Y ahora toca, como sprint final del libro, esta recapitulación o última parte con reflexiones sobre su tema central (según define el diccionario.) Lo cual no es fácil, no sé si interesante o no pero, desde luego, al lector que con esta obra haya reído, pensado, que haya puesto gesto sonriente o de ¡caramba!, dar una opinión puede ser hasta impertinente.

Sin embargo para mí es un reto muy especial, pues como cuando un niño viaja y señala ¡mira eso!, cuando todos quizá ya lo hayan visto, de la misma manera que pretendo gritar ¡lee esto! Y ¿te has fijado en lo que dice? Pero es que el niño nos hace percibir que eso que está frente a nosotros tiene su importancia, que no es una imagen más, que no es otro lugar visitado para la colección de rutas, precisamente porque a ese chavalín le llama la atención.

Fernando Pérez recitando en el Ágora de la Poesía.

Elegiré una metáfora que me ha encantado, que hubiera querido haber vislumbrado yo antes: “Aullar a otras lunas”. No pocos poemas de amor, de cerca y de lejos, aderezados con una sonrisa. Es posible que todos sean así, pero escondidos en reivindicaciones, en sus pasiones, a parte de la pasión apasionada que bulle ante la vida sin poderla disimular, reflejadas en el cine y sus largos viajes. A estos desplazamientos por medio mundo los pinta en un verso a modo de “abandonar la calidez del refugio”. ¡Ah, viajar!, es para Fernando una mirada que traduce en poesía:

Asomarte por encima de tu tapia…”.
Descubrir y ser descubierto.
Comparar horizontes y atardeceres”.

Un primero título que barajó Fernando para este libro, que me permita la indiscreción, fue “Desde la ventanilla”. Pero quedó en lo que ha visto desde ella: “Entre bromas y veras”. Lo que de alguna manera me hace reparar en el símbolo del teatro: la máscara sonriente y la triste. Y me permite pensar al recordar que la palabra “persona” tiene su origen en su significado de latín, que quiere decir “máscara del actor”.

El autor cuando recita, muchas veces da a elegir “¿Un poema alegre o triste?” Luego lee el que quiere, pero ya ha colocado la poesía en un escenario que quizá sea el propio, pues como indica Octavio Paz “la poesía es el teatro de la palabra”.

Y el cine, ¡oh, el cine! Emociona su despedida al cine Emperador…, que antes fuera teatro y que iba a ser la sede institucional de Artes Escénicas, para acabar siendo nada. Pero esto será en un futuro otro poema fernandiano. Aunque hayas leído este libro relee sus palabras, porque lo que hace el autor ha sido reescribir sus sentimientos cotidianos, su sentir el recuerdo desde su ser y anhelos, sueños de cine y horizontes. De esta manera podrás saborearlos mejor. El aroma de la poesía surge cuando se relee. Por eso para él el cine tiene mucho de poético, cuando ve una película y repite.

La cuna de toda fantasía.
El refugio de todo desencanto.
Donde nos citamos.
Donde nos divertimos.
Donde nos amamos”.

Este poemario es un popurrí, no cabe duda, en las formas y contenidos donde lo cotidiano es aquello en que se inspira este libro, hasta pensamientos habituales son recogidos para destacar que son sensibles por más que sean vulgares. Como poesía son para él sus amigos, como las grandes injusticias y las pequeñas también, pues como él diría con su irónica sonrisa de pilluelo “también son hijas de Dios”.

Entre bromas y veras llama a hacer algo:

«Ya ni os sabéis reír,
ni burláis a la baraja,
la prisa os amortaja
y os hace sucumbir.
…Alcancemos la utopía
de la nieve de agosto».

Fernando ha luchado, ha pensado, ha sentido y ha mirado, pero sin conformase y quiere comunicar su manera de ver el mundo con los demás. Lo hace desde una forma singular, muy suya y especial, al estilo fernandiano con el que se ríe y toma a broma lo que es de veras para quitar rimbombancia a aquello que se disfraza de grandeza cuando los poderosos nos quieren hacer creer que es importante lo que ellos dicen y hacen. Ja, ja. Es también su manera de recitar lo que da movimiento a sus versos.

Y llegado al final no voy a caer en la tentación de terminar a lo Karina. ¡Ni mucho menos!:

Al fin del camino se harán realidad los sueños que llevas en ti
si en todo momento en tu caminar
la vida has llenado de amor y verdad…

Para papapa papara papa… papara papa parara…
Tus sueños de siempre se harán realidad…

No, no, ¡ni hablar! Quiero un final de veras para decir lo que quise escribir al comienzo: Al terminar el libro ¿qué? (sentido del epílogo). Pues que la palabra se convierte en paisaje, como cuando se sube a una montaña. Es al llegar a la cima cuando se mira desde lo alto y se ven los árboles, las nubes, el camino recorrido en el conjunto de la ruta. Así con esta obra también poema a poema ha construido Fernando Pérez un bello paisaje de palabras y sentimientos. Nos ha hecho viajar a nosotros mismos, no sé si aposta o quizá no lo pretendiera (preguntádselo a él). Medio en broma, medio en verdad: ¡Fin!, que rima con chinchín.