Después de leer este poemario me ha parecido un libro entrañable, sin concesiones, porque el autor mantiene el tono desde el principio hasta el final. Sin concesiones a nada que no sea existencia poética, a nada que no sea su poesía, aquella que le ha salido de dentro y que ha pulido, y que mima y sobre la que reitera la búsqueda de la sonoridad adecuada (también a la vista.)
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Dibujos y portada de Juan Carlos Mestre
Una poesía que mana del interior complejo de un poeta capaz de convertir su experiencia biográfica en sensaciones puras y por lo tanto colectivas, a la vez que rezuma compromiso con el mundo, un espacio éste en el que no prime solamente el amor como elemento motor y visible. Nos escribe, mediante un diálogo en la distancia, de amores pendientes y evaporados que arrastra a un estado perpetuo de adolescencia y siempre el viento a modo de una conciencia peculiar, la que cada verso arrastra. Una conciencia pasajera en la que quizá haya faltado un verso y un poema (pienso). Tal vez será el que abra su próximo libro de poesía que esperamos muchos de sus lectores.
Javier hace cabriolas y requiebros con las metáforas. Pocas y pocos poetas han logrado este efecto, a veces perturbador, porque oculta con poesía lo que la misma poesía desvela y descubre. es una persona culta, conocedor de la literatura y su mundo, lo cual le pasa factura y a veces, percibo, trabaja demasiado los poemas. Los corrige una y otra vez alejándolos de ellos mismos. hay que dejar que caigan. Tal es su deseo de hacer poesía que abre un camino para él y para los demás, porque la poesía es comunicación, es compartir, sin quedarse en uno mismo, encerrado.
Me ha parecido que son tres grandes poemas sobre el amor, pensar y vivir, de manera que escribe uno por tema, sí, sólo que de muchas formas diferentes. Siempre he defendido que no hay poemas bellos, sino que la poesía entra en un diálogo con el lector y hay que preguntar ¿qué me dice?, ¿qué me descubre?, ¿qué me despierta? Cada cual que se responda. desde mi punto de vista genera expectativa.
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En algunos poemas se ha arriesgado el autor para abrir nuevos modelos de poesía, como cuando se le escapa un versos que parece afirmar lo contrario del poema en su conjunto: “buscando un nuevo espacio en el camino de la poética”. Así Cartago poetiza la palabra mediante un intento de inventar el verso, lo cual me sirve de fundamento para plantear que el hecho literario de una poesía sin adornos, sucede cuando acaba en sí misma y es tal que el lector forma parte de esa experiencia escrita, a semejanza de una nube que recibe la palabra condensada del sentimiento de un poeta que camina. Porque (no lo olvidemos) es una poética nómada la de Javier Cartago, para nada quieta ni estática, por eso es difícil de clasificar. Sus versos desentrañan la movilidad de lo que escribe cuando se ve a sí mismo como “nómada que busca el amor”. Más bien yo diría que busca un deseo, lo sueña y realiza en la poesía. Sus poemas pasan, se suceden y en este devenir está su encanto. Pienso que no encuentra la poesía, sino que la busca permanentemente, y es esto su legado en este libro.
Poemas que parecen de juventud, a la vez que de alguien que ha vivido demasiado. Unos inocentes, otros que buscan la propia culpa, incluso la de haber amado, cuando amar sin respuesta es lo sublime de sentir y reconocerlo es poesía.

Pararse a escribir es una tregua en este camino al que aludo. Leer lo escrito es lanzar la mirada, cada cual sabrá adónde. A mí le lleva a preguntar ¿y este poeta qué sabe de esos rincones escondidos? Me ha hecho encontrar alguno con los que he tiritado.
Toda poesía tiene algo de “eterno retorno”, de volver a empezar a leer un poema y otro que siguen llamando a la puerta. ¿Hay alguien ahí? Bienvenidos.
Salud al lector.
Presentación. Noticia Ileon.
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