Los celos de Swann los vivirá luego el personaje que hace de narrador siguiendo su camino. «Celos y amor no son una pasión continua e indivisible«, se suceden uno a otro. Swann dice: «Cada vez que pienso que he malgastado los mejores años de mi vida, que he deseado la muerte y he sentido el amor más grande de mi existencia, todo por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo». Cuenta el narrador que mientras le duró a este otro personaje a enfermedad amorosa le surgieron las «fantasías de los celos», que a la vez le inspiraban pasión. En la obra «El cuarteto de Alejandría», en el tomo «Justine», Lawrence Durrell escribe que el amor se alimenta de celos. Y en «Balthazan «el amor se complace en torturarse».
Hay un texto que piensa Swann que me estremeció. El que dice que los celos fueron el incendio de su amor: «Cada vez que pienso que he malgastado los mejores años de mi vida, que he deseado la muerte y he sentido el amor más grande de mi existencia, todo por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo». Lo incomprensible del amor lo quiere contar Proust, en una historia que luego continua, la de Swann, en el narrador. Swann se casó con Odette cuando dejó de quererla. Una mujer que le quiso, cuenta, más de lo que Swann suponía y que le engañó más de lo que el se figuraba.
En «Sodoma y Gomorra» cuenta como dejaba ir a Albertina a su casa para reanudar las caricias, pero quería saber con quien pasa el tiempo cuando no está con él. Le atormenta que haya personas que le interesen más que él. «Me había intoxicado yo mismo» de los celos. Es consciente de ellos, pero no lo puede remediar: «los celos pertenecen a esa familia dudas enfermizas», de forma que «ser amado quita y agrava el mal». Los celos son una cadena, «los nuevos celos me hicieron olvidar los primeros».
«Los celos me impulsaban a dejar los menos posible a Albertina, aunque sabía que no me arrancaría de ellos hasta que no la dejase para siempre». Dice tenerla vigilada bajo su mirada, inútilmente vigilada. Narra también una historia de celos entre Charlus y Morel. Disecciona los sentimientos y busca el detalle último de ellos. Cuando sabe que Albertina ha mantenido y piensa que mantiene relaciones con otra mujer escribe: «los celos con mujer son diferentes, no puede luchar en el mismo terreno, no podía dar a Albertina los mismos placeres, ni concebirlos exactamente».
Afirma que los celos prolongan el amor, «vivid de veras con una mujer y ya no veréis nada de lo que os ha hecho tomar su amor». Para el narrador los celos pueden juntar dos elementos desunidos. Sin embargo más adelante afirma «los celos en el amor equivalen a la pérdida de toda felicidad».
En el tomo «La prisionera» Albertina vive con él y la esconde de todo el mundo. Albertina está prisionera de él, pero la prisionera real es el alma de él, «mi propia esclavitud». «Retirada por mí de la escena, encerrada en mi casa», «la encantadora cautiva». Se casó con ella el narrador, lo cual apenó a su madre. Deja de amarla, pero reconoce «sólo por el sufrimiento seguía mi apego a ella».
«Mis celos nacían en imágenes», dice. Y «si salía con ella si se separaba un momento estaba inquieto; me figuraba que hablaba con alguien o miraba a alguien». Considera que son una enfermedad física. Los define como «enfermedad intermitente cuya causa es caprichosa». Habla incluso de que hay hombres que son celosos de otros hombres lejanos, pero no si están cerca y son consentidores de que su mujer esté con ellos. «Los celos se debaten en el vacío«. Los celosos, dice luego, tienen una venda en los ojos.
Una de las mejores definiciones de los celos la escribe Proust en «La prisionera»: «no son más que una inquieta necesidad de tiranía aplicada a la cosa del amor«. «En los celos buscaba la posibilidad de una traición», que le lleva a elegir entre dejar de sufrir o dejar de amar.
En el tomo «El tiempo recobrado» dice que lo que despierta el amor cuando sentimos celos por la persona amada, pero no por ella, sino por sus actos. «Me torturaban los celos… me echaba a llorar». Dice: «Los celos nos descubren la realidad de los hechos exteriores y los sentimientos del alma son cosa desconocida que se presta a mil suposiciones… se produce un vertiginoso calidoscopio en el que no distinguimos nada».

En la obra de Virginia Woolf, «La señora Dalloway», editada diez años después de la obra de Proust, y formando parte de esas novelas psicológicas de comienzos del s. XX, también se analizan los celos, los del marido de la protagonista, que disimula y oculta, no tanto reprimirlos, sino apartarlos de su vida, para evitar vivir su dolor, y los del primero amor de la protagonista también, «celoso por temperamento», como si fuera algo que transcurre en el interior de las personas a lo largo del tiempo. Dice: «Los celos sobreviven a todas las pasiones de la humanidad«. Para Simone de Beauvoir en su obra «Monólogo», «los celos no son innobles, el verdadero amor tiene pido y garras».
También aparece el tema de los celos en el drama «Otelo» de Sakespeare, si bien en esta obra son inducidos. Aunque se considere una obra paradigmática de los celos, en realidad el protagonista actúa violentamente por sentirse engañado, ni siquiera sospechó que pudiera pasar algo así, que no sucedió, pero se lo hicieron creer y actuó por esta «realidad» que lo fue. Cuando Otelo se mata al comprobar que su mujer fue inocente después de que la asesinó reconoce «me dejé llevar como loco por la corriente de los celos». En verdad llama «celos» a la traición, que no soporta. Otra cosa es que la hubiera matado creyendo que. Un tema este de los celos que afecta tanto a la vida de las personas y en el mundo moderno parece superado no hablando de él, dejándolo a un lado y sin embargo silenciosamente interviene en la destrucción de muchas parejas o impulsa los maltratos entre el varón y la mujer.Sin embargo en su pieza «Las alegres comadres de Windsor» sí habla de los celos: «… las quimeras de vuestro propio corazón, eso son celos»; y que suceden cuando «es imposible amar de otra manera sino como una propiedad».
Vemos que los celos no son una forma de amar, ni un exceso de este sentimiento, sino que se trata de un delirio, de una alucinación sentimental. Lo mismo que quien ve visiones u oye voces. No lo puede remediar quien lo padece, pero sí ser consciente de ello y no dejarse llevar por aquello que vive como un a realidad que le arrastra a conductas posesivas con respecto a la pareja o al objeto de los mismos. Prueba de ello es que hay varones que sienten celos de que la prostituta a la que frecuentan mantenga relacione con otros varones. El personaje de Proust siente celos de que Albertina mantenga otras relaciones a parte de la suya, a la que mantiene, lo que se conoce como una «mantenida», y que mantenga relaciones sexuales con Andrea. Con quien tendrá relaciones él como una manera de tener algo de su «amada» a la muerte de ésta.
Para nada los celos son un desbordamiento sentimental, sino una patología. Mientras que el enamoramiento es una alucinación sentimental (no emocional) con carácter creativo, los celos lo son también, pero destructivos, causan dolor psicológico en quien lo padece y sufrimiento, incluso agresividad, a quien es objeto de ellos. Para poner un ejemplo que lo haga entendible es lo mismo que tener fe, o muchos conocimientos teológicos, nada tiene que ver con el fanatismo religioso, cuya variante delirante da lugara ver a la virgen, a ángeles, lo mismo que otros que padecen alucinaciones visuales ven extraterrestres. Los celos no se ven, se sienten. Y duelen psicológicamente, mucho.
En su obra «Los hermanos Karamàzov», Fiodor Dovtoievski trata el tema de los celos. Apunta que según el poeta ruso Pushkin, lo de Otelo no son celos propiamente dichos sino que es alguien a quien su ideal ha muerto. Cierto que es víctima de un engaño, que es inducido a desconfiar, lo cual por él mismo no se había dado cuenta. Le engañan de la infidelidad de su mujer, que él cree cierta, por aportarle falsas pruebas.
Otro autor ruso, León Tolstoi, en su obra «Ana Karerina», relata los celos de la protagonista de su amante Wronsky, pero ella los justifica al entender que «son pruebas de amor». Escribió también una obra cuyo eje central de la historia son los celos, un hombre que acaba matando a su mujer obsesionado por los celos. No sólo describe sus causas, sino que llega a indagar en sus causas. Se trata de la novela «La sonata a Kreutzer», en la que afirma que los celos son el secreto de la vida conyugal que todo el mundo conoce y todo el mundo oculta como origen de escenas violentas en los hogares. El marido reconoce cuando cuenta su historia que hizo culpable a su esposa en su mente. Los celos no tienen causa conocida, los considera una plaga de la vida conyugal que hace sufrir de manera horrorosa. También la mujer entiende que fue el amor lo que hizo que su marido tuviera celos. Un amigo de la familia va a ensayar con la mujer, para el marido de ella es sucio y libertino. El marido disimula, sonrisa, aparenta indiferencia, aunque reconoce que los celos los tuvo antes de que apareciera aquel señor. Ve cómo los dos se miran, pero parece que no pasa nada, a pesar de lo cual sufre. Empezó a espiar los gestos de su esposa, a analizar minuciosamente las frases que decía y analizar lo que encaja y lo que no, reconoce que no hay salida en los celos, a los que describe como una situación enjaulada. Creyó tener sobre el cuerpo de su mujer un un derecho indiscutible, como si fuera suyo sabiendo que no le pertenece. Llegó a la conclusión, después de haber matado a su mujer, de que los celos son un cáncer que lo consume todo, que roe el amor.
Los celos recorren la historia que cuenta otro autor ruso, Iván Turguénez, en «Primer amor», de su protagonista, Vladimiro Petronich, por la princesa Sinaida, de el húsar con quien está relacionada al principio de conocerla y de su padre al descubrir que mantiene encuentros con ella. También forman parte del desenlace de «Cándida» de Bernard Shaw, cuando Morell, el marido de el protagonista, pide que elija entre él y un poeta enamorado de ella: «¡Elige!, no quiero vivir en la degradación de los celos».
El dramaturgo inglés define los celos como ceguera. Yago, el conspirador que infunde los celos a Otelo bien sabe su poder destructor a uno mismo: «temed mucho a los celos, pálido monstruo burlador del alma que le da abrigo». sabe que quien caiga en ellos «infeliz el que coma, y dude y vive entre amor y recelo. Afirma: «la sombra más vana, la más ligera sospecha son para el celoso irrecusables pruebas.. que abrasan las entrañas».
Otro personaje del drama, Emilia, dice: «Los celos nunca son razonados, son celos porque lo son, monstruo que se devora a sí mismo». Desdémona, que sufre los celos de Otelo llega a fundir celos y amor, los funde y Emilia llega a decir que «por ese amor te mató». Desdémona dijo «le amo con tal extremo que hasta sus celos y furia me encantan». Esto es algo que en el tema de los malos tratos entre varón y mujer debería tenerse en cuenta para conocer esta sombra del interior humano. En «La comedia de las equivocaciones», los celos juegan malas pasadas: «Cuántas locas amantes se esclavizan por celos insensatos».
Los celos es algo que trata Baruch Spinoza en su obra «Ética», sobre lo que hay que tener en cuenta lo que escribió Robert Musil en la novela «El hombre sin atributos», nunca se da un sentimiento totalmente definido, su proceso de desarrollo y consolidación no acaba nunca: «los nombres de cada sentimiento en particular designan meramente tipos de sentimiento a los que se aproximan las vivencias reales correspondientes, sin que éstas lleguen del todo a un acuerdo con ellos«. Musil hace una observación realmente interesante, que se esconde en cierta medida, los celos del pasado de la pareja, lo que llama la emboscada de los celos, que sufren los dos protagonistas de su novela, los amantes hermanos Agathe y Urlich, que viven esos celos del espíritu. Incluso añadiría unos celos distantes que aparecen en una novela aún no editada, en la que suceden respecto a una persona por que alguien se siente atraído, pero no mantiene ninguna relación con ella, y siente celos de que otros hablen con ella o puedan tener una relación sexual con la misma, dando lugar a grandes sufrimientos que desde fuera nadie puede entender.
El pormenorizado análisis de los afectos, lo que nos afecta, que hace Spinoza sobre los celos es a tener en cuenta: Si alguien imagina que la cosa amada se une a otro con el mismo vínculo de amistad, o con uno mas estrecho, que aquel por el que él solo la poseía, será afectado de odio hacia la cosa amada, y envidiará a ese otro». «El que desea al objeto amado está reprimido por por la imagen de la cosa amada acompañada por la de aquel que se une a ella, en virtud de ello será afectado de tristeza y será afectado de odio hacia la persona amada y a la vez hacia ese otro, tal odio unido a la envidia se llama celos que por ende no son sino la fluctuación del ánimo surgida a la vez del amor y el odio, acompañados de la idea de otro al que se envidia.»
También la obra “Paris Austerlitz” de Rafael Chirbes hace una referencia a los celos retroactivos, sobre el pasado de a quien se ama o con quien se convive, explicándolo muy bien. Todo lo que son los celos tiene un componente delirante al ser lo que hace sufrir imaginario, aun partiendo de un hecho real al que luego el que los padece lo ve exageradamente. Sobre todo lo referido al pasado, cuando ni siquiera se conocían pues sucedieron los contactos sexuales antes de ser pareja y anterior a saber uno de la existencia del otro: “Dicen que los enamorados se sienten responsables de las de las personas a quien aman, incluso vagamente culpables de su pasado, o mejor sería decir del sufrimiento de su pasado. Eso lo he experimentado: a mí me dolía el Michel que no había conocido. Su infancia en Lecreux, la ausencia del padre, la juventud en Ruan con un hombre mayor que él en cuya carpintería trabajó, los desengaños, los amantes: Me dolía porque todo eso forma parte de él, de lo que yo amaba, había sido profanado y tenía que redimir.”
“Escribí en el cuaderno que tenía celos retrospectivos de quienes han entrado antes que yo y me esforzaba por rechazar su imagen. Los que me habían precedido. Como si se les pudiera dar marcha atrás a las biografías, necesitaba saberme propietario exclusivo.”
Esta novela recoge muy bien un tipo de celos. Suceden en una pareja homosexual. Un joven pintor se relaciona con un hombre casi treinta años mayor que él, un obrero. Descubre que éste ha tenido un amante en Marruecos: “Tuve celos del Michel que aparecía en aquellas cartas… Hubiera querido disfrutar del Michel que Ahmed había disfrutado.” Reconoce que era una falsa visión, un espejismo, pero aun así le hace sufrir. “Al volver de viaje empezaron los celos.” Los reconoce como tales. Pero es envidia o celos. Se consideran tales ante la inseguridad creada por sospechas de que la persona amada, o la pareja se interese por otra. Se supone que es algo imaginario, una forma de recelar: Temer, desconfiar, sin fundamento que no sea imaginaria. Porque cuando es real, es envidia que se hace patológica o causa sufrimiento por el acaparamiento que hacemos del otro. Miedo a perder al otro. A veces sucede en la amistad.
La madre de uno de los protagonistas cuanta que su marido. Al que quiso, se suicidó por culpa del alcohol y los celos. ¿Se refuerzan?, ¿acaso una razón del alcoholismo no tiene como base ahogar ese sentimiento, o más bien la inversión de un sentimiento? El joven de la pareja se queja de “su exigencia exclusiva , su afán de poseerme entero y que yo le poseyese de la misma manera.”
Otro tipo de celos que describe son los de cuando han dejado la relación, se han separado definitivamente: “Tenía celos… me molestaba que a los demás siguiera apeteciéndoles lo que yo había empezado a detestar”, y valoraba negativamente a quienes se acercaban a su antigua pareja. ¿Celos o envidia?, ¿o sentido de posesión del otro? “Se avivaba mi deseo cuando pensaba que otros obtenían parcelas de él que habían sido mías.” ¿Sentimiento de acaparar, seguir controlando?
En la novel pastoril «La Galatea» Miguel de Cervantes trata el tema de los celos en varias ocasiones como fundamento de diversas tramas sentimentales:
«Celos, a fe, si pudiera,
que yo hiciera por mejor
que fueran celos de amor
y que el amor celos fuera
…..
Y un fueran de tal manera
los celos en mi favor,
que,al ser los celos mor,
el amor yo solo fuera».
Habla de ellos como «maldita dolencia». «Querría el amante celoso que sólo para él su dama fuese hermosa, y fe para todo el mundo, dice, porque explica que para el amante celoso «cualquiera sombra le espanta, cualquiera niñería le turba y cualquier sospecha falsa o verdadera, le deshace… piensa que le engañan. Y no habiendo para le enfermedad de los celos otra medicina que las disculpas, y no queriendo el enfermo celoso admitirlo sigue que esta enfermedad es sin remedio… porque no son los celos señales de mucho mor, sino de mucha curiosidad impertinente… el enamorado celoso tiene amor, más es amor enfermo y mal acondicionado, es señal de poca confianza en sí mismo». En la novela «Don Quijote de la Mancha» el famoso protagonista como Caballero de la Triste figura se lamenta de su desdicha la larga ausencia de la amada Dulcinea»unos imaginados celos» que le llevan a lamentarse de o tener ante él la «humana hermosura»

