Este relato está publicado en el libro La Curva del Cuervo, de Ramiro Pinto
Dedicado a los de la queimada en Moralzarzal: Miki, Toño, Alvarito (y ahora también Olivia), Jesús, Begoña, Javier (el Cosaco) y Miry, para que no se rindan y sigan quemando palabras en el orujo, y recuerden aquellos baños bajo las estrellas. Y, sobre todo, que no dejen de sembrar melones yendo al pico del Águila. El camino de los sueños es la realidad.
Agosto, 1972
– Buenos días, Anselmo.-
– Buenos días Cundy.-
– ¡Y buenos que son! Da gusto madrugar.-
– ¿Madrugar, madrugar…? ¡Son las diez y nueve minutos! –
– En vacaciones ¡un madrugón! Ya verás cómo hasta después de la una no se levanta ninguno de nuestros hijos. ¡Y todos ellos a mesa puesta!-
– Y no digas nada. Con eso de que son modernos y nosotros unos carrozas…. –
– En vacaciones ya se sabe… Mismamente esta noche me levanté al las seis para ir al cuarto de baño. Oí que alguno de mis hijos abría la puerta del garaje. Lorenza dice que otro llegó aún más tarde. Pobre mujer, no duerme. ¡Se preocupa tanto!-
– A Lurdes le ocurre otro tanto. Yo, como está visto que no puedo hacer nada, aprovecho para descansar y que sea lo que Dios quiera. Paso demasiadas noches sin pegar ni ojo. En Madrid no hay quien duerma. Entre el ruido de los coches, las sirenas de la policía y el calor. ¡Horroroso!-
– Es lo bueno de la sierra. Puede hacer todo el calor que quieras, pero por la noche refresca. ¡Y que tranquilidad!. Si te soy sincero demasiada. Sí, demasiada. Casi que echo de menos el bullicio de las calles .-
– A mi nadie me quita el paseo que hago después de cenar. Nunca sobra la chaqueta. –
– Con lo tranquilo que es dar un paseito y volver a casa, ¡qué coños pintan nuestros hijos por ahí a altas horas de la madrugada! Al meternos en casa mi esposa y yo es cuando salen los chavales. Siempre que me levanto ellos se acuestan. Y las dos hijas, con eso del feminismo, lo mismo. No una vez, ¡no señor! Un día y otro y otro y otro.-
– ¡Dímelo a mí!-
– No sé cómo resisten.-
– Son vacaciones y el veraneo está montado así. Tienen que desahogarse. Mis hijos estudian mucho durante todo el año. Sacan unas notas excelentes. Merecen un descanso. Menos Joaquín, las cosas como son. Y no va a quedarse sin salir. Por las tardes estudia, no cabe duda que hay que dejarles. que hagan su vida.
– No sé que es lo que encuentran a salir toda la noche. Un rato, vale… Empiezas a dejar que salgan una noche. Luego son dos, luego tres. Y ahora es una costumbre.-
– Y no es cosa de uno que sea medio golfillo. Es que son todos. La vida es así y no hay que dar más vuelta al asunto porque es para volverse loco. –
– O bajan al Cerro o van a la discoteca.-
– ¡Agárrate!. O van a la valla de las Filipinas a tomar pipas. Y que no se te ocurra decirles que vayan a casa.-
– ¡Cómo han cambiado los tiempos!-
– Ni que lo digas.-
– Vamos a regar, Anselmo. Vamos a regar que se nos va el santo al cielo con tanta cháchara.-
– Manos a las obras. Todavía no he echado el agua a los tiestos de la otra valla. Aunque ya eché la parrafada también con Teófilo.-
– Ya os vi chapurreando, mientras que él cortaba las flores secas. ¡Pero yo aún no me he afeitado!. Y dentro de un rato me llamará Lorenza para desayunar. Así es que voy a darme prisa, que si no luego se pone de morros y no hay quien le aguante. –
– Yo tampoco he desayunado. Me he tomado, eso sí, mi vaso de agua en ayunas para depurar. Lo hago antes que ninguna otra cosa. No fallo. La verdad es que me viene muy bien. Agua fría, pero no de la nevera. Me gusta dejar el grifo abierto un buen rato, que corra el agua, hasta que sale fresquita fresquita. Y después me afeito. ¡Impepinablemente! De lo contrario no soy capaz de hacer nada. No podría salir de casa. Son costumbres. –
– Si mi chico ve que dejas el agua saliendo por las buenas ¡la bronca que te monta! Nos trae frita a toda la familia. Que si el coche contamina. Que si el desodorante es malo para el ozono, debe ser eso de lo que habla la televisión. Que si los polvos que disemino en los árboles, para que no haya orugas, son malos para los pájaros. Que si fumar es malo para la salud y además explota a los negros de África. Mira que sandez, pero él te envuelve con las palabras y si le haces caso es capaz de convencerte. Sin embargo él no para de llamarme para que le vaya a buscar con el coche, entonces no contamina. Cuando hace hogueras en el campo no pasa nada. Y de coger una pala, ¡ni hablar! Para eso están su padre y su madre que pagan al jardinero. Menos mal que por las tardes riega. Él dice que medita. Lo que te digo, mucho pico de boca y poco de currar.-
– ¡Vaya hijos que nos están saliendo! Todo menos de su padre y de su madre.- Se ríe.
– Tenían que pasarlas canutas. Antes o después se acordaran de lo bien que han vivido. Una guerra no la quita nadie. Esto no puede seguir así. No señor.-
– Entonces sí que sabrán lo que es bueno.-
– No es lo mismo salir de la mierda que pasar de lo bueno a lo malo.-
– ¡Que hoy no regamos!-
– ¡Venga! que si no se nos echa la mañana encima.-
Anselmo y Secundino veranean en una colonia de chalets, en la sierra de Madrid. Comparten con los otros doce vecinos una propiedad común, la piscina. Lugar para refrescarse durante los calurosos días de verano y prevista para la diversión y el encuentro de las familias. También fue un foco de tensión , problemas y sobresaltos, debido a que la propiedad colectiva exige acuerdos unánimes para cualquier medida que se quiera tomar.
Los chavales juegan y disfrutaron con los pasatiempos acuáticos. Sus mayores se empeñan en hacer que la utilización de ese bien común sea dentro de una normas y que se cumplan con un justo reparto del uso que se hace a diario. La finalidad del reglamento es evitar extralimitaciones. Que los dueños se pongan de acuerdo es complicado. Durante los primeros años siempre se llegó a un consenso durante la reunión que se celebraba una vez al año, el primer domingo de agosto por la mañana.
Durante en transcurso de la junta vecinal los padres de familia de la colonia eligen al presidente y al secretario. Cargos ambos cuya titularidad pasa de unos a otros por orden, aunque varios vecinos por su dedicación y querer ser el perejil de todas las salsas repiten una o dos veces consecutivas. Nadie retrasa el pago de la cuota anual, gracias a la cual se cubren los gastos para el mantenimiento y la limpieza de la piscina. Trabajo que realiza un señor del pueblo, a quien contratan para que durante tres meses el agua esté a punto.
Al comienzo de la convivencia se formaron varios grupos, pero todos los matrimonios se relacionaban cordialmente. La afinidad de caracteres y la posición social, así como el parecido de edad, hicieron que se juntasen peñas de dos o tres parejas para quedar a cenar. La convivencia durante los primeros veraneos fue a diario. El resto del año no se veían unos a otros.
El vecindario mantiene una conexión vecinal amable. Las familias se juntaron al comienzo de estrenar el chalet alrededor de la piscina para celebrar una fiesta, empujados por los vecinos más extrovertidos. Hasta el tercer año hicieron dos celebraciones. Una para hacer una barbacoa. A la cual acudía cada prole con su manduca, pero compartieron siempre que hubo fiesta las viandas. Hicieron en compañía unos de otros sardinas, una chuletada y pinchos morunos o chorizo bien churruscadito. Las mujeres hicieron en tales ocasiones una sangría que se repartía a raudales.
La segunda reunión festiva tuvo como motivo participar en un concurso de mus y degustar chocolate con bizcochos. Las señoras insistían en poner música para que bailasen los jóvenes. Pero éstos se quedaban como pasmarotes. Los hermanos más pequeños aprovechaban para hacer el gamberro y burlarse de los adolescentes, a quienes cabreaban cada vez que coreaban el nombre de alguno, para indicar que estaba enamorado de alguna moza. Los padres y madres no entendían que sus hijos tanto salir por la noche y pasárselo bomba en las discotecas, tuvieran música y refrescos gratis y se quedaran como idiotas. Por más que animaron a los más decididos para que movieran el esqueleto , nada. La conclusión de los mayores fue que son más sosos que unas pascuas.
Entre las risas y la frescura de la sangría, las señoras bailaban unas con otras, para dar una lección de llevar el ritmo de la música, pasodobles fundamentalmente, a sus maridos, hijos e hijas. A los esposos les consideraban carcamales aburridos por no seguir sus pasos, mientras que las danzantes se complacían en verse tan joviales como en los años en que fueron mozas.
Manola recitó para clausurar la primera velada una poesía. La repitió los dos años siguientes. Lo que nunca logró fue que los maridos cantasen a la vez “Asturias patria querida”. Tampoco que se institucionalizase la fiesta para hacer una misa de comunidad, aprovechando la fiesta de la Asunción. Las demás señoras admitían sus buenas intenciones, pero no querían complicarse la vida. A Manola se le quitaron las ganas de llevar más la iniciativa de algún acto. Cogió fama de querer llamar la atención y de tratar de ser la protagonista de todo cuanto se hiciera. Sus frivolidades dieron mucho que hablar, lo cual minó otros intentos de aportar nuevas ideas.
Al tercer año se redujeron aquellos encuentros a uno. Después de comer se celebró la partida de cartas. Los hijos de más de diez años no aparecieron tras el segundo año. Pudiendo hacer las dos fiestas en una ¿para qué liar la madeja? Y así se redujo a una la conmemoración, la cual al cabo de tres años más finiquitó, sin disculpas ni comentarios. Simplemente se dejó de hacer.
Al cuarto año
Anselmo coincidió con su otro vecino, también mientras regaba los tiestos. Geranios colgantes y normales, de hoja redondeada y una nueva variedad de hoja estrellada, petunias, claveles chinos, campanillas, azucenas y margaritonas. Todas las flores formaban un tramo lleno de colorido.
La separación entre los chales fue una valla formada por dos tablas paralelas, sobre la que los propietarios colocaron una fila de macetas. Aquellas estaban una de la otra a un palmo y su altura fue aproximadamente la de la cintura en una persona de mediana estatura. Los tiestos se colocaron como adorno entre medias de los vecinos. Fue una ocurrencia común de todos, cuya aplicación se extendió como la pólvora. Todos los miembros de la fase coincidieron en el mismo gusto. Compartieron semillas y hubo un fluido intercambio de injertos. La valla que da a la calle se ornamentó de la misma manera para que hiciera juego con el resto de las lindes, a cuenta de no dejar el jardín a la intemperie.
Cada chalet se rodea de una parcela, que da a la calle común. Ésta fue de uso privado y estuvo cerrada en un extremo durante mucho tiempo. Para salir hubo que volver por el mismo lugar. Cada casa de campo tiene un pequeño garaje adosado. Los sábados y domingos la calle se usó como aparcamiento. Una hilera de automóviles recorría un lado y otro, debido a que las visitas estacionaban allí ordenadamente.
Casi todos los vecinos contrataban a un jardinero para cuidar el césped, podar los árboles y los rosales. También con el objetivo de tener a alguien que eche un vistazo durante el invierno, especialmente para avisar a tiempo de las goteras. En verano se encargaban de segar la pradera, barrer y quitar las malas hierbas. Varios vecinos emplearon al mismo, para pagar lo justo y siempre regateando el precio. Sin embargo luego todos se jactan de dar una buena propina a los encargados de cuidar su propiedad. Algo que extraña a los lugareños, ya que los veraneantes son generosos a la hora de dar propinas, pero unos tacaños para apalabrar un contrato. Los encargados trabajan lo justo En su labor incluyen las largas parrafadas que despachan con sus patronos de pacotilla, a quienes les gusta fardar de todo cuanto tienen y hacen.
Los mayores del pueblo no estaban con fuerza suficiente para trabajar en las obras y se sacaban un sueldecito con la jardinería que les ayudó a ir tirando. Los más jóvenes se dedicaron a trabajar de peones en la construcción, actividad que cada vez fue más prolífica. Cada verano aparecía una colonia más, otro bloque de apartamentos a un lado y a otro del pueblo. Las urbanizaciones se esparcían por doquier.
Teófilo y Anselmo tomaron como tema de conversación el tiempo, el crecimiento urbanístico imparable de la zona y hablaron sobre los resultados de los partidos de fútbol que se jugaron durante la semana para celebrar los torneos veraniegos.
La costumbre y uso hizo que cada vecino regase la mitad de los tiestos de la valla en común, para repartir el trabajo y los gastos del recibo del agua. El primer año si no coincidían para verse en la parcela el primero que realizara la labor se encargaba de hacer todo y otro día el otro vecino le regaría lo que le correspondería a aquél. Se llegó a un acuerdo no apalabrado ni especificado. Fue una costumbre guiada por la cordialidad. A nadie le interesaba que se secasen las flores colindantes porque una imagen cutre afea su territorio y no hay cosa que dé más sensación de pobretería que plantas descuidadas y flores marchitas. Por eso otra labor, tranquila para hacer que se hace algo manual y hacer que se trabaja, es entretenerse quitando los pétalos y hojillas rugosos y descoloridos.
En aquella ocasión le correspondió a Teófilo verter el agua de su regadera a los dos últimos tiestos. Anselmo insistió en que no se diera el paseo para coger el líquido elemento. A él le sobró y lo usó para cumplir con las plantas asignadas a su vecino. A Secundino le pareció un detalle muy cortés y quiso corresponder. Le invitó a desayunar. Se dio cuenta que su mujer ya tenía preparado el condumio de aquel día y se pondría de muy mal humor si tuviese que improvisar. Dejaron el convite para el día siguiente.
Secundino pensó que para hacer más amplia su sociabilidad debería hacer un exceso, invitar a su otro vecino y su esposa, que aunque extraños y poco sociables son buena gente. Corta por su falta de preparación, pero honrados. Se juntarían los tres matrimonios y pasarían la mañana enhebrando la voz unos con otros, durante la tertulia mañanera.
Menos mal que esperó a consultar con su esposa la segunda invitación, porque a ella no le pareció ni medio bien la idea de que fuera nadie por la mañana a llenarse la barriga en su hogar. Tampoco por la tarde, pero mucho menos en el horario matutinal.
