Introducción
Al leer esta obra de Avellaneda me he llevado varias sorpresas. La primera es que su análisis pormenorizado aporta un mayor conocimiento de la obra “Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes y permite salir de los tópicos que tanto se repiten e hiperbolizan de unos críticos a otros, de unos “cervantista” a los demás.
Leer varias veces las dos partes de la novela de Cervantes, la de Avellaneda y la de caballería “Amadís de Gaula” de Garci Rodríguez de Montalvo lo considero, una vez que me puse a estudiar tales obras detenidamente, una investigación lectora, de la que se pueden sacar diversas conclusiones desde la observación de lo que sus respectivos autores escribieron. Algo que planteo como hipótesis, pero de manera muy fundamentada, repito que se basan en la lectura. El estudio que desarrollo puede servir para abrir nuevas líneas de investigación, una vez que, por ejemplo, en cuatro siglos no se ha logrado saber quién es la persona que escribe bajo el pseudónimo de Avellaneda. Puede que se sigan vías falsas y haya que plantear seguir otras nuevas. Lo que trata de hacer es rescatar lo que dicen tales novelas, no indagar ni dar vueltas sobre interpretaciones hechas.
Comencé a leer “La segunda parte de las aventuras del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” de Avellaneda por curiosidad, pero también para aplicar la teoría de la falsación que plantea Karl Popper sobre cualquier investigación, en este caso una investigación lectora, que llevé a cabo con la obra de la primera parte homónima de Miguel de Cervantes. Propongo como observación que la figura de don Quijote y la de Sancho Panza son una sátira, en el sentido estricto de la palabra, de los conquistadores del Nuevo Mundo. He mostrado, que no demostrado porque es sobre aquello que se lee, que Cervantes hace una alusión directa al “cortesísimo Cortés”, lo mismo que varias referencias directas en respuesta a lo escrito por Avellaneda con claridad meridiana en el marco de este tema, algo que no deja duda alguna, de manera que los conquistadores se dieron por aludidos y de ahí la respuesta desde este ambiente a través de la novela de Avellaneda. Es un asunto que está en el ambiente de la época. Las novelas de caballería son una excusa y la vestimenta literaria para llevar a cabo sus intenciones, sin que lo que cuenta y a lo que se refiere tenga nada que ver con ellas, curiosamente, pero sí con los conquistadores.
No planteo ninguna interpretación, que tan poco me gustan en las lides literarias, sino que recojo lo que dicen los autores y que es cuestión de leer. Mi inseguridad ha sido que no se haya percatado nadie de esto en cuatro siglos, por lo que releí las obras indicadas y he articulado mis conclusiones sobre el conjunto de las cuatro, aunque no recogiendo con pinzas frases sueltas o ambivalentes, o referencias que hicieran de pasada y sin importancia, sino viendo su concatenación y persistencia en cada texto.
Me planteé que si en la obra sobre el Quijote de Avellaneda no apareciera alusión alguna y de una forma clara y contundente al respecto dejaría mi hipótesis como algo anecdótico, pero resultó que es el eje central de toda la obra, a la cual Cervantes responde abiertamente: “… a despecho y pesar de cuantos encantadores hay en las Indias«. Por lo tanto es necesario considerar el conjunto argumentativo que ofrezco como hipótesis, lo que habrá que afianzar y demostrar con documentos que lo acrediten, labor para eruditos, investigadores y documentalistas de esta materia. Lo cual queda por hacer, así como rastrear nuevos caminos de investigación en la literatura.
Pienso que la novela de Avellaneda iba dirigida a Miguel de Cervantes. De manera que conoció la primera edición, que según Enrique Suárez Figaredo ha demostrado se editó el año 1614, al encontrar un ejemplar de este año, anterior al que se tuvo conocimiento hasta hace poco. Fue una obra de cierto éxito, que llegó a manos de Cervantes, por lo que le dio tiempo a incorporar la réplica en su segunda parte y le sirvió de acicate para terminarla, introduciendo los personajes del de Avellaneda en esa forma peculiar de metaliteratura. De otra manera hubiera sido muy difícil.
Las conclusiones que aportan novedades sustanciales mis disquisiciones son dos:
1.- Quien se hace llamar Alonso Fernández de Avellaneda da una respuesta concisa a Cervantes por sus alusiones caricaturescas sobre los soldados conquistadores del Nuevo Mundo, ante el desprecio y mofa que se hace de ellos. Planteo, además, que pudiera ser Avellaneda el familiar de un conquistador harto y ofendido por el desdén con que se trata a los esforzados y sacrificados soldados que lucharon en las Indias, que pocos quedaron que pudieran contarlo ya que los más que dejaron su vida allende los mares. Lo cual analizaremos en su momento con las alusiones que hace al respecto Bernal Díaz.
Cuando leí la obra “Amadís de Gaula” comprobé que las alusiones que hace Cervantes a esta novela de caballería no se corresponden con sus personajes, que aparecen como fondo de la trama y de la caracterización, pero deformados. Entonces ¿a quién alude? Al leer la obra de Bernal Díaz del Castillo, “La verdadera historia de la conquista de la Nueva España”, me percaté de que podrían ser los soldados conquistadores la diana de la pluma cervantina, soldadesca y literaria. Volví a leer la obra de Cervantes, “Las aventuras del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” y encontré muchas pistas y alusiones a este respecto. Pero afiancé mi hipótesis al leer la novela de Avellaneda, ya que este asunto es una constante que se repite y cambia, como veremos, el sentido de la segunda parte de la obra de Cervantes.
Si Avellaneda se declara también en contra de las novelas de caballería, si es también defensor a ultranza de la iglesia católica, ¿a qué responde?, ¿en qué contradice al autor de las aventuras de don Quijote? ¿Una mera pugna literaria? La misma obra declara una y otra vez sus intenciones. Lo cual no es una cuestión de interpretación, sino de leer lo que escriben ambos autores, porque dicen lo que dicen. ¿Por qué deforma, la obra de Cervantes, Avellaneda y en qué sentido lo realiza? Hace más visible el tema de los conquistadores y de las Indias. Lo cual no es algo que aparezca de paso
2.- Que Avellaneda es el seudónimo de una mujer. Desde mi experiencia lectora observé giros, expresiones, formas de escribir que dan la sensación de haber sido escritos por una mujer. Pero fue al llegar al final de la obra, en la que hay partes en que lo repite, donde aparecen pistas diáfanas a este respecto, como juego en el que descubre veladamente este hecho. Volví a leer la obra desde el comienzo y fui tomando notas de lo que me pareció una cuestión trasparente, que pongo disposición de quien lo quiera contrastar. La redacción de la novela “apócrifa” y ciertos detalles dejan de manifiesto que se trata de un escrito femenino. Además sucede que, como sin venir a cuento, lo quisiera señalar quien escribe la novela que parodia a la de Cervantes.En si obra «Para leer a Cervantes, Martín de Riquer afirma: «La personalidad del autor del Quijote de Avellaneda constituye uno de los mayores arcanos de la historia de la literatura española«, el cual sigue sin resolver. Quizá en parte porque no se han barajado nuevos puntos de vista, acordes con la propia lectura de esta obra «apócrifa».
Pensemos que como José Manuel Lucía Mejías, apunta en su estudio sobre los libros de caballería manuscritos, tales novelas son leídas igualmente por mujeres que por varones. No pocas van dedicadas a ellas, sobre todo de la nobleza. Y que no sólo aparecen en las obras como virgo bellatris, sino que en ocasiones como guerreras, a modo de amazonas, que buscan a su amado y algunas personajes son nombradas caballeros, como en la quinta parte de «Espejo de caballeros», donde Hipólita de Prusia busca a su amado Rossiano, y ha de vencer al jefe de los gigantes que se enamora de ella, Rocandol.
Por no plantearse tal posibilidad, puede, y digo “puede”, que no se halla sabido quién es el verdadero autor o autora, que a veces deja señuelos falsos, como que fuera una defensa a Lope de Vega, que no lo es, sino alusiones sueltas para cargar más contra Cervantes. Lo cual es una manera de encubrir la verdadera autoría, conocida la enemistad pública y notoria de ambos autores. La alusión al dramaturgo es más para “picar” al novelista. Incluso el prólogo a la novela de Avellaneda alaba a Cervantes como escritor: “Ingenioso”, “satírico” (La sátira es un género literario que expresa indignación hacia alguien o algo, con propósito moralizador, lúdico o meramente burlesco), pero advierte sobre el autor rival: “tiene más lengua que mano”. ¿Una forma de llamarle manco?, en parte, pero lo que destila es que se ha ido de la lengua, que ha “hablado” más de la cuenta. La pregunta es ¿en qué sentido realiza Avellaneda su segunda parte del Quixote? Quien escribe se siente ofendido, ¿por qué?, porque Cervantes desprestigia a personajes de ficción como Amadís de Gaula. En nada sale Avellaneda en defensa de este personaje ni de caballero andante alguno, ni de la de los lectores de novelas de caballería. Hay un aspecto que sí va a ridiculizar la autora del Quixote: la castidad del hidalgo e ingenioso caballero. Pero ¿ofensa?, a no ser que haya algo de fondo que en aquella época se supo e hizo reír y que a algunos les sentó mal porque se dieron por aludidos, lo que en verdad no pasa desapercibido. De hecho escribe el prologuista del Quixote de Avellaneda que “ofende a mil”. ¿A los lectores de novelas de caballería? Pudo incluso haberles hecho gracia. El prologuista indica que la ofensa es particularmente en referencia a un autor de teatro, que se supone Lope de Vega. La obra a la que prologa hace un par de referencias a este autor de manera indirecta, pero más bien es una alusión para despistar y buscar alianzas entre enemigos contra el escritor soldado cuya obra adquiere gran difusión, también en América. Hecha para entretener, como el propio Cervantes manifiesta, su novela tiene un fondo de crítica, la cual se ha querido desviar a otras cuestiones que vienen poco a cuento.
Es curioso que en la introducción a la obra Avellaneda diga que “huye de ofender a nadie” y, a continuación, llame de manera despectiva “viejo” a quien se dirige la nueva novela y que señale que su rival es una persona falto de amigos: todos se enfadan contra él. Destaca su mal genio, el cual no quita su humor. El cual Eduardo Aguirre explica como “humor cervantino” en su obra “Cervantes, enigma del humor”, que ciertamente lo es y este periodista escritor resuelve bajo la fórmula de “humor = amor + dolor”. A quien continuó la novela no le hizo gracia la de don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, le ofendió, ¿cómo caballero andante? Acusa al alcalaíno de envidia. ¿Envidia de qué? Achacar ésta a la fama de Lope de Vega cuando la primera parte de las aventuras del ingenioso hidalgo se extendía más allá de las fronteras de la patria, es un tanto despropósito. También señala que ha escrito desde la cárcel, una manera de sacar sus trapos sucios y de advertir que Cervantes no es trigo limpio. Pero con ello buscar la fama quien no se da a conocer es poco verosímil, inconsistente.
La obra de Avellaneda se escribe desde el punto de vista de una mujer, lo que se hace obvio en muchas partes de la obra, pero esto es algo que manifiesto por añadidura, a pesar de que, además, va a cambiar la imagen y la manera de ser de los personajes que inventó Cervantes, pero el objetivo es responder contra lo que caricaturiza en relación a los conquistadores, alusiones que son directas y considero haber especificado de manera detallada al recoger párrafos concisos de las primeras obras de teatro que el autor alcalaíno escribió.
Vayamos paso a paso para mostrar estas dos conclusiones
En una primera indagación llegué a la conclusión de que el autor es de Aragón, tras un repaso a la heráldica en relación al símbolo de la “avellana”, que lo es de varios escudos que parten de las familias nobles de esta región, en su origen de familias infanzonas. Es algo que supo o sospechó Cervantes (así como también que pudiera ser mujer, por lo que le pudieron haber comentado, pero no se atrevió a más y deja caer algunos dardos en este sentido) Llama al autor de la obra que considera falsa y apócrifa “el aragonés”. Lo de que fuera una mujer quien la escribe no lo pudo o no lo quiso confirmar, pero algo oyó que, por si acaso, lo alude al final de su segunda parte.
Estudiosos de filología, como enseña Alfredo Rodríguez López-Vázquez en su prólogo a la obra de Avellaneda y en las notas a la narración, analizan que muchos términos son de esta zona geográfica y que se repiten. También filólogos han analizado las palabras usadas y sobre ello elucubran qué escritores pudieron ser los autores, sin llegara una conclusión definitiva. Pero este no es asunto que en este trabajo nos incumba.
Características del libro de Avellaneda y sus intenciones manifiestas
Entendamos que tanto Cervantes como Avellaneda, usando el refranero al que tanto refieren ambos, no dan puntada sin hilo. Que ambos, sobre todo el aragonés, en los últimos capítulos de la segunda parte mantienen un dialogo en el que declara un enfrentamiento solapado, pero no tan disimulado como pueda parecer. Que no es sólo entre los dos autores, sino de de parte de sus respectivos ambientes, a los que cada cual representa.
Avellaneda ataca a los protagonistas de la novela de Cervantes, no tanto al autor, lo que sí se hace en el prólogo, quien lo escribiera, que parece unánime entre eruditos que fue alguien diferente a quien escribe la novela. Alguien que se siente ofendido por la afrenta de Cervantes. Es evidente que quien siente la agresión no es un caballero andante ni princesa alguna de las novelas de caballería. Avellaneda va a añadir nuevos personajes, mantiene a otros de fondo y muchos que desaparecen, pero a los dos principales, don Quixote y Sancho, los va a deformar, de manera que hace de ellos una caricatura, lo mismo que aplicó Cervantes con los “caballeros andantes”. Es decir, es una caricatura de la caricatura que hace Cervantes. Avellaneda desprecia la obra escrita de su predecesor, algo que va a hacer con más retranca aún Cervantes al responder, incluyendo a un personaje de Avellaneda en su obra y con referencias directas al autor de la que según Miguel de Cervantes es la “novela engañosa y apócrifa”, pero la va a incorporar, no solamente con nuevos vocablos, sino escenas que completa y que amplía o se basa en las de quien él considera su plagiario. En realidad no lo es, sino que lo que Avellaneda realiza es una reconstrucción de la obra de Cervantes, pero dirigida a otro punto de mira, enfocado contra lo que representa Cervantes, y así aplica contra él y aquello que defiende Cervantes la ridiculización. Pero ¿qué es esto a lo que contraataca? Lo iremos viendo. He de ir despacio y paso a paso, pues son cuatro siglos de ceguera, de prejuicios y de soberbias académicas, lo que quiere decir que cada cosa que plantee la he de mostrar concienzudamente, lo cual exige que sea poco a poco. Al ser fruto de lo leído es más mostrar que demostrar.
La novela del aragonés está plagada de alusiones al Nuevo Mundo, en concreto a las Indias, de esta manera cambia el contexto del caballero andante y su escudero dirigiéndoles hacia quienes luchan contra el Gran Turco y contra los protestantes, lo mismo que hace el manco de Lepanto en relación a los conquistadores. De ahí la mutua inquina.
Avellaneda trasgrede el halo misterioso sobre de dónde es don Quijote. Sitúa su pueblo en Argamasilla, lugar en el que estuvo Cervantes encarcelado (¿mancha?) y donde parece ser que comenzó a escribir su gran novela. Esto ya es una puya clavada al contrincante, por no decir enemigo. Los nombres no son aleatorios, sino significativos, sobre todo en este autor, que él mismo refiere el significado de algunos nombres que da a algunos personajes “reales” o ficticios, lo cual aclara en el desarrollo de la novela, respecto a alguno de ellos: “Trifaldi”: tres faldas. “Clavileño”: de madera (leña) y clavo. “Baratalia”: barato. De la misma manera Cervantes hace alusiones solapadas en su novela cuando estando don Quijote y Sancho con el bandolero y los de su panda camino de Barcelona, hace referencia al virrey de este condado que fue el duque de Feria, don Fernando de Zúñiga y Avellaneda, hasta 1603. Datos que cuando fueron escritos eran de dominio público. O cuando Sancho cuenta lo que ve desde lo alto mientras que vuela sobre el caballo de madera Claviño: «La tierra le parece un grano de mostaza y los hombres que andan sobre ella poco mayores que avellanas, “porque se vea cuan alto debimos ir entonces”. Un menosprecio en toda regla a “Avellaneda”.
Detengámonos en este asunto, porque da pistas para nuevas investigaciones. No quiero aseverar nada, pero sí abrir cauces de investigación nuevos, con cierta coherencia, como algo posible que ha de ser documentado. Elaboro una hipótesis que pienso es fundamentada. Pudieran ser coincidencias, pero ¡tantas! Y que, además, encajen con las observaciones que hacemos y la nueva interpretación que hago.
Sobre el apellido Zúñiga he encontrado relaciones con respecto a este estudio, gracias en parte a la memoria de Ana Mª Soler Navarro para el doctorado en el departamento de Historia medieval de la facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid (2009): «El ducado de Peñaranda de Duero. Sus orígenes y desarrollo hasta la desaparición del linaje de los Zúñiga«. Cuenta Salvador de Madariaga por expedientes con los que esta familia probó su pureza de sangre, no judía, se constata documentalmente que «son tenidos estos Zúñigas como hidalgos notorios de sangre».