En otra obra, «La gitanilla», Cervantes alude al tema cuando Preciosa, la gitanilla, comenta que ella quiere de andar siempre libertad desenfadada, sin que la ahogue ni turbe la pesadumbre de los celos… «mirad que los amantes que entran pidiendo celos, o son simples o confiados«. En otro párrafo : «… te ha penetrado el alma la dura espada de los celos». Sí como que fatiga la amarga y dura presunción de los celos. Preciosa, la gitanilla, dice: «nunca los celos dejan el entendimiento libre par que puedan juzgar las cosas como ellas son; siempre miran los celosos con antojos de allende que hacen cosas pequeñas grandes, los enanos gigantes, y las sospechas verdades«. Y: «la infernal enfermedad celosa es tan delicada, y de tal manera, que en los átomos del sol se pegan y de los que se tocan a la persona amada se fatiga el amante y se desespera». También, insiste: «Los celos son de cuerpos sutiles y se entran por otros cuerpos sin romperlos, apartarlos ni dividirlo«. En otra novela, «La ilustre fregona», define a los celos como «la dura saeta». En la novela «Don Quijote de la Mancha», este Caballero de la Triste Figura asegura que los desdichados amantes se lamentan de imaginados celos. Y en un poema de Cardenio se pregunta y responde: «Y ¿quién aumenta mis duelos? / Los celos…. De este modo en mi dolencia / ningún remedio se alcanza, / pues me matan la esperanza / desdenes, / celos y ausencia.»
En boca del cabrero leemos en la obra «Don Quijote»: «Aun quien se lamente y sienta la rebiosa enfermedad de los celos… que antes se supo su pecado que su deseo.»
En su correspondencia, Franz Kafka, escribe a Milena que tiene celos del marido de ella, aunque la hubiera prometido no mortificarse con ellos, sino volverlos contra él. Define en otra carta, los celos como pensamientos enfermizos de la soledad, que le surgen porque quiere aferrarse desde todos los lados a ella, también el de los celos, lo cual reconoce que es absurdo, pero aunque lo reconozca es algo que le suceden.
Los celos de Swann los vivirá luego el personaje que hace de narrador siguiendo su camino. «Celos y amor no son una pasión continua e indivisible«, se suceden uno a otro. Swann dice: «Cada vez que pienso que he malgastado los mejores años de mi vida, que he deseado la muerte y he sentido el amor más grande de mi existencia, todo por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo». Cuenta el narrador que mientras le duró a este otro personaje a enfermedad amorosa le surgieron las «fantasías de los celos», que a la vez le inspiraban pasión. En la obra «El cuarteto de Alejandría», en el tomo «Justine», Lawrence Durrell escribe que el amor se alimenta de celos. Y en «Balthazan «el amor se complace en torturarse».
Hay un texto que piensa Swann que me estremeció. El que dice que los celos fueron el incendio de su amor: «Cada vez que pienso que he malgastado los mejores años de mi vida, que he deseado la muerte y he sentido el amor más grande de mi existencia, todo por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo». Lo incomprensible del amor lo quiere contar Proust, en una historia que luego continua, la de Swann, en el narrador. Swann se casó con Odette cuando dejó de quererla. Una mujer que le quiso, cuenta, más de lo que Swann suponía y que le engañó más de lo que el se figuraba.
En «Sodoma y Gomorra» cuenta como dejaba ir a Albertina a su casa para reanudar las caricias, pero quería saber con quien pasa el tiempo cuando no está con él. Le atormenta que haya personas que le interesen más que él. «Me había intoxicado yo mismo» de los celos. Es consciente de ellos, pero no lo puede remediar: «los celos pertenecen a esa familia dudas enfermizas», de forma que «ser amado quita y agrava el mal». Los celos son una cadena, «los nuevos celos me hicieron olvidar los primeros».
«Los celos me impulsaban a dejar los menos posible a Albertina, aunque sabía que no me arrancaría de ellos hasta que no la dejase para siempre». Dice tenerla vigilada bajo su mirada, inútilmente vigilada. Narra también una historia de celos entre Charlus y Morel. Disecciona los sentimientos y busca el detalle último de ellos. Cuando sabe que Albertina ha mantenido y piensa que mantiene relaciones con otra mujer escribe: «los celos con mujer son diferentes, no puede luchar en el mismo terreno, no podía dar a Albertina los mismos placeres, ni concebirlos exactamente».
Afirma que los celos prolongan el amor, «vivid de veras con una mujer y ya no veréis nada de lo que os ha hecho tomar su amor». Para el narrador los celos pueden juntar dos elementos desunidos. Sin embargo más adelante afirma «los celos en el amor equivalen a la pérdida de toda felicidad».
En el tomo «La prisionera» Albertina vive con él y la esconde de todo el mundo. Albertina está prisionera de él, pero la prisionera real es el alma de él, «mi propia esclavitud». «Retirada por mí de la escena, encerrada en mi casa», «la encantadora cautiva». Se casó con ella el narrador, lo cual apenó a su madre. Deja de amarla, pero reconoce «sólo por el sufrimiento seguía mi apego a ella».
«Mis celos nacían en imágenes», dice. Y «si salía con ella si se separaba un momento estaba inquieto; me figuraba que hablaba con alguien o miraba a alguien». Considera que son una enfermedad física. Los define como «enfermedad intermitente cuya causa es caprichosa». Habla incluso de que hay hombres que son celosos de otros hombres lejanos, pero no si están cerca y son consentidores de que su mujer esté con ellos. «Los celos se debaten en el vacío«. Los celosos, dice luego, tienen una venda en los ojos.
Una de las mejores definiciones de los celos la escribe Proust en «La prisionera»: «no son más que una inquieta necesidad de tiranía aplicada a la cosa del amor«. «En los celos buscaba la posibilidad de una traición», que le lleva a elegir entre dejar de sufrir o dejar de amar.
En el tomo «El tiempo recobrado» dice que lo que despierta el amor cuando sentimos celos por la persona amada, pero no por ella, sino por sus actos. «Me torturaban los celos… me echaba a llorar». Dice: «Los celos nos descubren la realidad de los hechos exteriores y los sentimientos del alma son cosa desconocida que se presta a mil suposiciones… se produce un vertiginoso calidoscopio en el que no distinguimos nada».