– ¿Pero cómo se te ocurre invitar a los vecinos a nuestra casa?-
– ¡Mujer!-
– ¡Ni mujer ni no mujer! Es que no lo puedo entender. Me matas a disgustos, ¡vamos!-
– Por favor, Lorenzita. Lo hice por hacer. ¡Para pasar un buen rato! Con lo que a ti te gusta hablar con Lurdes. Y Sonsoles vería mal que invites a la otra vecina y a ella no.-
– “Hacer por hacer”, “un buen rato” – dice Lorenza en tono burlesco- ¡Con lo a gusto que estamos en casa, tranquilamente, a nuestro aire, sin que nadie nos moleste. Y ahora este problema que me creas a lo tonto. ¡Ay, Dios mío! ¡Dios mío!. –
– Mujer, no veo tanto problema.-
– ¡Pues lo es, y grande!-
– Por favor, no grites que nos van a oír. –
– Vaya problemón.-
-¿Pero me puedes decir cuál es la cuestión que tanto te azara?-
– Primero : nuestros hijos se van a despertar al oírnos hablar. Segundo: que si vienen ya no podemos hacer un desayuno de taza y café. Hay que sacar el mantel, servilletas que sean de tela, por supuesto. ¡Qué dirá Lurdes! con lo tiquismiqui que es para los menesteres domésticos. ¿No has pensado que tengo que sacar los cubiertos nuevos y la vajilla de cuando nos casamos? Lo que quiere decir que tengo que pasar todo un día de limpieza. ¡Cómo si tuviera poco que hacer! ¡Ay! Dios mío, Dios mío.-
– Por favor, no saques las cosas de quicio. Se trata de tomar un café de manera informal. –
– ¿Informal? Tú me quieres matar No tienes consideración. Me paso el día trabajando. Porque todos estáis de vacaciones, pero ¿quién hace las labores de la casa? Para mí no hay vacaciones que valgan. Es una situación muy comprometida. No estoy dispuesta a sacar lo mejor de nuestro hogar por unos simples vecinos. Por muy buenos que éstos sean.-
– Mi pretensión fue que estuviéramos un rato juntos. ¡Como te gusta tanto hablar con las vecinas! Siempre estás pendiente de lo que dicen. –
– Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. ¿Te imaginas lo que comentaría toda la fase si saco las tazas de duralex? No podría salir ni a tomar el sol en el jardín. ¡Qué vergüenza! Me da un síncope. ¡Un síncope!-
– Lo siento no creí que fuera para tanto.-
– Piensa, Cundy mío, que nos vemos obligados a que, como les hemos invitado, responder a otro convite que nos hagan ellos. Pero lo peor es que como lo hacemos este año, si al año que viene no les brindamos nuestra casa para pasar una mañana con ellos se lo tomaran a mal. No estoy dispuesta a crearme obligaciones. Y menos a lo tonto.-
– A lo tonto he sido yo. No creí que fuera a tener tanta transcendencia una propuesta a todas luces trivial. Te juro que fue únicamente por corresponder.-
– Si lo sé. Que tu eres muy bueno. Demasiado. Y luego abusan de ti. Precisamente por ser tan buenazo pasan estas cosas. Ya lo decía mi madre “bueno y bobo empiezan por la misma letra”. ¿Tú no te das cuenta de que ellos nunca nos han invitado? Hay que pensar un poco.
– Cuando vi que regó los dos tiestos que me correspondían a mí me salió espontáneamente la idea de agasajarle. –
– ¡Qué cosa más tonta de hombre! ¿Cuántas veces te ha invitado alguien a desayunar? Nos reunimos en la piscina, que ya es bastante. Por cierto no sé si te has fijado sobre que Lurdes y Paca llevan el mismo traje de baño que el verano pasado.
– No, ni me importa.-
– Y los porteros pasean alrededor de la piscina cuando no hay nadie. No se mojan ni la punta de los dedos. Y van vestidos. Son raros, muy raros. ¡Porteros! Eso lo dice todo. No sé que pintan en una colonia de chalets como ésta. Y para nuestra desgracia nos tocan de vecinos de al lado. ¿Qué me dirán todas las vecinas si invito a Sonsoles? Que estoy loca, loca de remate.
– No sé, a que viene tanto control sobre los demás. Luego alguien hace algo con generosidad y tampoco se valora. Anselmo me ha parecido muy amable con ese gesto de desprendimiento.-
– ¿Pero…? ¡Habrase visto! ¡Una regadera de agua, cuyo contenido si no se echa a los tiestos hay que tirarlo! ¡Qué generosidad! ¿Tú crees que una miaja de agua se agradece con un desayuno. ¡Vamos! tendría que regarte todas las macetas durante cien años. Ya puedes decirle que no venga. Lo que no entiendo es que haya aceptado. No tiene vergüenza.-
– ¡Vaya compromiso en el que me pones! Aunque sea por una vez…. es un apuro decir ahora que no vengan. A Jorge no le diré nada, aunque le puede sentar mal que …. De todas formas si no le parece bien que se aguante, porque es muy especial.-
– Si no es bastante un matrimonio, ¡dos! Pero ni dos ni uno. Ni una vez ni media. Le vas a decir que no puede ser. De otra manera nos volvemos a Madrid con los chicos. Cuentas que se ha muerto mi tía abuela y que nos tenemos que ausentar de la noche a la mañana. ¡Se acabó el veraneo!- Llora.
– No te pongas así otra vez. ¡Por Dios!-
– ¿Quién hace el desayuno?- Deja de lagrimear. – Yo. En vacaciones trabajo como una burra. No tienes consideración.-
– Disculpa, cariño. Reconozco que soy demasiado impulsivo. Lo siento, de verás. No creí que fuera tanto problema, pero me hago cargo y tienes razón. –
– De desprendido que eres te toman el pelo. Lo mismo te ocurre en el trabajo. Podías haber ascendido y por ser bueno te han comido la merienda los compañeros. La gente abusa de ti. ¡Un desayuno por una regadera de agua! ¿Tú te das cuenta? ¿Has visto algo semejante en tu vida?-
– Tampoco se trata de pagar el agua. Anselmo no nos la iba a cobrar. –
– Lo que faltaba. ¡Cómo si nosotros no tuviéramos el agua que queramos!-
– Cariño me salió sin más. Sin pensar. Fue un pronto. No des ya más vueltas al asunto. Le diré que no venga.-
– ¡Así, por las buenas!-
– Claro, habrá que dar una excusa. –
– Por supuesto, no vamos a quedar encima mal, después de haberle invitado. De todas formas es él quien tiene que agradecer tu cortesía. Sin embargo ya se sabe, das la mano y te toman el brazo. Manolita siempre lo ha dicho, referido a nuestros vecinos: “los nuevos ricos no saben tener tacto”. Les falta don. –
– Diré que te has puesto enferma de repente. ¿Eh?-
– ¡Ay, Secundino! pareces tonto. Si luego me ven en la piscina o en el jardín. ¡Que papelón! ¿Y no querrás que me quede encerrada en casa? ¡Vaya vacaciones!. Y no pararían de hacernos visitas. Nunca mejor dicho que es peor el remedio que la enfermedad. –
– Ha sido una tontería. Perdona. Estoy ofuscado, con tanto problema por una cosa tan nimia. Pero pienso lo que dices y efectivamente tienes razón. Lo he dicho sin pensar. Disculpa Lorenza. –
– Ya se me ha ocurrido algo. –
– Dime, cariño. –
– Vas a verle a su casa. Le dices que lo hablaste conmigo y que estaba deseando que vinieran, no se te olvide este aspecto. Es muy importante. Pero que no te acordaste que llevo un régimen alimenticio muy estricto y que desayuno solamente un yougurcito. Indícales que es de esos que llevan bibífidus, que son de los más caros. No crean, ni por un momento, que se trata de roñería. La cuestión es que no queremos que se sientan incómodos.- Lorenza observó que su marido puso cara de circunstancias. Amplio entonces el contexto de la disculpa, a fin de hacer que fuera creíble. – Además diles que el médico me ha dicho que para que haga efecto el tratamiento tengo que tomarlo de pie. Y no pienses que es extraño, lo he visto en un programa de la televisión. No me puedo sentar hasta que pase una hora después de ingerir lo que me ha prescrito el doctor. Y no es plan.-
– ¿Y si me preguntan qué es lo padeces?-
– ¡Fatiga pancreática! – respondió tras pensar un rato. – También lo he oído en la tele. Es algo muy raro y ni Anselmo ni Lurdes saben lo que es. Seguro.-
– ¿Y si han visto el mismo programa?-
– Entonces comprenderán perfectamente que no puedo saltarme las prescripciones facultativas bajo ningún concepto.-
– Qué aguda eres Lorencita. Una idea excelente. No vas a estar de pie tú y ellos sentados. Tampoco es correcto que se pasen la velada sin poderse acomodar. Lo entenderán perfectamente. Ellos saben que yo soy muy despistado. Por lo que en el momento de ocurrírseme la idea ni caí en ello. –
– Cada uno en su casa y Dios en la de todos.-
No hizo falta que Secundino fuera a llamar a la puerta de sus vecinos para dar explicaciones. Anselmo llamó a la suya.
-Disculpad, amables vecinos – dijo Anselmo con un apuro manifiesto. – Te agradezco, Secundino, infinito la invitación que me has echo. Ya sabes que gustosamente acepté. Ocurre que no va a poder ser. ¡Ya no me acordaba! Sabes que siempre estoy con la cabeza en las nubes. Te dije sí, sin pensar. En confianza, mi mujer padece de estreñimiento. Tiene que desayunar fruta, de calidad y muy madura.-
– Bueno pues no te preocu…- Secundino fue interrumpido por su mujer que escuchó la conversación desde la cocina y se acercó a meter baza. En cuanto oyó hablar a su vecino supo a lo que iba y gozó por tal enredo, pues le libró a su familia de tener que dar el primer paso, que es el más engorroso.
– Efectivamente que no se preocupe tu mujer.- Intervino Lorenza. – Precisamente tengo una fruta exquisita. Otra cosa no, pero la comida no la compro en cualquier sitio, ni regateo una peseta. La calidad es la calidad. O sea que por favor, esta es vuestra casa.- Secundino miró a su mujer extrañado. Lorenza evitó que su marido metiera la pata. Si no van es cosa de los otros. En tal caso entiende que son ellos quienes deben insistir.
– Gracias. – Las gotas de sudor se amontonaron en la frente de Anselmo, quien reaccionó como pudo. – El problema no es la fruta. ¡Faltaría más! Incluso la podríamos traer nosotros. Ocurre que acto seguido tiene que hacer unos ejercicios de gimnasia que le ha mandado el especialista. Es un tratamiento muy estricto.-
– Algo he oído en la tela. Sí, creo que sí.- Dijo Lorenza con muy mala uva. – Pero nunca le he visto hacer ejercicios en el jardín.-
– Ya es que madruga. Es muy tímida.-
– Entiendo.-
– Tiene que hacerlos obligatoriamente. Y no va a ponerse con ellos mientras nosotros estamos mirando. ¡Con lo vergonzosa que es!-
– Dila que no tiene el más mínimo problema. Mi hija Terina hace Yoga. Pueden hacerse compañía. Por nosotros que no se preocupe. Miramos a otro lado.-
– Sois muy amables, pero no es plan. Ya veis nuestro jardín está al lado. Pero ya sabes como habla Lurdes, bueno todas las mujeres. Entre lo que os contáis y la despedida se ha pasado el tiempo. ¡Que cuando os ponéis por teléfono! ¿Verdad Secundino?- Soltó una risotada, que piadosamente siguió su vecino. Buscó en éste comprensión y que le echara una mano. Pero Lorenza tenía la sartén por el mango y quiso apretar los tornillos al máximo.
– Por un día que haga una excepción. No creo que pase nada. – Comentó la vecina con sorna.-
– Un día por una cosa, otro por otra.-
– Para una vez que íbamos a desayunar juntos. Que pena.-
– Ella tiene mucho miedo. La salud es algo fundamental. Si no soluciona pronto su mal es muy probable que le dé un infarto. Yo no quiero quedarme viudo y ¡vaya cargo de conciencia para vosotros! dejar huérfanos de madre a nuestros hijos. Seríamos todos unos irresponsables. –
– ¿Oh! – se estremeció Secundino. Encontró el momento de intervenir. La situación era dramática. En esas estaban cuando saltó su mujer, quien no se rendía.-
– ¿Habéis mirado probar hemoal? Lo anuncian en la tele.-
– ¡Por Dios! Lorenza, ese medicamento es para las hemorroides.- Aclaró Secundino.
– ¿Uy! es verdad. Que tonta.- Rectificó la anfitriona.- Bueno lo sentimos muchísimo. Otra vez será. Indica a tu mujer que si para otro año se ha recuperado os invitaremos de nuevo. Ya sabéis que nuestra casa está abierta para vosotros. Y para cualquier persona decente.-
– Mi mujer me ha dicho que a cambio ¿qué os parece si después de cenar damos un paseo al pueblo y tomamos algo. Solemos ir con Teófilo y Esperanza. Siempre nos hemos cruzado con vosotros y no hemos tenido la ocasión de dar una vuelta juntos.-
– Lo que diga mi mujer. Yo soy un mandado.- Dijo Secundino.
– Como todos Cundy, como todos. – Acertó a decir Anselmo. Ya estaba más tranquilo pues salió del trance.
– No os quejéis que siempre hacéis lo que os da la gana. Dila que sí. Y que se mejore. Andar es muy bueno para el estreñimiento. Es terrible. Lo que sufrirá la pobre. Mi madre también pasó ese mal. Es muy incómodo. Claro que mi madre lo tuvo casi a los noventa años. No es lo mismo. Entonces quedamos a las nueve y media a la entrada de la colonia. –
– Perfecto.-
Desde entonces Lorenza siempre preguntó a Lurdes sobre su estado de salud , en referencia al estreñimiento. No importó que hubieran pasado años y ya nada de aquello quedara, aun si hubiera sido cierto. La excusa que daba la mujer de Secundino para insistir con su pregunta fue el temor y la preocupación de que se repitiera a su querida vecina el atasco gastrointestinal, tan incómodo como es. Fue terrible que el comentario se hiciese delante de alguna vecina, porque aunque se desmienta la duda queda. Se pasó la voz y para referirse a la esposa de Anselmo unas vecinas a otras la identificaban como “la estreñida”. Lurdes a cambio se preocupa por las varices y las patas de gallo que asegura ver cada vez más marcadas en Lorenza. Ésta quita importancia al asunto, pero cada vez se pone unas medias más gruesas y oscuras, al tiempo que se unta de maquillaje a tutiplén. Se ha ganado el apodo de “doña cremitas”.
El año en que las familias estrenaron los chales, todas ellas pasaron las fiestas navideñas en él. Dieron un sentido bucólico a la inversión campestre. Después se dejó de hacer, “una vez y no más santo Tomás”. Todos coincidieron en el mismo criterio después de hablar unos vecinos con otros sobre las dificultades e incomodidades observadas.
Una familia continuó celebrando la Navidad en sucesivos años, lo cual hizo que se convirtiesen en el objetivo de las críticas susurrantes de los demás. La mayoría se limitó durante aquellas fechas tan señaladas, a lo largo de los sucesivos años, a dar una simple vuelta y felicitar las Pascuas, con deseo de Amor y Paz, al resto de los vecinos.
La idea que corrió de boca en boca es que Jorge y Sonsoles pasaban en la sierra la Navidad con sus hijos para no gastar El padre de aquella familia quedó con la sospecha sobre sus espaldas de que gana lo justo y acude a un lugar como aquel para aparentar. Al principio nada se supo de ellos, pero todos coincidieron en que parecían de pueblo.
Esperanza se encargó de indagar sobre aquellos misteriosos vecinos, que se habían desviado del comportamiento generalizado. Evidentemente se sospechó que por algo debía ser. No paró de preguntar acá y allá. Son personas de buenos días y buenas tardes, no dan pie a otro tipo de comentarios. Aunque atentos lo son y también muy correctos. No deben nada a la Comunidad de propietarios.
La curiosidad es un acicate imparable, más cuando el resultado de resolver el enigma de la vida de tales vecinos llenaría las tardes y los paseos con comentarios, los cuales, sus descubridores, se encargaran de completar e interpretar.
La investigación de Esperanza fue primeramente infructuosa. No logró conocer ni contactar con nadie que conociera a Jorge y Sonsoles. Ni corta ni perezosa se desplazó a la zona donde viven en Madrid, para ir de compras. Tuvo que mirar en la lista de propietarios , para averiguar la calle en la que residen. Ya en ese vistazo que echó a los datos, que guardaba su marido como presidente de la Comunidad, descubrió algo sorprendente. La señora Sonsoles aparenta más años de los que tiene. Lo contrario que el resto de las residentes. ¡Inaudito!