La segunda esposa de Hernán Cortés fue Juana de Zúñiga, más concretamente su nombre es Juana Ramírez de Arellano y Zúñiga. Un primo de ésta es Tristán de Luna y Arellano, que participó en la expedición en busca de Cíbola, una de las siete ciudades de oro míticas (gigantes), que luego resultaron ser de adobe (molinos). Cortés reclamó «su derecho» a descubrir esta tierra que resultó ser imaginaria. Los dos grandes amigos y valedores de Hernán Cortés, que le ayudaron a financiar sus expediciones, fueron el prior de San Juan y el Duque de Bejar, Juan de Zúñiga, cuya sobrina fue la esposa del conquistador de México en segundas nupcias. Por cartas y documentos al respecto la boda entre Cortés y Juana fue acordado entre las familias de ambos antes de que Cortés regresara a España. Juana es de familia ducal, joven y guapa. La historia de los duques que crea en su novela Cervantes podría tener algo que ver. Todo esto formó parte de las leyendas e historias que se contaban en la metrópoli y que Miguel de Cervantes no pudo ser ajeno a las mismas
Pero además otra coincidencia de nombres. El primer conde de Miranda, Diego López de Shinisa se casó con Aldonza Ochoa de Avellaneda (1457 – 1479). El VI Conde de Miranda, Juan de Zúñiga y Avellaneda fue nombrado por Felipe II Duque de Peñaranda el año 1608. Muere ese mismo año siendo virrey de Cataluña y Nápoles, así como presidente del Consejo Supremo. Tuvo cuatro hijos, una de las hijas se llamó Aldonza. Fue monja agustina (año 1610), por lo tanto muy preparada y leída, siendo la primera monja del monasterio de la Encarnación de Madrid, el año 1616. En la fachada del ayuntamiento de Peñaranda de Duero hay una placa que conmemora el V centenario del descubrimiento de América con los nombres del Dr. Juan de Alcázar (1589) y Francisco de Peñaranda, pobladores de la Nueva España y naturales de Peñaranda. Todos estos datos son sobre relatos de hechos que se vivieron con gran emoción y repercusión en la sociedad de entonces, tanto la conquista del Nuevo Mundo, como los títulos nobiliarios. Son datos que deberán ser investigados por su relación con la obra de Miguel de Cervantes, en cuanto que cita directamente a Cortés y también referencias claras a las Indias, sobre todo en la segunda parte. De alguna manera Aldonza también es ridiculizada y Cervantes se refiere a alguien en concreto y a su contexto.

Quiero hacer una referencia a una curiosidad que no deja de ser algo anecdótico, fruto de lo casual. Existen tres coincidencias entre Hernán Cortés y Miguel de Cervantes. Nada que ver entre ellas ni entre ambos personajes, pero sí pudo hacer que el segundo prestara más atención al primero. El año que muere Cortés es el que nace Cervantes, 1547. Los dos se casan con una mujer que se llama Catalina de Salazar y Palacios, el escritor. Con Catalina Juárez el conquistador, esposa en primeras nupcias. Ambos acaban con el brazo izquierdo lisiado por asuntos de guerra.
Sin embargo hay algo que no tiene porque ser casualidad, sino hecho con intención. De momento no es demostrable, pero tampoco lo es la tesis que se mantiene con respecto a los diferentes nombres de la esposa de Sancho Panza. Se admite que fue un descuido, olvidos de un escritor. ¿Por qué? Es difícil de admite semejante equívoco, más cuando se hicieron posteriores ediciones y se pudo haber corregido, por el mismo autor. Que vuelve a «errar» en la segunda parte. Pasó la primera edición por un corrector y ¿no se dio cuenta? Pudo haberlo corregido. Pero insiste en esta aparente errata, que bien pudo hacer de manera intencionada. Algo que desde la hipótesis que mantenemos puede adquirir sentido.
Veamos: Los nombres que utiliza son el de Juana y Mari, de apellido Gutiérrez. Se sabe que coinciden con mujeres de Esquivias, de donde fue la esposa de Cervantes y donde él vivió unos años. Pero el apellido puede ser el disfraz del nombre al que se refiriera en verdad. Son nombres muy comunes. Pero que coincida con dos nombres que afectan directamente al conquistador de la Nueva España es curioso al menos. Juana corresponde a la segunda esposa de Cortés: Juana Zúñiga. El segundo coincide con el de María Méndez, que fue una mujer a la que cortejó el «cortesísimo Cortés«, expresión ésta que aparece en la novela «Don Quijote» de manera literal. Defraudar a ésta hizo, tal como manifiesta Bernal Díaz del Castillo, que le costase a Hernán Cortés ser el virrey de México, algo que corrobora Salvador de Madariaga en estudios documentales posteriores. Tal lance enfrentó a dos familias nobles, como la de los Cobos que se enemistaron con Cortés y la de los Béjar y Zúñigas que apoyaron al conquistador. Esta historia de faldas y de influencias cortesanas e intrigas palaciegas tuvo un gran eco y repercusión en la sociedad española de aquellos tiempos, siendo algo de lo que mucho se habló.
En la segunda parte vuelve a usar otro nombre, un tercero. Siendo éste para responder a quien escribe el de Avellaneda, que bien pudiera ser una referencia a quién le han comentado o sabe que pudo haber sido, sin que estuviera seguro. Igual que hace aparecer al personaje apócrifo y a su autor con el pseudónimo. Cervantes la hace llamar Teresa. Una vez es Teresa Panza y otra Teresa Cascajo, lo que es una burla clara a alguien en concreto. Pudiera ser Theresa de Figueroa, segunda esposa de Fernando Martínez de Zúñiga, una de sus hijas también se llamó Teresa. Esto es una pista, sin comprobación, pero lo anterior es una observación que se debería de estudiar documentalmente y rastrear nuevos caminos para saber exactamente a qué se refiere la gran novela de la literatura universal. Lo que sí es preciso analizar es la intencionalidad de estos cambios de nombre, los cuales se dejan estar porque no está claro que fuera un fallo de la memoria.
Una contradicción en este planteamiento es el hecho de que Cervantes dedica su novela magna al Duque de Béjar. Se vendría todo abajo. Sin embargo estudios como el de J. Ignacio Díez, de la Universidad Complutense, profesor de Literatura Hispánica, estudia que no puso el nombre, sino sólo el título de esta persona. Algo inusual. Siendo él Alonso Diego López de Zúñiga. Nombre «Alonso» que coincide con el elegido para el pseudónimo de Fernández de Avellaneda. Alguna relación podría tener. Según este estudioso, avalado por diversas fuentes, la dedicatoria forma parte de la parodia del resto de la novela. Tampoco alude Cervantes, como es costumbre, a que es un grade de España y caballero del Toisón de Oro. La dedicatoria la hace el autor y no el editor como suele ser habitual. Así Ignacio Díez afirma que es una dedicatoria burlesca, que va secundada a continuación de lo dedicado de poemas irónicos. Uno de ellos realizado, supuestamente, por Urganda la desconocida, personaje de Amadís de Gaula. Se ha interpretado que fue otra dedicatoria, pero que se perdió. ¿Y no se corrigió después? El caso es no admitir la intencionalidad sarcástica de la obra de Cervantes. Son muchos datos y coincidencias que al menos deberán abrir algún interrogante en relación a lo que venimos exponiendo.
De esta manera que el autor del Quixote (Avellaneda) se declare de Tordesillas tampoco es baladí, aunque pudiera ser casual, sólo que viene a reforzar todo lo demás. Es en esta población en la que se firma el Tratado por el que se reparte el Nuevo Mundo, el año 1494 y que estuvo vigente hasta el año 1750. Pudiera ser una coincidencia, pero encaja con todo lo que sigue en la historia que cuenta.
Por otro lado don Quixote, de Avellaneda, tiene como objetivo no sólo ir a unas justas, a las cuales va de paso, sino que pretende ir a luchar en defensa del rey católico contra el gigante y malévolo rey de Chipre. Chipre fue invadido por los turcos el año 1570, invasión que duró hasta finales del siglo XVII. Ya no es, el protagonista de la novela, un caballero que va a la aventura, al que le surgen entuertos por el camino, sino que tiene un objetivo que le hace luchar contra los mahometanos. Enemigos éstos contra el que luchó Cervantes en su juventud y de lo que se siente orgulloso. Como todo aquel ambiente soldadesco de cierta alcurnia desprecian a los conquistadores y hacen burla de ellos. Cervantes se da por aludido a lo que se refiere Avellaneda y responde en su segunda parte, cuando el mayordomo del duque en la ínsula dice: “la burla se vuelve en veras y los burladores se hallan burlados”. Sabe de que va lo que directamente le atañe y que se ha escrito sin disimulos ni cortapisas, pero no le va a responder abiertamente, como sí que lo hace su contrincante, sino que lo va a denigrar y desprestigiar dentro de la novela en la que le cita, al autor y a personajes de éste, lo cual amplía la genialidad literaria de Cervantes al lograr una simbiosis entre la ficción y la realidad. E insiste en esta idea, cuando Cide Hamete, quien “escribe originariamente” la obra que trascribe y traduce Cervantes, cuando afirma, al burlarse los duques de quienes creen que son tontos, que son “tan locos los burladores como los burlados”. Integra Cervantes en su novela de esta manera una y otra vez la de su rival, la asimila y la hace suya. Como también cuando se hace resucitar a Altisidora, ésta llama al hidalgo caballero cervantino “desamorado caballero”, que es como le nombra Avellaneda en su obra. A don Quijote de Cervantes le displace, y así lo manifiesta, ¿ser “desamorado de Dulcinea”? Lo niega.
Cervantes descalifica la obra de a quien ve como un contrincante y enemigo, porque se siente atacado, no sólo literariamente, insisto, pues Avellaneda va al contenido de lo que subyace en el fondo de la obra a la que imita y deforma completamente, pero en ningún momento crítica a la novela de Cervantes como tal. El alcalaíno sí lo hace con la del aragonés. Cuando don Quijote en la venta situada camino de Zaragoza oyó leer la segunda parte de su historia comenta: “Quien haya leído la primera parte no puede tener el gusto de leer la segunda”. Si bien uno de los que la leyó mantiene “no hay libro tan malo que no tenga alguna cosa buena”. Don Quijote se enfada porque el otro protagonista ha querido usurpar su nombre y aniquilar sus hazañas. Y así es, pero no las hazañas del personaje, sino las del autor, sus hazañas soldadescas que es hacia donde va a enfocar Avellaneda a su caballero desamorado, dando un giro al fondo burlesco de la obra cervantina, pero no tanto a su forma. Este cambio de rumbo lo introduce Cervantes en su historia y en lugar de ir a Zaragoza, dirige al ya ínclito hidalgo hacia Barcelona, para asistir a otras justas, y para que nadie lo vuelva a usar hará que don Quijote muera. Avellaneda ya hubo anunciado nuevas aventuras al final de su novela.
En la venta, de vuelta al pueblo, en la segunda parte el Quijote de Cervantes describe al autor de su imitación “como pintor que pintó lo que saliera, lo mismo que aquel escritor”. Llega don Álvaro Tarfe, personaje de Avellaneda, quien va a Granada, su patria, de manera que lo integra Cervantes en su novela. Don Quijote le pregunta “¿me parezco a ese al que él llevó a Zaragoza?” La respuesta es rotunda: “no”. Pero no es un plagio lo que hace Avellaneda, es una contestación en toda regla a la novela de Cervantes.
El prologuista de la novela de Alonso Fernández se mofa de que Cervantes quiera adornar su novela “con sonetos campanudos”, que “había que ahijarlos al Preste Juan de las Indias o al emperador de Trapisonda”, como algo fantasioso. Preste Juan fue el personaje de una leyenda, creída por las gentes, desde el s. XII hasta el s. XVII, que inspiró muchos viajes y aventuras, una especie de sacerdote-rey que cristianizó las tierras de Etiopía, aisladas tales tierras entre musulmanes y paganos, creyéndose real lo que fue una fantasía popular y colectiva. Acusa a Cervantes de ofender “a lo que toma su nombre en la boca de quien murmura…”. También en las otras batallas hubo locura como impulso motriz de las aventuras imperiales.
Desde el punto de vista literario los personajes y la trama arrastran a Cervantes como escritor, quien al reaccionar a lo que considera una intromisión desarrolla más su obra, la hace más creíble y adquiere mayor intensidad. Ambos autores no caen en la diatriba burlona fácil, porque el campo de ambos es la literatura. Hay un fondo que impulsa y motiva a ambos para ponerse a escribir tan larga obra cada uno.
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Cervantes escribe desde dentro de la historia. Se observa en él más experiencia literaria. Sus personajes adquieren sentimiento, de manera que es atrapado por sus personajes que aman, se relacionan, crecen interiormente y se desarrollan a medida que transcurre la historia. Avellaneda escribe desde fuera, como si llevase y empujara a los personajes como quien juega con unos muñecos, porque tiene un guion diseñado y una intención prefijada desde el principio. Cervantes tiene muchas cosas que contar y deja que los personajes fluyan.
Avellaneda exime de crítica a los personajes cervantinos: “jamás se les conoció vicios”, sino que golpea la función que el autor manco los asigna. Amadís de Gaula aparece de refilón en la novela «apócrifa», e insiste el prologuista de Avellaneda que la novela de Cervantes enseña a no ser loco. Desde el punto de vista literario no he observado controversia alguna digna de mención. El “aragonés” cambia la función de la novela original y transforma a los personajes. Añade a una mujer, Bárbara, que acompaña a la pareja protagonista. Es muy diferente al modelo de mujer que usa Cervantes como prototipo, que por ejemplo en relación a Altisidora manifiesta ser: “apretada, vencida, enamorada”, pero “sufrida y honesta”. Bárbara gana sus dineros con las relaciones sexuales e incita a Sancho a cohabitar con ella de manera directa. Nada que ver con Dulcinea como imagen idealizada. Sancho, de Cervantes, cuando vuelve “del otro mundo”, al haber estado en la ínsula como gobernador pregunta sobre qué hay de nuevo y se ve solo. Dice: “bien pudiera despistar el amor en su asno”. De vuelta a su pueblo en referencia a su esposa Teresa afirma: “celebrando yo en mis versos, vengo a descubrir mis castos deseos, pues no ando a buscar pan de trasiego por las casas ajenas”. La duquesa, en el teatro que hacen en el castillo del Duque, le pone una corona con diablillos pintados, pero él no consiente que dueña alguna le toque, de manera que las pellizca y pincha con un alfiler.
El cambio de escenario Avellaneda lo hace desde la primera escena cuando don Quixote y Sancho se encuentran con un melonero “más luterano que el gigante Goliat”. Dirige a los personajes hacia un objetivo concreto, que veremos se repite e insiste en ello. Don Quixote ataca a este agricultor “luterano”. Ya veremos qué significa esto, pues se va viendo a lo largo de la obra. Sin embargo este agricultor , que es con el primero con quien va a luchar el demente don Quixote resulta que es morisco, según se dice casi al final de la novel
Avellaneda construye un personaje literario, lo diseña y lo lleva y mueve a su antojo. La genialidad de Cervantes es que sus personajes se hacen “reales” porque actúan desde dentro de la novela, se desarrollan en ella misma y adquieren vida propia. Hace creíble su historia. La de Avellaneda entretiene. Pero cumple la función de responder en nombre del ambiente y del mundo que representa. Mientras que Cervantes usa como disfraz a los caballeros andantes cuyo sentido consiste en caricaturizar y mofarse de los conquistadores vistiéndoles de tales “caballeros andantes” y de “sanchos”, Avellaneda lo que hace es caricaturizar a los personajes cervantinos. Para el primero su protagonista es un loco ingenioso, para el segundo es un enfermo mental cuyo destino va a ser acabar en una casa para curar a los locos, la casa del Nuncio de Toledo. Avellaneda califica a su Quixote, y así lo representa, como enfermo mental al que quienes lo ven a su paso consideran un borracho, un demente, lunático, de vanas fantasías, bellaco. Encontramos en este sentido una referencia, a modo de coincidencia, aunque digamos que la suma de muchas coincidencias permiten enfocar una hipótesis. El año 1566 fray Bernardino Álvarez Herrera hizo que se construyera el primer hospital «San Hipólito», junto a la iglesia del mismo nombre, para enfermos mentales en la ciudad de México. Y en 1586 también igual en Oaxtepec – México.