En la obra de Virginia Woolf, «La señora Dalloway», editada diez años después de la obra de Proust, y formando parte de esas novelas psicológicas de comienzos del s. XX, también se analizan los celos, los del marido de la protagonista, que disimula y oculta, no tanto reprimirlos, sino apartarlos de su vida, para evitar vivir su dolor, y los del primero amor de la protagonista también, «celoso por temperamento», como si fuera algo que transcurre en el interior de las personas a lo largo del tiempo. Dice: «Los celos sobreviven a todas las pasiones de la humanidad«. Para Simone de Beauvoir en su obra «Monólogo», «los celos no son innobles, el verdadero amor tiene pido y garras».
También aparece el tema de los celos en el drama «Otelo» de Sakespeare, si bien en esta obra son inducidos. Aunque se considere una obra paradigmática de los celos, en realidad el protagonista actúa violentamente por sentirse engañado, ni siquiera sospechó que pudiera pasar algo así, que no sucedió, pero se lo hicieron creer y actuó por esta «realidad» que lo fue. Cuando Otelo se mata al comprobar que su mujer fue inocente después de que la asesinó reconoce «me dejé llevar como loco por la corriente de los celos». En verdad llama «celos» a la traición, que no soporta. Otra cosa es que la hubiera matado creyendo que. Un tema este de los celos que afecta tanto a la vida de las personas y en el mundo moderno parece superado no hablando de él, dejándolo a un lado y sin embargo silenciosamente interviene en la destrucción de muchas parejas o impulsa los maltratos entre el varón y la mujer.Sin embargo en su pieza «Las alegres comadres de Windsor» sí habla de los celos: «… las quimeras de vuestro propio corazón, eso son celos»; y que suceden cuando «es imposible amar de otra manera sino como una propiedad».
Vemos que los celos no son una forma de amar, ni un exceso de este sentimiento, sino que se trata de un delirio, de una alucinación sentimental. Lo mismo que quien ve visiones u oye voces. No lo puede remediar quien lo padece, pero sí ser consciente de ello y no dejarse llevar por aquello que vive como un a realidad que le arrastra a conductas posesivas con respecto a la pareja o al objeto de los mismos. Prueba de ello es que hay varones que sienten celos de que la prostituta a la que frecuentan mantenga relacione con otros varones. El personaje de Proust siente celos de que Albertina mantenga otras relaciones a parte de la suya, a la que mantiene, lo que se conoce como una «mantenida», y que mantenga relaciones sexuales con Andrea. Con quien tendrá relaciones él como una manera de tener algo de su «amada» a la muerte de ésta.
Para nada los celos son un desbordamiento sentimental, sino una patología. Mientras que el enamoramiento es una alucinación sentimental (no emocional) con carácter creativo, los celos lo son también, pero destructivos, causan dolor psicológico en quien lo padece y sufrimiento, incluso agresividad, a quien es objeto de ellos. Para poner un ejemplo que lo haga entendible es lo mismo que tener fe, o muchos conocimientos teológicos, nada tiene que ver con el fanatismo religioso, cuya variante delirante da lugara ver a la virgen, a ángeles, lo mismo que otros que padecen alucinaciones visuales ven extraterrestres. Los celos no se ven, se sienten. Y duelen psicológicamente, mucho.
En su obra «Los hermanos Karamàzov», Fiodor Dovtoievski trata el tema de los celos. Apunta que según el poeta ruso Pushkin, lo de Otelo no son celos propiamente dichos sino que es alguien a quien su ideal ha muerto. Cierto que es víctima de un engaño, que es inducido a desconfiar, lo cual por él mismo no se había dado cuenta. Le engañan de la infidelidad de su mujer, que él cree cierta, por aportarle falsas pruebas.
Otro autor ruso, León Tolstoi, en su obra «Ana Karerina», relata los celos de la protagonista de su amante Wronsky, pero ella los justifica al entender que «son pruebas de amor». Escribió también una obra cuyo eje central de la historia son los celos, un hombre que acaba matando a su mujer obsesionado por los celos. No sólo describe sus causas, sino que llega a indagar en sus causas. Se trata de la novela «La sonata a Kreutzer», en la que afirma que los celos son el secreto de la vida conyugal que todo el mundo conoce y todo el mundo oculta como origen de escenas violentas en los hogares. El marido reconoce cuando cuenta su historia que hizo culpable a su esposa en su mente. Los celos no tienen causa conocida, los considera una plaga de la vida conyugal que hace sufrir de manera horrorosa. También la mujer entiende que fue el amor lo que hizo que su marido tuviera celos. Un amigo de la familia va a ensayar con la mujer, para el marido de ella es sucio y libertino. El marido disimula, sonrisa, aparenta indiferencia, aunque reconoce que los celos los tuvo antes de que apareciera aquel señor. Ve cómo los dos se miran, pero parece que no pasa nada, a pesar de lo cual sufre. Empezó a espiar los gestos de su esposa, a analizar minuciosamente las frases que decía y analizar lo que encaja y lo que no, reconoce que no hay salida en los celos, a los que describe como una situación enjaulada. Creyó tener sobre el cuerpo de su mujer un un derecho indiscutible, como si fuera suyo sabiendo que no le pertenece. Llegó a la conclusión, después de haber matado a su mujer, de que los celos son un cáncer que lo consume todo, que roe el amor.
Los celos recorren la historia que cuenta otro autor ruso, Iván Turguénez, en «Primer amor», de su protagonista, Vladimiro Petronich, por la princesa Sinaida, de el húsar con quien está relacionada al principio de conocerla y de su padre al descubrir que mantiene encuentros con ella. También forman parte del desenlace de «Cándida» de Bernard Shaw, cuando Morell, el marido de el protagonista, pide que elija entre él y un poeta enamorado de ella: «¡Elige!, no quiero vivir en la degradación de los celos».
El dramaturgo inglés Shakespeare define los celos como ceguera. Yago, el conspirador que infunde los celos a Otelo bien sabe su poder destructor a uno mismo: «temed mucho a los celos, pálido monstruo burlador del alma que le da abrigo». sabe que quien caiga en ellos «infeliz el que coma, y dude y vive entre amor y recelo. Afirma: «la sombra más vana, la más ligera sospecha son para el celoso irrecusables pruebas.. que abrasan las entrañas».
Otro personaje del drama, Emilia, dice: «Los celos nunca son razonados, son celos porque lo son, monstruo que se devora a sí mismo». Desdémona, que sufre los celos de Otelo llega a fundir celos y amor, los funde y Emilia llega a decir que «por ese amor te mató». Desdémona dijo «le amo con tal extremo que hasta sus celos y furia me encantan». Esto es algo que en el tema de los malos tratos entre varón y mujer debería tenerse en cuenta para conocer esta sombra del interior humano. En «La comedia de las equivocaciones», los celos juegan malas pasadas: «Cuántas locas amantes se esclavizan por celos insensatos».
Los celos es algo que trata Baruch Spinoza en su obra «Ética», sobre lo que hay que tener en cuenta lo que escribió Robert Musil en la novela «El hombre sin atributos», nunca se da un sentimiento totalmente definido, su proceso de desarrollo y consolidación no acaba nunca, «los nombres de cada sentimiento en particular designan meramente tipos de sentimiento a los que se aproximan las vivencias reales correspondientes, sin que éstas lleguen del todo a un acuerdo con ellos«. Musil hace una observación realmente interesante, que se esconde en cierta medida, los celos del pasado de la pareja, lo que llama la emboscada de los celos, que sufren los dos protagonistas de su novela, los amantes hermanos Agathe y Urlich, que viven esos celos del espíritu. Incluso añadiría unos celos distantes que aparecen en una novela aún no editada, en la que suceden respecto a a una persona por que alguien se siente atraído, pero no mantiene ninguna relación con ella, y siente celos de que otros hablen con ella o puedan tener una relación sexual con la misma, dando lugar a grandes sufrimientos que desde fuera nadie puede entender.
El pormenorizado análisis de los afectos, lo que nos afecta, que hace Spinoza sobre los celos es a tener en cuenta: Si alguien imagina que la cosa amada se une a otro con el mismo vínculo de amistad, o con uno mas estrecho, que aquel por el que él solo la poseía, será afectado de odio hacia la cosa amada, y envidiará a ese otro». «El que desea al objeto amado está reprimido por por la imagen de la cosa amada acompañada por la de aquel que se une a ella, en virtud de ello será afectado de tristeza y será afectado de odio hacia la persona amada y a la vez hacia ese otro, tal odio unido a la envidia se llama celos que por ende no son sino la fluctuación del ánimo surgida a la vez del amor y el odio, acompañados de la idea de otro al que se envidia».
En la novel pastoril «La Galatea» Miguel de Cervantes trata el tema de los celos en varias ocasiones como fundamento de diversas tramas sentimentales:
«Celos, a fe, si pudiera,
que yo hiciera por mejor
que fueran celos de amor
y que el amor celos fuera
…..
Y un fueran de tal manera
los celos en mi favor,
que,al ser los celos mor,
el amor yo solo fuera».
Habla de ellos como «maldita dolencia». «Querría el amante celoso que sólo para él su dama fuese hermosa, y fe para todo el mundo, dice, porque explica que para el amante celoso «cualquiera sombra le espanta, cualquiera niñería le turba y cualquier sospecha falsa o verdadera, le deshace… piensa que le engañan. Y no habiendo para le enfermedad de los celos otra medicina que las disculpas, y no queriendo el enfermo celoso admitirlo sigue que esta enfermedad es sin remedio… porque no son los celos señales de mucho mor, sino de mucha curiosidad impertinente… el enamorado celoso tiene amor, más es amor enfermo y mal acondicionado, es señal de poca confianza en sí mismo». En la novela «Don Quijote de la Mancha» el famoso protagonista como Caballero de la Triste figura se lamenta de su desdicha la larga ausencia de la amada Dulcinea»unos imaginados celos» que le llevan a lamentarse de o tener ante él la «humana hermosura»