La cónyuge de Teófilo preguntó, de manera indirecta en una tienda y en otra, como quien no quiere la cosa. Para no dar pábulo hacía comentarios que sus interlocutores corregían o daban nuevas pistas para rastrear. Un dato encadena una conversación que lleva a otra sugerencia que sirve para acercarse a los datos. Logró encajar la pieza del puzzle. Luego éste se convirtió en un Exin castillo, de manera que se metamorfoseó en el culebrón durante el verano correspondiente a la averiguación
La idea base, sobre la que se construyeron todas las conversaciones posteriores, fue que Jorge y Sonsoles trabajan de porteros en un edificio de barrio ramplón, ni tan siquiera del centro, lo que les hubiera dado un poco más de clase de cara a sus compañeros de veraneo. El es de un pueblo de Guadalajara y ella de otro de Albacete. Sus familias no fueron pudientes, porque dentro de ser de una aldea hay también clases. El caso es que tuvieron que emigrar, ya que no tuvieron nada que rascar en la herencia familiar, lo que en ciertos ambientes es un descrédito.
¿Cómo pudieron comprar una casita en el campo? Tal fue la primera pregunta que se hizo Esperanza. El misterio se hizo todavía mayor. Con el sueldo de un cancerbero no se puede. Jorge acertó los catorce en unas quinielas. Razón por la que las mujeres que pasan los veranos en la sierra no ven bien los juegos de azar, aunque sus respectivos maridos participen de ellos. Consideran improcedente e inhumano que personas que son de otra clase se mezclen con los de otra superior simplemente por un hecho fortuito.
El comentario unánime de los moradores de los chalets fue que Jorge y su mujer son nuevos ricos, de los del quiero y no puedo. Sonsoles va vestida como una paleta recién llegada a la capital. Con trajes pasados de moda y además muy enjoyada para llamar la atención. Luce pulseras, collares, pendientes y faldas carísimas sin clase. Sin saber llevar tales prendas. El chalet el guadalajareño es exuberante, su coche de lo mejorcito del mercado y el más grande, pues sigue la norma de “burro grande ande o no ande”. El desprecio que hicieron a los porteros fue considerar a todos los miembros de aquella familia pobres personas, debido al trabajo de los padres.
Muchas vecinas de la colonia se hicieron cruces pensando la sorpresa que se llevarían ellas si al comprar aquella propiedad en el campo se encuentran de compañero de propiedad a alguien que les sirve en Madrid. A todas les hubiera dado un soponcio.
Si por lo menos una vez que ganaron una fortuna hubieran abandonado aquella labor servil podrían ser como los demás. Jorge y Sonsoles pensaron que llevaban muchos años trabajando y cotizando y quisieron cobrar íntegra la jubilación. Sin perder ni una peseta. Por otra parte estaban tan acostumbrados a hacer lo que hacían que no quisieron cambiar su ritmo de vida. Romper la rutina les hubiera matado. Se dieron el caprichazo de comprar un chalet. A sabiendas que lo adquirieron para chinchar a los que son de la misma mentalidad que las personas a quienes atienden, pero encima los del veraneo se lo tienen más creído. A tales ciudadanos les tienen calados, les conocen como la palma de su mano. También satisficieron el caprichito de pagar a alguien que les sustituyera durante el período de las tres vacaciones reglamentarias.
Las personas que conviven en la capital con quienes veranean en los chalets se enteran, por activa o por pasiva, de que en la sierra se respira el aire más puro y más sano del mundo. Que es una gozada acercarse a pasar un rato y un acierto haber comprado una pequeña casa en el campo. Lo de pequeña, aunque fuera cierto, de alguna manera, lo indicaban con cierta falsa humildad. Quieren convencer a quien hable con ellos que aunque sea pasar unas horas es un placer, que merece la pena, aun soportando las largas caravanas de regreso durante los fines de semana. También presumen de que jugar con la nieve es una gozada, sobre todo tener el mayor número de copos en lo que es la propiedad de uno. Jorge y Sonsoles no han comentado a nadie, por contra, sobre su propiedad en el campo. No dicen nada. Entienden que a nadie le importa saber adónde van. El único comentario es que se largan unos días al pueblo. Saben por experiencia que para ser cordiales deben evitar la envidia de quienes ven a diario.
Ningún veraneante duda sobre que Jorge y Sonsoles son buenos , honrados y decentes, pero carecen de elegancia y saber estar. Tratan de ir de señoritos por la vida mientras que se pasan el día fregando escaleras. Lo malo no es sólo que sean diferentes, sino que se les nota. Rompen la armonía y la manera común de ser de la vecindad.
Ante los comentarios despectivos de los padres en la colonia, varios de los hijos de familias de diversos chalets reaccionaron, lo que provocaba tensiones en el seno doméstico. Los jóvenes entienden que ser portero es un trabajo tan honroso como cualquier otro y que ,además, es necesario. Alguien tiene que hacerlo. Para cerrar el tema los progenitores concluyen con un llamamiento circunspecto a la responsabilidad: “Tú estudia, tú estudia, hijo mío, no sea que acabes igual” dicen reiteradamente, como si hubieran todos aprendido una misma lección. Lo de aprovechar la estancia en el instituto y en la universidad se convirtió en una obsesión de todos los padres y madres del lugar. Se esfuerzan y sufren terriblemente para que sus hijos sean algo de provecho, sobre todo más que los demás. Lo cual se entiende como ganar más dinero. Los veteranos quisieron dejar a su descendencia bien situada, seguros y sin posibilidad de que se descarrilen. Les consienten todo, con el fin de amenazarles con que si no hacen lo que les dicen y aconsejan sus mayores no podrán seguir el tren de vida al cual se han acostumbrado. Algo de lo que algunos, ya por entonces, comenzaron a pasar, pero teniendo, eso sí, la vida resuelta. Son hippys de media hora. Vestidos como tales, sin que les falte mil duros en el bolsillo
Para la inmensa mayoría de los veraneantes pasar las fiestas de invierno en el chalet es terrible después de haberlo experimentado. Cuando llegan la casita se encuentra desangelada. La chimenea es muy bonita y da un ambiente muy romántico, pero calienta demasiado cerca de ella y poco o nada a dos metros de distancia. Caldea una parte del cuerpo y la otra se queda helada. Aunque se enciendan los radiadores no es lo mismo que la calefacción central. Además la casa se llena de humo en cuanto se prende la leña. La ceniza llega al suelo y a las alfombras. Para pasar unos días hay que darse un paliza limpiando, que hace que no merezca la pena.
Da lo mismo que sea invierno o verano, los hijos entran y salen cuando hace frío. Juegan con la nieve y acaban resfriándose. Si llueve no hay quien les aguante dentro del hogar, sin hacer otra cosa que dar guerra. El pueblo está lejos para ir a misa del gallo. A esas horas da pereza sacar el coche. Los abrigos de piel desentonan en un ambiente rural, aunque allí también abunden las mujeres que lo lucen, pero para las señoras de la capital pasear con las mejores prendas en las calles del pueblo desmerece. No es el marco apropiado que precisan. Además las calles de los chalets no estuvieron durante muchos años bien iluminadas ni en el centro del lugar hubieron tiendas con escaparates lustrosos. Las aceras sin rótulos luminosos daban una sensación de tristeza insoportable.
Otro inconveniente es que no iban a poner un belén en dos casas ni habitar una sin él, en una fechas en que su presencia es esencial. El resultado fue dejar de pasar la Navidad de manera campestre. Nadie duda de que son fiestas entrañables para pasar en familia y en la casa buena, con todo tipo de comodidades, que para eso trabajan y las tienen.
Doña Talila es la más mayor de todas las señoras. Tuvo edad de ser abuela cuando estrenaron el chalet, pero sus hijos tenían los mismos años que la cuadrilla de los que pasaban los veinte. Su matrimonio fue tardío. Algo que cuenta insistentemente, dando todo tipo de explicaciones personales. También que sus tres hijos fueron fruto de tres viajes de placer. Y que todos fueron engendrados en un barco. Hay personas que han escuchado la historia sin que les importe repetir para ver algún detalle nuevo que les permita atisbar alguna pista sobre la sospecha que se cierne sobre la vejeta parejita, en cuanto que los hijos fueron adoptados. La lógica que se alude para tal hipótesis es que es demasiada casualidad que la cigüeña llegara siempre tras una visita turística a un país exótico. Si cuentan tanto cómo fueron engendrados sus presuntos hijos ¿no será para ocultar la realidad? Nadie les había preguntado sobre tal asunto y no es materia que se cuente así como así.
La veterana, como se conoce cariñosamente a doña Talila, fue la primera en innovar ciertas costumbres. Una un año, otra otro. Durante varios años sucesivos se transformaron paulatinamente algunos usos. El cambio pasó imperceptible, aunque fuese substancial. Cuando alguien introduce una variación se contagia al resto. Se toma como un avance de progreso y desarrollo. Cualquier modificación se hace con el impulso de una lógica aplastante.
Don Ramón y su esposa se jubilaron a una temprana edad. Pasaron, desde que compraron el chalet, todo el verano en la sierra. Del quince de junio al quince de Septiembre. No se mueven de allí. Ni van una semana a la playa, ni a otro lugar. Al principio hicieron excursiones a la Pedriza, al Escorial y al Valle de los Caídos. Lo que no paran es de contar sus tres viajes a otro continente. En sus años jóvenes recorrieron toda España. Con el chalet buscaron tranquilidad. Cada recuerdo que cuentan lo narran de la misma manera que siempre.
El marido de doña Talila es muy servicial. Cuando no habitaba nadie las residencias pasaba chalet por chalet entretenido en la tarea de regar los tiestos de todo el vecindario. Al segundo año su mujer se harto de tanta amabilidad. Ella empezó a correr la voz de que su marido no estaba para tantos trotes. Había llegado a sus oídos que ciertas personas , ella supuso quienes fueron, interpretaban la generosidad de su pareja como una disculpa para fisgonear. Su decisión fue tajante para acabar con tal chisme. Se acabó. Cada familia que riegue lo suyo.
Continuó don Ramón en su labor con los de sus lindes, a la derecha y a la izquierda, lo que fue un favor para sus vecinos. También para él mismo. No iba a dejar que se secaran las flores que dan a su jardín, estando de su mano. Seis años después su esposa se quejaba. El sin embargo estuvo encantado. La cuestión es que afectó a la economía familiar. Es un gasto que al cabo de un siglo supondría más de cien mil pesetas. Día tras día es un dineral. Lo que empezó como una devoción se transformó en una tarea obligatoria, que no tenían porqué asumir. Doña Talila le hizo dejar tal quehacer, pues señaló que nadie agradece suficientemente el detalle de ocuparse de las flores. La conclusión fue corroborar el dicho, fruto del saber popular, “cada mochuelo a su olivo”.
La primera idea renovadora, que abriría la caja de Pandora, fue saltear los tiestos. En lugar de que fueran colocados en una fila seguida, se dispusieron de manera que uno estaba en el lado de un vecino y otro en el del colindante. Sucesivamente dejó de compartirse un territorio común. Cada chalet tuvo en su demarcación aquello que le correspondió estrictamente. Ni un palmo más ni uno menos. Las familias se encargaron desde entonces de lo que es rigurosamente su responsabilidad.
Hubo que dar una razón que explicase tal ocurrencia. De manera que no se pensara que se trataba de una medida egoísta. Cada parentela y estirpe iniciaban el camino de la autodeterminación y las lindes se trasformaron en fronteras familiares. En un principio
la idea base sobre la que se acordó tal medida fue que a don Ramón le gusta que todas las flores sean del mismo color y no un tiesto con pétalos de color rosa, otros azul, rojo, amarillo, para formar un batiburrillo que cansa a la vista y hace que los jardines no sean suficientemente elegantes. De haberlo hablado con los otros propietarios aledaños no hubiera habido el más mínimo problema, ya que les hubiera dado lo mismo. Las macetas se colocaron al año siguiente según aquella ocurrencia. Al resto de la población veraniega les pareció correcto, según el lema “cada uno en su casa y Dios en la de todos”. Cada paso que dan las buenas gentes debe ser apoyada por la sabiduría popular y siempre hay algún refrán que justifica la medida que apliquen.
El resto de olos vecinos pensó en su intimidad que tal cambio fue debido a que aquel matrimonio mayor se volvió con la edad más roña y tacaño. Siempre se rumoreó que ambos fueron de la cofradía del puño cerrado, el cual no lo abren por no derrochar. Una frase muy característica de don Ramón , que aplica como consejo es que “para gastar hay que medir”.
Hubo un pleito solapado, que al cabo de varios veranos se tuvo que abordar en la reunión anual. Hasta entonces se tomaron medidas individuales, hasta que llegó un momento en que los intereses de cada cual provocaban un choque que se manifestó de manera sordina. Algo muy propio de aquel ambiente. Al aplicarse la normativa municipal en cuanto a la recogida de residuos, los empleados del excelentísimo Ayuntamiento colocaron un contenedor en la fase, para que cada vecino echase sus correspondientes bolsas de basura. Se puso a la entrada para facilitar la labor del camión que recoge los desechos. Quienes viven en los primeros números se sintieron incómodos, al considerar aquel depósito antiestético y foco de malos olores. En definitiva que a nadie le gusta tener frente a su casita de descanso una cosa así. Desmerece.
De la noche a la mañana el contenedor apareció a la mitad de los dos extremos de la calle. Los que se encontraron con él a su puerta protestaron. Nadie dijo nada, pero se comentó que debió ser tal cambio debido a una norma del excelentísimo Ayuntamiento. La explicación que ofrecieron quienes no estuvieron afectados fue que era una manera de que se colocara equidistante entre quienes viven arriba y abajo. Ir de un apunta a otra sería demasiado esfuerzo, de lo que nunca se incomodaron los residentes, pues de salir a dar una vuelta se lleva la basura. La cuesta era más simbólica que real, más para definir quienes viven a un lado y a otro que debida a una inclinación del terreno.
Los que viven en el medio no quisieron enfrentarse a los de arriba. Ni buscar problemas con los del otro extremo de la urbanización. Actuaron zorreramente. El contenedor apareció en el lado opuesto de su primera colocación. Corrió el rumor de que es mejor así, porque al ser una calle sin salida, por aquellos tiempos, no se ve desde la avenida principal. Tal situación es inmejorable desde un punto de vista estético, atendiendo el interés general de quienes pasean. También tiene una práctica muy importante. Nadie se acercaría a echar algún papel al depósito de basura y de paso se evita que tal acto se use como pretexto para fisgonear. ¿Quién , en su sano juicio, podría asegurar que quien fuese a echar un vistazo no fuera un ladrón? Nadie de fuera lo puede utilizar, pero si entran ¿quién pone el cascabel al gato? De la mitad para arriba se llegó al consenso de que más vale un por si acaso que un yo creí. Ya lo dice el refrán “quien evita la ocasión evita el peligro”.
La dialéctica y los razonamientos de una mitad no convenció a la otra parte. No hubo discusión, sino raposería. Comentarios sobre que si es mejor en un sitio o en otro. Los de abajo no querían que los que están cerca de la entrada tuvieran que hacer un recorrido tan largo. Entendieron que en la parte que da a la avenida es la mejor, ya que pilla de paso a todos cuando salen y es adonde dispuso la institución municipal en en un principio. Respecto los peligros de un posible asalto mantuvieron que para eso está la policía, si no ¿para que pagan los impuestos?
