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Si yo fuera biblioteca
sería una fuente de letras,
escucharía su sonido
en forma de palabras.
Vería en cada gota
los versos que no tienen eco
las obras que carecen de voz
y convertiría sus chorros
en ríos de curiosidad y saber
y sería fuente para regar olvidos
y recoger los ramos y frutos
de cuentos que viven
porque son fuentes
de cuentos que juegan al corro
con niñas y niños
que miran la fuente,
de aguas que surcan piratas del teatro
capaces de hacer del charco los mares
y que de la fuente beban
los poetas azules
y verdes y rosas y flores
y las mujeres que en la Nada nadan,
para llegar a la fuente
en la calabaza que fue carroza
con el Gato con Botas que canta
y las golondrinas de Bécquer
y Hamlet y don Quijote
y Rosalia y Alfonsina Storni
junto a Baudelaire y Rimbaud,
Lorca y Guillén,
y aquellos sin nombre
para ser, juntos, los estantes
de las bibliotecas del viento
que son las calles, las plazas,
los parques y sus conversaciones
y serán las olas convertidas en poemas
para bibliotecas de libros y sueños
y beber, algún día, la sed infinita.
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