En otra obra, «La gitanilla», Cervantes alude al tema cuando Preciosa, la gitanilla, comenta que ella quiere de andar siempre libertad desenfadada, sin que la ahogue ni turbe la pesadumbre de los celos… «mirad que los amantes que entran pidiendo celos, o son simples o confiados«. En otro párrafo : «… te ha penetrado el alma la dura espada de los celos». Sí como que fatiga la amarga y dura presunción de los celos. Preciosa, la gitanilla, dice: «nunca los celos dejan el entendimiento libre par que puedan juzgar las cosas como ellas son; siempre miran los celosos con antojos de allende que hacen cosas pequeñas grandes, los enanos gigantes, y las sospechas verdades«. Y: «la infernal enfermedad celosa es tan delicada, y de tal manera, que en los átomos del sol se pegan y de los que se tocan a la persona amada se fatiga el amante y se desespera». También, insiste: «Los celos son de cuerpos sutiles y se entran por otros cuerpos sin romperlos, apartarlos ni dividirlo«. En otra novela, «La ilustre fregona», define a los celos como «la dura saeta».
En el Antiguo Testamento, en los Proverbios leemos: «Los celos del marido lo ponen furioso / y no perdonará el día de la venganza.»
En su correspondencia, Franz Kafka, escribe a Milena que tiene celos del marido de ella, aunque la hubiera prometido no mortificarse con ellos, sino volverlos contra él. Define en otra carta, los celos como pensamientos enfermizos de la soledad, que le surgen porque quiere aferrarse desde todos los lados a ella, también el de los celos, lo cual reconoce que es absurdo, pero aunque lo reconozca es algo que le suceden. Afirma que se asoman por todos los lados. Siente celos del marido de Milena, lo que más que celos es envidia. Dice que a veces los celos son superfluos. En el tema de los celos hay mucho que matizar. De otra manera crea confusión. Celos es cuando se imagina que alguien a quien se ama o desea se relaciona con alguien, y se tiene incluso la delirante seguridad de ello, vienen imágenes al respecto, sin que tengan un sentido real. Cuando es real es otra cosa, rabia, como en el caso de Otelo.
En su «nivola» «Niebla, Miguel Unamuno plantea: «Probablemente no nace el mor sin al nacer los celos, son los celos los que nos revelan el amor…». Afirma que nadie se dice sí mismo que está enamorado hasta que ella mira a otro hombre o él a otra mujer. Sin sociedad no se enamorarían unos de otro. En “La busca” de Pío Baroja aparece una manera de vivir los celos que Leandro tiene con respecto a la mujer que ama, Milagros, de manera que el amor se transforma en odio.
En «Libro del buen amor», Arcipreste de Hita dedica una parte los celos, los que considera «locura», locura de amor. El celoso, afirma, es celoso y triste, cundo los celos arraigan y dan lugar a suspiros y coraje, y nadie lo puede pagar, «el corazón se salta, nunca está de vagar», con ellos se buscan malas contiendas y se falla a aquello que se merece, los considera como estar un pez en una red, se entrar en peleas de las que no se puede salir, no se pueden vencer, estorban el pecado y hacen morir y son hermanos de la envidia, y convierten en bestias a quienes lo padecen. Los envidiosos los crían. «El celo siempre nace de la envidia pura.» «Con los celos y sospechas a todos aborreces.»
En el drama «Juan José» de Joquín Dicenta se unen la pasión y los celos. El protagonista que da título al drama mata a su amor, Rosa y a su pareja después de ir la cárcel por ella. Los celos le corroyeron ya antes de que Juan José la pegara. Reconoce que procedió malamente, porque par él ella vale como la Virgen para el altar. Reconoce que es un dolor muy perro el de los celos, y cuando se deja llevar por ellos «no se da cuenta de sí, se aturulla la cabeza, se llenan los ojos de sangre, se levanta el puño sin querer, ocurre lo que ocurre sin que uno puedo evitarlo…». Reconoce que se vuelve loco le dan ganas de matar quien le robe el cariño de ella.
Joaquín Dicenta
Otra novela que trata el tema de los celos es «El encantamiento del Viernes Santo», de Daniel Guerin. El protagonista empieza a sentirlos y reconoce «es uno de los temas de toda clase de literatura», y cita a Shakespeare y a Racine. Afirma: «en los celos hay una acidez biliosa, una mezquindad pueril de sentimientos». reconoce que el sufrimiento es sagrado y todo el mundo se inclina ante él, pero los celos hacen reír a los demás. El protagonista describe los celos por «una mujer que no era mi prometida, ni amante, ni esposa ni estaba ligada a ella por ningún compromiso». Tuve un amigo que se relacionó con una prostituta, como cliente asiduo, de manera que llegó a sentir celos porque estuviera con otros, cuando es la condición de su relación con ella. Se creó entre ambos una situación realmente tensa, lo que hizo que ella dejara de encontrarse con él, a quien consideró poseído por una locura absurda. Pero es que los celos se sienten sin querer, se puede no hacer caso de ellos, pero cuando invaden los sentimientos hacen pensar de todo en relación a la mujer sobre la que se proyectan los celos en relación a otras personas, celos de que ella esté con otros hombres, incluso con otras mujeres. Son una pasión vacía que sin embargo hace sentir, como escribe en la obra indicada Guerin: «separada de ella, gracias a los celos es posible reencontrar un poco del amor perdido».
El psicoanalista Alfred Adler en su obra «Conocimiento del hombre» dedica un capítulo a los celos describiendo lo que narra Proust en «La prisionera». La obra que cita es la del «penetrante psicólogo», Dostoievski, «Netochera Niesvanova», en la que una mujer es encerrada por su marido para toda la vida, para como el protagonista de la obra de Proust con Albertina lograr la soberanía sobre ella en un afán de dominación. Este rasgo psicológico desde la literatura se ha querido ver como amor y pasión, desde mi punto de vista como consecuencia del fracaso del enamoramiento que se quiere palpar y entonces degenera. Son los dos grandes sentimientos que aparecen en la literatura, que rompen el amor manso y la convivencia tranquila.
Para Adler los celos tratan de imponer a la pareja ciertas leyes propias que ha de cumplir, muchas veces solicitadas y aplicadas indirectamente. Define los celos como una forma de ambición que suele acompañar al hombre que los padece toda su vida, cuyo origen busca en la infancia en el complejo de «rey destronado», cuando un hermano pequeño nace en la familia. General una actitud inherente de acecho y temor. «Los celos pueden destrozar el alma a quien los siente y exteriorizarse de manera enérgica y atrevida«. Al final como describe Proust en su obra actúan restringiendo la libertad del otro para hacerse dueño de él, pero es algo que no se sacia, cada vez quiere más y más porque la sospecha se vive como una realidad y si está encerrada, no ve a nadie ¿no pensará en otro?.

Ya cuatro siglos atrás Miguel de Cervantes dedica un entremés de teatro a este tema universal y atemporal en Viejo celoso», de quien la esposa dice sobre el marido que es tan potroso como celoso, el más celoso del mundo. Tiene celos de un tapiz con figuras humanas, celos del sol que la mira, del aire que la toca, de la faldas que la vapulean y afirma que el celoso hace de la sospecha certeza, de la mentira verdades y de la bulas veras. También en otro, «El juez de los divorcios» saca este tema, también una mujer se queja de su marido, celoso del sol, y al final hace unos versos a cuento de ellos: Aunque le rabie de celos / a tan fuerte y rigurosa /si le pide una hermosa / no son celos sino cielos. En otro entremés, «La guardiana silenciosa», un zapatero dice a un soldado que trasluce de qué pie cojea, que son dos: de la necesidad y el de los celos, y afirma: oh, celos, mejor os llamarían duelos.
En la obra «Fortunata y Jacinta» Benito Pérez Galdós analiza los celos como un desvarío, cuando el marido de Fortunata, Maxi le dice a ella que su infidelidad se le había metido en la cabeza sin tener ningún dato, aunque hubiera sido cierto sin él saberlo, pero es que los celos funcionan ajenos a la realidad, coincida o no con ella. Dice: «no tenía ningún dato en qué fundamentarme, pero ese convencimiento no lo podía echar de mí, tuve unos celos que no me dejaban vivir«, hasta el punto de pensar en suicidarse por esos «celos fermentados y en putrefacción». Vemos que los celos forman parte de las tramas literarias sobre el amor, algo que centra sobre todo «La prisionera» y «La huida» en la obra de Proust.
En otra novela de este autor, «La corte de Carlos IV» se tratan los celos desde una representación de teatro, en la que se van a representar realmente. Isidoro es un actor enamorado de una compañera, Lesbia. A ésta, casada, le pretende Maraña. Los celos de Isidoro ella los describe como «ilusorios». Al actor le afectan en el amor propio. Sabe padecer el amor, pero no hacer el ridículo ante los demás. Lesbia le llama «el pobre Otelo». Él pide a otra de la farándula que le ayude a desenmascarar el engaño. hasta aquí son celos, porque él lo imagina. Pero cuando están en el escenario representando a Otelo y Lesbia su esposa, le coge una carta a gabriel, que guardaba, de Lesbia a su pretendiente Maraña, en el que habla despectivamente de Isidoro, al que llama «comiquillo», lo cual enciende el ánimo ante el cruel desengaño. Le había mistificado. Cuando Otelo personaje va a matar a su mujer, que representa Lesbia, Isidoro-Otelo la va a matar en verdad, en el escenario. Se interpuso Gabrielillo que fue herido. Cuando constata el engaño, su venganza es impulsada por una pasión que le domina. Si lo hubiera hecho porque creyó que, sí sería a consecuencia de los celos, que padeció previamente.
También aparece este tema en La estafeta romántica, de Los episodios nacionales. Los de Felipe a su mujer, contados por ésta, Pilar, en una carta a una amiga: «Sus sospechas le llevan a indagaciones indecorosas para mí. Espiaba mis pasos. Vigilaba mis acciones. Intervenía mis cartas. Veía fantasmas en torno mío… Era ciego. Corría disparatado tras la multitud de mentiras.» «Pegado a mí como mi sombra, cada vez más fiscalizador. Era mi tirano.»
Otra obra en la que aparecen los celos en en «La Regenta», de Leopoldo Alas Clarín, en la que el Magistral llega a sentir celos de santa Teresa, al encontrar a la Regenta leyendo sus escritos. Forman parte de la trama, cuando va Ana Ozores a la habitación de su marido y oye mover las faldas de la criada, siente celos que define como una forma de tentación que la perseguía.
El soneto XXXIX de Garcilaso de la Vega describe la pasión enfermiza: «¡Oh!, celos de amor terrible freno / qu’en un punto me envuelve y tiene fuerte / hermanos de cruel amarga muerte / que, vista, turbas el cuelo sereno. / ¡Oh! serpiente , mi esperanza es muerte… / suave manjar y recio veneno… / cruel monstruo oh peste de mortales… que bien bastaba amor con sus pesares».
Nadie elige tener celos es algo que no se decide, sino que vienen dados. Podemos no hacer caso, pero adquieren tanta fuerza que es difícil, y más cuando forman parte del sentimiento amoroso. Lawrence Durrell llega a escribir en su obra «El cuarteto de Alejandría»: «El amor se alimenta de celos… esa mujer fuera de mí alcance, en mis brazos se volvía más deseable, más necesaria…».
He encontrado unos versos inéditos de Salvador Negro que reflejan un fenómeno contrario al amor, que no es condescendencia, ni resignación, sino que lo que siente es pesar de… a pesar de que a quien se dirige un sentimiento de amor, de enamoramiento, fascinación, apasionamiento o encanto esté en un relación de matrimonio, de sus desplantes, de su indiferencia:
«… jamás se morirán mis ojos.
La mujer que amo
con todo mi corazón duerme.
Ella es feliz.
Duerme con otro.
Yo soy feliz también».
En la novela «La suite francesa», Iréne Némirovsky, retrata un aspecto cotidiano de los celos en la vida de pareja. A la vez de cómo los sentimientos carecen de razonamiento o de explicaciones culturales, que suceden sin más. Así narra esta autora cómo en la invasión de los alemanes a Francia mujeres de este país se enamoraron de soldados nazis, cuya ideología abominaban de ella, que se sintieron horrorizadas por lo que hicieron a sus compatriotas, incluso familiares. Pero «el alemán no era un monstruo sediento de sangre, sino un soldado como los suyos (franceses), lo que rompió el hielo entre el pueblo y el enemigo». Lo cuenta una escritora que murió en un camp0o de concentración, que para nada hace apología del enemigo, sino que busca el sentido y el ser del ser humano ante todo. Madelaine está casada con Benoît. Él no sospechaba que ella amó desde el primer instante que le vio al soldado alemán que ocupó su casa, Jean- Marie: «sí, lo había amado, el la oscuridad, en el secreto del corazón, para sí misma». El marido, Benoît, le dice a su esposa: «Sólo sé que, cuando me acerco a ti, siempre es lo mismo: <Espera. Esta noche no, el niño me ha dejado agotada>. ¿A quién esperas?, ¿para quién te reservas?». Él la empujó con fuerza, lo que hizo que ella se golpeara la cabeza con una puerta. «haces mal, mi pobre Benoît», dijo ella: «Haces mal en pensar cosas raras; Vamos soy tu mujer, soy tuya; Si a veces te parezco fría es porque el niño me deja agotada, nada más». Él la amenaza sobre si él se acercara a ella, a lo que la mujer responde: «¿Ahora vas a estar celoso de éste? – Y se arrepintió apenas las palabras salieron de su boca. No había que dar cuerpo y nombre a las fantasías de un celoso. Pero ¿por qué callar lo que ambos sabían?».