Se colocó el dichoso mamotreto cada vez en un lugar diferente, sin que nadie se enterase de quien lo hizo. Con las prisas de los colocadores unas veces estaba caído, otras con la tapa abierta. Llevar la bolsa con los desechos familiares se convirtió en un problema porque se hizo incomodo al molestar siempre a alguien. De día nadie hacía nada, hasta esperar a que se hiciera de noche y sin que nadie se enterase alejar el peligro de la puerta. Se llegó a temer que quien tuviera a su lado tal recipiente se le llenaría la casa de ratas y que hasta pudiera llegar la peste. Los padres de cada chalet se afanaron en defender a su descendencia de tal amenaza y rememoraban la gesta de los de la ribera del Tuerto y el Órbigo, en la única provincia de España con nombre de animal y no avutarda precisamente, que compararon un centro de residuos con una bomba nuclear y un vertedero.
Como los vecinos no hablaron diáfanamente no llegaron a un acuerdo, porque nadie decía nada con claridad. Unos habían oído…, otros entienden que… y así comentario tras comentario hasta que la situación se hizo insostenible. Algunos vecinos llegaron a contratar patrullas del mundo del hampa para proteger su puerta. Las actuaciones soterradas podrían sembrar el caos, en una situación que cada vez degeneró más y ponía a todos en peligro.
Se acordó durante la junta vecinal que cada día estuviera en frente de un chalet, por orden consecutivo. Como a nadie le gusta discutir estuvieron de acuerdo. Por lo bajini luego criticaron que Gumersindo , que propuso tal medida, es quien menos tiempo pasa allí y que aportó tal idea para fastidiar a todos los demás. También se aseguró, en los comentarios que van por el aire, que precisamente él es quien más basura produce y la que peor huele.
Otra idea de doña Talila, dos veranos siguientes a la puesta en práctica de la primera, fue sembrar girasoles junto a la valla que limita su parcela. Las razones no pudieron ser más contundentes, fruto de su experiencia en la vida. Crecen muy rápido, son una planta preciosa, necesitan poca agua y dan pipas. Claro que allí no tenía sentido como plantación, sino como flor ornamental. Al tener tallos muy altos dan sombra, lo que para la época de sol es muy de agradecer.
Los tiestos resultaron ser un engorro, porque hay que quitarlos en invierno, luego volver a ponerlos al llegar la primavera. Ocupan mucho espacio en el garaje. ¡Un lío! Pero además es que una barrera alta como es una fila de girasoles, además de adornar, hace que no se vea desde el jardín el contenedor. También si alguien de fuera entra a pasear por allí se evita que mire indiscretamente las propiedades que no son suyas. Para que la nueva opción hiciera juego con el resto del contorno de la parcela toda la linde se puso de la misma manera. La idea fue aceptada debido a que daba más intimidad a las familias. Nadie pensó que no podrían conversar con el vecino cuando regara, ni tampoco al salir al jardín. No se cayó en ello porque hubieron temas prioritarios y más importantes a los que dar una solución. De paso se arregló el que los chavales anduvieran saltando las vallas, lo cual es un peligro para su integridad física y un gasto, pues que no hay verano en el que algún guaje no rompa algún tiesto.
El chalet de Jorge cambio la estética de los girasoles por la de maizales. Otro estigma para quedar marcado respecto a los demás. El aspecto de todos los carmenes serranos fue más cerrado, pero adquirieron un aire más rural, más campechano y rústico, lo que daba una mayor diferencia al ambiente de la ciudad. Al fin y al cabo tiestos también hay en los pisos de la ciudad.
Paca y Manolita supieron la razón real y auténtica que motivó que a doña Talila se le ocurriese poner girasoles. Era extraño que fuera ella y no su marido quien los sembrara y también fue ella la encargada de regar la parcela, con lo que a don Ramón le gusta entretenerse con el cuidado de la naturaleza. Sin embargo este buen hombre no mostró para aquella iniciativa el más mínimo entusiasmo.
La veterana, no pudo más y acabó confesando confidencialmente a Paca que a su marido se le iba la vista con las vecinas. Las hábiles preguntas de Francisca fueron determinantes para que doñas Talila confirmara lo que sospechaban las mujeres del lugar. Al ser verano todas van con poca ropa, toman el sol en bikini y a un hombre amable y conversador como lo es su marido le gusta enhebrar la conversación con cualquiera. Nadie duda de su caballerosidad, y no tiene pinta de ser un viejo verde, pero coincidió que la vecina del lado izquierdo era un poco alegreta. Se oyó decir a alguien, nadie es capaz de dar fe sobre ela autor del comentario, que en Madrid le vieron salir de un taxi , con la mano asida a la de un hombre que no era su marido. Otra prueba que aportó doña Talila, para confirmar su resquemor, fue que don Ramón es muy descuidado para salir al hogar del anciano durante el invierno, pero en verano se arregla y atusa en exceso. Su esposa no podía soportar la dedicación tan grande en arreglar la tierra de los tiestos, atender las flores con tanto celo, pintar las macetas y si no había nada que hacer limpiaba el polvo de cada una de éstas. Demasiado empeño. Para no reconocer sus celos alegó que tanto trabajo podría afectar al corazón de su marido. Paca cogió la onda y supo desde hacía mucho tiempo que la preocupación de aquella mujer fue que su augusto esposo cuidara tanto las otras flores que no son vegetales. Para ponerse de parte de la veterana exclamó, cuando escuchó la versión confidencial de ésta: “Si quiere mirar a una mujer que mire a su esposa. Y si no que le cuiden las otras. ¿Qué quiere flores? Los girasoles son bien hermosos”.
A Manolita no le comentó nada doña Talila, por entender que es demasiado meticona. Paca fue más astuta y luego se lo contó a la otra. El rumor corrió sigilosamente pero contumaz. Además se cargó el ambiente femenino de cierta sospecha que recayó sobre todos los maridos, para los cuales también sirvió la precaución de tener una barrera un poquito más alta.
La experiencia es la madre de la ciencia. Todos los vecinos se percataron de que hace falta sujetar el tallo de los girasoles, como única manera de evitar que la planta se doble. Para tal menester colocaron una alambrada. Se sintieron más seguros al verse protegidos por una empalizada. Se evita que alguien pueda invadir la propiedad privada. De nada sirvieron las quejas de los hijos que protestaron al comprobar que se sentían encerrados, igual que si estuvieran en una jaula. Lo que para muchos mozalbetes y majas ya lo fue por el hecho de tener que ir forzosamente con la familia todos los fines de semana. La razón de acudir con los hijos periódicamente fue dar un sentido práctico a la inversión realizada. Los padres opinaban que tales manifestaciones de disgusto son exageraciones y paparruchas de jovenzuelos. Consideraron que una verja más o una menos da igual. Las ventanas estuvieron siempre protegidas por barrotes para no dejar que ningún ladrón ni siquiera intente entrar. Las puertas también desde el primer día son blindadas.
La barrera metálica se colocó igualmente en la piscina, para no desentonar del resto y dar a la calle cierta uniformidad. Al mismo tiempo serviría para evitar que los gamberros y depravados saltasen alguna noche, como lo vinieron haciendo, para nadar y montar tremendas orgías, presuntamente al menos, según sospechan los cabeza de familia de la fase.
Nunca hubieron más de dos o tres baños nocturnos. Durante los primeros años se repitió la experiencia de una semana a otra. Luego se redujo a uno para todo el verano. Todos los hijos de quienes protestaban callaron. Se hicieron los longuis. Los progenitores no pegaban ojo por las noches durante casi todo el verano, a la espera de descubrir a las personas que ocupaban la piscina sin permiso de nadie y saltándose no sólo todas las normas cívicas y morales, sino las vallas que limitan la propiedad privada. Esperaban pillar infraganti a los culpables. Luego les denunciarían para que se pudrieran en la cárcel. Les desmoralizó mucho que con los cambios políticos la chusma de sinvergüenzas saliera de la prisión a los dos días para seguir haciendo fechorías, pero pensaban que por lo menos una temporada en la sombra les serviría de escarmiento.
La verja no fue inútil. Aunque los invasores siguieran saltándola, al menos dos años después de estar colocada vieron , la silueta de uno de ellos. Los vigilantes del orden y la pulcritud, de los chalets colindantes con la piscina, comprobaron que al salir del estanque destinado al baño lo hicieron en bolas, con la ropa amontonada en los brazos. Corrieron tras los chavales, los cuales huyeron despavoridos. Al llegar al final de la calle desaparecieron. La conclusión de los perseguidores fue que no es un juego inocente ni una chiquillada, como afirman los hijos de quienes siguen la pista de los irrumpidores de la piscina. Corrió el rumor de que se trata de algo organizado. ¿El objetivo? Hacerles la puñeta a la buena gente, horada y trabajadora. Se dijo que un coche les esperaba a la salida, aunque nunca se hubiera oído el ruido de motor alguno. Las voces corrieron de boca en boca y hubieron personas convencidas de que un helicóptero rescataba a los fugitivos.
Al año siguiente de colocar la verja, ésta fue burlada. Juan Carlos salió al encuentro de los prófugos. Realizó dos disparos al aire. La indignación creció, año tras año. Cada vecino cercano al lugar del incidente decidió organizar una vigilancia más exhaustiva. No hubo forma. Fueron burlados, durante muchos veranos. Los jóvenes que transitoriamente lo hicieron pasaban del asunto. Mientras tanto los dueños de las parcelas envejecían.
Para los bañistas de la noche aquel chapuzón se convirtió en un símbolo de su libertad. No querían arriesgarse. Se daban un remojo rápido y se piraban, sin dejar reaccionar a sus contrarios. Para no entretenerse se dirigían a la piscina con casi toda la ropa quitada. Un aliciente añadido fue cabrear a los carcamanas de la colonia, a quienes al día siguiente les tomaban el pelo y daban, en bromas, pistas falsas. En dos ocasiones la Guardia Civil fue avisada y acudió al lugar del hecho. Una situación trivial se enredó cada vez más y más.
Que la mojadura colectiva fuera todos los años, impepinablemente, mosqueó a los investigadores caseros. Sospecharon que pudiera tratarse de un macabro ritual. Lo que desmontaba tal idea es que no se hizo en una fecha fija ni durante las fases lunares que marcan las ceremonias esotéricas.
Las medidas de seguridad no fueron del todo en vano. La pandilla de desalmados dejó una huella. Un calzoncillo en medio de la calle. Quienes lo vieron fueron un grupo de niñas y niños pequeños que convirtieron tal prenda en una bandera sujeta con un palo. Hicieron chanza sobre el palomino que se vio en él. Los más jóvenes al enterarse de la anécdota no pararon de gastar bromas al dueño, con indirectas. Para los padres fue una prueba con la que podrían dar con los protagonistas. Llevaron la muda usada al cuartel de la Guardia Civil. Exigieron con insolencia que sacasen las huellas dactilares o que se hiciera una prueba genética para descubrir a los culpables. Avalaron sus peticiones con casos que aparecen narrados en la sección de sucesos de la prensa y en las películas americanas. El sargento les echó al desistir de convencer a sus contertulios que no es posible aplicar tal parafernalia de investigación para un caso como aquel. ¿Qué iban desnudos por la calle? Una gamberrada. Lo mismo que entrar en la piscina. Para los dueños se trata de algo delictivo por ser allanamiento de morada, conducta temeraria y exhibicionismo. No hubo forma de que entendieran que para que las pruebas de ADN y otras más sofisticadas fueran contrastadas hay que tomar datos de personas fichadas o de un sospechosos concreto. Pero la conducta de saltar la verja y bañarse no es propia de un quinqui ni de un terrorista. Tampoco hubo una orden judicial para poder emprender una búsqueda y captura de los maleantes.
Tras la entrevista que mantuvieron los cuatro caciques que acompañaron a Juan Carlos, con los encargados de guardar el orden , la indignación aumentó. Se unía la invasión de chalets con la falta de autoridad.
A los nuevos moradores del campo les molestaba el ruido de las obras para construir otras urbanizaciones. También el canto de los pájaros al amanecer, el sonido de los grillos durante la noche. La afluencia de marroquíes fue vista como una barahúnda, una plaga de personas extrañas y extranjeras, cuyo número aumentaba por ser mano de obra barata. Decidieron tomar medidas para evitar que se acabasen mezclando con ellos o que pudieran engañar , cuando no violar a alguna de sus hijas.
Los emigrantes empezaron yendo a la sierra para trabajar en los jardines. Cobraban menos de la mitad que las personas de pueblo. Corrió el bulo de que robaban en los chales, de que maltrataron a una joven. No había salido nada en la prensa, ni se constató tal acusación, pero el rumor se extendió como una mancha de aceite. Los padres pagaban a sus hijos buenas propinas para que hicieran el trabajo. Y siempre hubo algún chaval aficionado que cuidó los recintos veraniegos de su familia y el de algún vecino. A cambio de propinas que superaron con creces a los sueldos de los norteafricanos. Éstos pasaron a trabajar a destajo en las obras para construir y construir sin parar apartamentos y casas adosadas. Los vecinos del pueblo pusieron tiendas y bares para invertir lo que ganaron en le venta de solares, cuyo precio se quintuplicó cada dos años. Aunque los padres de la colonia compraban en las grandes superficies comerciales de la ciudad no pudieron impedir que sus hijos fueran de copas al pueblo, donde se creó un ambiente cojonudo durante las noches. Se llegó a dar casos que ante el ambiente asfixiante y aburrido de la sierra diurna los muchachos más mayores se quedaban con cualquier excusa en Madrid, pero iban luego con los amigos a pasar la velada nocturna sin decir nada a sus progenitores.
Como buenos pagadores de impuestos los propietarios de los chales presionaron para que el Ayuntamiento tomara alguna medida en beneficio de quienes van a la sierra a descansar. Avalaron su reclamación con abundantes cartas dirigidas al Defensor del Pueblo. Los vendedores ambulantes fueron el chivo expiatorio que pagaron el pato. Se les prohibió circular con altavoces anunciando su quehacer de tapicería, o para ofrecer melones o pan. Se les acusó de alterar la tranquilidad del lugar y se aplicó a raja tabla la legislación que regula las condiciones ambientales óptimas para la promoción del turismo rural. Cualquier horario fue inoportuno. Por la mañana los jóvenes dormitan. De tres a cinco pos meridiam es la hora de la siesta. Más tarde hay niños que duermen y si son despertados se traumatizan o se asustan.
Para evitar sobresaltos y evitar que las señoras de la fase tuvieran que sufrir salpicaduras de agua mientras que se dan un bañito, se prohibió jugar a la pelota en el recinto de la piscina. Nadie protesto por tal medida, pues aquel año murió un niño en un colegio como consecuencia de sufrir un balonazo en la cabeza. Únicamente los padres de familia tienen capacidad de decidir. La regla se aplicó también en la calle, debido a que, además, los cristales de las casas corren peligro. Nunca se rompió ninguno pero cuando entra una neura en un colectivo de vecinos la lógica es tajante. Cuando acordaron poner cemento sobre la vía no se levantaba polvo al jugar. Entonces la razón fue que con las verjas no se puede saltar a casa de los vecinos si se cae una pelota en su recinto, ni se debe molestar para pedirla. Tampoco se pudieron usar flotadores. Quien no supiera nadar tuvo que ir a la piscina que no cubre. Por supuesto nada de barcas. Puestos a poner limitaciones se acordó no llevar botellas y botes de refrescos al recinto de la piscina, ni que las mamás llevaran la merienda para los niños, pues con las comida se atrae a las avispas. Todas y cada una de las reglamentaciones sirvieron para hacer más agradable la convivencia entre los vecinos y mejorar la calidad de vida en el período de vacaciones.
