Me solicita la autora que escriba el epílogo y, cuando me pongo a ello, después de releer el libro, me cuesta porque es un libro especial. Ya el título dice mucho. Por esta razón he decidido escribir una carta, pero ¿a quién?, ¿a la autora?, ¿a quién lo lea?, ¿al curioso que empieza a ojear por la última página? Decido que sea a la autora y que quienes lean miren sus palabras.
Ana Ibis leyendo poemas en el Ágora.
Siempre he pensado que toda escritura, sea poesía, teatro, cuento o novela, es una carta enmascarada. Y no lo es en abstracto, sino a alguien concreto, que si se sabe hacer y es arte permitirá sentir, al lector o lectora, ser el sujeto a quien se dirige lo escrito. Quien escribe quiere, de una u otra manera, que alguien se entere, y para ello han de saberlo muchos más que forman una cortina de humo para llegar a ese “alguien” que existe, aunque, incluso, puede que el autor no sepa quien es.
Por eso la literatura es una labor trasparente y escondida, casi clandestina y da rubor decir que se hace. Porque, como en las cartas que se escriben, lo que se cuentan o expresan sale de dentro de quien dibuja palabras, cuando ya casi no se hace ante tanto wasap, mailes y mesengeres y demás…Y eso hará perder, poco a poco y sin que nos demos cuenta, los adentros del ser humano. Si no es importante hacer arte con las palabras ¿a qué daremos valor?
Por esto quiero escribir una carta a la autora, para contarle que ha escrito una carta, quizá sin proponérselo. Las hay que llegan tarde, las que se pierden, las que se abren con ansiedad, las que se responden. Las de amor, las de la distancia, las de recuerdos. Las de amistad. Las de amantes, aunque se redacten con requiebros. Las cartas secretas y las cartas del buzón. Es un mundo eso de escribir, sí. En extinción hacerlo a mano. Y quisiera decir a Ana que ella da fuerza a la palabra, que da color a los versos dirigidos a sus seres queridos y que éstos se diluyen cuando en forma de libro sus versos pasan y se posan de mano en mano ante los ojos del otro.
Un conjunto de poesías que giran en torno a sus paisajes, del mundo, su Cuba natal y su querida patria poética: el Ágora de la Poesía.
Quisiera que entendiera la autora que sus poemas son átomos del mundo y, como alguien dijo sobre esta porción ínfima de la materia, que en cada uno de ellos está el Universo.
Sí, creo que debo escribir una carta sin más y no un epílogo, pues después de leer este libro ¿puedo resumir o compendiar la obra de esta poeta, cubana o loca, mujer? No, no, no. Escribiré en su lugar una carta a la autora, bendita ella. Una de complicidad:
Querida Ana, amiga:
Has hecho un libro bendito y loco de poesía. Aquel que lo saboree percibirá una experiencia poética singular. Gracias por traer lo genuino en aquello que has escrito.