En la obra «La vagabunda» de Colette no pasan desapercibido los celos: La protagonista, René, tuvo celos “hasta querer matar y morir”. Tuvo orgullo y todo aquello le hizo entrar en la literatura, quizá a modo de desahogo, o como una manera de recomponer sus sentimientos rotos y tratar de comprender. “La costumbre de los celos no se adquiere”, una no puede acostumbrarse a ellos.
Tal vez debamos aceptar que existen los celos, no dejarnos llevar por ellos, sino conocer nuestro ser profundo y forma parte de cada cual. Superarlo si hace falta, porque como dice Hermann Hesse: «No digas de ningún sentimiento que es pequeño ni indigno. Cada uno es bueno, también el odio, la envidia, los celos y la crueldad. No vivimos de otra cosa que de nuestros pobres, hermosos y magníficos sentimientos, y cada uno de ellos contra el que cometemos una injusticia es una estrella que apagamos«. Tal vez sean estos sentimientos negativos los que nos enseñan a amar de verdad.

Proust se sumerge en los celos para encontrar la pasión y descubrir el amor. Al final de toda la obra, en las últimas páginas de «El tiempo recobrado» hila fino en un aspecto de los celos como si fuera algo biológico: «Los cuerpos humanos contienen las horas del pasado, pueden así causar tanto daño a quienes los aman, porque guardan recuerdos de alegrías y de deseos ya borrados, pero tan crueles para el que los contempla y prolonga en el cuerpo querido del que está celosos, celoso hasta desear su destrucción». Lo cual explica los celos ante el pasado sentimental, incluso de antes de conocer al ser amado, de muchas parejas. De lo que no se suele hablar, ni se pretende entender, siendo la base de lo tortuoso de los sentimientos.
Para varios de la tertulia el argumento de la novela parece un culebrón. Contado tal cual sí, lo es. Se enamora de Gilberta, el desamor, luego la relación tormentosa con Albertina, se casa con ella, viven encerrados uno en el otro, Albertina se va y muere al caerse de un caballo, pero luego cree que no muere al recibir una carta, que resultó ser de Gilberta., a la que pasados los años encuentra y resulta que sí le había querido. Ella se casó con el amigo del narrador que mantiene relaciones homosexuales con otros hombres y finalmente muere en la guerra… Visto así puede parecerlo, pero lo importante de la novela es la manera de contarlo y las reflexiones sobre el enamoramiento, el amor, la convivencia, el deseo sexual, las descripciones de ambientes muy pormenorizadas.

En la obra aludida de Dostoievski analiza ella cuestión de los celos del hermano mayor de los Karamázov, Dimitri, «un tipo especial de celoso» que al apartarse de la mujer amada enseguida imagina cómo ella le traiciona, mas al precipitarse otra vez a su lado , con sólo mirarle la cara, al ver el rostro sonriente, tierno y jovial recobra el ánimo al instante, toda sospecha se desvanece y se reprocha los celos. «Los celos le hormigueaban de nuevo en el turbulento corazón» y explica que es difícil de imaginar «la caída moral con que puede transigir un celoso sin experimentar ningún remordimiento de conciencia, espiando a la mujer que es objeto de sus celos. También explica «los celosos son los más dispuesto a perdonar, y esto lo saben las mujeres… la reconciliación no durará más de una hora, porque aun cuando desaparezca el rival, al día siguiente el celoso inventará otro y arderá en celos por un nuevo contrincante«. En su obra Proust hace una referencia concreta a ésta de Dostoievski y varias sobre este autor, a quien le considera obsesionado con la muerte y el asesinato. Se pregunta si este autor ruso no habrá matado alguna vez a alguien.
En una parte se refiere a leer en alto, una costumbre que he observado en otras lecturas como “Quiero dar testimonio hasta el final” de Víctor Klemperer, o en “El amante de lady Chatherley” de David Herbert Lawrence. En esta obra precisamente hace una referencia a Proust cuando Clifford pregunta a su esposa Connie si lo ha leído. Ella le contesta que le aburre tanto refinamiento y hace referencia al torrente de palabras referente a los sentimientos, “me deja muerta”, dice. A él le gusta con su sutileza y anarquía de los buenos modales.
En la obra «La cartuja de Parma», Stendhal trata los celos desde el personaje el conde Mosca: mientras espera a su amante las horas torturaron a ese hombre apasionado, que afirma «estoy loco, creyendo razonar no razono… me ciega el excesivo dolor»; «Por lo demás, una vez pronunciada la palabra fatal «celos», mi conducta está trazada para siempre». Buscó la manera de ocultar sus celos. «¿Qué es la vida para mí sin el amor de Gina?». Una idea se «le aferró como un calambre»: matar a Fabricio, por… quien ella estuvo apasionada; «mi razón se extravía», al sufrir «los más atroces arrebatos de los celos».

En la obra «El barón rampante» de Italo Calvino, Cosimo, que vive en los árboles sin querer tocar el suelo desde que subió a ellos, en una etapa de su vida también sufrió los celos. «Le atormentaron, lo envenenaron o prorrumpían con violencia. Viola, a quien amó, respondió siempre de una manera diferente, pero invitaba a su amante a tener celos. Le dice a Cosimo: «Pretendes someter los celos a la razón«. A lo que él responde: «así los hago más eficaces». Y ella pregunta «¿por qué se ha de razonar el amor?«. Viola lo quiere celoso e implacable. Se acabó casando con un lord. Cosimo se volvió loco, pero luego fue un sabio, conoció la vida desde las ramas, vio la realidad de otra manera y supo lo que es amar, con todos sus recovecos, sabores y sinsabores. ¿Los celos forman parte del amor o del desamor?
Un poema de juventud, que se titula «Celos», y expresa la contradicción entre lo que siente y saber que no quiere ser mordido por ese arañar que distorsiona el deseo, el carió, el amor, o más bien el querer amar. «En el libro «Escaque de sombra y luna», de Caballito blanco, sobre nombre de Guillermo Rodríguez.
No quiero entrar al trapo
y cuando me doy cuenta
él está dentro de mí,
(lo estoy mordiendo).
Y es que no quiero:
ser rehén de mis propios celos,
imaginarme cómo te bailan el agua,
pelear por tus latidos,
o quedarme tieso por amar
a la intemperie.
ESCAQUE DE SOMBRA Y LUNA de Caballito Blanco / Guillermo Rodríguez.
La autora de origen bengalí, Jhumpa Lahiri, en su colección de cuentos «Tierra desacostumbrada» cuenta en «Cielo e infierno» la historia de un matrimonio de Bengala afincado en Estados Unidos. El esposo es mayor que la mujer, quien está enamorada del su cuñado, menor que ella. Se relaciona con él, pero sin intimar. Cuando este joven se casa con una americana, al cabo se veinticinco años se separan. Deborah, la mujer del cuñado, reconoce: «tenía celos terribles de ti (la esposa del hermano de su marido), por conocerlo, por entenderlo como yo nunca podría llegar a hacerlo; él dio la espalda su familia, a todos vosotros, pero aún así me sentía amenazada«. La esposa enamorada del hermano pequeño de su marido, cuando éste, Pranab Kaku, anunció su boda se fue a quemar en el jardín de su casa rociándose con gasolina. Una vecina creyó que estaba viendo el atardecer y le dijo lo bello que es, y así eligió seguir viviendo. En otro relato, «Una elección de alojamiento», en la que cuenta la experiencia de una pareja, Amit y Megan, que deja a sus hijos con los abuelos para hacer un pequeño viaje y recordar cuando fueron a hoteles años atrás. Ella, Amit, siente celos de las relaciones que pudo tener su marido, cuando aún no lo hubo conocido. Se apasionan, pero ella tiene esa sombra en su mente, cuando él le contó que se encaprichó de una chica, sin que hicieran nada, ni siquiera salir como novios.