El autor de la réplica pone las cartas boca arriba. Sabe que una obra literaria pasa a la posteridad, ni imaginó los vericuetos que iba a dar hasta ser descubierto por un lector atento y agudo al cabo de cuatro siglos, pero al fin y al cabo se escribe para la posteridad sin medida del tiempo. Así dice Avellaneda: “Suceder me han tales y notables guerras, por ciertos motines de envidiosos vasallos, que darán bien a contar los historiadores venideros”. Achaca a Cervantes y también a sus seguidores y a una gran parte de la sociedad que olvida el sacrificio y esfuerzo hecho por los conquistadores, le acusa de malmeter y hacer bufonada de su honor, por envidia. Usa Avellaneda una expresión de Góngora contra el escritor manco, al decir que “llegan a sus (hazañas, “aventuras”) hasta el signo de Aries otros Capricornio y otros se fortifican en el castillo de San Cervantes”. O sea: se amparan en la novela de Cervantes. Si bien este castillo que ya por entonces, s. XVII, estuvo en ruinas sirvió de fortificación contra los moros, se encuentra en Toledo, donde se corresponde una parte de la novela de Avellaneda. Por otra parte Aries gobierna Marte, el dios de la guerra. Capricornio, que rige Saturno, representa la siembra, la agricultura. Para decir que unos viven de la guerra, otros de su trabajo (Avellaneda va a convertir a su Quixote en el «caballero de los Trabajos), mientras que otros de contar sus «ruinas», recuerdos, como si fueran «santos». Interpretaciones éstas que pueden conformar la hipótesis que venimos proponiendo.
Sancho en la nueva versión no va a ser gobernador, sino rey. Reniega de su amo y hasta una vez se pelea con él. Cobra puntualmente un jornal. La psicología y manera de ser de ambos personajes Avellaneda los ha cambiado, ¿continuando la historia?, sí, pero dirigida a otra Historia completamente diferente. Sancho no va a gobernar una ínsula, de lo cual se burla “provincia, ínsula o península”. Cervantes va a recoger el guante y al volver Sancho de la misma en su obra encuentra a alguien que le dice que no puede ser una isla, porque hay tierra en muchos kilómetros a la redonda de donde están. El nuevo Sancho, con Avellaneda, ya no es escudero, sino paje. Recibe la promesa de reinar el imperio de Trapisonda, que es el que corresponde a los que luchan por el imperio español contra los turcos. Este va a ser el elemento central de la obra, pues la aventura de don Quixote es ir a defender al rey de Chipre en su guerra contra los turcos que se han apoderado de la isla. Tal es el cambio de escenario y dirige así la burla a los “otros soldados”, aquellos que menosprecian a los conquistadores. Para Avellaneda si unos están “locos”, los otros también. Don Quixote con la nueva versión no va a ser un caballero andante, sino de la corte. Desplaza Avellaneda el punto de vista de la obra a la que contesta. Lo cual hace de manera directa, sin rodeos ni circunloquios. Entra poco a poco en la historia para aflorar el tema de fondo tapado por Cervantes, pero que declara, sin embargo, en su segunda parte y que fue una alusión permanente de toda la novela. Gracias a la obra de Avellaneda podemos tener la certeza sobre las referencias a los conquistadores en la obra magna de Cervantes y no ser una suposición. Saca a flote el tema, lo que hace que Cervantes en su segunda parte confirme tal referencia de fondo.
Mientras que Avellaneda responde con la literatura como herramienta en una novela, Cervantes lo hace desde la literatura en sí. Vuelca en ella su experiencia mundana y como escritor su saber. No deja que la obra que copia a sus personajes y que los deforma tengan la última palabra. Desde lo literario incorpora a su autor, sea quien sea, y a sus personajes en su obra y desprecia la respuesta para mantener la ironía. Avellaneda trasladó a los personajes cervantinos a otra historia. La posteridad ha silenciado la obra del segundón, pero ha resaltado la parte folclórica del primero. Ha ocultado el fondo temático de la novela y se ha difundido sobre tópicos, alabanzas fatuas y rimbombantes, para quedarnos con lo superficial, con lo aparente de la obra. Los estudios realizados en su gran mayoría se centran en cuestiones anecdóticas, relatan teorías abstractas sobre el idealismo, sobre la realidad y lo ilusorio. Se quedan los apologistas cervantinos en lo metafórico que usa el autor y nada se estudia en relación a lo que se refiere la imagen literaria de la novela.
Además se recrea en la conciencia colectiva una historia superpuesta por quienes estudian esta obra, como es la motivación de Avellaneda en el sentido de rivalidad literaria, por celos y envidias, que muy poco tiene que ver una vez que se lee la novela. ¿Tanto “cervantista” no se ha preguntado qué incomodó realmente al autor del Quixote? Centrar la novela de Cervantes en la inquina a las novelas de caballería es no advertir qué son éstas en verdad, es querer seguir ocultando las consecuencias y los contenidos de las mismas, ya que es su efecto lo que se quiere extirpar, pero sobre todo se pretende no admitir al escritor real de la primera parte. El efecto de las novelas de caballería son los soldados conquistadores del Nuevo Mundo. Escritor es Cervantes, sí, pero también soldado y una persona que hace de su época una experiencia vital. Un hombre que recorre los pueblos, que habla con la gente para recaudar impuestos, que rinde cuentas a la vida y acaba por reírse de sí mismo y de sus enemigos, no tanto contra los que ha luchado con la espada, sino los que están en su bando, a los que trata con la pluma. Se ha hecho un panegírico casi ideológico para mitificar a una figura que despoja de su ser a la parte profunda de los personajes y hace de la escritura de Cervantes una pompa vacía, muy engalanada y rimbombante, pero fuera de sí.
Cervantes vuelca toda su experiencia humana y de escritor en su obra final, también sus ideas y prejuicios. Es decir esto es uno de los grandes descubrimientos que aporta a la literatura, escribir desde dentro de sí y crear por dentro a los personajes. No justifica los hechos de los mismos, porque suceden, sin más. Hace creíble toda la trama, que es incluso narrada dentro de la novela. Avellaneda, por contra, pretende explicar el porqué de lo que hacen sus personajes que mueve como si fueran entes artificiales. Dar sentido a una historia delirante de por sí no ha lugar, por eso acaba con Avellaneda convertido don Quixote en un enfermo mental.
Basta leer la obra de Miguel de Cervantes, para darse cuenta de que hace cuentas con los jueces y médicos cuando Sancho está en la ínsula, que también con el clero y su “realismo”. Igual con el pueblo llano, egoísta fundamentalmente. Conoce ¡tantas historias a su alrededor! en las que los sentimientos han trastocado la vida de sus seres queridos y la suya misma. Y aconseja en el ocaso de su vida.
Avellaneda, por contra, hace cuentas con los personajes de la obra que continua de la primera. Es una obra de poco recorrido, por ser una respuesta, pero no por ello no es meritoria, incluso desde la perspectiva literaria. Por ejemplo el dramatismo y desenlace de las dos historias que incorpora a la novela son más intensas que las que Cervantes añade. Si bien las de Avellaneda quedan a parte. Quiere hacer gracia, usa el humor como recurso, para continuar la línea de su predecesor, lo cual se nota. Cervantes escribe con gracia, tiene el don de la creatividad. Avellaneda recrea. Gracias a éste se desvela el sentido de lo que Cervantes cuenta, que ha quedado escondido a lo largo de siglos.
La obra nueva llega a llamar a don Quixote “soberano príncipe”, porque traslada su imaginación, delirante, a luchas imperiales, con enemigos concretos que son reales. Cervantes no le va a curar de su locura, como sí hace Avellaneda, sino que sale de ella después de seis horas de sueño, vuelve en sí. Camino a su casa en la obra de Cervantes don Quijote cambia de papel: “ahora cuando soy escudero pedestre, acreditaré mi palabra cumpliendo lo que di mi promesa”, la de retirarse durante un año. Avellaneda hará que Sancho vaya a ser caballero, aunque luego no lo sea. Tal cambio de registros supone lo mismo en cuanto a las referencias sobre las que actúan.
Cuando don Quixote está en Zaragoza, el lugar en el que va a jugar a coger un anillo con la lanza, tiene a un lado la estatua del invicto emperador Carlos V, con una guirnalda de laurel en la cabeza. Al otro extremo otra del “invictísimo Juan de Austria”. Mientras cuenta esto introduce un episodio de Lope de Vega, como queriendo despistar cuando pone el dedo en la llaga. Forma parte de la comicidad que quiere usar. Las alusiones al nuevo paisaje de la novela se van a ver reforzadas para hacer de don Quixote un “soldado” contra el Turco y referencias importantes y significativas de otros personajes que luchan como soldados en Flandes contra la herejía protestante, para trasladar a estos la burla como reacción a la que hace Cervantes contra los conquistadores, que si bien disimulada no queda ocultada, sino que es visible y en su segunda parte Cervantes hace que se visibilice sin que quepan dudas. Sin embargo es algo que la crítica literaria no ha querido ver. Avellaneda no dirige a Sancho al gobierno de un lugar “imaginario”, sino que encamina las aventuras del caballero desamorado a una ciudad dominada por los turcos, un lugar concreto y real: Chipre. Don Quixote se trasforma en un caballero andante contra los mahometanos.
Una de las historias que cuenta Avellaneda trata de un soldado que vuelve de Flandes. Un lugar que elige el autor con toda intencionalidad, porque tiene que ver con la determinación de lo que escribe. Invierte de esta manera también la burla de Cervantes porque quiere sacar a los conquistadores de la sátira de Saavedra. Insiste cuando reitera que es un español el soldado que va Amberes. Es alojado en la casa de un rico flamenco cuya esposa ha tenido un hijo ese mismo día. El visitante la ve como una mujer muy bonita. El marido se tiene que ausentar y el soldado español se hace pasar por el marido para acostarse con la señora recién parida. Quien actúa con deshonor es un soldado que es admirado y tiene prestigio, por contra de los conquistadores, por eso lo hace ser del ejército que luchó en Flandes. ¿Qué sentido tiene si no esta historia que incrusta el autor en la novela? E incide en hacerle símbolo de los demás: “aquel soldado, infamia de nuestra España y deshonra de todo arte militar”; “vil soldado”. Como si quisiera echar en cara algo. Pudo ser cualquier soldado, que para el cuento vale, pero lo describe muy concretamente y se regodea en ello. Sancho dice al escuchar la historia que tal “ha de arder en los infiernos” y hace una alusión clara a lo que venimos exponiendo: “más por ese pecado que por cuantas cuchilladas ha dado a luteranos y Morescos”. En la otra historia que añade Avellaneda, Gregorio es cobarde con una mujer a la que hace salir de un convento, que se pierde luego él en el juego. Al final descubre que es un soldado que fue a Nápoles, para luchar contra los moros. Por lo tanto no ha lugar a duda el encuadre que hace el autor, que bien pudo referirse a los soldados que luchan en el Nuevo Mundo, pero no lo hace. Está respondiendo a algo, y señala a los acusadores y les denuncia a ellos. Pensemos que Bernal Díez cuenta que está harto de que se vea al soldado conquistador de la Nueva España como un violador y abusador de mujeres indias, lo cual niega, pero no el hecho, que dice que ciertamente hubo casos, los cuales los soldados persiguieron y penalizaron en cuanto a forzamiento con violencia. Cierto es que él mismo hace ver que hubo relaciones de pleitesía y sometimiento de mujeres y de varones. Lo cual con las hembras pudo llevar ciertamente a una relación sexual de sometimiento. Bernal se esfuerza por comunicar que incluso cuando alguna mujer de allá se incomodó con el conquistador asignado, los demás le ayudaban a escapar de él. Y sucedieron casos desgraciados, pero como en esta lado del océano también.
En su escudo, adarga, don Quixote con Avellaneda añade un pergamino con una letra significativa, en la que nombra a un poeta y soldado que luchó contra los mahometanos: “Soy muy más que Garcilaso / pues quité de un Turco cruel / el ave, que le honra a él”. No son referencias excepcionales, sino repetidas de manera que acaba siendo la centralidad de la novela y el elemento esencial de la misma. Se corona luego “con el ave que quitó a un desaforado Turco”. Pero es que el gigante que reta a don Quixote, a lo cual se dirige toda la obra, Bradimán de Tapayunque, es el rey de Chipre, el cual lleva como escudo una rueda de molino. De esta manera incorpora una metáfora literaria Avellaneda al unir el gigante y el molino en un mismo personaje, sin la dicotomía de Cervantes en la conocida aventura de su personaje cuando arremete contra un “gigante”. Lo hace Avellaneda con toda intencionalidad. Pero es que además tiene una daga de Fez, ciudad musulmana, adonde fueron a parar muchos musulmanes expulsados de Granada. Chipre fue una ciudad del reino de Venecia de la que se adueñó el renegado Udhalí para el sultán Selinos. Se creó entonces la Santa Liga para combatir al Gran Turco, a lo que se alistó Miguel de Cervantes en Nápoles para formar parte del ejército de infantería, el año 1570. Vemos como Avellaneda traslada las “aventuras” y locuras de su protagonista a la lucha contra el turco, insistentemente.
Don Álvaro Tarfe, secretario de don Carlos, juez, va a hacer un gigante como engaño, pero lo va a hacer visible, “real”, no es imaginario, que tanto don Quixote como Sancho, por su simpleza, van a creer cierto, porque lo ven como cualquier otra persona lo puede ver. Ya no es algo imaginario. Este gigante va a vestir con ropa de damasco, calza con chinelas. ¿Cabe alguna duda? No estamos interpretando, sino leyendo lo que dice quien escribe. Todo lo cual es determinante, porque don Quijote de la Mancha lucha contra las injusticias, mientras que el de Argamasilla lo hace contra las injurias, pero sobre todo contra la que el otro don Quijote ha vertido contra los suyos, que ya veremos quienes son. Así el de Avellaneda dice “este brazo invencible para castigar injurias que sólo con el pensamiento le hicieron”.
Mientras que Cervantes convierte a su don Quijote en escudero, Avellaneda hace a Sancho, el simple, caballero y acaba en el remate final de la novela como un bufón de la Corte. Cervantes degradó al conquistador que según cree adquirió títulos sin tener sangre noble, los cuales no tuvieron buena fama ausentados, además, de nobleza. Fueron los de alto linaje quienes después, con las tierras pacificadas y pobladas, adquirieron responsabilidades de gobierno y prebendas. El alcalaíno rebaja de categoría a su personaje cuando es derrotado por el caballero de la Blanca Luna. Lo hace como respuesta a lo que cuenta su rival aragonés cuando al ir hacia Alcalá de Henares, Bárbara ofrece “truchas” que no pasan de catorce años. Don Quixote no entiende esta palabra y hace como que se trata de una comida: “no entiende la música de Bárbara”. Se presenta una ciudad noble donde, culta en la que, paradójicamente, abundan las putas y la avidez por el dinero, o sea: no sólo son los conquistadores los que sólo quieren mujeres y oro, sugiere Avellaneda, que responde con su metáfora ¿y vosotros qué?, burlándose así de la burla cervantina.
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Hay cuestiones que interpreto, pero que las dice el contexto, sin embargo hay alusiones directas que no dan lugar a interpretación, sino que lo que dice el autor es lo que dice. Avellaneda saca al personaje don Quijote de ser una referencia simbólica tal como le caracterizó Cervantes, para vestirlo de mundo, lo convierte en ser mundano, que va a representar a Cervantes y lo que éste simboliza como soldado y escritor. Cuando llegan a Sigüenza de la mano de Avellaneda, Bárbara, Sancho y don Quixote se admiran que hablen como lo hacen los antiguos caballeros “de la época de cuando se luchó contra los moros”.
En la segunda parte “apócrifa” Sancho es malicioso, ridiculiza con sorna a su amo y aparece más embrutecido, llegando incluso a las manos contra su caballero andante a quien tira al suelo en una ocasión. Pero es más, el escudero también va a luchar contra un escudero negro al servicio de otro caballero rival.
Al final de la obra, tras un desenlace que clarifica sobre lo que venimos contando, precisamente en contra de la obra de Cervantes, Avellaneda pone las cartas boca arriba. Por si quedara alguna duda. También sus intenciones, en boca de otro loco con el que queda atrapado don Quixote en el manicomio, la casa del Nuncio. Pero es un loco sabio que cita a Mantuano, a quien se conoce como el “Erasmo español”, con sus palabras le quiere explicar por qué él, que habla con don Quixote, está ahí: “los detractores no me dejan vivir porque les digo que restituyan la forma cualquiera de decir las cosas que le tizna”. “Los historiadores me aborrecen – continua con una cita de Ovidio cargada de segundas intenciones en la referencia de la novela – porque no se ciñen sus palabras a la verdad histórica”. ¿A qué verdad histórica se refiere?, porque Avellaneda nunca plantea que su novela sea la verdadera historia, sino que es la continuación de la otra que da por verdad desde el punto de vista literario. De hecho plantea la tercera salida de su Quixote, según dicen “los archivos manchegos”, asegura al final, y “siendo tan verdaderos como las otras dos aventuras impresas”.