Un gracioso rotuló en el cartel de las advertencias, al lado de las demás advertencias: “prohibido usar traje de baño”. Tal provocación sacó de sus casillas a diversos padres y madres de la colonia. Cada cabeza de familia y su correspondiente mujer sospecharon de los hijos de los demás. Cambiaron el anuncio y colocaron el nuevo en una caja con una pared de cristal, a fin de evitar se volviera a estropear. Unos por otros nadie quitaba ojo del letrero para evitar que se volviera a emborronar.
Para la chavalería ir a la sierra se convirtió cada vez más en sinónimo de rollo.
Dos años con girasoles fue suficiente para comprobar que es un engorro. Cada primavera hay que volver a sembrar. El primer año las pipas son un capricho. Se tuestan y se acabaron regalando. Fueron tantas que ninguno supo qué hacer con ellas. Sin ponerse de acuerdo, tácitamente todos coincidieron al mismo tiempo en hacer una valla verde, unos con alibustre y otros con arizónicas. Tal diferencia rompió la armonía estética de la colonia. En la variedad está el gusto, pero también la discordia.
El espíritu de comunidad se fue diluyendo hasta desaparecer. Los vecinos cada vez se vieron menos. Algunos de pasada. Las visitas se hicieron protocolarias y no más de las de rigor. Los encuentros y las charlas fueron un recuerdo. El intercambio de comentarios dejó de ser una costumbre para pasar a ser algo esporádico. Cada familia tenía sus problemas, sobre todo a medida que los hijos se hicieron mayores. Algunos primogénitos que se casaron con pompas y con la vanagloria de la estirpe, se divorciaban y ninguna madre quería hacer el más mínimo comentario. El vídeo de la celebración de la boda lo vieron todas. La separación de los vástagos no fue algo secreto, sino que se mantuvo el empeño de no decir nada. No se quiso comentar y punto, aunque a espaldas de quienes estuvieran afectados no se cesó de parlotear sobre tales hechos con ironía y sordidez.
Todo se sabía en los recovecos de la vecindad. Por tal razón cualquier encuentro se hizo incómodo. Nadie quiso dar pábulo de sus asuntos familiares. Cada hijo fue una historia. Los disgustos paternos quedaban encerrados en las cuatro paredes de cada clan. De puertas a fuera todos se esforzaban en aparentar estar no sólo bien, sino mejor que los demás. La medida básica de ser feliz es la situación social y tener más dinero que el resto. Antaño se midió por los padres, mas luego se hacía la media con los hijos. De éstos no hubo casi ninguna familia con más de tres hijos sin algún parado, artesano o de trabajo no reconocido. Muchas madres se conformaban con tener por lo menos uno con el que presumir. Los casos más incómodos fueron los de labores ambiguas, que daban pie a comentarios: Enfermera, por ejemplo, ofrecía la posibilidad de indicar que es inferior a médico o que son unas busconas de hombres con superiores titulaciones y poder adquisitivo. O azafatas. Para la madre de alguna de esta profesión es un oficio que exige ser elegante. Viajan mucho y se necesita el estilo de una experta en las relaciones públicas. Para las arpías que no tienen hijas que se dediquen a atender durante los viajes aéreos, se trata de una dedicación sospechosa. Con tanto ir y venir se convierten automáticamente en unas pendonas. Si van pintadas y perfumadas entienden que es para cazar a algún sinvergüenza, sin importar si está o no casado. Y sobre todo para no ofender con las sospechas que comentan siempre dejan la puerta abierta a que haya alguna honrada. Lo que es seguro es que de prosapia y don nada, son chachas de altos vuelos, sirvientas de café de los viajeros y encargadas de limpiar la baba a los que se marean.
A ninguna madre no se le ocurría decir que una hija es camarera, porque los comentarios serían terribles. Lo que se dice en tales casos es que trabaja en un comercio, como secretaria o con el cargo de atención al cliente. Sobre las ocupaciones de los varones, cualquier cargo, fuera de una profesión liberal, las madres interpretan que sus hijos son hombre de negocios. Los que son funcionarios o trabajadores de banca reciben el comentario de ser “pobres hombres, sin espíritu y que no valen para otra cosa”.
Los vecinos dejaron de reunirse anualmente para resolver los asuntos de la administración del único bien común. Quisieron evitar las discusiones. Todos entendieron que es preferible llevarse bien, aunque fuera en la distancia que andar con discrepancias. Contrataron a un administrador y a un abogado para resolver los conflictos por la vía legal. Cualquier queja la resolvería desde entonces un profesional de manera que se evitan múltiples comentarios sobre asuntos técnicos que se alejan de cualquier criterio realista. Únicamente se mantuvo la unidad de la colonia con la acción de vigilar a los bañistas de la noche.
Los jóvenes fueron, de manera progresiva, cada vez menos a la sierra. Cualquier chaval o chavala al llegar a la adolescencia buscaba un pretexto para no acompañar a sus padres. Los mayores entendieron que fue una manera de escaquearse de currar en el jardín. El único aliciente para la chavalería fue hacer una excursión al monte, para decir que han contactado con la naturaleza, experiencia ésta que casi se llegó a considerar como algo paranormal. El resto del tiempo es dedicado a dormir, tomar el sol en la piscina y por la noche ir de copas. De cara a cualquier otra actividad se quitaban las ganas, como por ejemplo leer. Muchos se proponían terminar varios libros o empezar alguno, pero la modorra es tal que quienes lo han intentado nunca pasaron de veinte páginas.
Los chalets se convirtieron para sus propietarios en una carga económica. Gastos de mantenimiento, de comunidad, de agua a fin de mantener bonito el jardín, de luz, y la contribución. Los cuales se añaden a los gastos, también fijos, de la primera residencia en la ciudad. Todos pensaron en algún momento vender su posesión. La inercia hizo que siguieran año tras año. Salir al campo se convirtió en un encierro en la casita de verano. Ir se tomó como una obligación para aprovechar las comodidades de los dominios campestres.
Los dos primeros años , con la ilusión de volver a sus raíces rurales (remota en la mayoría de los casos) en cada parcela los vecinos pusieron en una parte del terreno una huerta. Cada uno presumió de sus tomates, cebollas, melones, pimientos y pepinos. Aunque a todos les encantó comer algo que sembraron con sus manos, tal costumbre se dejó de hacer.
– ¿Quién me manda a mí venir todos los fines de semana y alguna tarde a regar? Si se echan cuentas, entre sulfatos, agua, abono y herramientas sale más barato comprar el producto en el mercado. ¡Mira el tiempo que hay que emplear! Los agricultores están para esto. – Tal fue el comentario generalizado de los pioneros de la fase. Semejante crítica se convirtió en un pensamiento global, luego en un rumor, para terminar siendo una decisión colectiva. Las ideas de cada vecino sufren una metamorfosis de manera que son transformadas en un aire que penetra en las neuronas de quienes habitan en el mismo colectivo.
Tras dejar de cuidar las huertas se plantaron flores y césped. Pero cada vez menos. Se acabó poniendo baldosas en los jardines. La razón fue que es más limpio y hay que gastar menos agua, cuyo precio cada vez fue más caro. Si hay sequía las restricciones son obligatorias y la hierba seca da sensación de pobreza.
Las hormigas fueron molestas, lo mismo que los mosquitos. Se eliminaron con insecticidas. Primero para que no hubieran en la vivienda. Luego se extendió a toda la propiedad, dentro y fuera de la casa. Las raíces de los árboles levantaban el pavimento. En otoño llenan todo de hojas secas. Los árboles de hoja perenne también. Al caer sobre una superficie lisa se nota más. Las sombras que dan son inoportunas. ¡Fuera las plantas de tronco leñoso! Una vez taladas se sustituyeron por toldos en los porches y sombrillas en las parcelas.
Las lindes de cada propiedad se hicieron con alibustre para adornar y mantener el espejismo de verdoso. Da buen aroma y permite tener algo que regar y así usar la manguera que todos compraron en un principio. Fueron pioneros en definir el turismo rural, que al cabo del tiempo se convirtió en una moda y motor del desarrollo de los pueblos.
La calle común se hizo de cemento. El tiempo no pasa en balde y se abrió. Se convirtió en una paso de automóviles, en una dirección. Para tal fin el Ayuntamiento asfaltó todo su recorrido y puso aceras como Dios manda. Como todo sucedió sobre la marcha y ante la urgencia de resolver las necesidades más inmediatas nunca se pensaron las consecuencias de tales medidas. Simplemente se entendió que fue bueno en su momento y nadie miró para atrás.
A cuenta de que pasarían coches ajenos a la comunidad de vecinos, el alibustre era insuficiente para proteger la propiedad de cada residente. Todos sustituyeron las plantas de seto por arizónicas. Como algunos ya previeron estos árboles de hoja perenne fueron el primero y segundo año una monada. Crecieron, crecieron y crecieron. Se podaban pero el tronco se llegó a hacer inmenso. Se pulieron cada año para formar espesos muros verdes, pero su volumen fue cada vez mayor.
La colonia dejó de ser un lugar en el campo. A su alrededor se construyeron innumerables chalets. En el trayecto de la ciudad al lugar de veraneo no se veía un trozo de campiña sin construcciones por doquier. La ley no permite en las zonas residenciales que agrupan viviendas hacer más de un piso. Como la ley usa el término “piso”, se construyeron dos alturas, pues se trata de un piso con dos plantas. Tal ambigüedad fue corregida. Para contentar a los que ya tenían así la casa y que los nuevos residentes no sufriesen el agravio comparativo, los legisladores permitieron dos alturas. Quien hace la ley hace la trampa. Los tejados tuvieron una función de habitáculo. Se realizaron enormes para colocar una buhardilla, utilizada como vivienda, pero eso no lo contempla la ley. El constructor hace una cámara de aire y quien habita el lugar lo adecua para aprovechar el espacio. Los garajes se convirtieron en sótanos y salones de juego. Se ampliaron para colocar un gimnasio o talleres de bricolage. Para dar cabida a todos los coches de cada familia se amplió el espacio haciendo también otra altura en el subsuelo.
La densidad de población aumentó según la relación de habitantes por cada apartamento o chalet. Sin embargo cuanto más moradas se veían menos gente hubo paseando por las vías y las antiguas cañadas. Las calles se convirtieron en pasillos cerrados por ambos lados. De no ser por el cielo azul sobre ellas serían túneles tétricos. La sierra se ha convertido en un inmenso solar de propiedades privadas a las que se accede por un laberinto de pasadizos, sin más aliciente que ver una tapia a un lado y a otro.
Las arizónicas supusieron un gasto en agua, en fumigar para evitar enfermedades, para podar tanta ramas y luego tener que ir al vertedero para depositar los desechos. Lo peor fue que ocupaban dos metros de ancho, de manera que la parcela parece más pequeña de lo que es. Una ola de arrebato hizo que se extinguiera de toda la zona del Guadarrama aquel vegetal. Sólo las parcelas abandonadas, generalmente por problemas de repartos de herencias, recuerdan de manera selvática y espontanea la costumbre de años atrás.
Para proteger la propiedad se pusieron en los límites de cada recinto celosías, ligadas a la alambrada. Sobre tal valla crecieron enredaderas que cubrieron todo con una capa espesa de hojas verdes. Los troncos asimismo se hicieron enormes, las raíces levantaron los pavimentos. En las capas menos superficiales se secaban las hojas y aparecían telas de araña. Los pájaros anidaron y lo cagaban todo. Lo que fue jardín, convertido luego en patio no quedaba impecable. También se descartó este vegetal trepador a cambio de otra manera de limitar del territorio.
La idea de poner una linde para marcar adonde termina el terreno particular de cada uno, fue sustituida por otra de protección, tanto de las miradas de los demás como de posibles robos. Los recintos paulatinamente se convertían en trincheras para defender la intimidad de cada familia. Con tal medida los propietarios se vieron con un cierto parecido a los famosos cuyas vidas salen publicadas en revistas. Todos los cuales protegen sus viviendas de los paparazzis. Cada chalet construyó un muro de dos metros y medio.
Un paisaje de paredes y antenas parabólicos sustituyó al antiguo, formado con prados, arboledas y jardines. Nadie se acuerda , ni siquiera para buscar en el recuerdo, de las charcas, del arroyo que se tapó para construir un proyecto urbanístico de enormes dimensiones. A nadie le importó que no hubieran renacuajos en ningún lugar, ni sapos, ni erizos. Toda vida animal desapareció. Una enfermedad , la brucelosis, extinguió a los conejos. Los campos de jara y tomillo estaban antiguamente repletos de tales roedores. Las cagadas en forma de bolitas así lo atestiguó. De madrugada daba gusto ver correr a los pequeños orejudos. No quedó ni el rastro. Tampoco de las siete fuentes que hubo en el pueblo. Tan sólo el dibujo de una de tres caños en el escudo del Ayuntamiento.
Dejaron de verse las zarzas, las sebes que franquearon caminos llenos de sombra. Se fumigaron masivamente los chalets, por una empresa especializada, para que no hubieran las molestas moscas ni avispas.
Desapareció el silencio flotante de las tardes calurosas. También la placidez del domingo veraniego con el oído que rastrea el zumbido del negro díptero. Las mañanas dejaron de saltar y las tardes se soltaron para no colgar del tiempo. El sonido permanente del televisor ocupa la sucesión de momentos.
Con la finalidad de que el chalet fuera diferente al piso de la capital los residentes en verano colocaron un gimnasio para hacer ejercicio, pues ir al campo y no moverse tiene poco sentido. Las mujeres pedalean en bicicletas fijas, sin moverse. Tal práctica además de saludable aprovecha el espacio. Máquinas similares pero con otro diseño se usan para andar sin trasladarse del sitio, con el único aliciente de quemar calorías. Para que sea una actividad divertida se ven en un aparato de cintas de vídeos imágenes bucólicas y bellos parajes, acompañados de música campestre con toques de new age.
Solamente una noche rompió a lo largo de años el muermo de cada verano. La rebeldía inocente de un juego juvenil se acabó para siempre el tercer viernes de agosto de 1.995. Los jóvenes se siguieron reuniendo al menos una vez en cada ciclo vacacional. Durante el estío, tras el encuentro de quienes iban a tomar un trago y unas tapas se quedaba la pandilla de siempre y alguna nueva adquisición por vía de amistad. Los tres más veteranos conocieron a los más jóvenes cuando fueron bebés. Algunos entraron en el club de la queimada siendo púberes de trece años.
La celebración de la fiesta general se hizo de casa en casa, hasta que los padres se hartaron de que dejaran todo patas arriba. Siguieron viéndose en un bar. Cuando terminaba el encuentro a altas horas de la noche quedaban los protagonistas del acto ritual. Iban a casa de Andresín. Andrés y Antonia ignoraron que después de reunirse en su territorio acabaran realizando lo que todos lo vecinos repudiaban.
El hijo de Juan Carlos y María Jesús dejó de participar cuando se integró a un grupo eclesiástico de base, con fundamentos doctrinarios muy estrictos. Pensó entonces que entre el secreto, la nocturnidad de la diversión y el fuego de la ceremonia, tal práctica pudiera ser una derivación de instrucciones masónicas. Comparó aquello con un aquelarre. Los amigos a los que trató de advertir se rieron de él , pero el último año sembró cizaña entre los padres. Como no se atrevió a indicar que él había participado en esas medio orgías, que él entendió como tales, sin otros actos que el mojarse en cueros y salir corriendo, indicó que desconocía quienes eran. A parte sintió temor por su integridad física en caso de chivarse.
Quemar orujo se transformó en un rito de amistad y encuentro. Ir a la sierra se había convertido en acudir a ver a a quienes se conoce desde la infancia, además de lograr que el aburrimiento asuste tanto que entren ganas de volver al tajo de terciopelo, cada cual al suyo.