En el libro «Zumo eterno, filosofemas» de Francisco Pérez Herrero aparecen dos coplas sobre este tema, que el autor define como tormento que hace ascua en el corazón y provoca sufrimiento y zozobra:
«Tengo celos del aire
que da en tu cara,
si el aire fuera hombre
yo lo mataría».
«Te quiero, pero quiero
que tú no quieras
a quien te quiere, y quiero
que no me quieras«.
Los celos como pasión dan lugar a encontrar otras formas de sentir, del amor a la convivencia, de lo imaginado o delirante a lo que une los cuerpos sexualmente. Dar voz a la escritura hace que ésta adquiera más fuerza y agudiza escuchar. Durante la tertulia sobre la obra de Proust, leímos en alto algunos textos de la obra. Para el narrador de la novela la lectura de lo que escribe es uno de sus intereses en cuanto a ser el autor, que compara lo que ha escrito con un profundo sueño mágico.
En la novela «Rayuela», Julio Cortázar habla de celos retrospectivos señalando a Proust, porque describe la sutil tortura de los mismos. Hay referencias a celos del protagonista, Horacio, con respecto a Gregorovius, que pretende a la amante de aquél, La Maga, a la que en realidad no ama, se relaciona con ella y luego la deseará como una imagen del pasado, a la que continua deseando en su ausencia.
Luis de Góngora dedica un poema a este tema con clarividencia poética:
A la pasión de los celos
«¡Oh niebla del estado más sereno
furia infernal, serpiente mal nacida!
¡Oh ponzoñosa víbora escondida
de verde prado en oloroso seno!
¡Oh entre el néctar de amor mortal veneno
que en vaso de cristal quitas la vida!
¡Oh espada sobre mí de un pelo asida
de la amorosa espuela duro freno!
Oh celo, del favor verdugo eterno
vuélvete al lugar triste donde estabas
o al reino, si haya cabes, del espando;
mas no cabrás allá, que pues has tanto
que comes de ti mesmo y no te acabas
mayor debes de ser que el mesmo infierno».
También en la Biblia, en «El cantar de los cantares» aparece un referencia sobre los celos a los que define en consonancia con lo que se describe en la literatura: «Son como el seol duros los celos.» («Seol» es para los judíos un lugar de oscuridad al que van los muertos.) «Son sus dardos saetas escondidas, / son llamas de Yavé. / No pueden aguas copiosas extinguirlos / ni arrastralos los ríos.» En «Eclesiástico» leemos: «No seas celoso de tu mujer / no los vayas a vivir en daño tuyo.»
En la obra de Doris Lessig, «El cuaderno Dorado», los celos son vistos como una enfermedad adaptada a la convivencia de pareja, que forma parte de un desequilibrio de la personalidad. Richard, expareja de Anna, sendo ésta el personaje que escribe los cuadernos, le acusa de ir con otros hombres. Sofoca su resentimiento, porque sabe que es peligroso, comprende su significado real. Anna piensa que es la nueva esposa tiene celos de ella. Ésta le responde que no, pero “la palabra “celos” había reavivado sus celos”. “Durante unos momentos fue una mujer celosa, con el rostro crispado, mirando por la habitación los objetos que habían representado algo en sus fantasías de celos; sus ojos se apartaban con dificultad de la cama”.
Otro personaje, Patricia, había aprendido estando con Paul a no mirar a otros hombres “ni siquiera por distracción, debido a sus celos”. A su vez Matyrose siente celos de su pareja Paul, una relación, aparentemente, bien avenida. En otro momento una mujer deja de tener vida social por los celos de su marido. Cuando se separan ella se dedica a la promiscuidad, como venganza. Él amaba una caricatura de ella, que renunció a su verdadera personalidad y luego se ve traicionada. Él le acusa a ella de ser celosa, como una “gata enferma”. Su incapacidad como hombre le hizo celoso. Quizá sea una historia de celos mutuos.
La protagonista, Anna, siente celos de que su nueva pareja se acueste con otras mujeres, no le importa, pero a la mujer que lleva dentro sí le hace sentir celos, sí que le importa. El mismo hombre que le mostraba cariño era el que le hacía enfermar de celos. A pesar de todo hacen el amor, surge en ella “la sexualidad del odio”. “Estoy loca, obsesionada por unos celos fríos que nunca había sentido”. A él los celos de ella también le vuelven loco. Lo descubre leyendo ella los diarios de su pareja.
Los celos son sospechar o creer que a quien se ama está unido afectiva y / o sexualmente con otra persona, pero constatado que se relaciona con otras mujeres es una sensación de engaño, pero que se hacen celos al pensar que cuando se acuesta con ella piensa en otra o desea en realidad a una mujer que no es ella. este aspecto lo desarrolla muy bien Doris.
En ese ambiente psicológico Anna le pregunta a Saúl, mientras que fueron pareja, “¿Por qué sientes la necesidad de apalear a una mujer?”. Él contesta «no sé, hasta que no me has hecho consciente de ello, no me había dado cuenta”. Para el marido la sexualidad no tiene importancia, dice. Ella replica que lo que le importa es con quién pueda practicarlo. Le ha leído en el diario de él. Él niega que se haya acostado con quien ella le acusa, con Dorothy. Anna le hace ver que lo que le sucede es que necesita mentir y que le crean. Él se acerca a ella, “y me hizo el amor”, ella se mantuvo fría: “Está haciendo el amor con otra”. “Los dos estamos dentro de una crisálida locura”. “El piso era como un barco flotando en un mar oscuro”.
El efecto de dicha relación es una patología, pero que inmersa en la vida es una forma de vivir interiormente, con una personalidad adaptada a la crisis de pareja, la crisis de las ideas, la crisis de la misma realidad. Pero los celos no son consecuencia de todo esto, sino que están dentro de la persona, y en un momento determinado salen: “El simple hecho de haber perdido la voluntad, de pasar una crisis de celos fanáticos, de ser capaz de disfrutar atolondrado a un hombre que está enfermo, no me escandaliza tanto como la idea de alcoholizarme”.
“Los celos me recorrieron todas las venas del cuerpo, como un veneno”. Al pensar en otra mujer que pudiera interesarle a él le alteraba, removía los celos. Recuerda que su psicoanalista, la Madre Azúcar, por eso de que le endulza la amargura, le enseñó que la obsesión de los celos son un problema de homosexualidad. Anna se pregunta ante esta reflexión: “si no deseaba hacer el amor con la mujer con quien él estaba en aquellos momentos”, o con la que ella creía que estuviera.
Doris, a través de la escritora de los cuadernos, Anna, entra en las entrañas de los celos: “Ahora que estamos locos lo concentramos todo en una cosa, en que yo quiero que tú te vayas a dormir con otra y que tú sientas la necesidad de engañarme”. Pienso, de todas maneras que el engaño provoca sufrimiento, desencanto, pero los celos es cuando alguien cree que eso sucede sin que suceda realmente. Si sucediera sería odio, envidia. Como define el diccionario: Celos son el recelo, la inquietud, la sospecha de que la persona amada mude su cariño a otra persona.
Y es que este asunto viene de lejos. ya en el Antiguo Testamento, «Números – 5, se establece una «Ley de celos», según Yavé le dicta a Moisés, si el espíritu de los celos se ha apoderado del marido (no dice nada en caso de que fuera la mujer.) Ante lo cual los sacerdotes, de la tribu de los levitas, harán un rito y ceremonia para saber si ella ha fornicado, en concúbito semen, o no. La literatura lo desarrolla en muy diferentes casos.
En su «nivola» «Niebla, Miguel Unamuno plantea: «Probablemente no nace el mor sin al nacer los celos, son los celos los que nos revelan el amor…». Afirma que nadie se dice sí mismo que está enamorado hasta que ella mira a otro hombre o él a otra mujer. Sin sociedad no se enamorarían unos de otro. En “La busca” de Pío Baroja aparece una manera de vivir los celos que Leandro tiene con respecto a la mujer que ama, Milagros, de manera que el amor se transforma en odio.
En «Libro del buen amor», Arcipreste de Hita dedica una parte los celos, los que considera «locura», locura de amor. El celoso, afirma, es celoso y triste, cundo los celos arraigan y dan lugar a suspiros y coraje, y nadie lo puede pagar, «el corazón se salta, nunca está de vagar», con ellos se buscan malas contiendas y se falla a aquello que se merece, los considera como estar un pez en una red, se entrar en peleas de las que no se puede salir, no se pueden vencer, estorban el pecado y hacen morir, son hermanos de la envidia, y convierten en bestias, los envidiosos los crían.

En el drama «Juan José» de Joquín Dicenta se unen la pasión y los celos. El protagonista que da título al drama mata a su amor, Rosa y a su pareja después de ir la cárcel por ella. Los celos le corroyeron ya antes de que Juan José la pegara. Reconoce que procedió malamente, porque par él ella vale como la Virgen para el altar. Reconoce que es un dolor muy perro el de los celos, y cuando se deja llevar por ellos «no se da cuenta de sí, se aturulla la cabeza, se llenan los ojos de sangre, se levanta el puño sin querer, ocurre lo que ocurre sin que uno puedo evitarlo…». Reconoce que se vuelve loco le dan ganas de matar quien le robe el cariño de ella.
Otra novela que trata el tema de los celos es «El encantamiento del Viernes Santo», de Daniel Guerin. El protagonista empieza a sentirlos y reconoce «es uno de los temas de toda clase de literatura», y cita a Shakespeare y a Racine. Afirma: «en los celos hay una acidez biliosa, una mezquindad pueril de sentimientos». reconoce que el sufrimiento es sagrado y todo el mundo se inclina ante él, pero los celos hacen reír a los demás. El protagonista describe los celos por «una mujer que no era mi prometida, ni amante, ni esposa ni estaba ligada a ella por ningún compromiso». Tuve un amigo que se relacionó con una prostituta, como cliente asiduo, de manera que llegó a sentir celos porque estuviera con otros, cuando es la condición de su relación con ella. Se creó entre ambos una situación realmente tensa, lo que hizo que ella dejara de encontrarse con él, a quien consideró poseído por una locura absurda. Pero es que los celos se sienten sin querer, se puede no hacer caso de ellos, pero cuando invaden los sentimientos hacen pensar de todo en relación a la mujer sobre la que se proyectan los celos en relación a otras personas, celos de que ella esté con otros hombres, incluso con otras mujeres. Son una pasión vacía que sin embargo hace sentir, como escribe en la obra indicada Guerin: «separada de ella, gracias a los celos es posible reencontrar un poco del amor perdido».
El psicoanalista Alfred Adler en su obra «Conocimiento del hombre» dedica un capítulo a los celos describiendo lo que narra Proust en «La prisionera». La obra que cita es la del «penetrante psicólogo», Dostoievski, «Netochera Niesvanova», en la que una mujer es encerrada por su marido para toda la vida, para como el protagonista de la obra de Proust con Albertina lograr la soberanía sobre ella en un afán de dominación. Este rasgo psicológico desde la literatura se ha querido ver como amor y pasión, desde mi punto de vista como consecuencia del fracaso del enamoramiento que se quiere palpar y entonces degenera. Son los dos grandes sentimientos que aparecen en la literatura, que rompen el amor manso y la convivencia tranquila.
Para Adler los celos tratan de imponer a la pareja ciertas leyes propias que ha de cumplir, muchas veces solicitadas y aplicadas indirectamente. Define los celos como una forma de ambición que suele acompañar al hombre que los padece toda su vida, cuyo origen busca en la infancia en el complejo de «rey destronado», cuando un hermano pequeño nace en la familia. General una actitud inherente de acecho y temor. «Los celos pueden destrozar el alma a quien los siente y exteriorizarse de manera enérgica y atrevida«. Al final como describe Proust en su obra actúan restringiendo la libertad del otro para hacerse dueño de él, pero es algo que no se sacia, cada vez quiere más y más porque la sospecha se vive como una realidad y si está encerrada, no ve a nadie ¿no pensará en otro?.