Y continúa en una escalada de referencias que carecerían de sentido si no es en relación a lo que nos estamos refiriendo, sobre lo cual encajan unas citas, que hace en latín, con otras. Como cuando notifica lo dicho por Andrés Aliciato: “los soldados no pueden llevar que les antepongan las letras”, lo cual, como toda la obra, va dirigido a Cervantes, con quien quiere rendir cuentas. Otro loco que pulula por allá, bajando de una escalera, advierte que está encerrado porque reprende la razón de Estado. ¿Qué razón de Estado? esa, que ambos autores, Avellaneda y Cervantes, saben y con la que se engalana tanto don Miguel. Alonso Fernández no cesa en su ataque, lo intensifica al final tanto que manifiesta sus intenciones en boca del loco, el primero que disertó muerde la mano al de la Mancha de cuyo lugar de origen no se acuerda su creador originario: “saben que los logros de este siglo han tratado de ensanchar sus estados, a ellos los han destruido miserablemente”. ¿A quién pasa esto si no es a los conquistadores del Nuevo Mundo? ¿A qué se refiere y a quién de otra manera puede indicar?
Don Quijote interrumpe al loco que le habla, voz en grito, para asegurar que no saldrá de aquel lugar hasta que no quede libre contra la voluntad del rey y de la infanta Bulerina. Además de ser loco se ha vuelto loco, más. Otro loco, el que sube la escalera, le dice: “no crea a persona (alguna) de esta casa”. En la que ya está don Quixote. Avellaneda humilla a este personaje encerrándole en una casa de locos para ser curado. Le hace perder su abolengo, su majestuosidad, su gracia, su honor, su prestancia y gallardía. Es un enfermo mental. El loco que le instruye sobre sí mismo le muerde fuerte la mano. ¿Con la que escribe Cervantes?, ¿una metáfora? Puede que incluso le surgiera tal imagen novelada del inconsciente. Pero no vamos a entrar en tales vericuetos, para no avivar discusiones fatuas, sino que vamos a mostrar evidencias que están escritas de manera fehaciente.
Referencias a las Indias
La novela de Avellaneda tuvo en la época en que se publicó una gran difusión también en el continente americano, más que en Europa. Las alusiones a las Indias son permanentes y claras, diáfanas y concisas. Lo vamos a comprobar pormenorizadamente. Lo cual tiene un significado, por más que se quiera obviar y aunque se oculte. Es por ello que además de un análisis de texto hagamos un análisis del contexto de la obra cuando fue escrita.
Como ya he indicado, si Avellaneda está también en contra de las novelas de caballería, si defiende el punto de vista de la fe católica, ¿en que discrepa con la novela de Cervantes?, ¿a qué responde?, ¿qué le hace sentirse ofendido? ¿Para qué escribe la novela si no es para decir algo? ¿Por lograr la fama?, ¿y para ello no da su nombre sino un pseudónimo que cuatro siglos después no se ha sabido identificar? Como suele pasar no vemos lo que no queremos ver. Según Martín de Riquer «Avellaneda odia a Cervantes, pero amaba a don Quijote». Tal odio ¿porque se burla de las novelas de caballería?, ¿o por algo más?, como pienso que es. Algo que afecta directamente a alguien y a un colectivo. Pero Avellaneda no creo que ame a don Quijote, sino que lo usa para devolver el golpe que con él da Cervantes. No es, pues, una obra de suplantación, sino de respuesta, lo cual quien lea la novela sobre don Quijote llamada «apócrifa» lo podrá comprobar. De echo lo convierte en el Caballero Desenamorado, que lo convierte en un enfermo mental que acaba en un manicomio de los de entonces, la casa del nuncio.
Avellaneda ataca a Cervantes con sus mismas armas, que aplica contra sus personajes, a los que deforma y les da un nuevo contexto. Quien escribe la novela que copia a la auténtica lo hace sobre un texto que dice haber encontrado narrado por un historiador, lo halló cuando los moros fueron expulsados de Aragón. La descubrió escrita en arábigo. Solapa la misma estrategia narrativa que Cervantes, quien escribe sobre la traducción de un texto de Cide Hamet Berengueli, también musulmán. Ya desde el comienzo de su obra el aragonés va a hacer un cambio de rumbo de los protagonistas. Plantea un nuevo tema de fondo, con la misma historia, aunque introduzca cambios significativos.
El nuevo Quixote va a ser un “caballero desamorado”, señal que lleva escrita en el escudo, la adarga. De manera que la nueva obra va a tener dos pilares fundamentales: dar una visión de la mujer muy diferente a la que da la original y trasladar la parodia y la sátira, que contra los conquistadores del Nuevo Mundo hace Cervantes, a los soldados del imperio que luchan contra el Gran Turco y contra los protestantes, pero sobre todo contra los primeros, de los que formó parte Miguel de Cervantes.
Casi al comienzo de su novela, Avellaneda, define un nuevo escenario con un poema que es clarificador. Con él solamente hubiera sido una anécdota, que no daría a entender nada en especial del calado de lo que planteamos. Pero lo escribe añadiendo a todo lo demás que continúa posteriormente.
“Sus flechas saca Cupido
de las venas de Pyru
los hombres dando el Cu
a las damas dando el pido”.
¿Qué quiere decir?, cada cual lo interpretará a su manera, pero hay que leer lo escrito, lo cual es innegable. Es una alusión directa. A los “hombres” da el Cu, lo cual es como se llamaron los templos de las mexicanos, cuyo nombre se extendió a los demás lugares. Donde se hicieron los ritos y ceremonias de aquellas religiones aztecas y los incas y en donde se practicó con los primeros el canibalismo ritual, no como un hecho aislado, sino frecuente. Y a las damas se les da el pido, el oro que no paran de pedir para sufragar las guerras contra el Turco y contra los protestantes en Flandes. Es evidente que esta separación de la palabra no sería importante ni significativa de no ser nombrado previamente “Pyru”, lo cual no deja lugar a dudas que se refiere a estas tierras. Analizamos lo que dice Avellaneda, luego cada cual que lo interprete como quiera, pero lo escrito escrito está.
La nueva novela esconde un mensaje, que se hace de manera indirecta, pero es visible. En ocasiones demasiado palpable como para no darse cuenta el lector. Como cuando Sancho pregunta a su amo “¿qué tenemos que ver con ese Cu?” En otro momento don Quixote explica: “Aquel Cu es un plumaje de dos relevadas plumas que suelen poner algunos sobre la cabeza, a veces de oro, a veces de plata”. Usa las palabras “Cu”, “oro” (que viene de México fundamentalmente) y “plata” (de Perú). Y habla de “plumas” que llevan sobre la cabeza, como fue la tradición de los indios de América. Querer dar otro significado no tiene sentido. Es una referencia al Nuevo Mundo. Por eso no se trata de demostrar nada, sino mostrarlo.
Cuando Sancho reniega, una de las veces que lo hace, de su amo, se replantea continuar con él: “estoy por irme desesperado por esos mundos, y por esas Indias”. ¿Por qué por “esas Indias” y ¿por qué lo repite tanto? El nuevo Quixote saca el tema a la palestra, para situar a los protagonistas de la novela de Cervantes, lo que permite ver las intenciones de la primera parte.
Don Quixote no logra coger con la lanza la anilla en el juego caballeresco en el que participó cuando llega tarde a las justas. Don Álvaro se la coloca sin que él se entere. El premio es una cinta. “Son unas cintas traídas de la India, hechas de pellejo de ave Fénix”. En este caso India es el país oriental, pero lo usa como alusión a las otras. Estas cintas “valen una ciudad”. Alusión a que la lucha contra los turcos no han dado riqueza alguna, pues este nuevo Quijote va a luchar contra ellos. Y tales cintas valen “una ciudad”, que es la que logran los conquistadores con sus batallas, su sangre y esfuerzo, lo cual es tan degradado. Las guerras del Mediterráneo y la de Europa vacían, por contra, las arcas de la Corona. Esto lo cuenta en relación a la novela caballeresca “Belianis de Grecia” en la narración de Avellaneda, aunque en realidad corresponde a otra obra diferente. Al encontrarse con una docena de salvajes que estaban con el venado “comenzó a dar tras los salvajes, como en real de enemigos, sin dar revés que no hiciera de un salvaje dos, por estar desnudos”. De lo cual es sobre lo que Cervantes hizo alusiones muy claras en sus primeras obras de teatro. Acusa directamente al soldado conquistador, y señala que las ciudades contra las que luchan no tuvieran muros. A lo cual Bernal, a dicha opinión generalizada en la sociedad mucho antes de que escribiera al respecto Cervantes, recuerda que tuvieron los mexicanos otras defensas, como fueron canales de agua recorriendo la ciudad, lo que la hizo inaccesible hasta que encontraron la manera de superar tales barreras. No son pues frases al aire, ni escritas porque sí, sino con toda intencionalidad. Siguen un hilo conductor, que siglos después continúa, como lo ue plantea César Cervera (2017): «En la conquista del Nuevo Mundo sucedió la falta de auténticos soldados en la mezcolanza que formaban las expediciones de conquistadores, así como la falta de disciplina en sus filas».
Cervantes no es ajeno a todo lo que saca a relucir el otro autor. En la segunda parte lo manifiesta en boca de Sancho: “…. a despecho y pesar de cuantos encantadores hay en las Indias«. También cuando don Quijote, el de la Mancha, pasa la noche en el bosque y son rodeados por hombres con unas lanzas, los llama “trogloditas, bárbaros y antropófagos”, introduciendo unos términos que nada tienen que ver con la historia ni con el lenguaje usado hasta entonces ni en la primera parte. Al contar la toma de posesión por Sancho de la ínsula, en la de Cervantes, invoca el escudero a los dioses del arte para que le inspiren, pero comienza con una burla previa, una más, que es una alusión que lanza a modo de un dardo que luego diluye porque lanza la piedra y esconde la mano: “oh perpetuo descubridor de las antípodas, hacha del mundo…”, así le dice don Quijote a quien va a ser gobernador, cuyos casos que juzga Cervantes los toma de leyendas y cuentos populares de la época. También Avellaneda se basa en historias conocidas para reescribirlas sobre los cuentos que incorpora a la novela. Y además lanza sus mensajes con sucesos que luego desaparecen sin más, como cuando Raquel cuenta lo del caballo Clavileño: “Entran cuatro salvajes vestidos de verde yedra…”. No vuelven a aparecer. Como si quisiera decir algo sin decirlo. Lo que nos interesa es ver que el tema de las Indias es una constante en la nueva aventura que escribe Avellaneda.
De no ser por tantas alusiones parecerían frases absurdas o sin referencia alguna, como cuando un personaje dice “sembrad muchas albondiguillas en estando en Chipre”, refiriendo a la ganancia de las guerras contra el Islam, en las que el imperio pierde más de lo que gana, y así fue gastando el oro que vino del otro lado del océano. Es como sembrar albondiguillas. Son aguijones que se van propinando un autor al otro.
Cuando Sancho camina hacia Alcalá de Henares en la novela de Avellaneda, comenta a Bárbara: “no soy yo de los negros de Las Indias ni de los luteranos de Constantinopla, de quienes se dice que comen carne humana”. Vemos que el autor incide en el tema y se desmarca del contexto que apunta la obra de Cervantes. La manifiesta con claridad meridiana. Toda la trama que hace el de Tordesillas gira sobre esta cuestión, que es una reacción a la obra de Cervantes. Quiere hacer valer el mérito de quienes lucharon contra los nativos de las tierras del nuevo continente. Y un estudiante de los dos con los que se encuentran los protagonistas acompañados por Bárbara, plantea un enigma (una adivinanza): “sólo el Turco no me estima”. La respuesta de Sancho es que se trata del tocino. Pero la respuesta es “el sombrero”, porque llevan turbante.
Son una alusión tras otra, como cuando don Quixote encuentra a Bárbara y a Sancho abrazados en la venta cerca de Alcalá. Amenaza a su escudero: “voy a cenar esta noche vuestros higadillos y mañana usar todo lo demás de vuestro cuerpo y comérmelo, que no me sustento yo de otra cosa que de carne humana”. Sancho se estremece. Es una alusión clara al canibalismo, fenómeno del nuevo mundo que impresionó a la sociedad española, hasta el punto de volver locas a madres de conquistadores que desaparecieron en aquellas tierras. Desvela de esta manera a lo que se refiere Cervantes para darlo la vuelta y hacer visibles los peligros y maneras a las que se enfrentaron los soldados conquistadores.
El autor de una compañía de teatro con la que topan los tres protagonistas vuelve a la carga cuando burlonamente manda: “asadme al punto a este labrador”. Sancho pide piedad. Entonces le dice que se tiene que hacer turco. Sancho con mucha sorna responde que su esposa, Mari Gutiérrez, querrá ser turca. Y amenaza este comediante en su broma, que es creída por el loco y el simple, que si don Quixote no se hace musulmán “dentro de dos horas lo comeremos a él (a Sancho) en el asador que personas asaran a vos”. Es recurrente en este asunto, lo que literariamente no aporta demasiado a la trama. Al hacerse moro el bueno de Sancho no lo comen. Intercambia los papeles de los indios con los mahometanos, devolviendo así la pelota al autor de la primera parte. Avellaneda viene a concluir que el Turco es un peligro real, el gigante que lo representa lleva de escudo una rueda de molino, pero defiende que contra quienes luchan los conquistadores también. Si se ríen de éstos, de los demás también. Son dos enemigos por igual a los que se enfrentan los soldados españoles y católicos. Enemigos que los personajes de Avellaneda ven, al disfrazarse don Álvaro de gigante. No es una visión ni un delirio. Otra cosa es que no lo sea de verdad. Pero vemos que el gigante Bradimán es “el poderosísimo Archipámpano de las Indias Océanas y Mediterráneas”. ¿Por qué saca a relucir de la nada, aparentemente, las Indias y el canibalismo? Mi respuesta es que lo hace para responder literariamente al escritor del hidalgo caballero enamorado.
Casi al llegar al final de su obra Álvaro Fernández hace preguntar a Sancho para que responda su amo: “¿Qué se dice de este caballero de las Indias?” Y añade como colofón que muestra lo que venimos exponiendo: “la más mala cosa son con que se pueda pensar… No se pueden coger del suelo las narices por más que se caigan los mocos, no segaría con ellos, como no sabe como las Indias pueden segar sin dar de ojos a cada paso”. Lo escrito escrito está. Y sigue: “Los pajes del Archipámpano nacen allá en las Indias de Sevilla con estos diablos de pedorreras, según saltan y brincan con ellas”. Y llegados al final Sancho manifiesta querer “volver a su tierra, que viene la sementera y el señor Archipámpanos tome sus caballos de las Indias”. Vuelve a la idea de que son las riquezas de las Indias con las que se han pagado las aventuras imperiales para combatir al moro y al hereje, sin que esto dé riqueza alguna, pero sí reconocimientos, títulos nobiliarios y gloria a sus protagonistas. Los del Nuevo Mundo como que fueron allá a robar y quedaran como unos bandidos. En este sentido se aprecia una diferencia entre los dos quijotes, como que el duplicado paga él mismo cuando va a los mesones y ventas. El original no, lo hace su escudero por él, o el cura y el barbero.
Sancho el de Mari Gutiérrez, comenta que Archipámpano le ha dado una zaragüelles de las Indias que no puede remecerse con ellos, los guarda para su mujer a la que le asentarán mejor.
Alude a un tema que en aquella época en que escriben estuvo a flor de piel, con el debate de la Contrarreforma. El cura absuelve a Sancho de Avellaneda con “una bula de composición” de manera que con una pequeña penitencia se quedará cristiano. Un tema de fondo que abordaremos más adelante, porque aparece como alusiones mutuas, si bien ambos autores son erasmistas, cada cual a su manera.
Avellaneda ¿es una mujer?
A lo largo de la segunda lectura del Quixote de Avellaneda, observé que hay muchos rasgos femeninos en la redacción, pero también al final determinados mensajes desde la misma novela que lo permiten adivinar. Hará falta una investigación documental para que se corrobore o descarte tal sospecha. Pero hay muchos fundamentos para poderlo afirmar.
No es descabellada tal hipótesis en un mundo en el que las mujeres no firmaban ni aparecieron como autoras de producciones artísticas, las cuales sí que pudieron realizar sin que les diera fama. Poco más de un siglo después de ser escrita la novela que comentamos, Luisa Roldán (1654 – 1704), la Roldana, fue la primera mujer escultora que firmó sus obras por deseo expreso de ella, sin que fuera fácil salir de la costumbre de que fuesen firmadas anteriormente por su padre y luego por su marido, ambos del taller familiar de imágenes en el que trabajó ella en Sevilla. Llegó a ser escultora de cámara de la Corte. Hasta entonces la norma fue que las mujeres no firmasen sus obras, sino familiares, incluidos otrosí hermanos. El profesor de la Cultura Escrita, en la Universidad de Alcalá de Henares, Antonio Castillo, en su libro «Entre la pluma y la pared. (Una historia social de la cultura escrita)» (2006) ilustra al respecto en relación a Isabel Ortiz (1524 – 1564), una mujer alcalaína que escribió sobre teología, sin ser sus opiniones heréticas, pero que no se publicaron por el hecho de ser quien las escribió, una mujer.
