Cuando me jubilé, hace poco más de veinticinco años, participé en una tertulia literaria en la  que yo mismo había colaborado en su fundación con otros dos amigos. Con el tiempo fue conocida, bastante conocida, como la tertulia de los viernes, pues tal día a partir de las seis de la tarde nos reuníamos para charlar. En un principio sobre literatura, pero podía ser de cualquier otro tema que surgiera.

Se celebró en el bar Lyon, de Madrid, a medio camino en la acera derecha, entre la puerta de Alcalá y las Cibeles. Mi costumbre fue la de pasear por el Retiro y llegar a la hora dicha, dando un paseo.

Escribir es un laberinto... Hay que encontrar una salida a las palabras.
Grabado de Cristina García Núñez

 

Un compañero de trabajo se había jubilado unos meses antes que yo. Hablamos sobre qué podíamos hacer, a parte de quedar a la partida en los salones del barrio, estar con los hijos y con sus encargos, o cuidar de los nietos.

– Tenemos que encontrar  algo que nos  apasione – le dije. No estábamos para muchos trotes, pues los años no pasan en balde. Hablando se nos ocurrió quedar una día a la semana para contarnos cosas. No sé como surgió en la conversación, el caso es que para explicar cosas que había dejado en la mochila del tiempo, le conté que de joven había escrito unos poemas. Pero  ya ni me acordaba de ellos, ni supe donde estaban. Hasta ese momento los había olvidado. Resultaron estar guardados en un sobre, junto a fotos de familia. El había comenzado a escribir una novela, cuando terminó la carrera, pero dejó de hacerlo para ponerse a trabajar y perdió los folios que tuvo escritos. Reintentó elaborar otra y también desistió por falta de tiempo y carecer de empuje para ponerse de seguido a ella.

Decidimos hacer una tertulia literaria. Él llamó a un amigo que hacía pinitos en la literatura, pero que nunca publicó nada, de no ser en alguna revista de barrio o de esas que se regalan a socios de alguna asociación.

En la segunda reunión leí uno de mis poemas y temblé. El amigo de mi amigo hizo otro tanto con varios cuentos en sucesivas reuniones. Comentamos alguno de los libros que habíamos leído, reseñas de prensa. Nos recomendamos obras unos a otros. Y se fue incorporando gente. Unos porque iban a escribir allá, Razón por la que mi amigo eligió aquel lugar, al ser más tranquilo  que el bar Comercial, en la glorieta de Bilbao. Luego me enteré que en este lugar hubo otras tertulias. Los escritores del Lyon ponían el oído y luego la palabra para expresar sus puntos de vista. Varios leyeron parte de sus creaciones y nos dejaron textos que escribieron para que los leyéramos. Recopilar escritos de toda índole y de cualquier autor fue para mí una colección que me llegó a resultar apasionante.

la palabra en sí difumina.
Escritoras y escritores en la niebla…

Una vez, al comprar el periódico, oí a una señora preguntar por una revista literaria. Le dije lo de la reunión y se convirtió en una de las fijas. Otro compañero del trabajo, más joven que yo, también se incorporó. Mi hija se lo comentó a un amigo, profesor de literatura, y participó alguna vez. Los dos primeros años llegamos a ser entre siete y una decena. A veces doce, cuando alguien iba con algún acompañante. A partir del tercer año fuimos más y a no pocas reuniones sólo íbamos dos. Se había corrido la voz y no faltaron curiosos que fueron un par de veces y luego no les volvimos a ver.

Pasaron los años y un viernes, durante una de las tertulias coincidimos con un grupo de jóvenes universitarios, tempus omnia fert, sed et aufert omnia tempus. Coincidimos porque no pudieron quedar el día anterior. Posteriormente me enteré de que habían luchado contra la LAU, una ley universitaria. Tuvieron éxito con su protesta. Hubo un cambio político y una nueva ley contra la que también lucharon, la LRU. ¡Inconformistas ellos! pero sus reivindicaciones, esa vez, no tuvieron eco y muchos compañeros de anteriores luchas estaban colocados en cargos institucionales. El movimiento estudiantil se había disecado, decían ellos. Yo tuve noticias de aquello  por la prensa, pero poco más, a pesar de la imágenes de violencia, reuniones, levantamientos y manifestaciones, que la verdad di poca importancia. Tenían una vitalidad enorme.

Fueron siete, aquella primera vez. Insistían en revivir las historias del Mayo del 68, que nosotros veíamos pasadas e inconexas de la realidad. Venían del desencanto de la lucha estudiantil, y decidieron juntarse para hacer una revista literaria, con el fin de sensibilizar a los estudiantes. Recuerdo la discusión que mantuvieron sobre la diferencia entre ser alumno y ser estudiante.

La revista se iba a titular «El Parnaso». Al oír lo que contaron al respecto, uno de los nuestros se presentó, al coincidir en inquietudes. Ellos llevaron su actividad a parte de nuestra tertulia, pero a menudo algunos de ellos vinieron a escuchar y hablar con nosotros. Se creó un gran ambiente en la tertulia. Fueron savia nueva y dieron lugar a  una época de oro en nuestras reuniones. Una vez llegamos a ser cuarenta y dos, de todas las edades, de todo tipo de opiniones y colores políticos.