Ya cuatro siglos atrás Miguel de Cervantes dedica un entremés de teatro a este tema universal y atemporal en Viejo celoso», de quien la esposa dice sobre el marido que es tan potroso como celoso, el más celoso del mundo. Tiene celos de un tapiz con figuras humanas, celos del sol que la mira, del aire que la toca, de la faldas que la vapulean y afirma que el celoso hace de la sospecha certeza, de la mentira verdades y de la bulas veras. También en otro, «El juez de los divorcios» saca este tema, también una mujer se queja de su marido, celoso del sol, y al final hace unos versos a cuento de ellos: Aunque le rabie de celos / a tan fuerte y rigurosa /si le pide una hermosa / no son celos sino cielos. En otro entremés, «La guardiana silenciosa», un zapatero dice a un soldado que trasluce de qué pie cojea, que son dos: de la necesidad y el de los celos, y afirma: oh, celos, mejor os llamarían duelos.
En la novela «Don Quijote de la Mancha» una moza se cruza con Sancho Panza cuando le hacen ser “gobernador” de la ínsula de Baratalia. Vestía con hábitos impropios porque es una «doncella desdichada” a quien la fuerza de unos celos ha hecho romper la el decoro que a la honestidad se debe.” Luego resultó que fue más esa conducta por querer ver mundo, fuera de las calles del lugar. Y pone Sancho en juego sus refranes que reflejan la mentalidad de una época: “La mujer y la gallina por andar se pierden aína (fácilmente.) O “la doncella honrada, la pierna quebrada y en casa.” En otra parte de la novela la historia de Claudia Jerónima se tejió lamentablemente de las “fuerzas invencibles y rigurosas de los celos.”
En la obra «Fortunata y Jacinta» Benito Pérez Galdós analiza los celos como un desvarío, cuando el marido de Fortunata, Maxi le dice a ella que su infidelidad se le había metido en la cabeza sin tener ningún dato, aunque hubiera sido cierto sin él saberlo, pero es que los celos funcionan ajenos a la realidad, coincida o no con ella. Dice: «no tenía ningún dato en qué fundamentarme, pero ese convencimiento no lo podía echar de mí, tuve unos celos que no me dejaban vivir«, hasta el punto de pensar en suicidarse por esos «celos fermentados y en putrefacción». Vemos que los celos forman parte de las tramas literarias sobre el amor, algo que centra sobre todo «La prisionera» y «La huida» en la obra de Proust.
En otra novela de este autor, «La corte de Carlos IV» se tratan los celos desde una representación de teatro, en la que se van a representar realmente. Isidoro es un actor enamorado de una compañera, Lesbia. A ésta, casada, le pretende Maraña. Los celos de Isidoro ella los describe como «ilusorios». Al actor le afectan en el amor propio. Sabe padecer el amor, pero no hacer el ridículo ante los demás. Lesbia le llama «el pobre Otelo». Él pide a otra de la farándula que le ayude a desenmascarar el engaño. hasta aquí son celos, porque él lo imagina. Pero cuando están en el escenario representando a Otelo y Lesbia su esposa, le coge una carta a Gabriel, que guardaba, de Lesbia a su pretendiente Maraña, en el que habla despectivamente de Isidoro, al que llama «comiquillo», lo cual enciende el ánimo ante el cruel desengaño. Le había mistificado. Cuando Otelo personaje va a matar a su mujer, que representa Lesbia, Isidoro-Otelo la va a matar en verdad, en el escenario. Se interpuso Gabrielillo que fue herido. Cuando constata el engaño, su venganza es impulsada por una pasión que le domina. Si lo hubiera hecho porque creyó que, sí sería a consecuencia de los celos, que padeció previamente.
Otra obra en la que aparecen los celos en en «La Regenta», de Leopoldo Alas Clarín, en la que el Magistral llega a sentir celos de santa Teresa, al encontrar a la Regenta leyendo sus escritos. Forman parte de la trama, cuando va Ana Ozores a la habitación de su marido y oye mover las faldas de la criada, siente celos que define como una forma de tentación que la perseguía.
El soneto XXXIX de Garcilaso de la Vega describe la pasión enfermiza: «¡Oh!, celos de amor terrible freno / qu’en un punto me envuelve y tiene fuerte / hermanos de cruel amarga muerte / que, vista, turbas el cuelo sereno. / ¡Oh! serpiente , mi esperanza es muerte… / suave manjar y recio veneno… / cruel monstruo oh peste de mortales… que bien bastaba amor con sus pesares».
Nadie elige tener celos es algo que no se decide, sino que vienen dados. Podemos no hacer caso, pero adquieren tanta fuerza que es difícil, y más cuando forman parte del sentimiento amoroso. Lawrence Durrell llega a escribir en su obra «El cuarteto de Alejandría»: «El amor se alimenta de celos… esa mujer fuera de mí alcance, en mis brazos se volvía más deseable, más necesaria…».
He encontrado unos versos inéditos de Salvador Negro que reflejan un fenómeno contrario al amor, que no es condescendencia, ni resignación, sino que lo que siente es pesar de… a pesar de que a quien se dirige un sentimiento de amor, de enamoramiento, fascinación, apasionamiento o encanto esté en un relación de matrimonio, de sus desplantes, de su indiferencia:
«… jamás se morirán mis ojos.
La mujer que amo
con todo mi corazón duerme.
Ella es feliz.
Duerme con otro.
Yo soy feliz también».
En la novela «La suite francesa», Iréne Némirovsky, retrata un aspecto cotidiano de los celos en la vida de pareja. A la vez de cómo los sentimientos carecen de razonamiento o de explicaciones culturales, que suceden sin más. Así narra esta autora cómo en la invasión de los alemanes a Francia mujeres de este país se enamoraron de soldados nazis, cuya ideología abominaban de ella, que se sintieron horrorizadas por lo que hicieron a sus compatriotas, incluso familiares. Pero «el alemán no era un monstruo sediento de sangre, sino un soldado como los suyos (franceses), lo que rompió el hielo entre el pueblo y el enemigo». Lo cuenta una escritora que murió en un camp0o de concentración, que para nada hace apología del enemigo, sino que busca el sentido y el ser del ser humano ante todo. Madelaine está casada con Benoît. Él no sospechaba que ella amó desde el primer instante que le vio al soldado alemán que ocupó su casa, Jean- Marie: «sí, lo había amado, el la oscuridad, en el secreto del corazón, para sí misma». El marido, Benoît, le dice a su esposa: «Sólo sé que, cuando me acerco a ti, siempre es lo mismo: <Espera. Esta noche no, el niño me ha dejado agotada>. ¿A quién esperas?, ¿para quién te reservas?». Él la empujó con fuerza, lo que hizo que ella se golpeara la cabeza con una puerta. «haces mal, mi pobre Benoît», dijo ella: «Haces mal en pensar cosas raras; Vamos soy tu mujer, soy tuya; Si a veces te parezco fría es porque el niño me deja agotada, nada más». Él la amenaza sobre si él se acercara a ella, a lo que la mujer responde: «¿Ahora vas a estar celoso de éste? – Y se arrepintió apenas las palabras salieron de su boca. No había que dar cuerpo y nombre a las fantasías de un celoso. Pero ¿por qué callar lo que ambos sabían?».

En la obra «La vagabunda» de Colette no pasan desapercibido los celos: La protagonista, René, tuvo celos “hasta querer matar y morir”. Tuvo orgullo y todo aquello le hizo entrar en la literatura, quizá a modo de desahogo, o como una manera de recomponer sus sentimientos rotos y tratar de comprender. “La costumbre de los celos no se adquiere”, una no puede acostumbrarse a ellos.
Tal vez debamos aceptar que existen los celos, no dejarnos llevar por ellos, sino conocer nuestro ser profundo y forma parte de cada cual. Superarlo si hace falta, porque como dice Hermann Hesse: «No digas de ningún sentimiento que es pequeño ni indigno. Cada uno es bueno, también el odio, la envidia, los celos y la crueldad. No vivimos de otra cosa que de nuestros pobres, hermosos y magníficos sentimientos, y cada uno de ellos contra el que cometemos una injusticia es una estrella que apagamos«. Tal vez sean estos sentimientos negativos los que nos enseñan a amar de verdad.

Proust se sumerge en los celos para encontrar la pasión y descubrir el amor. Al final de toda la obra, en las últimas páginas de «El tiempo recobrado» hila fino en un aspecto de los celos como si fuera algo biológico: «Los cuerpos humanos contienen las horas del pasado, pueden así causar tanto daño a quienes los aman, porque guardan recuerdos de alegrías y de deseos ya borrados, pero tan crueles para el que los contempla y prolonga en el cuerpo querido del que está celosos, celoso hasta desear su destrucción». Lo cual explica los celos ante el pasado sentimental, incluso de antes de conocer al ser amado, de muchas parejas. De lo que no se suele hablar, ni se pretende entender, siendo la base de lo tortuoso de los sentimientos.
Para varios de la tertulia el argumento de la novela parece un culebrón. Contado tal cual sí, lo es. Se enamora de Gilberta, el desamor, luego la relación tormentosa con Albertina, se casa con ella, viven encerrados uno en el otro, Albertina se va y muere al caerse de un caballo, pero luego cree que no muere al recibir una carta, que resultó ser de Gilberta., a la que pasados los años encuentra y resulta que sí le había querido. Ella se casó con el amigo del narrador que mantiene relaciones homosexuales con otros hombres y finalmente muere en la guerra… Visto así puede parecerlo, pero lo importante de la novela es la manera de contarlo y las reflexiones sobre el enamoramiento, el amor, la convivencia, el deseo sexual, las descripciones de ambientes muy pormenorizadas.

En la obra aludida de Dostoievski analiza ella cuestión de los celos del hermano mayor de los Karamázov, Dimitri, «un tipo especial de celoso» que al apartarse de la mujer amada enseguida imagina cómo ella le traiciona, mas al precipitarse otra vez a su lado , con sólo mirarle la cara, al ver el rostro sonriente, tierno y jovial recobra el ánimo al instante, toda sospecha se desvanece y se reprocha los celos. «Los celos le hormigueaban de nuevo en el turbulento corazón» y explica que es difícil de imaginar «la caída moral con que puede transigir un celoso sin experimentar ningún remordimiento de conciencia, espiando a la mujer que es objeto de sus celos. También explica «los celosos son los más dispuesto a perdonar, y esto lo saben las mujeres… la reconciliación no durará más de una hora, porque aun cuando desaparezca el rival, al día siguiente el celoso inventará otro y arderá en celos por un nuevo contrincante«. En su obra Proust hace una referencia concreta a ésta de Dostoievski y varias sobre este autor, a quien le considera obsesionado con la muerte y el asesinato. Se pregunta si este autor ruso no habrá matado alguna vez a alguien.
En una parte se refiere a leer en alto, una costumbre que he observado en otras lecturas como “Quiero dar testimonio hasta el final” de Víctor Klemperer, o en “El amante de lady Chatherley” de David Herbert Lawrence. En esta obra precisamente hace una referencia a Proust cuando Clifford pregunta a su esposa Connie si lo ha leído. Ella le contesta que le aburre tanto refinamiento y hace referencia al torrente de palabras referente a los sentimientos, “me deja muerta”, dice. A él le gusta con su sutileza y anarquía de los buenos modales.
En la obra «La cartuja de Parma», Stendhal trata los celos desde el personaje el conde Mosca: mientras espera a su amante las horas torturaron a ese hombre apasionado, que afirma «estoy loco, creyendo razonar no razono… me ciega el excesivo dolor»; «Por lo demás, una vez pronunciada la palabra fatal «celos», mi conducta está trazada para siempre». Buscó la manera de ocultar sus celos. «¿Qué es la vida para mí sin el amor de Gina?». Una idea se «le aferró como un calambre»: matar a Fabricio, por… quien ella estuvo apasionada; «mi razón se extravía», al sufrir «los más atroces arrebatos de los celos».