Muchas mujeres ociosas se refugiaron en la cultura y el arte, aunque no trascendiera su “nombre” ni fama, pero no se pueden ver como excepciones lo que fue una pauta muy común, si bien es cierto que gran parte de la población atada al trabajo careció de estudios. La costumbre de leer en alto en reuniones o en las calles hizo que lo escrito se extendiera. Hubo mujeres que estudiaron, que se encargaron de enseñar a leer y a escribir a sus hijos e hijas también. La madre de Miguel de Cervantes es un ejemplo, y no excepcional. Lo fueron sus hermanas, las Cervantas, su esposa Catalina de Salazar que supo leer, escribir y latín gracias a su tío cura, Juan de Palacios, que le enseñó, o la nieta de Hernán Cortés, Magdalena Cortés, que fue abadesa en un convento de Valladolid. Baste saber lo que se exigió para ser abadesa de un convento, a lo que no pocas mujeres aspiraron. O la prosa y poesía de santa Teresa de Jesús. Fueron muy valorados los sonetos y poemas de la poetisa mexicana, hija de españoles, del s. XVII, sor Juana Inés de la Cruz, o en Francia en a mediados del s. XVI tuvo fama la poetisa Louise Labby. Algo así no puede entenderse como un fenómeno aislado. En su obra “Coloquios”, Erasmo de Rotterdam, hace que una de las mujeres que conversan, Magdalia, defienda la causa de las letras y de la piedad frente a la abadesa del convento de San Benito, manifestando ésta un rechazo abierto a tal concepción de la vida femenina, pues ésta entiende que la felicidad de la mujer consiste en “comer y dormir y en libertad de hacer al hombre en lo demás lo que quisiera”. Señal de que muchas chicas se rebelaron a semejante concepción de sí mismas, pues se hace por algo esta alusión.
La propia Avellaneda cuenta a este respecto en la novela tal advertencia. Cuando se encuentran con unos comediantes, uno comenta en relación a las mujeres “… si le enviaba luego a su hija, que soy yo, (o sea el autor de la comedia), para servir de mí en lo que fuese de su gusto”, parece dar pistas a modo de referencia de que el autor sea una hija o sobrina. Poco más adelante el escudero Sancho pregunta a uno de los comediantes “¿nunca has visto a una hija de un Rey puesta en trabajo?” Dice “hija”, en femenino. Y lo dice en un sentido, que da el contexto, de que si no ha visto a una mujer que escriba, que lea, que sea culta… A lo que responde, “aunque sea solamente a ese trabajo de la hija de un rey”. Y añade Sancho, que hace migas con Bárbara: “pues sepan que cada día nos topamos yo y mi amo con ellas en esos caminos”. Queda claro y manifiesto que es un alegato a que no es infrecuente que las mujeres sean cultas. La esposa de él y Sancho mismo no saben leer ni escribir, pero ambos por igual. Pero sí que tienen una cultura oral muy arraigada. La abundancia de refranes que usan en sus conversaciones son el legado de esa cultura oral como forma hablada de trasmitir los conocimientos y experiencias de vida. Lo cual ambos libros recopilan en una época en la que va a empezar a imponer la cultura escrita, como actualmente lo hace la cultura visual basada en la imagen respecto a la escritura.
Analicemos paso a paso el texto de la novela donde nos vamos a topar con muchas interferencias y alusiones. En la novela de Avellaneda, Dulcinea quedará ausente del todo, a lo que va a responder Cervantes con contundencia en su segunda parte. Pero la otra versión es sustituida por una mujer de carne y hueso, Bárbara, que acompaña a don Quixote y Sancho. Introduce a la mujer real en la novela. Don Quixote en su delirio, más que locura en este nuevo contexto, la tiene por la Reina Zenhobia. El caballero andante se convierte en el Caballero desamorado.
Hay muchos detalles que dejan rastro sobre la autoría femenina de la segunda parte “apócrifa”, que se van a repetir de muchas maneras diferentes. Por otra parte hay una visión práctica y muy femenina en la manera de redactar y las cosas que cuenta que reflejan el punto de vista de una vida doméstica.
Don Álvaro Tarfe, descendiente de moros de Granada, se encuentra con los protagonistas de la novela porque va a Zaragoza a las justas por el mandato de un Seraphin que va vestido en hábito de mujer, el cual es “Reyna de mi voluntad”. ¿Vestido de mujer? Algo quiere decir el autor/autora cuando escribe esto, que recalca al final de la novela otra vez referida a otra escena. De hecho no tendría demasiada importancia, de no ser que ambos autores en litigio saben que se van a leer mutuamente y se lanzan dardos. Cervantes escribe continuando su primera parte, pero con la interferencia de la nueva novela que se cruza con la suya. En la carta de Sancho como gobernador de la ínsula de Baratalia, recuerda especialmente el caso de la muchacha vestida de chico. Justo a continuación Cervantes cuenta, como quien no quiere la cosa, que halló una tendera que vendía avellanas nuevas, que mezcla con otras viejas, vanas y podridas. Y añade que en ese pueblo las mujeres son “desvergonzadas, desalmadas y atrevidas”. Lo cual puede verse como una alusión directa, ante una sospecha como la que venimos contando.
En la obra de Avellaneda Sancho advierte que Mari Gutiérrez, “que es mi mujer”, dice, “ha de gobernar con el que rige la tierra y ser la mujer suya la que rija a las mujeres de Chipre”, que es el país que va a conquistar don Quixote. Plantea el papel activo de la mujer y hace que intervenga. No sólo Bárbara que va con los dos, sino el papel que otorga a la esposa de Sancho: “Mari Guitiérrez gobernadora ha de ser de Chipre, y de todas sus Albondiguillas”. Planteamiento éste que es más fácil se le ocurra a una escritora que a un escritor.
Los dos instrumentos musicales que más aparecen en la obra de Avellaneda son el arpa y la vihuela, la primera fue usada especialmente por mujeres.
Entre medias por ejemplo un personaje femenino en la novela de Avellaneda, la Alba. Busca remedio a su pequeña estatura con “un palmo de chaquin”, lo cual es un uso femenino. La novela rompe con la idealización de la mujer para dar una visión de una belleza más razonable. Visión que se expande a lo cotidiano, como es la de comer en una mesa y colocar un mantel. Para remarcar este uso don Quixote va a decir que un caballero andante no usa manteles. O aludir a que Sancho lleva una maleta para viajar con sus camisas, con ropa blanca de muda. Lo cual lo indica varias veces. O el uso muy frecuente de “vuestra merced”, vm, una coletilla que se usó en aquella época, pero especialmente la mujer para con el varón al que habla. Hace un uso reiterado del mismo, que no vemos, por ejemplo, en la obra de Cervantes. Cuando alquilan una casa los protagonistas del cuento del Ermitaño enumera quien escribe: una cama, la almohada, el estrado, sillas, tapicería, bufetes. Incluso a quien hace la novela le preocupa cómo va vestida Bárbara y alude a que “no vaya mal vestida”, por deseo de don Quixote. En varias ocasiones las mujeres que aparecen hacen cuentas con el dinero contante y sonante, sin hacer valer el que puedan ganar en un futuro. A sus personajes les preocupa los problemas reales, menos al loco que hay que llevarle al manicomio.
Otro detalle tremendamente delator de la feminidad de lo escrito por Avellaneda es cuando al mear Sancho ha de quitar una agujeta de delante, y aún así, describe el autor o autora, se cae una (gota) al medio adentro, “linda cosa son caraguelles de mi tierra, pues ni deja señal alguna diarrea”. Es una mirada de mujer ciertamente la que repara en tal detalle.
Pienso que hay una cierta sospecha por parte de Cervantes, de algo que le hayan dicho, pero que no pudo confirmar, porque en la segunda parte hace alusión a este aspecto cuando Sancho monta en el caballo Clavideño junto a don Quijote con los ojos tapados ambos, cuyo objeto de tal viaje es quitar las barbas a las damas víctimas de un maleficio de Malambrino. Y pretenden “rapar” a esas dueñas. Las barbas, se entiende. O sea mujeres con barba, ¿con nombre de varón? De hecho va a insistir cuando pregunta don Quijote con cierta ironía “Señora Magallanes o Magalona?” Lo cual parece más una interferencia del autor en la novela que algo propio de los personajes, pues aparece metido de rondón.
Cuando Sancho es gobernador en la novela de Cervantes, le llevan “un hombre que no lo es, sino una mujer, y no fea, que viene vestida en hábito de hombre”. Los confabuladores de la burla, el duque y la duquesa, se admiraron porque este hecho no vino ordenado por ellos, y parece hacer el autor una alusión a esa mujer “anónima”, que “no por ladrona, sino por celos rompe el decoro que a la honestidad se debe”. El criado del duque pide su mano, al descubrir que es hermosa y que se vistió de varón para ver mundo. Poco más adelante de esta segunda parte el paje del duque lleva la carta de Sancho a su esposa, a la que describe que pasa de los cuarenta años, tiesa y avellanada.
Es la de Avellaneda una novela muy estructurada y ordenada, más que la del autor en la que se basa. El lenguaje es más solemne y serio, al ser el de Cervantes más un uso del mismo con toques de burlesco. Es un libro el de Avellaneda con contenidos más concretos, donde el protagonista tiene una edad concreta, pasados los cuarenta y cinco años. No admite el amor abstracto, el enamoramiento, que reduce a la mujer a ser una imagen. Lo cual Cervantes va a incidir en ello en su segunda parte para dejar claro quién y cómo es su personaje, que ha sido sacado de sí. Cervantes crea a sus personajes desde dentro, lo que les da mucha más fuerza literaria. Avellaneda desde fuera, los define demasiado y concreta en la mujer que inspira a su Quixote como una mujer concreta, con la que habla, rompiendo la entelequia y quimera del Quijote cervantino, pero para continuar con el personaje va a interpretar la visión idealizada de Bárbara como un delirio. El protagonista es con Avellenada un enajenado, un demente con alucinaciones, en nada parecido al personaje originario que fue capaz de crear su mundo y llevar a él al resto de personajes que lo siguen. En la novela de Cervantes la locura se acaba, después de dormir seis horas. En la del Quixote copiado se cura, aunque luego reincida dejando abierta la puerta a nuevas aventuras.
Avellaneda rechaza ese “trato inhumano y cruel” del enamoramiento e invita con Bárbara a que don Quixote piense en otra hembra mejor y que tenga con él mayor correspondencia, lo que supone invertir el paradigma femenino de Cervantes de la relación entre el varón y la mujer. En Sancho se va a ver proyectado con Avellaneda el macho ibérico y la mujer real de su época y de su mundo. Si bien de ternura también, como hacer que Sancho no pare de llorar, que luego en alguna ocasión también lo va a incluir Cervantes en su escudero, lo mismo que la casulla que le pone tras que la llevase el de quien le copia. Si bien Cervantes va dejar claro en su segunda parte que Sancho no es un llorica, en respuesta al otro. Con Avellaneda no para de llorar. Cervantes escribe cuando la partida de la hija de Ricote, desterrada la familia por ser mora y hacerse pasar por cristiana que Sancho llora, pero aclara el autor “no suele ser muy llorón”, aunque en su segunda parte sí es más de lágrima fácil y más sentimental. Llora cuando la duquesa le lee la carta de su esposa, Teresa. Sancho comería, dice, una docena de albondiguillas, si estuvieran bien guisadas. Quien escribe la novela “apócrifa” se fija mucho en detalles domésticos. Y abundan referencias a comidas sofisticadas, las cuales las guisaban las criadas o amas de la casa: albondiguillas, capón, manjares blancos (pechuga de gallina mezclada con leche, azúcar y harina de arroz), pellas. También se mencionan pasteles y en el vestir sombreros.
Las alusiones de Avellaneda hacia el personaje gordito son muy maternales: “el bueno de Sancho”, “pobre Sancho”, “Sancho mío” y le engrandece y equipara al caballero andante al hacerle “flor de los escuderos andantes”, para hacerles por igual y no dejarle en un segundo plano, en la visión equitativa que tienen muy en cuenta las mujeres. Cuando le va a llevar al manicomio “Don Álvaro asió la mano a don Quixote…”, diciendo “vamos mi señor a dar una vuelta por esas calles”, lo cual es una expresión muy femenina, maternal incluso.
Avellaneda refiere a santa Agueda como “abogada de las tetas”, por llevar las mismas al aire, algo que es una alusión que conocen las beatas, de cara a tener los pechos fértiles para la crianza. A la esposa de Sancho la hace destacar por su hacendosidad, la cual remarca. Otra imagen muy femenina es cuando don Álvaro visita a don Quixote en sus aposentos “sentándose junto a la cama en una silla…”, es una imagen doméstica muy hogareña. O cuando Sancho admite a su señor que las bragas que se pone a la espalda están sucias. O como cuando don Quixote señala que un caballero no tiene por qué cortarse las uñas de los pies ni de las manos. Algo en lo que se suelen fijar las mujeres y no los varones, o no tanto, o no lo dicen, por regla general. Y que se escriba de esta manera permite pensar en la mano femenina que mueve la pluma.
O la descripción del personaje femenino de Avellaneda al que eleva a ser protagonista junto a don Quixote y Sancho, con los que se incorpora a la aventura. Ha sido engañada por un hombre, un traidor. Ve al varón desde quien sufre la deslealtad. Es una mujer que friega los platos, una vez quebró dos. A la vez va a describir el ambiente de puterío de Alcalá de Henares, donde tanta universidad y teología hay. Manifiesta algo que un varón no reconocería, como es servirse de la mujer con el vínculo del matrimonio. Son muchos detalles concatenados los que hacen ver que la escritura corresponde a una mujer, presuntamente.
Quien escribe conoce las sagradas escrituras, usa muchas imágenes bíblicas: Pilatos, Ionás, Moisés, Arca de Noé, David y Goliat, el Anticristo, Barrabás, Abraham, Job, Salomón, Satanás, Evangelios, Adam y Eva, el rey david, Sansón, Belcebú, Judas, Caifás, Ana…
En el cuento del rico desesperado, cuando la mujer acaba de parir y el marido se ausenta, es deseada por un amigo, que se hace pasar por el esposo, las expresiones que relata son tremendamente delicadas y muy femeninas, destacando tales diálogos y no sólo describiendo el acto: “hecho indecente”; “vuestro deseo proviene al grandísimo amor que me tenéis; “meterse en la cama donde puso en ejecución un desordenado apetito”. Quien escribe esto afronta la sexualidad de los personajes que intervienen, pero con una delicadeza exquisita. Lo hace desde el punto de vista de una mujer. La sexualidad descrita por los escritores se ve como mero deseo, pero una mujer, cuando escribe se recrea en la seducción. Cuando el soldado, mediante el engaño urdido, le toca el pecho a la dama, éste dice: “no puedo acudir a lo que podéis pretender, tened un poco de sufrimiento”. Va cediendo, pero sin ser seducida, sino cumpliendo con el débito conyugal. Al verdadero marido le reprocha con cariño y delicadamente el exceso que tuvo por la noche: “me pidáis perdón y no será poco si lo vos concedo”. Alude a que no quiere contradecir a su marido “por no enojarle”, a un varón que después de satisfacerse “sin decir nada se levantó hecha su obra”. Sin hacerle esto saber que no fuera su cónyuge. Hay una descripción de la sexualidad matrimonial en este cuento, que añade a la historia mucha literatura hecha por mujer: “le afeé su poca continencia”.
El Quijote de Cervantes vive en un estado de enamoramiento tal cual lo experimenta el varón, extrovertido, no la mujer que lo sufre hacia dentro, introvertidamente, al concebir el amor en una relación concreta y cotidiana. Desde esa mentalidad femenina, concreta y práctica, el “Caballero enamorado” y de “la triste figura” pasa a ser con Avellaneda el “caballero desamorado”, para luego convertirse en el “caballero del amor” y finalmente el “caballero de los trabajos”.
En el cuento que narra el Ermitaño, la monja abadesa va a llevar la iniciativa en la vivencia de su pasión, como Bárbara va a manifestar la sexualidad como mujer y a modo de sujeto activo, no una mera receptora de deseo que se deja llevar. Pero todo sucede con elegancia aun siendo la redacción del texto franca y a la vez fina: “ayudó a que tuviera bastante leña para encender el lascivo fuego con que empezar a abrasar el corazón de la descuidada priora”. Doña Luisa dice: “el mayor imposible que sentimos las mujeres es el haber de otorgar a quien suele tomar ánimo para condenarnos a perpetua desprecio y desesperados celos”. Esto es muy raro que lo escriba un varón. Porque habla de sentimientos y sobre cómo una fémina ve las relaciones de pareja. El varón describe las conductas, la atracción, las fantasías. Avellaneda llama cobardes y mojigatos a los hombres. Tanto Luisa como Bárbara toman la iniciativa en las relaciones sexuales. La obra representa la feminización de la literatura y de los amores. Otro rasgo de la redacción es que Luisa atiende a coger provisiones y piensa en el futuro, no se va sin más del convento, sino que coge dinero, es previsora, meticulosa. Hasta se despide de la Virgen, que luego obrará un milagro. Paso a paso lo cuenta como mujer.