Los primeros años se hicieron tres y hasta cuatro queimadas en un verano. Tras cada una los chavales tomaron la costumbre de irse a bañar a una piscina diferente. La primera vez fue para resolver una ocurrencia echa a las bravas anónimamente, que se tomó a cachondeo. Luego se quiso repetir y la tercera vez fue un acto de honor grupal. Durante varios años fue una tradición de varones, hasta que empezaron a invitar a amigas y novias, que pocas veces fueron las mismas de un año a otro. A excepción de Andresín, el anfitrión, quien durante doce años se mantuvo fiel a su vecina Eva. Ésta únicamente participó en el baño dos veces. Anteriormente acompañó a su novio para ayudarle a huir.
Al principio de la costumbre del remojón, los promotores, acudieron a piscinas privadas de otras urbanizaciones y a la municipal del pueblo. En ésta dejaron una vez una cagada de recuerdo, lo cual hizo que desde entonces se vigilase aquel recinto con guardias de seguridad. Los mozos de aquella población rural aprendieron la moda de divertirse con la invasión de piscinas ajenas. No se privaron de montar broncas en las de los veraneantes. Muchas huidas acabaron en batallas a pedrada limpia con los vecinos ofendidos. Después de tres años de anécdotas y hazañas nocturnas piscineras se dejó de hacer, sin más. No se volvió a repetir tal práctica de manera generalizada. Se sustituyó por quedar en una discoteca para hacer apuestas sobre quien era capaz de aguantar más conduciendo por dirección contraria. Hasta que tal diversión se cobró doce vidas, entre ellas la del hijo del director general del Ministerio de Interior.
Quedó un reducto que repitió el baño de la madrugada cada año. Redujeron su marco de acción a la piscina de la colonia. Entendieron que no hacerlo supondría perder el espíritu de la juventud. Fue algo más importante que un mero chapuzón, porque era lo único vital que encontraron en el campo de los domingueros. El impulso que les llevó a repetir la movida cada verano fue el de abrir una puerta a la nostalgia. Mantuvieron la tradición porque necesitaron un punto de retorno, al cual volver después de estar inmersos en un mundo en el que todo es volátil y se va de las manos: el tiempo, el amor, la pasión, el dinero, los proyectos, el pasado y el presente. Continuar fue un reto.
Los propietarios de la piscina, padres de los actores , pensaron que eran gamberros del pueblo. La indignación de los progenitores creció. Jamás aceptaron que pudieran ser sus retoños los causantes de sus desvelos. A lo más en los cotilleos de salón entre marido y esposa se elucubró sobre la posibilidad de que fuera el hijo de algún matrimonio vecino despreocupado por sus vástagos. Las sospechas cada vez fueron más estrambóticas. Nunca se afirmó que fueran miembros de un colectivo concreto. Se preguntaban unos a otros insidiosamente cuando se cruzaban durante los ratos de vigilancia: ¿drogadictos? ¿marroquíes? ¿homosexuales? ¿antiguos comunistas? Los gitanos quedaron descartados porque entienden que no se bañan ni de día ni de noche. Durante años la decisión fue unánime: hay que hacer algo, como sea.
La búsqueda de los culpables también se transformó en una cuestión de honor. Pillar a los invasores de la propiedad privada se entendió como una necesidad para preservar la seguridad familiar, amenazada por seres que atentan contra los límites de la intimidad. Se añadieron razones para advertir del peligro que supone que desconocidos usen las aguas comunes, en la cual los niños, jóvenes y ancianos tienen derechos de uso. Por ejemplo se planteó que podrían ser enfermos de SIDA o cualquier otro mal contagioso. Los mancebos del lugar se tomaban los comentarios al respecto a cachondeo y se reían de los temores de los sexagenarios.
No hubo familia del conjunto de casas en torno a la piscina que no tuviera algún miembro de la familia que hubiera probado la experiencia de bañarse después de tomar la queimada. Quienes no dieron importancia al asunto quisieron satisfacer su curiosidad y pasar un rato en la piscina bajo las estrellas, sin compromiso de tener que repetir. No fue un secreto, sino que entendieron todos los mozos y mozas que se trata de una chorrada cariñosa.
Todos los padres y madres de la urbanización desearon con fervor descubrir a los bañistas con las manos en la masa, para que no tuvieran escapatoria. Si alguno fuera hijo de un vecino toda la familia haría el más espantoso de los ridículos. La progenie de cada casa azuzaban los piques como broma fútil, a la que nunca dieron mayor importancia. Luego se fue tomando en serio la rivalidad entre familias, pues se tuvieron en cuenta criterios de honor y de superación personal. La mala fondinguilla de los progenitores se contagio a lo largo de la estirpe.
La camaradería entre los hijos se llegó a convertir en protocolaria. En un encuentro para intercambiar frases y poco más. Los sueños, las expectativas de sus años de adolescencia quedaron en el camino. La posición social de cada uno fue agarrarse a lo que pudieron. Habían logrado meterse en el mundo de los padres. En torno a la queimada quedó un remanente de afecto.
Algunos colegas que habían triunfado en el aspecto profesional o de la crematística, se avergonzaban cuando se encontraron en compañía de quienes fueron testigos de sus andanzas juveniles. Fueron hombres de orden y de imagen pública impecable quienes se habían emborrachado y se comportaban patosamente con las chicas. Mujeres que defienden ante los medios de comunicación postulados de recato, como consignas de la empresa política para la que trabajan tuvieron varias aventuras inconfesables. Una de ellas por jugar con dos barajas hizo que dos amigos dejasen de hablarse para siempre. Toño, que es director de una sucursal bancaria, no sabe como llegó a un puesto tan digno y responsable, cuando siempre presumió de querer ser bohemio y dedicarse a tocar la trompeta en la calle. No faltó quien montó una gestoría y siendo un hombre de éxito se sentía acomplejado entre quienes fueron cómplices de sus aficiones musicales y apoyaron su carrera artística, yendo a aplaudir a todas sus actuaciones, para luego dejar aquello como una experiencia fatua de adolescencia. Dos de la fase fueron músicos de un grupo especializado en canciones folk , con dos discos grabados. Los grandes ideales de pasión y creatividad se diluyeron como un terrón de azúcar en el café. Ni que decir que quienes prepararon oposiciones durísimas, seguros de salir adelante en el mundo del prestigio y la ostentación fueron señalados cuando se quedaron a medio camino. Para quien lo consigue quedaba la marca de la duda, pues se indicaba que sería gracias a la influencia de algún familiar. Nadie se salva de ser despellejado. Tres de la segunda generación siguen casados. Dos chicos y una joven. Las insidias no han parado. Sobre uno que si la mujer con quien convive es poca cosa. La otra que nadie sabe nada de su familia y la chica de la fase que se arrimó a un arquitecto, se cree firmemente que es para lo que fue a la universidad, tuvo siempre como objetivo desde que tuvo uso de razón cazar un buen partido. Se comenta que fue al altar preñada de dos meses. En tal ambiente todos saben guardar las formas. Nadie dice nada a la cara. Lo que dicen otros sobre uno se enteran por terceras personas, con la deformación propia del narrador de la cantinela.
La preocupación de los padres por los baños nocturnos se convirtió en un chascarrillo de los hijos. Algo tan trivial nadie menor de treinta años lo tomó en serio. Las exageraciones paternas se convertían en pantomimas de cualquier burla. Con el tiempo les preocupó a todos los que se acercaban a los cuarenta que quedase gente que siguiera bañándose, porque era algo anacrónico, fuera de tiempo y lugar. Un síntoma de inmadurez patológica. Todos supieron quienes eran los artífices y sabían que convencieron a quinceañeros para perpetuar sus extravagancias. Todos coincidieron en pensar que hacerlo una vez o dos es anecdótico. Insistir lo tomaron después como una pasada propia de ser unos jaimitos quienes prolongaron la historia. Se les considera unos irresponsable, por la preocupación que generaron en los mayores de la colonia, que merecen un respeto. Muchos jóvenes esperaban que les cogiesen para que se les cayera la cara de vergüenza y que les dieran su merecido, por bobos. Sin embargo al encontrarse con algunos en el encuentro anual de rigor los más críticos felicitaban e hicieron la pelota a los bañistas por mantener su espíritu joven y recordar los viejos tiempos.
Fuera del contexto del verano la cuestión de bañarse por la noche es inexistente, excepto para algunos padres que no cesan de dar vueltas al asunto y pensar sobre ello. No paran de buscar alguna solución de cara al año siguiente. Se convirtió en una obsesión.
La chavalería dejó de irse a buscar a casa porque la separación entre los vecinos se agudizó cada vez más. Las fronteras materiales se hicieron afectivas y de pensamiento. Los hijos se siguieron viendo en los chiringuitos del camino hacia el pueblo. Pero los piques se percibían a flor de piel. Los padres dejaron de recorrer el entorno . Iban a misa a otros pueblos para no cruzarse con sus compañeros de residencia. Las puertas de los solares fueron automáticas para entrar en los territorios privados sin necesidad de bajar del automóvil para abrir con la llave. Se evitó tener que saludar a otros. Nadie fue consciente de la desolación del lugar y del ambiente. Entendieron que dejaron de hablarse porque no coincidían. Lo curiosos es que ninguna persona estuvo nunca enfadada con los demás. Si por un casual se encontraban los matrimonios se cumplimentaban afectuosa y esparavaneramente. Se hacen las preguntas de rigor sobre la salud, los hijos y se comenta el tiempo. Aparentemente no pasa nunca nada y lo que ocurre se desconoce. Todo se ve normal, es la vida que es como es y qué se va a hacer.
– Hace mucho tiempo que no nos vemos. Tenemos que quedar.-
– A ver, a ver. Desde luego tenemos que vernos más. – “Adiós” y “adiós», y se acabó el volverse a cruzar la palabra.
Andresín y Eva se amaban. Tomaron la decisión de casarse, a pesar del enfrentamiento solapado de sus respectivos padres. Ninguno de éstos ocultó su desagrado. No había una razón por la que se justificase la mutua inquina. Los hermanos de la parejita se llevaban bien. Ante el empeño de los considerados el Romeo y la Julieta de la fase los padres , por ambas partes, aceptaron la boda, pero siguiendo el protocolo a raja tabla. Cada progenitor representaría su papel sin necesidad de rendir pleitesía a su rival. Entre los convenios de la formalidad estaba dar la apariencia de llevarse bien el día de la boda y hacerse una foto todos juntos con la sonrisa de lado a lado. Se acordó hacer la celebración en otoño para evitar el compromiso de invitar a los vecinos. El último día del veraneo de 1.995 se juntarían ambas familias para celebrar la petición de mano e intercambiar los regalos de rigor. Un reloj para él y una pulsera, collar y pendientes para ella. El precio de ambos regalos tenía que ser el mismo, por lo que los contrayentes se convirtieron en intermediarios de las decisiones de la otra parte, para encontrar un acuerdo. A los amantes les hubiera gustado romper con aquella situación tan material y formalista, pero no pudieron. Estaban atrapados en semejante tela de araña social y trataron de sobrellevarlo de la mejor manera posible. Sabían que cualquier metedura de pata podrías llevar su plan matrimonial al traste y quedarse sin regalos y sin una parte importante de la financiación que les permitiera llevar una nueva vida, sin desprenderse de ningún lujo. Y sobre todo poder viajar de luna de miel a Cancún.
La enemistad de Andrés y Antonia con Gumersindo y Olvido se debió a un comentario de la primera dama, que más tarde repetiría con insistencia al saber sobre el romance de su hijo. Nunca discutieron ni pusieron mala a la cara al estar frente a frente. Cualquier referencia personal fue indirecta. Por ejemplo que la madre de Andresín dijera que a ella la gusta ir a Segovia para comer cochinillo, o que los chuletones de Ávila son exquisito tiene cierto rintintín. Para ella un pescadero huele a pescado, se lave mil veces al día o se perfume con miles de litros de colonia. “A mí me daría asco acercarme a un pescadero”, dijo cuando se enteró de la profesión de aquel vecino. Hizo como que no lo supo y que se trató de un comentario genérico, cuando otras vecinas insistieron en que explicase aquella cantínela. Antonia se percató de que era para ir con el cuento a la otra parte. Después añadió a su mensaje algo que servía de advertencia a su hijito: “Si me besara un pescadero ¡qué horror! No lo soportaría”.
Las explicaciones vidriosas en los ambientes de la serranía veraniega no se hablan, se dejan caer. Se dice una frase confidencialmente a las amigas, o se saca un tema muy comentado en las revistas de ocio y marujoneo cuando se conversa por teléfono. Acto seguido se indica el nombre de la persona a la que la emisora del mensaje se quiere referir y se asocia el tema comentado de la revista al de la protagonista real. Por tal razón cuando se trata de pedir alguna aclaración es imposible: “¿que yo dije eso? que va”. La táctica es dar a entender tal o cual chismorreo.
Otra estratagema es conversar telefónicamente con alguien en aparente discreción, pero sabiendo que alguien, a quien quiere decir algo sin decírselo está en la sala contigua o en el cuarto de la plancha con el oído pegado. Y si no harán que lo pongan atrayendo la curiosidad con exageraciones notables.
Nunca un comentario es gratuito. Andresín se tomó a risa aquellas jilipolleces, sin prever que pudieran traer consecuencias tan desagradables. Que su madre pensara que el olor se lleva en la sangre y que su padre lo asintiera como un calzonazos le pareció más una reflexión hecha por unos fachas que tienen muy arraigada la división social de clases. Sin se algo que tuviera el más mínimo peso para cualquiera que tuviera sentido común. Aunque nunca se insultaron cara a cara los padres de los novios, comentar delante de terceros una estupidez hizo que se enemistaran.
Hay situaciones que funcionan mecánicamente. Así sucede en la venganza entre vecinos. Es algo que se sabe, pero que no se nota. La acción de menoscabo al contrincante es sibilina. No golpea, erosiona. Se lanza un comentario para que llegue lentamente a los oídos del rival. Cuanto más se deforme en el trayecto, mejor. Por tal motivo las frases que se usan para tal fin son ambiguas y a medio decir. En comunidades de veraneantes todos son enemigos de todos, incluso los amigos que sirven de apoyo para construir bulos sobre los demás. Los más allegados se consideran enemigos indirectos. Es fruto del individualismo que todos defienden como bandera de su libertad. De tal experiencia destila el refrán que dice, “Dios me guarde de mis amigos, que de mis enemigos me guardo yo”.
Olvido y Gumersindo preguntaban, inocentemente, a sus amistades más personales, que cómo puede ser posible que Andrés sea ingeniero, porque el hermano de la madre de Eva trabaja en la misma profesión y vive en un chalet de la Moraleja, mucho más lujoso que los de la zona en donde ellos tienen su vivienda de recreo. “Será un perito; Claro que decir que ha realizado una ingeniería superior da mucha prestancia” , pensó en voz alta el pescadero. La sospecha se extendió por todo el vecindario entre oídos receptivos y bocas susurrantes. A tal comentario se añadía un refrán que se incorporaba como coletilla y que no tenía porque referirse a lo dicho, pero la asociación es inevitable porque se dirige con malicia: “se pilla antes a un mentiroso que a un cojo”.
Ni corto ni perezoso Andrés fotocopió el título de su carrera de máximo nivel, para dejar que se le cayera en la calle y con cualquier excusa aclarar el malentendido. Su esposa replicó a las mujeres de su entorno inmediato para que éstas pasaran la bola, que hay mucho rico que pasa hambre, debido a que gastan todo en aparentar. Luego en su casa viven como piojosos. Sin faltar el detalle sobre quienes ahorran de comer carne por tomar sardinas en aceite.