En la obra «El barón rampante» de Italo Calvino, Cosimo, que vive en los árboles sin querer tocar el suelo desde que subió a ellos, en una etapa de su vida también sufrió los celos. «Le atormentaron, lo envenenaron o prorrumpían con violencia. Viola, a quien amó, respondió siempre de una manera diferente, pero invitaba a su amante a tener celos. Le dice a Cosimo: «Pretendes someter los celos a la razón«. A lo que él responde: «así los hago más eficaces». Y ella pregunta «¿por qué se ha de razonar el amor?«. Viola lo quiere celoso e implacable. Se acabó casando con un lord. Cosimo se volvió loco, pero luego fue un sabio, conoció la vida desde las ramas, vio la realidad de otra manera y supo lo que es amar, con todos sus recovecos, sabores y sinsabores. ¿Los celos forman parte del amor o del desamor?
Un poema de juventud, que se titula «Celos», y expresa la contradicción entre lo que siente y saber que no quiere ser mordido por ese arañar que distorsiona el deseo, el carió, el amor, o más bien el querer amar. «En el libro «Escaque de sombra y luna», de Caballito blanco, sobre nombre de Guillermo Rodríguez.
No quiero entrar al trapo
y cuando me doy cuenta
él está dentro de mí,
(lo estoy mordiendo).
Y es que no quiero:
ser rehén de mis propios celos,
imaginarme cómo te bailan el agua,
pelear por tus latidos,
o quedarme tieso por amar
a la intemperie.
ESCAQUE DE SOMBRA Y LUNA de Caballito Blanco / Guillermo Rodríguez.
La autora de origen bengalí, Jhumpa Lahiri, en su colección de cuentos «Tierra desacostumbrada» cuenta en «Cielo e infierno» la historia de un matrimonio de Bengala afincado en Estados Unidos. El esposo es mayor que la mujer, quien está enamorada del su cuñado, menor que ella. Se relaciona con él, pero sin intimar. Cuando este joven se casa con una americana, al cabo se veinticinco años se separan. Deborah, la mujer del cuñado, reconoce: «tenía celos terribles de ti (la esposa del hermano de su marido), por conocerlo, por entenderlo como yo nunca podría llegar a hacerlo; él dio la espalda su familia, a todos vosotros, pero aún así me sentía amenazada«. La esposa enamorada del hermano pequeño de su marido, cuando éste, Pranab Kaku, anunció su boda se fue a quemar en el jardín de su casa rociándose con gasolina. Una vecina creyó que estaba viendo el atardecer y le dijo lo bello que es, y así eligió seguir viviendo. En otro relato, «Una elección de alojamiento», en la que cuenta la experiencia de una pareja, Amit y Megan, que deja a sus hijos con los abuelos para hacer un pequeño viaje y recordar cuando fueron a hoteles años atrás. Ella, Amit, siente celos de las relaciones que pudo tener su marido, cuando aún no lo hubo conocido. Se apasionan, pero ella tiene esa sombra en su mente, cuando él le contó que se encaprichó de una chica, sin que hicieran nada, ni siquiera salir como novios.

En el libro «Zumo eterno, filosofemas» de Francisco Pérez Herrero aparecen dos coplas sobre este tema, que el autor define como tormento que hace ascua en el corazón y provoca sufrimiento y zozobra:
«Tengo celos del aire
que da en tu cara,
si el aire fuera hombre
yo lo mataría».
«Te quiero, pero quiero
que tú no quieras
a quien te quiere, y quiero
que no me quieras«.
Los celos como pasión dan lugar a encontrar otras formas de sentir, del amor a la convivencia, de lo imaginado o delirante a lo que une los cuerpos sexualmente. Dar voz a la escritura hace que ésta adquiera más fuerza y agudiza escuchar. Durante la tertulia sobre la obra de Proust, leímos en alto algunos textos de la obra. Para el narrador de la novela la lectura de lo que escribe es uno de sus intereses en cuanto a ser el autor, que compara lo que ha escrito con un profundo sueño mágico.
En la novela «Rayuela», Julio Cortázar habla de celos retrospectivos señalando a Proust, porque describe la sutil tortura de los mismos. Hay referencias a celos del protagonista, Horacio, con respecto a Gregorovius, que pretende a la amante de aquél, La Maga, a la que en realidad no ama, se relaciona con ella y luego la deseará como una imagen del pasado, a la que continua deseando en su ausencia.
Luis de Góngora dedica un poema a este tema con clarividencia poética:
A la pasión de los celos
«¡Oh niebla del estado más sereno
furia infernal, serpiente mal nacida!
¡Oh ponzoñosa víbora escondida
de verde prado en oloroso seno!
¡Oh entre el néctar de amor mortal veneno
que en vaso de cristal quitas la vida!
¡Oh espada sobre mí de un pelo asida
de la amorosa espuela duro freno!
Oh celo, del favor verdugo eterno
vuélvete al lugar triste donde estabas
o al reino, si haya cabes, del espando;
mas no cabrás allá, que pues has tanto
que comes de ti mesmo y no te acabas
mayor debes de ser que el mesmo infierno».
En la obra «El gatopardo» de Guissepe Tomasi de Lampedusa aporta una referencia real de los celos, que no se suele tener en cuenta: Narra sobre los celos carnales, del príncipe Fabricio a su sobrino que se iba a casar con una joven. Él ya es viejo y no podrá probar aquello que antaño degustó “sabor de fresa y de nata”. Otra parte refiere a “un acceso del más absurdo de los azotes, los celos retrospectivos, o retroactivos, que se disiparon por las ventajas eróticas y no eróticas que le proporcionó el matrimonio”, referido a cuando Angélica, hija de un nuevo rico, se casó con el sobrino de un príncipe de una familia noble en decadencia Tancredi que tuvo no pocas aventuras amatorias antes de casarse. También hala de fantasmales celos cuando de Angélica, al escuchar de un amigo de su marido, éste había muerto hace años, que él pensaba siempre en la prima de él con la que se iba a casar hasta que ella apareció y todo se trastocó más allá del rumbo de los sentimientos.
En la novela “Donde las estrellas no llegan” de Enrique González de Andrés, Jomeini sospecha que su mujer se relaciona con otro hombre, que se acuesta con él. Pide ayuda a un amigo que trabaja en la misma empresa y descubre que el amante es el jefe de donde ambos trabajan. Arrecian los celos de Jomeini, pero una vez confirmados ¿es rabia por el engaño?, ¿decepción? “Cintia me pone los cuernos.” “Era un celoso de tomo y lomo, se acostaba con Cintia (su mujer) la mayoría del planeta.” Su amigo le indica que pensar eso es una enfermedad (los celos.) La patología es dejarse llevar por lo imaginario sea cierta o no la realidad afectiva de la pareja, porque acaba siendo una obsesión que parte de un delirio. La traición se confirma. ¿Siguen siendo celos? En la novela esta parte no se desarrolla porque el personaje que sufre el engaño muere por un accidente. ¿La sospecha lleva a los celos o es al revés? Quien se ha acostado con la mujer de un amigo lo hace con la de un “enemigo” personal a la que pregunta estando con ella acostado “Has llegado a follar con él o simplemente os ha sorprendido en los prolegómenos? Ella le responde que qué más da, que no haga preguntas de celoso trasnochado.
En la obra de Doris Lessig, «El cuaderno Dorado», los celos son vistos como una enfermedad adaptada a la convivencia de pareja, que forma parte de un desequilibrio de la personalidad. Richard, expareja de Anna, sendo ésta el personaje que escribe los cuadernos, le acusa de ir con otros hombres. Sofoca su resentimiento, porque sabe que es peligroso, comprende su significado real. Anna piensa que es la nueva esposa tiene celos de ella. Ésta le responde que no, pero “la palabra “celos” había reavivado sus celos”. “Durante unos momentos fue una mujer celosa, con el rostro crispado, mirando por la habitación los objetos que habían representado algo en sus fantasías de celos; sus ojos se apartaban con dificultad de la cama”.
Otro personaje, Patricia, había aprendido estando con Paul a no mirar a otros hombres “ni siquiera por distracción, debido a sus celos”. A su vez Matyrose siente celos de su pareja Paul, una relación, aparentemente, bien avenida. En otro momento una mujer deja de tener vida social por los celos de su marido. Cuando se separan ella se dedica a la promiscuidad, como venganza. Él amaba una caricatura de ella, que renunció a su verdadera personalidad y luego se ve traicionada. Él le acusa a ella de ser celosa, como una “gata enferma”. Su incapacidad como hombre le hizo celoso. Quizá sea una historia de celos mutuos.
La protagonista, Anna, siente celos de que su nueva pareja se acueste con otras mujeres, no le importa, pero a la mujer que lleva dentro sí le hace sentir celos, sí que le importa. El mismo hombre que le mostraba cariño era el que le hacía enfermar de celos. A pesar de todo hacen el amor, surge en ella “la sexualidad del odio”. “Estoy loca, obsesionada por unos celos fríos que nunca había sentido”. A él los celos de ella también le vuelven loco. Lo descubre leyendo ella los diarios de su pareja.
Los celos son sospechar o creer que a quien se ama está unido afectiva y / o sexualmente con otra persona, pero constatado que se relaciona con otras mujeres es una sensación de engaño, pero que se hacen celos al pensar que cuando se acuesta con ella piensa en otra o desea en realidad a una mujer que no es ella. este aspecto lo desarrolla muy bien Doris.
En ese ambiente psicológico Anna le pregunta a Saúl, mientras que fueron pareja, “¿Por qué sientes la necesidad de apalear a una mujer?”. Él contesta «no sé, hasta que no me has hecho consciente de ello, no me había dado cuenta”. Para el marido la sexualidad no tiene importancia, dice. Ella replica que lo que le importa es con quién pueda practicarlo. Le ha leído en el diario de él. Él niega que se haya acostado con quien ella le acusa, con Dorothy. Anna le hace ver que lo que le sucede es que necesita mentir y que le crean. Él se acerca a ella, “y me hizo el amor”, ella se mantuvo fría: “Está haciendo el amor con otra”. “Los dos estamos dentro de una crisálida locura”. “El piso era como un barco flotando en un mar oscuro”.
El efecto de dicha relación es una patología, pero que inmersa en la vida es una forma de vivir interiormente, con una personalidad adaptada a la crisis de pareja, la crisis de las ideas, la crisis de la misma realidad. Pero los celos no son consecuencia de todo esto, sino que están dentro de la persona, y en un momento determinado salen: “El simple hecho de haber perdido la voluntad, de pasar una crisis de celos fanáticos, de ser capaz de disfrutar atolondrado a un hombre que está enfermo, no me escandaliza tanto como la idea de alcoholizarme”.
“Los celos me recorrieron todas las venas del cuerpo, como un veneno”. Al pensar en otra mujer que pudiera interesarle a él le alteraba, removía los celos. Recuerda que su psicoanalista, la Madre Azúcar, por eso de que le endulza la amargura, le enseñó que la obsesión de los celos son un problema de homosexualidad. Anna se pregunta ante esta reflexión: “si no deseaba hacer el amor con la mujer con quien él estaba en aquellos momentos”, o con la que ella creía que estuviera.
Doris, a través de la escritora de los cuadernos, Anna, entra en las entrañas de los celos: “Ahora que estamos locos lo concentramos todo en una cosa, en que yo quiero que tú te vayas a dormir con otra y que tú sientas la necesidad de engañarme”. Pienso, de todas maneras que el engaño provoca sufrimiento, desencanto, pero los celos es cuando alguien cree que eso sucede sin que suceda realmente. Si sucediera sería odio, envidia. Como define el diccionario: Celos son el recelo, la inquietud, la sospecha de que la persona amada mude su cariño a otra persona.
Y es que este asunto viene de lejos. ya en el Antiguo Testamento, «Números – 5, se establece una «Ley de celos», según Yavé le dicta a Moisés, si el espíritu de los celos se ha apoderado del marido (no dice nada en caso de que fuera la mujer.) Ante lo cual los sacerdotes, de la tribu de los levitas, harán un rito y ceremonia para saber si ella ha fornicado, en concúbito semen, o no. La literatura lo desarrolla en muy diferentes casos.