un disfraz en los desenlaces de las aventuras amorosas.
Amadís se estremece de placer cuando oye hablar de Oriana, su amada. Lo cual indica que es una historia de pasión. Don Quijote se exalta, pero en modo alguno se excita ni desea el cuerpo de Dulcinea, ni el de Aldonza… Es ésta una historia de enamoramiento, además que describe este sentimiento tal cual es. De esta manera, quizá sin proponerse tanto, arranca el ser de los personajes de las novelas de caballería y mete en ellos la imagen popular que se tiene de los conquistadores de la Nueva España. Denostar la figura del héroe, que tanto han proclamado los conquistadores, sucede en una época en la que se construye la corte, la nueva forma de Estado que llega al mundo moderno, entre intrigas y batallas, de manera que forma parte del aluvión histórico y psicológico en resonancia con un nuevo modelo de sociedad que se está formando, en la cual se pasa del individuo, de la individualidad, a la masa social, de ahí que pudiera surgir la revolución industrial al paso del tiempo, las masas ideológicas, masas de consumidores, fenómenos como la moda y demás. Hoy todo sucede dentro de la masa, hasta las rebeliones y revoluciones porque ya no somos conscientes del valor de lo personal. Se ha pasado de la acción personal a los hechos colectivos como protagonistas de la Historia y del devenir social..
Cierto que siglos antes se fue vaciando la individualidad para ser ocupada por doctrinas religiosas, creencias, ideologías de todo tipo…. que llegan a su esplendor siglos después y se trasforman en nuevos fenómenos de masas. Hubo, hay y habrá rebeliones a este proceso, pero es necesario ver uno de sus ejes. La mentalidad caballeresca fue y es una mentalidad rebelde que ejercieron místicos como santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz que fueron apresados cuando no acusados de herejía. Filósofos, escritores que han tratado de asomar esa otra vertiente que ha quedado apartada. Es en este gozne histórico y psicológico en el que Nietzsche sitúa su obra «Origen de la tragedia», entre el aspecto dionisiaco y el apolíneo. La lucha entre lo singular, el yo, o ser parte de la masa, entre el placer o el sacrificio en favor de una entelequia.
Algo que Marcuse plantea en su obra «Eros y civilización». Representa el pulso entre la represión de la naturaleza humana y las normas sociales, llevadas poco a poco a un extremo despersonalizador. Una represión que nos lleva a ser lo que no somos realmente, que convierte la organización social en tiranía, en la que desembocan todos los movimientos sociales, ideológicos y demás. Lo apolíneo sepulta lo genuino del ser humano, su cara dionisíaca.
Algo que no surge porque sí, sino que se trata de una construcción social, a la que ha contribuido de una manera esencial la literatura. Por eso el filósofo de Zaratustra clama: «atreveos a ser seres trágicos y mereceréis la libertad». Su propia derrota le llevó a la locura. Es por esto que debe ser una labor colectiva y llegar al origen, a las causas y atrevernos a mirar qué son, más allá de mitos, ciencias y prejuicios. Llagar al fondo de la obra sobre don Quijote es una oportunidad, pero hay que despejar la retórica al respecto de sus interpretaciones.

- Amadís de Gaula, don Quijote y los conquistadores
- Bernal Díaz del Castillo
- Autoría de Amadís de Gaula
- El Amor y la Pasión en las Novelas de Caballería
- La Homosexualidad en las Novelas de Caballería
- Reflexiones sobre Amadís
- Don Quijote y su referencia a los Conquistadores
- Influencia de las novelas de caballería
- Noticias sobre el estudio de la novela
- Sobre El Quijote de Alonso Fernández de Avellaneda
- Anexo 2 – Historia, Tacitismo y Poder
- Anexo 3 – La Pintura de El Bosco