Otro rasgo sobre este asunto es la importancia que da Avellaneda a “la pérdida irrecuperable de la virginidad”, como virtud íntima de la mujer en aquella época, la cual fue “arrebatada por locas ansías e infernales gustos”; la reclamación de ser “digna de ser amada” es otro rasgo de feminidad en la novela. Puede que el anonimato haya hecho que quien escribe lo haga de manera más desinhibida, que también son finalmente aleccionadoras las moralejas de los cuentos, pero se lo permite decir a un “varón” con cuyo nombre se “viste”.
Constreñida doña Luisa, la monja que se fuga con don Gregorio para vivir una historia de pasión ardiente, ve que “la necesidad es poderoso tiro para derribar flacas almenas de la mujeril vergüenza”. Se acabó prostituyendo, si bien vuelve a la fe y al convento, a medida que transcurre la historia, fruto de su arrepentimiento y de un milagro de la Virgen a la que dejó al cuidado del convento. Todo está redactado con pudor y elegancia, sin escatimar lo diáfano de lo que cuenta cruda y llanamente. Cuando a su vez don Gregorio vuelve a casa de sus padres, quien habla, no sólo que lleve la voz cantante, sino que quien se dirige a él es la madre y lo hace como tal. Y en otro momento de la novela hace referencia a que “no hay cosa más habladora (parleras) que una mujer que ha perdido el recato”. Y así se van sumando detalles y más pormenores que corroboran las posibilidad de que quien escribe al amparo del nombre “Avellaneda” sea mujer. No afirmo que lo sea a falta de una investigación documental que lo demuestre. Me parece, sí, una hipótesis fiable.
También en la historia del cabrerizo López Ruiz y la pastora Torralba, define Avellaneda el amor femenino que sufre por los desdenes con que es tratada la mujer, que refiere: “ordinario efecto del amor en las mujeres”. Plantea permanentemente el sentimiento femenino, apenas el de los varones. Pero sí cómo ve al hombre el sexo opuesto. Bárbara dice a Sancho “ponéis el gusto en cosas más de brutos que de hombres”, como si hablara con el hombre en general. Cuando se acercan a la venta de Alcalá de Henares le advierte de lo áspera que tiene la barba, se queja y dice: “que trabajo tendrá la mujer que durmiera contigo todas las veces que los besare”. Don Quixote se enfada cuando los encuentra abrazados, mesando ella las espesas barbas. Y también dice Bárbara que tienen que quererse “como dos buenos casados se aman… durmamos esta noche ambos en el mesón”. Sancho no entiende la proposición de acostarse juntos.
Y algo que sorprende en este sentido es cómo Avellaneda amaga, sólo que dentro de la novela, donde cuenta lo que quiere decir realmente. Por un lado Bárbara denuncia que sirvió en una taberna, en la que se ejerció la prostitución «para gente de capa negra y hábito largo». Algo que no habría pasado la censura de no ser que fue algo que se quiso manifestar por los propios censores para depravar esta conducta. Luego confiesa: “soy naturalmente inclinada a cosa de letras si bien las mías no se extienden con más que hacer y deshacer, bien una cama y adezar...”. En esta expresión se delata, pero va a haber más todavía, quedando oculto al no fijarse la masa lectora en una novela que ha quedado postergada y que, sin embargo, es necesaria para entender en todo su sentido la obra de arte escrita por Miguel de Cervantes.
Poco después Sancho dice: “no vengo a hacer batallas con hombre ni con mujeres”. Es curioso que especifique “con mujeres”. Bastaría haber escrito “no vengo a hacer batallas con nadie”. Así acercándose la novela al final descubre el narrador que el secretario que sujeta el muñeco Archipámpano, que don Quixote cree que es de verdad, como también Sancho por ser simple, “vestía elegantemente de mujer”. ¿Qué aporta al desenlace de la novela? No viene a cuento, parece que está queriendo decir, con todo lo demás y lo que aún falta “¿no veis?” Se lo está diciendo al lector, casi a la cara. Porque añade: “quien no lo conociera se podría engañar fácilmente espantados todos los que lo sabían”. Indudablemente escribe para la gente de su época. Dentro de la novela carece de sentido este añadido, pero sin embargo hace hincapié en la identidad femenina de quien escribe. Y todavía más, quien narra la escena hace decir a don Quixote “pienso que aquella mujer es un gigante”, como ciertamente lo es.
Y a medida que se acerca el final va mostrando con más perspicacia lo que esconde quien escribe la novela y lo señala, si se quiere ver, porque no es una cuestión de interpretación, sino de lectura del texto. No sirve como prueba irrefutable, pero sí son indicaciones a tener en cuenta para seguir las huellas que deja. Como cuando al final, en el manicomio don Quixote, un loco cita a diversos autores de renombre, uno de ellos es Séneca, que dice y cita en latín: “De todas las mujeres (casadas, niñas, damas, hermosas) se puede decir ¿qué no osará intentar la locura sin freno de una mujer?” Da a la mujer el papel de “la locura” y es quien aconseja al nuevo inquilino. Éste, después de escuchar las muchas sentencias del loco, dice que no saldrá de aquel lugar hasta que no liberen a ese sabio, que luego le muerde con fuerza la mano, lo cual tiene una carga simbólica muy grande en cuanto a morder la mano de quien ha escrito la primera parte de la historia. Algo que puede parecer muy retorcido, pero así lo explica el mismo loco como si quisiera dar a entender al lector el fondo de lo que dicen los personajes, y más el loco del manicomio con el que habla don Quixote que parece resumirlo todo: “las damas me armen mil zancadillas… el cielo no tiene estrellas, ni peces el río, como engaños guarde la mujer en su mente criminal”.
Don Quixote se hace llamar a sí mismo “caballero del amor”, para pasar a ser luego esto, cuando ya ha terminado la novela, pero añade como colofón quien escribe que al cabo del tiempo sana de su locura, pero que vuelve a caer en ella cuando está fuera, lo que será contado en futuras salidas del “caballero de los trabajos”, lo que indica una mentalidad muy concreta y práctica. Cervantes asimila al doble que ha hecho Avellaneda. Al dejar las aventuras su personaje quiere hacerse pastor, lo mismo que al recobrar la cordura deja a un lado su pensamiento de Dulcinea.
Y siendo las mujeres quienes más critican a las mujeres, también Avellaneda hace una denuncia al describir la manera de comportarse los hombres con ellas, justificándolo o no, cuando Sancho afirma “que no haya que decir, con el palo en la mano, que las mujeres de hogaño son diablos y no dándoles en el caletre (la cabeza) no harán cosa buena”.
Cuando queda don Quixote encerrado en la casa de los locos, don Álvaro habla con el desamorado, pero lo hace de una manera muy emotiva, tal cual lo haría una madre, que quiere que le vayan a visitar, que da gracias a Dios de no haber permitido que hubiera muerto por los caminos con todas las cosas que hizo por culpa de la locura. Lo comprende y le quiere. Pide a los criados que le vayan a ver para que no quede abandonado ni solo. Manifiesta un punto de vista tremendamente femenino con respecto al personaje. Pensarlo pudiera ser infundado de no ser por la cadena de referencias que se manifiestan de manera recurrente en este sentido.
Pero si quedara alguna duda, cuando ha finalizado la novela quien escribe introduce un añadido, como queriendo decir algo sin decirlo, que por sí solo sería anecdótico, un adorno, pero sumado a todo lo anterior es significativo. Precisamente es al leer este final cuando me pregunto ¿y todas esas sensaciones, esa sospecha de una escritura tan femenina? Y me puse a tomar notas durante una nueva lectura. Don Quixote, cuenta Avellaneda, al salir curado de la casa de los locos volvió a su tierra, Argamasilla. Compró un caballo y llevó por escudero a una chica vestida de hombre sin saberlo él. Una soldado que huía y quedó embarazada. Lo descubrió al verla parir en medio de un camino, y se alejó don Quixote del parto, maravillado, sobre lo cual hizo grandes quimeras en su fantasía. Podría simbolizar que quien escribe es mujer con nombre de varón (vestida de) ha “parido” la novela. En cualquier caso, si en cuatro siglos no se ha sabido quién es la persona que está bajo el pseudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, y todo son conjeturas al respecto, ¿por qué presuponer de antemano que fue un varón? Desde el análisis filológico se supone y admite que es alguien de Aragón. Desde la lectura del texto ¿qué indica que sea varón? Sin embargo, sí hay un cúmulo de indicios que señalan que pueda ser una mujer.
¿Escrito por un familiar de algún conquistador?
En este apartado voy a hacer conjeturas, pero basadas en la investigación lectora, a partir de los cuales podemos aportar fundamentos sobre la propuesta de investigación que hago, por constatar indicios racionales sobre la misma. De la misma manera que mantengo que la obra de Avellaneda demuestra la tesis que he desarrollado en cuanto a la referencia a los conquistadores por parte de Cervantes a través de los dos protagonistas de su obra, don Quijote de la Mancha y Sancho Panza.
En su obra «Para leer a Cervantes», Martín de Riquer, casi al final del libro, expone: «Hasta que no aparezca un documento fehaciente de la primera mitad del s. XVII del que se deduzca que Alonso Fernández de Avellaneda id est Gerónimo de Passamontes, mi hipótesis no se convertirá en certeza». Pero habrá que buscar por nuevos caminos, dado que todas las hipótesis han llevado a callejones sin salida. Pero este estudioso de la obra «Don Quijote de la Mancha» se pregunta: «¿A quién ofendió Cervantes con «sinónomos voluntarios?» He aquí la cuestión. Y ¿qué sinónimos?, pues haberlos ahílos y nos abren otra ventana para la interpretación que analizamos. Es ésta la pregunta sobre sinónomos clave para desentrañar la autoría del Quixote de Avellaneda, sobre la que aporto un planteamiento para seguir su rastro, que nunca he visto planteado. José Antonio Bernaldo de Quirós afirma que Avellaneda quiere devolver la ofensa a Cervantes en el mismo lugar donde la ha recibido en la primera aventura de su héroe y por el mismo método, los «sinónomos ofensivos». Avellaneda dice en la introducción que Cervantes «tomó por tales el ofenderme a mí y particularmente a quien tan justamente celebran las naciones más extranjeras«. ¿A quién celebran las naciones extranjeras?, ¿a Gerónimo de Passamonte?, ¿a Lope de Vega?, ¿a quién? Pero sí a Hernán Cortés y a los conquistadores. Avellaneda más que ser ofendido se siente receptor de una ofensa, que dice «las naciones más extranjeras», no dice sin más «extranjeras». Osea, podemos entender que referida a las plus ultra. Por ot6ra parte, tras la lectura de la obra «apócrifa», excepto el prólogo, no responde a una ofensa concreta, sino en general a un ambiente determinado. Lo que hace Avellaneda es situar a los dos protagonistas de la novela de Cervantes en otro contexto del cual formó parte éste y le aplica la misma «medicina».
Pero además hay que añadir al acervo cervantino una nueva conjetura, pues entre éstas en las que nos movemos, que se han dado por válidas sin documentación que las acredite, como pensar que Ginés de Passamonte hace referencia a un soldado compañero del autor de Don Quijote. Sin embargo hay otra posible asociación que tiene cierta lógica y al menos no es descabellada. Es que se refiriese a Miguel Passamonte, Tesorero que lleva la Hacienda en Cuba, siendo el jefe de la Hacienda Real. Fue una persona intrigante, acusado finalmente de corrupción, pero que movió los hilos de los conquistadores, sobre lo cual hay una carta al rey (15 – I – 1520) en la que busca un acuerdo entre los capitanes Cortés y Velázquez. Favoreció que Cortés pudiera salir del puerto a su aventura conquistadora. Con 40 años, año 1587, Cervantes trabaja como recaudador en Sevilla y otros lugares de Andalucía. Allá desembarcan los navíos que vienen del Nuevo Mundo, sus tripulantes cuentan historias, no con la inmediatez del mundo actual cuatro siglos después. Lo retrata en la novela como un ladrón. Pero también como Maese Pedro que lleva un teatro de marionetas y él las hace funcionar. Son claras alusiones a ambas cuestiones que se contaron sobre aquel personaje, cuyo nombre Miguel, se asocia más al de Ginés, que no el de Gerónimo, por la similitud de su sonoridad. A los diez años de ejercer su trabajo Miguel de Cervantes fue encarcelado en la Cárcel Real de Sevilla, lo que llevando el mismo nombre que el tesorero Passamonte daría pie a alguna comparación, sin que tuvieran que ver los delitos de ambos, pero sí su coincidencia en el trabajo de recaudación. Y que aparece como ladrón en la novela y pudo Cervantes ser comparado con él, al ser acusado y condenado por cuestiones recaudatorias. Miguel de Passamonte malversó fondos de la Hacienda Real. Pudo ser éste el referido en la novela convertido y caricaturizado en el personaje Ginés que aparecerá en la segunda parte, como insistiendo en él. Lo cual sería una referencia clara al mundo de los conquistadores. Una hipótesis que debiera ser investigada documentalmente. Este personaje real que participó en los primeros años de los conquistadores para forjar la Nueva España, es citado por Bartolomé Las Casas en cuanto que tuvo opinión de que fue casto toda su vida. Acabó siendo sustituido.
Cuando avanzaba en la lectura del Quixote de Avellaneda observé que la manera de redactar, de describir ciertas situaciones es especial, tiene algo. De manera intuitiva percibí que pudiera ser quien escribió una mujer. Al llegar al final parece que lo dice e insiste en ello, por lo que releí la obra tomando notas al respecto y fijándome en este aspecto, además de otros rasgos que fui repasando y ampliando, pues como oí decir una vez a Juan José Álvarez, militar que ha profundizado sobre la obra de Cervantes en relación con dichos, sentencias y referencias al ejército, en una obra de tales dimensiones hay que buscar aquello en lo que nos queremos fijar, pues de otra manera pasamos por encima de las letras sin darnos cuenta de muchos detalles. De esta manera encontré alusiones claras a que Alonso Fernández de Avellaneda pudiera ser el pseudónimo de una mujer. Al fijarme en cosas muy concretas además he averiguado también que es posible pensar que fuera familiar de algún conquistador, hija, nieta, sobrina o nuera, pero algún grado de parentesco, ya que solamente de esta manera pudo haber sabido cosas que relata de manera novelada, como veremos más adelante.
Sancho escribe a su mujer, en esta versión Mari Gutiérrez. Dicta la carta a don Carlos en la que entre otras cosas dice: “tuve un tío que escribía lindamente, pero yo salí tan grandísimo bellaco, que cuando siendo muchacho me enviaban a la escuela, me iba a las higueras y viñas…”. ¿A cuento de qué viene? Nada sabemos de ese tío de Sancho. Es como si se diera a conocer la autora, sin manifestarlo abiertamente y que en lugar de un “tío”, en la realidad fuera la “sobrina”. Evidentemente por sí misma esta referencia no puede tomarse como una prueba, ni siquiera como una alusión, pero unida a todo lo demás da cuerpo a lo que puede ser una sospecha razonable.
Como recoge Iván Vélez, “los descendientes de los conquistadores emplearon la pluma para reivindicar la labor de éstos”. Algo que fue muy frecuente y que adquiere relevancia en le etapa previa a cuando Miguel de Cervantes iba a escribir su gran novela. Bernal Díaz del Castillo, harto de ver difama y ninguneada su acción en la conquista, pacificación y haber poblado la Nueva España, escribe, o mejor dicta, su obra “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, que finaliza de escribir el año 1568. Circulan copias por España a partir de 1575, dándose a conocer su punto de vista y reivindicaciones. Y son sus descendientes quienes imprimen esta obra en formato de libro el año 1632, porque el asunto y el contencioso sigue vigente y quieren reforzar su postura por la honorabilidad de la familia.
Un dato a tener en cuenta es que la obra de Avellaneda tiene una gran acogida en España, a remolque sí, de la primera parte de las aventuras de don Quijote, de Cervantes, pero también en América de habla hispana. Si bien no todo el mundo supo leer en aquella época, fue costumbre arraigada que quien sí supiera leía en voz alta, de manera que muchos fueron quienes la escucharon y comentaron al respecto. Don Quijote y Sancho se convirtieron en personajes referenciales de su época.
Inmerso Cervantes en el ambiente de su tiempo, el de los conquistadores tuvo mucho auge, además de otros temas que en la novela van a ser manifestados y de los que Cervantes influenciado por López de Hoyos también se va a hacer eco de la polémica sobre la Contrarreforma y el erasmismo, tema del que hay diversos estudios y referencias. Tengamos en cuenta que fue España el país en el que más influencia tuvieron las enseñanzas de Erasmo.
No fue un caso aislado entre los conquistadores el de Bernal Díaz, sino uno más de los que se conocen, porque muchos manuscritos desaparecieron, otros no se editaron, pero fue una narrativa abundante y realizada con toda intención de exigir unos derechos y restablecer el honor de quienes lucharon en unas circunstancias que nadie en su momento pudo saber con qué se iban a encontrar. Reivindican la gloria que les corresponde y que pasa desapercibida y son minusvalorados.
