¿Y después de leer este libro, qué? No puedo dejar de hacer esta pregunta, precisamente a quien lo ha leído. Y me la hago a mí mismo, porque no es una poesía que deje tranquilo a nadie, ni indiferente. Se podrá despreciar, criticar, alabar o aplaudir. Pero es la referencia a un ser humano que ha luchado y mirado al mundo, a sí misma como persona y como mujer, y a los demás, con dignidad.
“…son las huellas el camino / y nada más”, dijo Antonio Machado. En este caso no, no puede ser “nada más. Las huellas de Chus en forma de versos son mucho más porque son especiales. Conozco a la autora desde hace tiempo, aunque nunca conocemos a las personas, al menos suficientemente. Pero sí sus actos. Ella ha contado muchos de sí misma en forma de metáfora, sin embargo puede perecer que lo expresa claramente. Pero hay un fondo de sacrificio, de bondad, de pasión que hay que desgranar.

En estos poemas leemos la capacidad de volver a empezar, de renacer, y eso nos da fuerza a los lectores cuando dejemos que nos empujen sus palabras.
A quienes luchan, a quienes hemos luchado con ella al lado siempre, nos dice mucho esta obra de poesía. Porque en la lucha social hay otra que es la lucha cotidiana, la lucha de amar y para el amor. Sin sentimiento no hay capacidad de cambiar nada, de sembrar libertad, de existir más allá de la supervivencia, porque vivir no es un concepto, es la suma de actos ¡de actos concreto! Y, sobre todo, es también solidaridad, que como dijera Ernesto cardenal “solidaridad no es una palabra”. Son hechos.
Incluso emociona la manera de escribir de la autora, pues lo ha hecho montada a caballo, cabalgando sobre las reivindicaciones sociales, durante el galopar de manifestaciones, de levantar el puño para arriar el ánimo y la bandera sin colores, la del viento, la de la libertad, de la justicia social, sin utopías sino con un camino. La lucha sigue, en verso y en prosa. Chus versa lo que ha clamado en las calles, sus gritos al viento, lo que ha sentido de la mano amiga y de la caricia amante. Señala la calle como el palacio de los pobres que luchan, que no agachan la cabeza.

Unos versos que enseñan, o al menos empujan a luchar incluso para amar, amar para ser solidaria, para arribar a un mundo mejor.
Bienaventurados los pobres, bienaventurados los perseguidos por la justicia, bienaventurados los que sufren, bienaventurada la poesía, sí. Y quien hace que los versos sean un horizonte. Bienaventurada quien ha volado sobre el fuego y quien, de esta manera, ha encendido la llama de la palabra. Compañera.