Antonia deja muy claro que ella y su marido viajan mucho y prefieren usar el dinero que invertir en una gran mansión que no da más que gastos inútiles. Enseñó a sus contertulias fotos en las que aparecen los dos en todas las capitales importantes del mundo, hasta en Tokio. Y su comentario iba empicado a resolver el rumor: “nunca he visto al pescadero ni a nadie de su familia en estos lugares tan distantes y tan maravillosos. A lo mejor van, pero a hoteles de segunda. No obstante viajar no cabe duda que es cultura y para que la quieren los que sólo aspiran a vivir en la Moraleja. Otros se entretienen pescando”. Este tipo de incisos hacen mucha gracia a las señoras que escuchan atentamente con una sonrisa hierática, pero luego van a la parte contraria a contar el disgusto que tienen por lo que han oído, siempre con la coletilla “pero por favor, no vayas a decir que te lo he dicho yo”.
Los veraneantes del lugar comentaron que Andrés había perdido los papeles. El comentario iba cargado de sorna, pues tal persona sacaba la cartera y dejaba caer una copia en miniatura de su título. Aprovechaba entonces para comentar con voz ostentosa que debía cuidar sus títulos y evitar que se le perdieran, por si hubiera gente que dudase de su preparación profesional. Tal campaña para contrarrestar los rumores que pusieron en duda su honor profesional, le hizo coger fama de ser un fantasma. Para que no hubiera dudas, además enmarcó el pliego original en el porche. De esa manera lo vería todo el mundo que pasara frente a su chalet. Ocurrió que la gente ya entonces dejó de hacer visitas y ese mismo año encargó hacer el muro, por lo que no servía ni para quien cotilleabas entre los huecos de la celosía o entre las ramas de las plantas. Para subsanar aquellas contrariedades Andrés ideó otra estrategia. Colocó carteles que anuncian clases particulares, repartidos por todas las colonias y pueblos de alrededor. Se remarcaba la posesión del título de ingeniería superior . Puso un número de teléfono con un dígito menos, como por error, pero aposta pues su intención no fue trabajar de docente sino aclarar que tiene un título. Su nombre y apellido constaban claramente.
Fue peor el remedio que la enfermedad. Los vecinos interpretaron al comienzo de ver tanta parafernalia que se trató de un campaña de presunción y fanfarronería. Olvido aprovechó el recelo de la gente para susurrar comentarios incisivos.
– La empresa de Andrés va mal, muy mal. El pobre tiene que dedicarse a dar clases. Hay que ganarse las habichuelas como sea. Es una pena que mis hijas aprueben todo a la primera, si no le echaría una mano. De contratar a un desconocido, mejor un vecino ne-ce-si-ta-do.- Y luego metía la retahíla de quejas de que su hija Eva saliera formalmente con el hijo del ingeniero fanfarrón, “ingeniero según dice él” apostillaba siempre.
La respuesta no faltó. Antonia insistía cuando pudo en su teoría y experiencia sobre que a alguien le puede ir bien o mal en los negocios, pero la clase es la clase y la elegancia es la elegancia. Saber estar es algo que se tiene o no se tiene, no se improvisa, y menos de la noche a la mañana. Según la teoría de la madre de Andresín “un tendero es un tendero, en la tienda, en la calle , en casa y vaya donde vaya”. Tal idea, que es compartida por cada uno de los residentes de la colonia, era ilustrada por Antonia con un dicho: “aunque la mona se vista de seda, mona se queda” y luego añadía que no le cabía a menor duda de que la novia de su hijo es muy mona. Tampoco se cansó de ver el lado positivo de una previsible boda. Comentaba que a su hijo nunca le faltaría pescado para comer. Lo cuál dio pie a que quienes escuchaban a Antonia preguntasen, “Ah, ¿pero es que sus padres son pescaderos?” Para no ofender a los futuros consuegros lo que sigue es la frase democratizadora de la situación: “en este mundo tiene que haber de todo” Acto seguido decían a Antonia que no se entristeciera tanto. Ésta achacó todo lo que ocurre a su hijo a que la juventud se ha vuelto loca.
Las conversaciones y cotilleos fue un hábito muy prolífico durante muchos años, pero que se extinguió lenta, pero inexorablemente. La manera de transmitir los mensajes se sustituyó mediante hablar alto para que otra persona cazase al vuelo lo dicho, en un bar, en una plaza o en la mesa de un restaurante. El recado pasaba de boca en boca en la distancia, entre gentes que cogen la onda. Para concretar o hacer comentarios muy concretos las mujeres se continuaron llamando por teléfono. Siempre usaron una excusa. Desde felicitar un santo, a quien le coincidiera el nombre, preguntar una receta de cocina o llamar para saludar. Luego venía el mondongo, “por cierto ¿no sabes qué?”, o “¿no has oído?” o “por cierto, me han dicho”, o “he oído comentar”. Toda habladuría se intercambiaba como cromos . Al contar una murmuración se extendía ésta, al tiempo que se recibía otro chisme. El parloteo era confidencial y sin otra intención que “es sólo para lo sepas”.
Muchas chácharas se han platicado a través del teléfono, estando las dos interlocutoras a menos de cincuenta metros. Primero para evitar que otras vecinas les vieran hablar y pensaran que se estaban pasando información sensible para la intimidad familiar. Se convirtió tal uso en una costumbre cotejada por la comodidad, para más adelante pasar a ser una obsesión.
El primero que construyó un muro para bordear su propiedad fue Manuel, el divorciado. Se adelantó en un año a los demás. Quiso aislarse de las miradas de los vecinos, total y absolutamente. Para semejante tarea no podía dejar ni un resquicio. El resto de la comunidad comprobaron que era más limpio, más práctico y se aprovecha mejor el terreno. Por otra parte da sensación de poderío, de fortaleza. Don Ramón lo sintió mucho porque se quedó sin flores ni alibustre ni nada que cuidar. Aquel mismo año, a mediados de noviembre falleció.
Adecuarse a la nueva tendencia de limitar los terrenos con cercados cada vez más sólidos, trajo contenciosos entre los vecinos que se tuvieron que dilucidar en los tribunales de justicia. Colocar los ladrillos un centímetro para allá o para acá fue objeto de pugnas que se transmitieron a los hijos, para defender la propiedad familiar y el orgullo del apellido. Algunos jóvenes dejaron de hablarse y tres veces estuvieron a punto varios de llegar a las manos porque si uno miró mal a otro o que si le interpretó decir un insulto cuando la otra persona movió los labios.
El único sentimiento de comunidad que quedó fue el amor que se profesaron Andresín y Eva y la pandilla de la queimada. Reliquias ambas del romanticismo y solidaridad. De no haber sido por la reunión ritual de cada año tampoco se hubieran encontrado en la sierra ni en cualquier otro lugar. Ellos fueron los encargados de llamar a los demás para quedar a tomar una cerveza , olvidándose de una año a otro los piques y malos rollos con que terminaba siempre la serenata.
La persecución de los protagonistas de la zambullida permitió extender a la comunidad ideas de seguridad y precaución. Para evitar que saltaran los intrusos se colocaron cristales y alambradas encima del muro. Cada vecino copió la iniciativa para proteger su propiedad privada. Si se hace con la que es de todos ¿qué no se hará con lo propio? Hasta entonces los bañistas se habían burlado de las medidas de seguridad forzando el candado. Cuando se estrenó el muro utilizaron una llave. Todos los vecinos cambiaron las cerraduras por si hubieran robado más. Juan Carlos sugirió que pudiera haber algún infiltrado de la colonia entre los maleantes. El peligro fue evidente.
Cada noche de verano se vigiló a conciencia, pero al llegar el sueño todos cedían y reaccionaban tarde por ser pillados desprevenidos. Los fugitivos desaparecieron los tres últimos años como ninjas en la oscuridad. La iluminación de la calle es buena , pero no sirvió porque al llegar a la entrada se les tragaba la tierra. ¿Cómo? Fue un enigma. Las puertas son de hierro forjado, los obstáculos altos.
Las medidas de seguridad tuvieron efectos secundarios de forma inmediata. Los gatos dejaron de molestar y de entrar en los jardines. Sonsoles tuvo que hacer óbitos en el muro para seguir cuidando de los mininos. Apenas unos pocos, pues la mayoría cayó con sus siete vidas a cuestas por las perdigonadas de quienes practicaban la puntería con los minúsculos felinos.
Los chapuzones al mediodía se hicieron simbólicos. Por no cruzarse los vecinos no se iban a refrescar, pero era una pena tener que pagar el cuidado de la piscina y los permisos municipales para no sacar provecho de ella. Se estableció de manera espontanea un horario escalonado. Entre los vecinos el intercambio de saludos fue el único acto de comunicación, “buenos días” y “adiós”. Los hijos hacían un ruido gutural para no aguantar luego una regañina de sus padres, quienes advierten que no hablen con los vecinos, porque entienden que lo único que quieren es sonsacar cosas de la familia para luego criticar y hacer una montaña de un grano de arena.
Cada casa comenzó a tener su piscina, para no tener que compartir nada con los demás. No necesitan un horario y tampoco salir de su recinto. Si acudían invitados se usaba la común para presumir de tener dos piscinas.
Para lograr capturar a los perversos se colocaron cámaras de vídeo especiales para vigilar. Primero en la piscina y luego en cada fachada de la calle. Se pretendía lograr pruebas si osaran repetir la hazaña, pero sobre todo fue una medida disuasoria útil para los posibles ladrones que quisieran entrar durante el invierno.
También salió el tiro por la culata. El año que se estrenaron los objetivos ópticos para grabar se colocó en cada foco una pegatina con el dibujo de un puño del cual sobresale el dedo corazón en posición erecta. Aquel año varios vecinos salieron y dispararon sus rifles de caza y de perdigones. Las municiones explotaron en el aire. Juan Carlos posee un fusil en toda regla pues trabajó de médico en la Legión.
Un perdigón rozó a un chaval que huía. Los dos mayores de la pandilla le llevaron a urgencias. No denunciaron tal agresión para no descubrirse y evitar males mayores con sus padres. De vuelta a casa la versión para explicar un pequeño vendaje fue que tuvieron un accidente yendo en moto. Ningún padre comentó nada de lo sucedido. Los disparos se interpretaron como una gracia de aficionados a cazar murciélagos.
Desde que se abrió la calle la vigilancia es más intensa. Los bañistas pueden coger antes la salida e ir por detrás a la casa de Andresín, que mantiene abierta la puerta de la cochera y allí se visten para volver al porche, como si nada hubiera ocurrido.
Al año siguiente de estrenar las cámaras los padres se aplicaron en montar guardia en su recinto. Como todos los años amenazaron con acabar de cuajo con tal costumbre. Los chavales de la queimada no tomaron mas precaución que la de acudir a la cita lo más tarde posible y nada de un baño placentero bajo las estrellas, sino quedarse en pelotas silenciosamente y salir pitando a toda velocidad. A ninguno de los actuantes le preocupó nunca qué pudieran hacer por semejante chorrada quienes vigilaron con tesón de auténticos hombres de Harrison, pero sí que sus padres se enterasen, dado el cariz que había tomado el asunto. Al estar resguardados tras la fechoría se quedaban un par de horas comentando los momentos más emocionantes, como cuando a Perico le dio un calambre. También hicieron burla y chanza de sus atacantes.
La noche del baño nocturno, el año en que murió el desconocido escritor Honorio Marcos, cuando se quisieron dar cuenta, quienes formaron el club de la queimada, se encontraron rodeados. Los chavales del grupo iban con la ropa en la mano y tapándose la cara para que nadie les viera. No les dio tiempo a decir ni mu. No hubieron contemplaciones. Ni siquiera los que apuntaron dieron el alto o avisaron de que levantaran los brazos. Una ráfaga de perdigonadas, cartuchos y balas acabó con la vida de seis personas. Juan Carlos gastó todas las municiones del fusil automático y luego con una pistola remató a cada uno de los cuerpos yacentes sin fijarse en quiénes eran. Una séptima persona del grupo no había participado porque tomó demasiada qeimada. Se suicidó a las dos semanas tirándose desde el balcón de su casa de Madrid, en la plazoleta de Argüelles situada frente al Corte Inglés.
Con el ruido salieron a la calle las mujeres y algunos hijos de los agresores. Como si no hubiese pasado nada se metieron en sus respectivos hogares, sin decirse nada unos a otros. No quisieron problemas.
Misión cumplida. Las sirenas de la ambulancias y la de los coches de la Benemérita no perturbaron el ánimo de los vecinos. El ruido de los motores de los vehículos de la funeraria confirmó que la operación había sido un éxito. ¡Muerte al invasor! Tanta ida y venida de automóviles entre los que se encontraban los de agencias de información fue lo más molesto de aquella noche. Los periodistas quisieron saber qué había sucedido, pero los residentes no supieron nada, excepto que oyeron disparos y gritos sin saber a qué podría responder.
A la mañana siguiente descubrieron que los asesinados eran todos chicos de la colonia y Eva, que cayó al suelo sin vida asida a la mano de Andresín.
Los padres dispararon a sus propios hijos sin saberlo. Lloraron aquella pérdida con la amargura y el silencio en las lágrimas. Nadie confesó el crimen. Unos a otros se encubrieron.
Con las prisas del primer momento de conocer la tragedia se quiso extender el rumor de que los muertos fueron héroes que intentaron defender a sus familias de una invasión. Tal versión no pudo responder sobre ¿qué hacían los muertos con la ropa en la mano? No se encontraron rastros de haberse desarrollado una pelea. Se fueron a bañar, efectivamente, pero los padres coincidían en que eran los dueños de la piscina y podían disfrutar de ella mientras que no molestasen. Lo de hacerlo en pelotas se achacó a que fue una pillinería de jóvenes, sin más importancia. La crueldad de lo sucedido se achacó a una banda, de drogadictos o inmigrantes, que se liaron a tiros contra unos pobres seres humanos desarmados, con el fin de robarles.
No hubieron pruebas para acusar a nadie, ni testigos. Los hermanos de los muertos y sus amigos del lugar callaron como tumbas. Sus rostros se ensombrecieron para siempre. Todos supieron qué es lo que ocurrió, pero ninguno quiso arriesgar su tren de vida ni acusar a sus padres. Pensaron que hacerlo no devolvería la existencia a ninguna víctima y ellos tenían toda la vida por delante. Ya lo dice el refrán, “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Callar y seguir derrochando fue la norma de todos y cada uno de quienes forman la segunda generación de los veraneantes de la sierra. Para eso se habían esforzado sus padres y trabajado tanto.
Las lágrimas formaron arroyos y ríos durante el funeral y el entierro. Cada familia enterró a su muerto. La piscina se cerró y se cubrió con hormigón. También la conciencia y el recuerdo. Los padres tapiaron el lugar del siniestro y se colocó un tendejón. Sólo queda una placa, clavada en el muro de la entrada, que recuerda aquel suceso: “réquiem in pace”. Al año siguiente se colocaron coronas y ramos de flores naturales, pero como ensucian mucho cuando se secan y hay que renovar los brotes de pétalos secos cada poco, se colocaron a lo largo de toda la tapia flores de plástico y de tela de naylón.
La inversión económica en las mejoras del chalet fueron cada vez más cuantiosas. También los impuestos con los que hay que contribuir a la hacienda pública. La colonia se convirtió en un barrio residencial , con casas bajas. Es una prolongación de la urbe. Nada hay alrededor que no sean viviendas. El campo se ha sustituido por zonas verdes y aparcamientos. Queda la rememoración de lo que fue un paraje natural, porque hay algún coto privado de caza a varios kilómetros de allí. La mitad de los veraneantes decidieron quedarse a vivir en la fase durante todo el año, sin necesidad de tener que salir. El resto preparó la vivienda para lo mismo una vez que se jubilen.