Con datos de Iván Vélez: Francisco de Terrazos es hijo tocayo del conquistador que fuera mayordomo de Hernán Cortés, escribe el poema “Nuevo mundo y conquista” (1584), al cual se refiere Cervantes en su obra “La Galatea”, lo cual indica que no fue algo indiferente para el autor de la novela “Don Quijote de la Mancha”. Reivindica la gloria de las hazañas de su padre (figura de Quijote) y por otro un pago justo por ello (proyección en Sancho), de lo que le ha de corresponder como herencia.
Los soldados que lucharon contra los turcos tuvieron más consideraciones, pues se pensó que los de las Indias “ya robaron bastante”, cuando en ocasiones fueron muchos de ellos robados por la piratería marítima al volver, y se llevan la mala fama de despojar de sus riquezas a los nativos del lugar “indefensos”. El mismo Cervantes tuvo una credencial de Juan de Austria para que le facilitasen un buen trabajo al llegar a España, que le firmó estando herido en el hospital. Credencial que al estar firmada por el duque de Alba hizo que pidieran un rescate por él mayor que el resto cuando fue hecho prisionera en Argel, al considerarlo un personaje importante. Los conquistadores y sus familiares parecieron mendigos pidiendo sus derechos y reconocimiento.
No fueron pocos los intentos de rebelión a la Corona, por parte de los descendientes de los conquistadores nacidos en el nuevo mundo, los criollos, cuya presión fue cuajando hasta el origen de las guerras por la independencia de las hoy naciones de América, desde México hasta el vértice del cono sur. Una de ellas, y que intensificó el descrédito de los conquistadores, fue llevada a cabo por el hijo de Hernán Cortés, Martín, el II marqués del Valle, a quien quisieron sus partidarios dar el poder absoluto de la Nueva España, que era gobernada por personas que aterrizaban allá como lacayos del imperio, sin que hubieran arriesgado ni su vida ni su fortuna. Revuelta que sucedió en México el año 1565, ocho años después de haber participado en la campaña contra los protestantes en los Países Bajos. El año 1561 sucedió la primera sublevación en Sur América liderada por quien dirigió la búsqueda de El Dorado, para encontrar un maná de oro que creyeron cierto, siguiendo la ruta del río Amazonas, López de Aguirre, que llegó a proclamarse “Príncipe de Perú”. Acaudilló una rebelión contra la monarquía, siendo perseguido y acorralado hasta que ese mismo año es derrotado y provoca una trágica y exaltada muerte, tras haber matado a su hija para que no fuera violada ni nadie la pudiera acusar de ser hija de un traidor. En la carta previa al desacato que escribe a Felipe II dice: “me rebelo hasta la muerte por tu ingratitud”. Se ha considerado la primera proclama de independencia de los territorios de América. Nuevos estudios consideran que esta carta atribuida a Lope de Aguirre fue escrita anteriormente por quien fuese el primer virrey del Nuevo Mundo, Antonio de Mendoza y Pacheco, entregada por su hijo Francisco de Mendoza, a quien luego el monarca le niega su deseo de ser marqués de Estremera (al sureste de Madrid), siendo este personaje también citado por Cervantes en su obra “El gallardo español”, comedia caballeresca cuyo protagonista, don Fernando de Saavedra, hay quien lo hermana a quien sería luego don Quijote. Esta obra se publica junto a otras no representadas. Se suele relacionar con la experiencia del autor como espía en Orán el año 1581.
Otro hijo de un conquistador, Baltasar Durante de Carranza, escribió la crónica de los primeros pobladores para reclamar sus derechos (1604) Es un tema que está en el ambiente cuando Cervantes escribe y publica su primera parte del Quijote. El año 1599, Antonio Saavedra y Guzmán, edita una obra en verso que se hizo muy popular: “El peregrino indiano”. Insiste en el valor y mérito de todos los que han participado en la conquista y exige otrosí reconocimiento. Hay quien ve estas exigencias como de pedigüeños. Lo que Cervantes va a caracterizar en la figura de Sancho Panza. La parodia que hace en forma de novela es a lo que responde Avellaneda. Antonio Saavedra pide que se reconozcan los esfuerzos hechos por quienes se asentaron por primera vez en aquellas tierras del otro lado del Atlántico, y achaca la marginación a la que son sometidos a la envidia. Denuncia que se den cargos de responsabilidad y dinero a arribistas que ni ellos ni sus padres arriesgaron la vida.
Muestra Vélez que no sólo Bernal, sino otros conquistadores como Antonio de Saavedra, Terrazos y más dejaron la espada para manejar la pluma, por ellos mismos, o a través de quien supiera hacerlo. El nieto de Hernán Cortés, III marqués del Valle, hizo de mecenas de poetas y escritores que defendieron la causa de los conquistadores y la lucha de su abuelo. Pleiteó contra la Corona en los tribunales para que fueran reconocidos sus derechos. En pleno apogeo de tales reivindicaciones con gran repercusión social, escribe Cervantes las aventuras de su hidalgo caballero. Hijos y nietos de los conquistadores van a batirse con la palabra para exigir sus derechos. Antonio de Saavedra escribe (Vélez): “Hay como yo otros muchos olvidados / hijos y nietos, todos descendientes / de los conquistadores desdichados. / Capitán y alférez valiente / los más de éstos están arrinconados”.
Esta manera de entender la literatura fue lo normal en aquella época de Cervantes, en la que tal como comenta el catedrático de literatura Juan María Marín, sobre Lope de Vega: «puso su pluma al servicio del sistema, al que hacía propaganda con su su teatro«. El Fenix del teatro escribió a favor de la monarquía absoluta y teocéntrica, porque sirve para acabar con los abusos de señores feudales, en obras como «»El villano en su rincón»; «Fuenteovejuna»; «El mejor alcalde el rey»; «Peribáñez». la literatura no fue algo etéreo, más allá del bien y del mal, sino una herramienta y es éste el contexto en el que hay que ubicar la obra de Cervantes para entenderla como tal y no las idealizaciones que la envuelven en una aureola de misticismo literario, que no tiene sentido. La novela «Don Quijote de la Mancha» también tiene una intencionalidad concreta. Lo cual no es un demérito.
Recogiendo datos en relación a lo que planteo, el dramaturgo Gonzalo Torrente Ballestero escribió un guion que asoma los entresijos sociales y psicológicos de la conquista en un caso extremo de violencia y ambición desmedida, pero que recoge el conjunto de esperanzas, expectativas y creencias de aquel ambiente en el Nuevo Mundo, lo cual representa este autor en la obra de teatro “Lope de Aguirre, crónica dramática de la historia americana” (1941). Una señora de esta pieza teatral se queja de que a su marido le trastornan quimeras de venganza. En muchos casos venganzas justicieras sin sentido, que reflejan el alma de don Quijote. También el de Sancho, en boca de un hombre sencillo de pueblo: “Soy un pacífico campesino que no sabe nada de rebeliones; sólo quiero llegar pronto (a El Dorado) y trabajar mi campo; fantasías de soldados no me alcanzan”. En otras escena los soldados que se rebelan al rey siguiendo las promesas y amenazas de Lope de Aguirre, se reparten títulos para hacer la nueva corte para el nuevo rey de las Indias. Un soldado grita ¡quiero ser duque! Otros se proclaman condes y demás. Otro dice en esa dualidad de ensoñación y avaricia: “sin renta no valen nada los honores”. Lo cual sucede en el contexto tanto de la obra teatral como en el hecho real de la expedición en busca de El Dorado, siguiendo aguas adentro del río Amazonas. La rebelión que sucede el año 1561 es fruto de una mentalidad. Aplastada, literalmente, por el ejército del rey que va en busca de los sublevados, refleja no obstante el hecho de ser despreciados, como recoge en su obra Torrente Ballestero: “el rey no tiene arte ni parte en las Indias, obra fue de desdichados capitanes, señalados por la ingratitud”. A pesar de todo lo que hicieron, de ampliar el territorio de la corona, engrandecer el imperio y traer oro gozaron de mala fama y desestimados de cualquier recompensa, entre contemporáneos fueron mal vistos y así quedó para la Historia como locos aventureros en busca de riquezas fantásticas y luchas imaginarias (quijotes) y a su vez codiciosos de títulos y riqueza (sanchos) Se destacó este aspecto y no muchos otros justificando de esta manera no cumplir con ellos ni pagar sus merecimientos.
Es una realidad que a Cervantes le interesa, como recaudador de impuestos cuando escucha tantas quejas de quienes además de perder a sus hijos tienen que tributar al rey, y también como soldado que luchó contra los mahometanos. Y que además quiso ir a las Indias y no le dejaron. Lo que provocó aún más su menosprecio. El enganche literario con los conquistadores sucede en la novela de Cervantes con las de caballería a la que los conquistadores fueron muy aficionados, e influyó en su mentalidad. Todo lo cual no merma en absoluto el mérito literario de la obra de Cervantes, pero es necesario ver su contexto y realidad de fondo, y no tanto “cervantismo” que se ha convertido en una carrera de adulaciones y fabricar adjetivos, epítetos e hipérboles cada vez más altisonantes vacíos de contenido.
Cervantes arremete contra los conquistadores, describiendo su doble función, según fuera antes o después de la conquista con los dos personajes protagonistas, por medio de las novelas de caballería, vistiendo a aquellos de caballeros andantes. La mentalidad conquistadora es un efecto de la propagación de las novelas de caballería. Son los propios narradores conquistadores o descendientes de ellos quienes se comparan y asemejan con tales héroes caballerescos. Y un asunto pecaminoso que Cervantes, católico a ultranza, va a arrancar de cuajo en su obra es la sexualidad de los personajes, lo contrario de los personajes de las novelas de caballería. Lo libidinoso de los conquistadores es a semejanza de quienes protagonizan las novelas caballerescas, convirtiendo Cervantes a su protagonista en un casto caballero andante y a su escudero en un paisano asexual, lo cual va a cuestionar y cambiar Avellaneda, porque es un tema de fondo que también aparece. Lo que también es algo que se afea a los conquistadores, en tanto que se relacionan con las mujeres del “enemigo”, algo que no sucede con los musulmanes ni protestantes de las otras guerras. Varias piezas de teatro de Cervantes tratan de este cruce se sentimientos encontrados y enamoramientos entre mujeres moras y cristianos, y viceversa.
El mito exagerado de vanagloria y a la contra la leyenda negra sobre los conquistadores, que es personalizada en en gran medida sobre la figura de Hernán Cortés, han impedido entender y analizar la historia de carne y hueso, la de un grupo de seres humanos ante una situación desconocida y sumidos luego en la codicia y el egoísmo de siempre. Las referencias a este fenómeno traspasó las fronteras de las crónicas, al pasar a la literatura, que fue lo que sirvió de altavoz a la causa, de un lado y de otro, defensores y detractores. Por ejemplo Quevedo y Tirso de Molina, junto a Lope de Vega escribieron laudos a favor de Hernán Cortés. El dramaturgo declarado enemigo de Cervantes escribe “Un gran Cortés, y un gran cortesano / … si Cortés con la espada alcanzó la gloria / vos (a Antonio Saavedra, historiador y poeta, hijo y nieto de conquistadores y pobladores de la México) con la pluma “imperio soberano”.
La respuesta de los descendientes de conquistadores, y de ellos mismos fue recurrente en su época y trajo cola, lo cual no es descabellado ver que traspasara la literatura. Hay una serie de textos en el Quijote de Avellaneda que parecen querer dar pistas, señuelos para dar a entender, sin decirlo, en cuanto a que quien escribe es familia de a quien defiende. Como cuando la infanta Burdelina, hija del desdichado rey de Toledo, acusa al enemigo de su padre de “levantador de falsos testimonios a su propia madrastra”. “Madrastra” es la imagen de lo que los conquistadores han insistido y su descendencia: que el ejército del imperio lo ha “cuidado y criado” el oro y plata que ellos dieron a la corona.
“… si lo enviaba luego a su hija Burdelina, que soy yo, para servirse de mí en lo que fuese de su gusto”. Parece que quiere indicar algo. Habla Burdelina, pero insiste en “que soy yo”, como si se tratara de quien escribe lo que habla este personaje. “Para servirse”, “enviaba a su hija”. Quien escribe juega con el lector y traslada un mensaje camuflado. Que podría no ser tenido en cuenta, pero que cuando se repite e insiste, en relación a esto, como veremos a continuación, hay que reparar en tales comentarios porque son indicadores de algo.
En otra parte de la novela Avellaneda refiere que el Archipámpano dice a Sancho que parece que ha estudiado en Salamanca toda la ciencia escritural según enriquece de sentencias (refranes) Sancho replica que no ha estudiado en Salamanca, “pero tengo un tío en el Toboso que escribe tan bien como el barbero… todavía me he aprovechado de su habilidad”. Hace una referencia de parentesco, como queriendo decir que escribe en su nombre, que sabe hacerlo. Y al poco continúa, como si añadiera lo que escribe en ese juego de dar a entender: “porque como dicen ¿quién es tu enemigo y el de tu oficio?… si lo he hurtado algo de lo que él sabe de esto, como se ve en ese papel, él me lo debía”. Parece una alusión al autor que Avellaneda copia la historia de don Quijote para cambiarla. Pero esto son indicios, que podrán abrir una vía de investigación documental en esta línea, debido a que las otras que se han llevado a cabo no logran saber quién es.
Realizo una observación más, en tanto que en un momento dado don Álvaro en la novela de Avellaneda, se disfraza de gigante que es rey de Chipre, un sultán, contra quien ha de luchar don Quixote. Parece una alusión que en sus tiempos no se supo, sino en ambientes de familia porque se contase, pero que luego se ha conocido al leer crónicas y demás documentación (Vélez) de que Hernán Cortés participó por dos veces en los autos sacramentales celebrados en México el día del Corpus Christi, con un disfraz de califa de los moros (1533) y meses después otra vez en la fiesta de moros y cristianos que representaron. Historias éstas que se cuentan en familia de personas que lo hubieran vivido, aunque bien lo pudo haber oído contar, aunque darlo tanta relevancia es que la atañe de cerca.
Al final de la novela de Avellaneda hay un añadido que parece no venir a cuento y como si quien escribe quisiera señalar otra vez algo. En lo que pueden encajar las piezas de un conjunto de casualidades, pero como conjetura se trata de aportar indicios, que no argumentos, para las disquisiciones que puedan surgir: al curarse don Quixote salió de la casa del Nuncio, la casa de los locos, pero parece que volvió a las andadas, y nunca mejor dicho. Lo apunta el autor o autora, que convertido en “caballero de los trabajos” recorre: Salamanca, Ávila y Valladolid.
Me llamó la atención tal final, sobre todo porque Ávila no pilla de paso entre las otras dos ciudades, más bien hay que pasar por Ávila desde Toledo o Madrid para llegar a Salamanca. ¿Y por qué tales y en ese orden?, ¿por qué terminar así? Puede ser como cualquier otro final que hubiera elegido, pero resultó que encontré una cierta relación que tiene que ver con un posible parentesco del autor, como que lo deja dicho en forma de adivinanza, como así lo hicieron los estudiantes de la novela que el ir hacia Alcalá se encuentran con los tres protagonistas.
Hernán Cortés estudió en Salamanca (1499), en casa de Francisco Núñez de Valera, según ha investigado el historiador Demetrio Ramos. Vivió luego en Valladolid (1502) Sansón Carrasco es estudiante de Salamanca. El año 1542 Hernán Cortés asistió a la boda del príncipe Felipe, que luego sería Felipe II, en Salamanca. En 1544, antes de ir a Sevilla, vivió en Valladolid otra vez. También Cervantes vivió en esta ciudad y en ella fue juzgado. El año 1528 Hernán Cortés se encuentra por primera vez con el emperador Carlos I en Toledo. Ciudad a la que llega finalmente el Quixote de Avellaneda. Pero las referencias de Cervantes en relación a donde se dirige su Quijote, en la primera parte y en la segunda, que cambia por despecho a lo narrado por Avellaneda, parece indicar otro coincidencia, ¿casualidad? El año 1529 Hernán Cortés viaja con Carlos I a Zaragoza. Meses después van ambos juntos a Barcelona, donde el conquistador es nombrado “marqués del Valle”. Que Avellaneda hiciera pasar a sus personajes por Alcalá de Henares, donde nació Cervantes, parecen muchas coincidencias, pero pudiera ser una relación fantasiosa de los datos.
¿Y la ciudad de Ávila? Aparece citada esta localidad de repente sin venir a cuento, si que antes fuera nombrada. ¿Qué tiene que ver con las otras y en relación con lo que venimos diciendo? Resulta que (Iván Vélez) cuando en 1566 el hijo de Hernán Cortés y de la mexicana Melinche, Martín Cortés, II marqués del Valle, se rebeló a la metrópoli para defender sus derechos, sus encomiendas en contra de los nuevos gobernadores que iban de nuevas de parte de la Corona, sin antepasados que hubieran luchado allá. Quienes apoyaron tal rebelión fueron llamados “Los Ávila”. El instigador fue Alonso de Ávila, ejecutado una vez fue reducida la sublevación, junto a González Ávila, otro de los cabecillas. Sus cabezas fueron exhibidas para sembrar el terror a cualquier intento de rebeldía contra el Poder central.
