Leer poesía consiste, desde mi punto de vista, en buscar una imagen o palabras en relación con algo que sentimos, pero que no sabemos exactamente qué es, o a qué se refieren los sentimientos. Intuimos que el arte nos puede ayudar y por eso acudimos a él, unas veces como espectadores, otras como autores. Sucede, de esta manera, un soliloquio en nosotros mismos y a la vez un diálogo, también, con uno mismo como lector y con quien ha escrito lo que leemos. Unidireccional, sí, pero diálogo, porque lo escrito nos dice algo.

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En este libro, la autora pretende dar un “aire filosófico” a sus poemas. “¡Qué soberbia!”, me dije. Y fui a buscar esa sabiduría, porque me pareció un reto difícil de cumplir, ni siquiera como expectativa. Mi sorpresa ha sido encontrar una reflexión desde la vida cotidiana, la que llevamos dentro cada minuto, a cada paso. Con la que transitamos por el mundo. Esa rutina que tanto nos señala la autora, en la que: “llevamos las sonrisas por fuera / y las montañas rusas por dentro”.

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Recomiendo leer este libro de poesía, de vida y existencia, para poder releer cada poema y para saborear lo que cuenta, aquello que poetiza, tan cercano. Pero al mismo tiempo parece quedar lejos.

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Buscar es la clave y, en cierta medida, la conclusión. Disculpad que revele uno de los secretos del libro, pero pienso que lo importante es caminar a su encuentro, no tanto hacia el tesoro, sino el camino hacia uno mismo. De esta manera seremos capaces de conocer que hay un enigma que la poetisa nos lanza, como se hace con las runas cuando se echan al tapete. A cambio encontraremos la poesía. Leemos prosa y teatro por curiosidad. Sin embargo leer poesía es una apuesta.

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Hay dos intenciones para iniciar una búsqueda. Puede que más, pero para lo que quiero explicar vale con ambas. Una es para sacar agua de las profundidades de la tierra, con el fin de regar el suelo y alimentar al mundo. Otra es para conseguir petróleo, lo que mueve la economía actual y contamina por tierra, mar y aire. Además sirve para hacer rico a quien lo encuentra. Este libro es un pozo de palabras trasparentes, en lo cual está su valor, porque ¿quién puede beber petróleo o regar los campos con semejante pastosidad negruzca?

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Es en la sencillez, en lo cercano para lo que consultamos las “runas” y es la blanca la que se asocia a lo desconocido e impredecible. Y creemos que estos enigmas están en el más allá, cuando los tenemos al lado. La autora de este poemario llama la atención al respecto para que miremos a nuestro alrededor. Tal es la “runa”: el misterio. Por eso me ha parecido que más que un “aire filosófico” esta poesía es “viento de filosofía”, a veces huracanado.

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No merece la pena ojearlo, así lo manifiesto sin reparo alguno. Porque ¿quién ve los detalles de un paisaje si no se para a contemplarlo? Este libro requiere pausa, leerlo a pequeños sorbos, despacio. Yo no he podido hacerlo de una vez, porque los poemas me han llevado a dar vueltas en la cabeza y hay versos que se repiten como un eco. Puede ser que muchos lectores digan “esto lo tenía que haber escrito yo”. Para mí llegar a este punto es un gran mérito de quien ha osado adentrarse en la poesía y el arte.

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Como dice Cristina Peñalva “no leemos poesía porque la poesía da miedo; la poesía desnuda”. Cierto. No es que aburra o que no interese, sino que miramos hacia otro lado cuando alguien señala dentro de nosotros, porque nos compromete. Y, ¡que ambigüedad!, la desnudez poética lo es porque ¿desnuda a quien la escribe y a quien la lea? o ¿da ese temor la palabra desnudada, sin ropajes? ¿No es el miedo la otra cara del Amor? Lo deja caer quien escribe entre líneas, a modo de confidencia. Pero muy a menudo no queremos pensar.

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De lo que he leído de la obra observo un salto significativo en este libro. No se queda en su poesía, ni en escribir. Toca lo inmediato, lo agarra, parece que quisiera arañar la complacencia de estar tranquilos. Acostumbrados como estamos ¡tanto! a la poética de la exaltación, de lo sublime, de los amores turbulentos, del desamor farisaico, de los nenúfares en tierras de alcachofas… una poesía tan directa y cercana llama la atención: “Odio las vías muertas”.

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La poesía que vas a leer me ha hecho descubrir algo hermoso, se trata de lo que llevamos dentro cada cual: “la danza de los pájaros”. Me ha hecho sentir lo que he percibido en muchas ocasiones sin reparar en ello: en el abrazo a un niño. No sé si es filosofar o si es poesía el mundo de lo cotidiano, pero sí compruebo que puede ser especial y fuente de aprendizaje, cuando escribir se convierte en buscar y andar los caminos, los de la vida misma: “polvo cotidiano”. Al fin y al cabo quien consulta a las runas es para resolver sus pasos en la vida del día a día.

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Van sucediéndose un poema tras otro, para llevarnos al final del inicio, porque los versos se han convertido, pienso, en una experiencia. Es por lo tanto un paso que nos adentra a una senda. La que cada cual decida, pero desde luego va a ser muy difícil que quien lea o escuche estos poemas en su conjunto se quede impasible. A mitad del libro me vino a la cabeza una idea de Ortega y Gasset: “vivir es más vivir”.

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Como dijera Octavio Paz, un sabio de la poesía, ésta nos lanza fuera de nuestra circunstancia, nos arrastra a ser, lo cual parece ser el guión de este libro, sin saberlo quien lo ha escrito, porque rezuma intuición, inocencia, la necesaria para proponer la rebelión a la existencia dada, esquivar a la comodidad del consumo en la que hemos caído miles de veces. Nos escribe. No sólo porque escriba estos versos, sino que hay en ellos un afán de comunicar. Me da la sensación de que la autora lo hace hacia sí misma y logra, de esta manera, que llegue al “sí mismo” del lector.

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He descubierto un universo inmediato, en lo que me gustaría que el lector potencial de este libro repare y se interese por descubrir los agujeros negros de nuestra galaxia subjetiva, en los infinitos que recorren nuestro corazón que, por no saber, por no saber sentir, por no saber sentir lo que realmente sentimos, nos atormenta. Esta poesía no nos va a calmar, más bien agita para salir a buscar aquello que hemos recorrido y que hemos visto sin darnos cuenta de que está en nuestra mirada.

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Por todas estas manifestaciones que me han surgido de la lectura de este poemario, me parece necesario ser capaces de sumergirnos, una y otra vez, en la poesía, al menos de vez en cuando, para ser lo que elijamos ser. Que, como dice la escritora de esta obra: “dejemos volar las alas”.

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A quien ha dado este libro al mundo quiero darle las gracias, no por proponerme hacer el prólogo, sino por haber escrito los versos que presenta. No es fácil pararse, no lo es tampoco colocarse en frente de ella misma y exponerse ante los demás, no es sencillo atreverse a mirar al lector, cara a cara, con la palabra . Gracias. Y a quien lo lea: ¡suerte!

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