Ninguna señora de la colonia hizo nunca el más mínimo comentario de la acaecido. Un muro de silencio se construyó en relación al trágico suceso. Las personas de fuera de la urbanización se lamentaban y apiadaban de las familias afectadas y para evitar que les sucediera lo mismo tomaron grandes precauciones.
Los protagonistas de la tragedia nunca usaron la palabra “crimen”, sino “triste suceso”, “fatal accidente” y similares eufemismos. Cada uno de los que fueron testigos de lo sucedido borraron de su conciencia la matanza. En el recuerdo quedó el deber cumplido de defender un pedazo de su propiedad privada, sagrada para quienes hacen bandera de su tradición, su familia y su propiedad. Entienden que cuando ellos dispararon no hubo nadie. Sombras que escaparon y fueron envueltas en la lobreguez. Creen que sus hijos fueron masacrados por apátridas despreciables y sin corazón.
Los vecinos de la fase pudieron vivir tranquilos. Tras la masacre no se encontraron a los criminales del hecho, pero los sospechosos fueron expulsados del pueblo y sus entornos. No quedó ni un marroquí en la zona, ni asistentas guineanas ni dominicanas. Los inmigrantes fueron acusados también de traficar con drogas. La prueba fue que con lo poco que ganaban no podían vivir, por lo que se buscaban otra fuente de ingresos.
No quedaron jardines ni se necesitaban jornaleros temporales para trabajos de limpieza. El servicio necesario fue cubierto por habitantes del pueblo, quienes puede que sean personas paletas, pero no suponen para los veraneantes una amenaza. Cuando desaparecieron los extranjeros los drogadictos tuvieron que huir pues se les culpaba también de lo ocurrido.
De nada sirvieron las quejas y denuncias que formularon las asociaciones en favor de los derechos humanos y de los inmigrantes. Tampoco las protestas públicas contra la discriminación y el racismo. A tales grupos y organizaciones se les acusó de favorecer el terrorismo internacional. Los extranjeros que se casaron con oriundas del lugar se fueron con sus familias ante el temor de ser quienes pagaran el malestar de la población lugareña. Las autoridades municipales avisaron del riesgo de permanecer en el pueblo ante la amenaza de un linchamiento por parte de personas incontroladas.
A partir de no verse a gente indeseable la ciudadanía se fue asentando en el ayuntamiento rural. Con los chalets llegó la prosperidad, el desarrollo y el progreso. Afloraron grandes almacenes, superficies comerciales como las de Madrid, oficinas de negocios, gestorías y empresas inmobiliarias. Se mantuvieron rincones con antiguas fachadas para recibir sus propietarios subvenciones que buscan fomentar el patrimonio cultural de la sierra del Guadarrama.
Cuando existieron prados y las gentes del lugar se dedicaron al pastoreo, la caza y a trabajar en canteras el número de vecinos censados llegó a ser de setecientos cincuenta y siete. En los años sesenta la población emigró y se trasladó masivamente a la ciudad. Los habitantes se redujeron hasta llegar a trescientos cincuenta y uno. Se mantuvieron bastantes familias en comparación con otros territorios que quedaron despoblados, gracias al trabajo que proporcionó la construcción de chalets. Cuando éstos fueron habitados y los edificios en el núcleo del pueblo llegaron al límite, el censo de población fue de quince mil habitantes, cantidad que se cuadriplica en la época de veraneo.
Ya no queda ni un centímetro de tierra por construir. Sin embargo parece un lugar abandonado. No se ve gente paseando por las lujosas aceras. Aunque toda la calzada se encuentra atiborrada de automóviles estacionados. Todo lo cubre el asfalto y el cemento. Menos la plaza del pueblo que, al igual que alguna calle rústica, está empedrada con cantos rodados y bloques de granito, para mantener el ambiente de pueblo y rural.
No quedaron manantiales ni arroyos, ni fuentes para los cántaros. Se han construido otras con chorros ornamentales en jardines versallescos, en los que se han colocado bancos elevados sobre tarimas de mármol y sus respaldos están hechos de hierro y bronce.
¿A quién le importa que no sobreviva ningún erizo, ni naden renacuajos en las charcas? De esta manera los niños que vengan en la tercera generación no tienen porqué salir , ni empaparse con el agua al querer meter a los animalitos en frascos de cristal. Pero tampoco quedan pequeñuelos, ni niñas porque los jóvenes no tienen hijos. Algunos proyectan tener uno o dos como máximo Es mejor para ellos que no existan amenazas cuando vengan al mundo y que no les rodeen peligros ni haya la oportunidad de constiparse.
Ya no hay avisperos peligrosos que amenacen la tranquilidad de los residentes, ni los gatos maúllan al estar en celo. Se puede dormir con tranquilidad, a pierna suelta, porque no interrumpen los charlatanes con sus voceríos, ni siquiera los afiladores de cuchillos que iban en moto. Los predicadores de nuevas religiones predican por correo o internet. No necesitan entrar en las casas ni hablar con potenciales adeptos. Las voces se han hecho sordas. La calma es la calma y tiene su precio.
Nadie mira a la luna, ni se ven los atardeceres. No se contemplan a los rayos de luz cuando atraviesan las nubes y transforman el cielo en colores de fuego. Las calles del pueblo y la plaza se han iluminado con farolas y se puede pasear tranquilo porque hay circulando constantemente ocho coches patrullas.
Los patios de los chales, antiguos jardines y más allá en el tiempo pequeñas huertas, se han cubierto con uralita o con tejados de pizarra. Nadie recuerda el aroma da tierra húmeda cuando se empezaba a regar. Los veraneantes son felices porque han ampliado la vivienda, y no queda ningún rincón inútil, ni desprotegido del sol o la lluvia. Se han convertido las parcelas de césped en amplias salas de estar, con buenos muebles y en ninguna falta el tercer o cuarto televisor de la casa.
Las chimeneas se han convertido en adornos. Se iluminan con bombillas de color amarillo. Producen efectos especiales que simulan el fuego. La belleza del hogar la disfrutan sus inquilinos nada más porque no se invitan unos vecinos a otros.
Cada mansión de campo es un búnker. Con gimnasios para que sus habitantes se mantengan en forma, con yakuzis para relajarse. No hay residente que no se haya conectado a la comunicación informática, para estar en contacto con el mundo exterior. Los servicios de transporte abastecen de lo necesario para comer y llevar la compra. Los de limpieza lo gestionan empresas especializadas y las amas de casa han dejado de depender de señoras o chicas que pierden el tiempo hablando o que no cumplen su cometido. El director del negocio resuelve cualquier tipo de problema y todas tienen que cumplir porque sus contratos son eventuales.
¿Para qué necesitan salir los habitantes de las residencias de veraneo? Pueden elegir la temperatura que deseen. Han instalado piscinas cubiertas, para usarlas en invierno y que el clima no deteriore la depuradora ni las paredes por culpa de las algas. Las antenas parabólicas indican que entre los muros en los que habitan los colonos del campo hay vida.
La crisis económica y los vaivenes de la Bolsa no permite a los vecinos tener grifos de oro. Ninguno se queja porque hay mucha gente que vive peor que ellos. Las casas son de lujo, aunque no exagerado, y funcionales. Cada habitáculo se ha convertido en el destino de sus respectivos propietarios. Todos han organizado una defensa estratégica para evitar que entren rateros a robarles. También les sirve para que no cotilleen las vecinas. Cada familia ha construido en los sótanos un refugio antinuclear para más seguridad. La amenaza comunista colea ante las dificultades económicas por las que atraviesa la gran Rusia. Además hay países como India y Pakistán que no tienen nada que perder y tienen en su poder la bomba atómica. Temen a los musulmanes que se dedican a tener hijos, como bomba demográfica , para avasallar a los occidentales y arrebatar la riqueza de los españoles. Entienden que empiezan a venir en pequeñas barcas , pero llegará un día en que quieran ocupar todo el territorio.
Los rumores desaparecieron del conjunto de chales. También los bulos. Cuando dejaron de hablarse y las conversaciones por teléfono se agotaron, los dimes y diretes, se transformaron en noticias, unas por correo electrónico, otras a través de periódicos y revistas del corazón o en secciones de la prensa especializadas en el morbo social.
La soledad fue un alivio para los vecinos, porque encontraron su identidad, sin tener que dar explicaciones a nadie. El lema de cada uno fue el viejo tópico de los pueblos, “buey solo bien se lame”. Dejaron de necesitar máscaras, ni mentir, ni rivalizar con nadie. Respetaban a todo el mundo, no se metían con ninguna persona y yendo cada cual a lo suyo todo va a las mil maravillas. No precisan, siquiera, verse unos a otros. Si un marido consume viagra, lo hace feliz porque nadie se entera, ni siquiera su media naranja.
Agosto, 1999
– ¡Como me gustas, Sonsoles! – dijo Jorge, desdentado, a su mujer, que también mascullaba la comida sin dientes. Cada día comen y cenan sopas de ajo con un huevo batido en el caldo. En ocasiones, para variar, añaden tomate triturado. Desayunan leche con pan migado. Les gusta no tener que dar explicaciones de lo que hacen a nadie.
– ¡Que a gusto! – Se reían los dos. Cada vez que salían a la calle tuvieron siempre que colocarse cada cual su dentadura postiza. Un incordio y sólo para que los demás no dijesen nada. Tenían las piezas dentales de cerámica, las más caras del mercado de dentiatría. Los dientes postizos que tienen son tan grandes que apenas les caben en la boca. Por tal motivo cualquier gesto facial que mueva la comisura de los labios provoca un gesto de amplia sonrisa. Algo que irritó siempre a sus vecinos. Ellos gozaron viendo como envidian sus posibilidades económicas, y siempre que se cruzaron con alguien enseñaban los esmaltes artificiales en forma de una gigantesca sonrisa, que era devuelta por otra estirada, pero que nadie pudo igualar en su amplitud. En el edificio en que trabajaban como porteros usaban una dentadura más humilde. Allí se mostraron siempre serviles y pelotilleros, dando la razón en todo a los señoritos y haciendo saber a unos y otros comentarios y sospechas, de manera que en silencio sembraron la cizaña que pudieron, para joder a quienes consideraron siempre sus enemigos. Nadie sospechó nunca de su mala leche, sobre todo para destapar sibilinamente asuntos de cuernos.
– En breve nos jubilaremos.- La pareja se reía sardónicamente.- Nos quedaremos siempre aquí-.
– Sí, sí. Nos pondremos los dientes solamente cuando salgamos de nuestro palacio.- Se rieron a carcajadas.-
– Como si no conociéramos a nuestros vecinos. –
– !Tenderos¡ Que son todos unos putos tenderos y se dan el pote. ¡Qué revienten de envidia! Tenemos más dinero que todos ellos juntos.- Se miraron con una amplia sonrisa.-
-¡Que presuman! A nosotros no nos van a engañar.-
– ¿Te acuerdas de doña Guillermina?-
– ¿Cómo no me voy a acordar?. Iba a comprar a Sepu y a Vale, pero luego para entrar en el portal y para que le viéramos metía la compra en una bolsa de El Corte Inglés. ¡Cómo su marido es médico! Todos los ricos de media cuarta son iguales.-
– Son buitres que se pelean hermano contra hermano por una peseta. Se sacan los ojos para ver quien se lleva la mejor tajada en la herencia. Si en mi mano estuviera les mataba a todos.-
– No , les harías un favor. Que trabajasen picando y fregando suelos. –
– ¡Qué a gusto estamos sin ver a nadie. Cada vez que me cruzo con un vecindajo me apetece sacarle la lengua. –
– Con los dientes es bastante. Ya saben que tenemos más dinero que ellos y no necesitamos aparentar. –
– ¿Nos querrán hacer creer que se han hecho medio ricos trabajando? ¡A nosotros! que llevábamos treinta años currando como burros y nunca pasamos de lo justo para ir tirando. Nunca nos faltó nada, pero tampoco sobró una peseta.-
– ¡Y un golpe de suerte nos cambia todo!-
– A los señoritos la suerte les toca por nacer con mucha rimbombancia.-
– Sólo saben presumir –
– Que rabien sabiendo como saben que somos porteros. ¿No quisieron enterarse? Pues que se jodan. Y que somos de pueblo. Aquí estamos codo con codo con ellos.- Se rieron mientras que dejaban caer el caldo sobre los labios arrugados. –
– Y sin dientes. Cómo se reirían de nosotros si nos vieran así.-
– ¡Y lo que criticaron por nuestras piezas de porcelana!- Jorge se levantó y se acercó a dar un beso a los labios a Sonsoles.
Los diálogos privados han dejado de tratar en todas las casa sobre los hijos. Unos por no recordar la tragedia, la tristeza triste y la triste tristeza, olvidada sin embargo. Otros por no querer ser conscientes de la realidad de los suyos. Para los porteros , quienes murieron se lo merecieron por golfos. Ni su hijo ni su hija cayeron en la redada. La frase de Sonsoles, que repite con cierta asiduidad es que “quien tenga yeguas que las cuide y quien tenga potros que los dome”. Nada refieren sobre su descendiente varón que dejó el sacerdocio tras ser descubierto en amancebamiento con una cabaretera pródiga en las revistas del corazón. La aventura de Jorgito dio la vuelta a toda España en las páginas de sucesos y de las revistas de papel cuche. La fémina de la familia se ha casado cuatro veces. Una con un ferroviario y otra con un recién divorciado de una presentadora de la tele. Sus romances se hicieron públicos desde entonces.
A través de los programas de entrevistas en las diversas cadenas de televisión unos vecinos supieron de los hijos de los demás. El hijo pequeño de los pescaderos estuvo en una secta . En ella le obligaron a frotarse la nariz con el dedo índice cada dos horas, besar las tetas de la maestra Cósmica y demás atrocidades.
La hija de Juan y Manolita se emparejó con otra mujer. Su relación lésbica fue archiconocida al salir en los programas sobre parejas felices. Secundino y Lorenza se separaron temporalmente y se reconciliaron en el programa “Lo que necesitas es amor”. El mismo en el cual el hijo de Paca y Miguel buscó una novia, y apuntó que no le importaría que fuera travestí.
Dos jóvenes de la fase trabajan de bailarines en las coreografías de programas de televisión. Uno en la cadena estatal y otro en una privada. Los padres del primero consideran que dentro de la vergüenza que supone tal profesión hacerlo en una pública da más prestigio. Los padres del de la privada defienden que la de su hijo paga mejor y que para acceder a ella no necesita recomendaciones especiales. “Lo que habrá tenido que hacer Pedrito para que le contraten”, comentan con muy mala hostia y peor inquina los padres de Miguelín.
El hijo de don Ramón y doña Talila se convirtió en un médico famoso, gracias a relacionarse sentimentalmente con la condesa de Oporto. Todos los padres de la fase quitan importancia a tal romance pues la señora o señorita en cuestión ha salido con uno a la semana y siempre para hacerse la foto en un yate y sacar el dinero a los incautos. La vecindad espera con ansiedad ver al doctor implicado en algún escándalo sobre fallos médicos y saciar así su repateo de que hubiera sido un ilustre hombre de ciencia.
La colonia ha quedado encerrada entre miles de chalets a su alrededor. Las calles son laberintos entre muros y todos han tapado sus solares a cal y canto. Sus habitantes se han enclaustrado en sus respectivas propiedades y cada dueño forma una unidad con su pertenencia. El alma de los vecinos es el dominio que les pertenece y su cielo el egoísmo. Han cerrado su mundo para ser los reyes de lo que les rodea, amos y señores de los centímetros que poseen. Todos desprecian aquello que no está al alcance de su mano. ¿Qué es la vida sino saborear lo que se tiene, sin que los demás puedan disfrutar de ello?.