Dos formas de entender la locura
Es curiosa la animadversión que causan los conquistadores y Cortés especialmente, porque lo que llaman “matanzas” los que los critican y “crueldad”, cuando se refieren a la intervención del apóstol Santiago o a la intercesión de la Virgen María, lo llaman “batallas” y “necesaria evangelización”, cuando se supone que es el mismo hecho. Este detalle es importante, porque tiene que ver en cómo define Cervantes al protagonista de su novela, lo cual es uno de los dos aspectos que Avellaneda va a trasformar en su réplica. Este autor o autora no continúa las aventuras del hidalgo y casto caballero andante, sino que cambia sus objetivos e historias, lo transforma de “caballero enamorado” a “caballero desamorado”. Cambio nominal que va a afectar a la manera de ser y el contexto en el que desarrolla su locura.
Bartolomé de las Casas y otros críticos que anatemizan a los conquistadores exageran e inventan muchas atrocidades, de lo que, como en todo hecho “legendario”, hubiera una base real, con el objetivo de intensificar el desprecio y la condena a lo que combaten como fanáticos del catolicismo: la sexualidad, que sin embargo es un tema tabú, que apuntan, pero no dicen claramente ni hablan abiertamente de este asunto, que supuso una revolución al dar origen al mestizaje, pero parcial en su gran mayoría al ser entre los varones llegados de la península ibérica y mujeres indígenas. La otra combinación sucede mucho más tarde y en mucha menor medida. Es preciso observar la importancia de este hecho, en la medida que en EE.UU. hasta el año 1967 no se legalizó el matrimonio entre razas diferentes. Sólo en unos pocos estados fue posible, y hasta ese año únicamente se produjo esta mezcla en un 3% de la población.
No es posible entender tales contradicciones si no se tiene en cuenta que no fue un problema de fe, sino de fanatismo religioso, que impregna una época y en un ambiente de lucha religiosa dentro de la iglesia católica como institución que va asumiendo la Contrarreforma preconizada por Erasmo de Róterdam, de manera que la fe ha de ir acompañada de actos en consonancia. No vale eso de las bulas, de pecar y arrepentirse, o la salvación por el simple hecho de creer, lo cual va a ser argumento de novelas y obras teatrales de la época y posteriormente. Tirso de Molina va a condenar al Burlador de Sevilla, mientras que Zorrilla salva a don Juan Tenorio por la intercesión de doña Inés, después de todo el mal que hizo. Una mentalidad es la que está en juego, ya que dirige la conducta de una sociedad porque la forma de pensar y de sentir de la gente es lo que impulsa sus decisiones y actos cotidianos para construir la Historia.
El fanatismo pretende imponer su fe y sus símbolos. La propia palabra referida a “fanum”, “templo” indica su marco de actuación, la ceremonia, los ritos. Los conquistadores llevan a cabo la evangelización al mismo tiempo que el mestizaje. Erigen cruces para sustituir lugares de culto pagano donde se ejecutan sacrificios humanos, sustituyen ídolos por la imagen de la Virgen María con el niño Jesús en sus brazos. Dan misas antes de las batallas y para asentar las poblaciones las convierten en un elemento de cohesión. Pero quien interviene en tal imposición queda exento del cumplimiento de los preceptos y roban, matan, cometen actos impuros al mismo tiempo porque se consideran los elegidos, exentos de cumplir la norma mundana. El no matarás se transforma en matanzas sistemáticas, en hogueras y amar al prójimo en torturas inimaginables, ciertas aunque no de manera tan exagerada y deformada por los que construyen la leyenda negra de España que se fragua desde dentro del país y se expande por el imperio y en su periferia. Ha sucedido en todas las religiones, y sigue pasando, igualmente con las ideologías políticas. Y cuando la excepción que delimita el fanatismo se extiende, la propia dinámica de la creencia o de la ideología interviene con mecanismos de represión y control para evitar que las contradicciones hagan sucumbir lo que defienden los adeptos. Los reyes del imperio católico que luchan a favor de su fe son bendecidos y apoyados por la máxima autoridad eclesial, aunque tienen amantes, concubinas, sin guardar demasiado recato. Las relaciones extramatrimoniales son conocidas en la Corte de los emperadores y reyes de entonces y reconocidas las más de las veces por quienes las llevan a cabo. Erasmo de Róterdam (1476 – 1536) escribe sobre su contrariedad al recordar la disciplina que se aplicó a los niños para quebrar su voluntad en los seminarios, mientras que los monjes contrariaban los principios de la doctrina que enseñaban. Dentro del clero se dio esa misma contradicción. El mismo Juan de Austria es consecuencia de una relación extramatrimonial de Carlos I. Felipe II tan beato se amancebó con diversas amantes. Algunas al verse despechadas participaron en conjuras contra la corona. Sin embargo no se perdona la promiscuidad y la tendencia al placer carnal en los conquistadores en general, y con Hernán Cortés en particular, por parte de algunos clérigos. En el juicio al que es sometido por la muerte de su mujer, en el que no no fue declarado culpable, sí se recoge la declaración de varios testigos, entre otros de varias doncellas de Catalina, en la que inciden en las relaciones de Cortés con la Hermosilla, con la que tuvo a su hijo Luis, después de haber tenido a Martín con Malinche, la india que hizo de traductora con los nativos. ésta luego se casaría con Juan Jaramillo, con quien tuvo a su hija María. Las mujeres que testificaron en el juicio contra el marido de Catalina, aludieron a que cohabitó con varias mujeres, además de las ya conocidas (Millares, 2001).
Fue una época en la que se decidió acabar en el seno de la iglesia católica con el derecho a la barraganía, de lo cual gozó el clero, sólo que se pidió anteriormente que no hicieran ostentación de sus relaciones con mujer. Un dato documentado es que la Capilla Sixtina (1473 – 1483) financió la decoración por el artista Miguel Ángel con los impuestos de las prostitutas que ejercían su trabajo dentro del Estado Vaticano. Sobre todo los representantes de la iglesia en aquella época no lo esconden, sino que lo admiten y otorgan su amparo y derechos hereditarios a los hijos “ilegítimos”. Lo cual es algo que se ve normal y se divulgan a la par las novelas de caballería, alguna yendo más allá, como la novela “Amadís de Gaula” de Garci Rodríguez de Montalvo, en la que admite con normalidad las relaciones homosexuales. Lo cual los conquistadores rechazan. Es en esta amalgama de contradicciones, visibles unas y otras no al quedar ocultadas, en la que es preciso situar ese pulso, o mejor un combate interno a muerte, que hará que la sociedad evolucione hacia un lado y con ella la literatura que no quedó a parte de esa lucha intestina dentro de la iglesia católica, lo que hizo que Erasmo de Róterdam escribiera: “Todos tienen estas palabras en la boca: evangelio — palabra divina — fe — Cristo — espíritu, pero veo a muchos de ellos comportarse como si estuvieran poseídos por el demonio”. Sus obras fueron censuradas, si bien con Carlos I se organizó una junta de teólogos para estudiar sus ideas, pero su sucesor volvió a perseguir esta corriente de pensamiento humanista. En esta época, tal como indica Marcel Batallón en su obra “Erasmo y España”, se produce una rebelión de un gran número de frailes contra Erasmo, hasta el punto de que la Inquisición prohíbe que se hagan las críticas en público y queden en el ámbito privado. Este «humanista bíblico», como le han llamado, será quien a través de sus reflexiones facilite a la iglesia entrar en la cultura moderna (Huizinga) Su crítica al exceso de ritualismo que mantiene la jerarquía católica y los ayunos que establece como penitencia y otras cuestiones hizo que la inquisición aplicara sobre su obra «censuras menores» (María José Vega, 2016) como la de «escándalo», la cual se aplicó para evitar la ruina espiritual y la caída al pecado de quien lo leyera. De la misma manera no se permitían las discusiones teológicas ante los simples, con el fin de preservar su fe. Y se aplicó la misma tanto a cuestiones de ficción, como que fueran verdad, como en caso de divulgar cuestiones pecaminosas de los monjes o el clero en general, aunque lo denunciado fuera cierto.
En «Elogío de la locura», Erasmo hace que la locura se defienda a sí misma, siendo hija de Plutón, pero criada por Ebriedad (hija de Bacon) e Ignorancia (hija de Pan) Gracias a ella el anciano se vuelve niño y evita de esta manera saber la proximidad de su fin. El título original es «Encomio de la estulticia», o sea una alabanza de la ignorancia. Sí podemos observar ciertas influencias o coincidencias con la obra de Cervantes en su «Don Quijote de la Mancha». Cuando éste escribe está en pleno auge la difusión de la obra erasmista. Según Erasmo hay dos tipos de locura: 1. Furia, lanzada desde los infiernos, que da lugar a guerras, al incesto y calamidades. 2. Como extremo de la razón, de manera que libera al alma de la angustia. la cual es deseable para Cicerón. Entiende el meollo de este libro que cuanto más estulta sea una persona más feliz. también que todos estamos poseídos, en cierta medida, por alguna locura. «La gente llama loco a aquel que imagina que una calabaza es una mujer«, coincidencia ésta con la trama de Cervantes sobre su casto caballero. Según explica desde la «ignorancia» o «locura», «la mujer bella tiraniza al tirano», haciendo el hombre el ridículo porque dice muchas tonterías para disfrutar de la mujer. En otra parte de la misma obra define a la muer como «animal astuto y necio, pero gracioso y placentero, endulza con su estupidez la tristeza del carácter varonil». Plantea Erasmo salir de la necedad, no de la sabiduría. Y «los filósofos creen saber todo y no se conocen a sí mismos», fuente ésta del saber quijotesco. Usa la palabra estulticia a modo de la «moria» griega: el sabio-tonto, que entra en resonancia con Sancho Panza. Critica que las sagradas escrituras otorguen al estulto la pureza de alma y se la niegue al sabio. Y que la felicidad del cristiano sea por la locura y por la ignorancia. Y «cuanto más intenso es el amor, más profundo y feliz es el delirio que produce». ¿No hay una cierta concomitancia con los personajes don Quijote y Sancho? Erasmo narra cómo el loco esta fuera de sí mismo y lamenta recobrar la razón, ya que disfrutan de la especial locura y recurre a un refrán griego: «los locos a veces dicen la verdad» y puede que tanto Erasmo como Cervantes la usaran para llamar al pan pan y al vino vino, pero lo dice un enajenado… No obstante es esta locura y docta ignorancia, la que usa Cervantes como disfraz, a cuanta de satirizar lo que en realidad fue delirio convertido en realidad y afán de ínsulas como fondo real de los conquistadores. Otra similitud que actúa como reflejo en la misma línea es lo que en la primera parte de la obra «Don Quijote», en boca del canónigo de Toledo, refiere de las novelas caballerescas, de las que cuestiona su belleza: «¿… nos quieren pintar una batalla, después de haber dicho que hay de la parte de los enemigos un millón de competientes, como sea contra ellos el señor del libro, forzosamente, mal que nos pese, habemos de entender que el tal caballero alcanzó la vitoria por sólo el valor de fuerte brazo?» Precisamente tal fue el mito-realidad de los conquistadores, en especial los que vencieron a los mexicanos de la mano de Hernán Cortés. Lo cual se propagó y se quiso desmerecer, entre otros por Miguel de Cervantes, a lo que alude directamente en sus primeras obras de teatro. Lo cual fue una de las quejas de los conquistadores que sobrevivieron, como Berrnal Rodríguez, que escribe su «verdadera historia» para hacer ver lo meritorio de las hazañas llevadas a cabo y que luego la descendencia de los mismos van a querer hacer valer.
Según Erasmo si aumentan los enemigos de la iglesia católica es «por culpa de los pontífices impíos que alcahuetean con sus leyes, las adulteran con caprichosas interpretaciones y la crucifican con su conducta infame». Habiendo sido Erasmo secretario del obispo de Cambrai y un intelectual educado en la Sorbone de París, sus escritos fueron orientados en los caminos de la Reforma, pero luego hacia la Contrarreforma para expiar las culpas. Yendo finalmente contra él que sólo quiso purificar la doctrina de la iglesia. Prueba de las paradojas de interpretación fue que siendo sacerdote católico fue enterrado en la catedral de Basilea, siendo un templo protestante. Al final de su Elogio desea «salud a los aberrísimos devotos de la sandez, aplaudid, vivid y beber».
Apuntemos que la inquisición se implantó en América, el año 1569 Los tribunales de Lima y un año después en México, con todo su rigor, pero más contra las costumbres que para atajar herejías, si bien ésta fue la excusa, aplicada contra los europeos afincados en el continente recién descubierto y no contra los indígenas, a los que se consideró neófitos, ni contra los esclavos negros.
La literatura actúa en el inconsciente de las personas, fabrica la mentalidad colectiva e individual, de manera fundamental cuando no hubo medios de comunicación. La socialización del fanatismo ha llevado a una religiosidad folclórica y de explotación turística posteriormente, defendiendo las manifestaciones de fe, procesiones, celebraciones y demás sin que los preceptos los cumplan una gran parte de feligreses, que siempre encuentran una excusa o justificación.
Todo esto que tuvo un comienzo en esa crisis de religiosidad, que ya se olvida, sólo pudo ser visto y sucedido mediante un “loco”, que es quien lo puede hacer visible. Cervantes idea una locura “real” que interacciona con el mundo. Lleva a su personaje protagonista al extremo opuesto de lo que representa: la castidad. Lo cual nada tiene que ver con las novelas de caballería donde abunda “folgar en la foresta” durante días y semanas (“Amadís de Gaula”, “Tristán e Isolda”) Cervantes deja que su personaje, y por consiguiente el lector, vea la locura al vivir loco, pero muere cuerdo don Quijote / Alonso Quijano, porque quiere hacer visible adonde lleva la locura y su contrapeso, el “panzismo”. Avellaneda desarrolla en su novela otro tipo de locura, que tiene que ver con la enfermedad mental. Su don Quixote acaba en el manicomio, es una locura ajena al mundo e introduce, y no por casualidad, entre medias de los dos personajes a una mujer, Bárbara, que saca a relucir la sexualidad como algo cotidiano, insatisfecha y saciada de pago (prostitución). Las dos largas historias que inserta Avellaneda su centralidad son las relaciones sexuales, las cuales pueden llevar a la perdición de las personas si suceden fuera de la moral y de la fe, pero no excluye el sexo en su narrativa. Las que aporta a su novela Cervantes son de carácter sentimental.
Cuando el teólogo dominico fray Vicente Palatino de Cazorla (Vélez) defiende la labor de Cortés se ve obligado a definir entre sus cualidades la de casto, para describirlo como persona virtuosa, “más casto que Cipión el Africano”. Curiosamente el capitán de los conquistadores de la Nueva España en su IV relación que escribe al monarca Carlos V, le pide que mande monjes, franciscanos o dominicos, pero no clero secular “por sus pompas y otros vicios”. A su vez según leemos en la crónica de Bernal, el tema de la sodomía, homosexual y heterosexual (“pecado nefando»), se convierte en una obsesión a medida que conocen las pautas y costumbres de los indígenas. Lo cual lo ponen al mismo nivel que el canibalismo. Nada cuentan los cronistas de la conquista sobre intimidades que hubieron de ser una novedad, al relacionarse con las mujeres que los caciques les regalaron, y otras que repartieron como botín de guerra.
Si desde el fanatismo religioso se interpreta literalmente que la carne, el mundo y el diablo son los enemigos del ser humano, hay que combatirlo. En esto se sitúa el ataque contra los conquistadores. Cervantes arranca la sexualidad de cuajo a su protagonista. Avellaneda la incorpora en su mujer protagonista, Bárbara. La locura y la sexualidad, manifiesta o no, navegan en ambas novelas con rumbos diferentes. El triunfo de Cervantes causó una onda expansiva que ha tenido efecto en la literatura universal hasta comienzos del siglo XX, cuando al mismo tiempo Sigmund Freud publica su obra sobre el inconsciente, del que dice siempre ha sido expuesto en la literatura, cuyo efecto ha supuesto una necesaria catarsis, pero con el psicoanálisis, afirma, descubre un método científico para acceder a lo inconsciente, pero el campo de batalla entre diversas mentalidades en la sociedad sucede en la literatura.
- Amadís de Gaula, don Quijote y los conquistadores
- Bernal Díaz del Castillo
- Autoría de Amadís de Gaula
- El Amor y la Pasión en las Novelas de Caballería
- La Homosexualidad en las Novelas de Caballería
- Reflexiones sobre Amadís
- Don Quijote y su referencia a los Conquistadores
- Influencia de las novelas de caballería
- Noticias sobre el estudio de la novela
- Sobre El Quijote de Alonso Fernández de Avellaneda
- Anexo 2 – Historia, Tacitismo y Poder
- Anexo 3 – La Pintura de El Bosco