Leímos poesía a diestro y siniestro, las comentamos. Cupo todo, de manera que aprendimos mucho. Sobre todo a sentir y a escuchar, y a leer. Y algunos a escribir. Animo a muchos a dedicar tiempo a esta tarea.

Siempre queda una rendija, en el alma y en la vida.
la palabra antes de leída ha de ser mirada.

En aquel grupo del Parnaso, hubo un muchacho que siempre miró a quien escuchaba. Al hablar empujaba con su entonación a asomarse a las palabras que decía. Una vez leyó las poesías de un compañero que murió cuatro años atrás en una manifestación estudiantil. Nos dejó estupefactos. Todavía recuerdo el título, «A ti que me estás leyendo» y un verso: «y sepas leer en mí lo que no está escrito». Otra vez un poema, sobre el que nos contó la historia del mismo. Lo encontró, escrito a mano en un papel y pegado a una pared, cuando abrió el local de la Delegación de Actos Culturales de su Facultad, que estuvo más de quince años sin usarse. Dicha sala estaba en un sótano y completamente vacía. Le pedí una copia de aquel poema y desde entonces lo llevo guardado en la cartera:

                                                        Réquiem por la poesía

                                                        «Ya no existen los poetas
                                                          sus bocas enmudecieron,
                                                          porque ha muerto la poesía.
                                                         ya nadie les hace caso.
                                                        Sus versos se pierden en el vacío
                                                        o se estrellan contra tímpanos cerrados.
                                                        Ya no existe la poesía
                                                        porque murió el sentimiento.
                                                       Porque el Hombre se ha vuelto frío
                                                       y ha perdido su lado soñador.
                                                      Porque ha perdido el niño que lleva dentro
                                                      y los poetas les parecen fatuos.
                                                     Porque ha empobrecido su espíritu
                                                     y la materia lo ha hecho preso«.

Recibimos una avalancha de trabajos literarios, escritos a mano y a máquina. Unas veces los cogimos unos y otras otros. Si alguien leía algún texto inédito lo comentaba en la tertulia y sacaba copias para repartir. Muchos tuvieron la esperanza de que esa revista de la que habíamos hablado saliera alguna vez. Siempre hubo un comentario   que se hacía eco de formar una cooperativa editorial. Hubo intentos de las dos cosas y más proyectos, pero fracasaron por falta de apoyo, de medios y, sobre todo, de visión empresarial.

Surgieron oportunidades para gente de fuera de la tertulia. Varios de los que asistieron estuvieron a punto de lograr editar sus obras, pero fue la época de fusiones de editoriales y muchas de las pequeñas editoriales, que apostaron por escritores noveles, desaparecieron. Nada de lo escrito por los que vinieron los viernes se publicó en aquel entonces. En aquellos tiempos no hubo subvenciones culturales. Algunos vieron sus escritos en revistas de tirada muy limitada o de alguna Facultad universitaria, lo cual se celebró en la tertulia. Fuimos conscientes de que hay que fabricar lectores, pero eso requiere un ambiente especial. Los derroteros de la sociedad fueron por otro camino, el de fabricar clientes, compradores de libros y lectores de consumo.

De la tertulia de los viernes no salió ningún literato conocido, pero las discusiones bizantinas dieron lugar a un entorno, un espacio limitado con gente interesada en la palabra escrita y dicha. El mundo se encaminó a lo contrario con la hoy famosa globalización. Pero para hacer ésta soportable necesita entornos, los cuales son el caldo de cultivo y manantial  de lo que es la capacidad de comunicar en el arte. Los escritores necesitan lectores y los lectores escritores, y entre medias el editor. Pero llega un momento en que leer y escribir es una cuestión de la oferta y la demanda de masas. Lo pequeño no cabe y a penas se puede ser escritor  si no se es un genio o un buen producto.
El chaval que leyó la poesía de su amigo muerto, acudió  con mucho ímpetu al principio de asistir. Al cabo de varios meses llevó un escrito, sobre el que después hablamos durante mucho tiempo. Sus ideas sueltas y a veces atragantado en sus discursos, en los que mezclaba el sistema con la rima, la conciencia social con la relación entre la palabra  y la realidad, fueron el centro de nuestros debates: «Reflexiones de un escritor al que no le publican nada». Dejó de venir asiduamente. Se marchó a otra ciudad, por problemas que no vienen al caso. Nos visitó algún viernes, primero cada mes, luego de año en año y desde hace ocho no he sabido nada de él.

chejov
Chejov, estuvo a punto de tirar sus obras al río desde un puente. ¡Menos mal que se las pidió Stalivsnasky, que las representó.

Quisimos hacer un manifiesto sobre ese trabajo, que mediante fotocopias pasó de mano en mano. Pero ya fue la época en que íbamos otra vez cuatro, cinco o seis. Mi amigo, que empezó conmigo, murió. Luego la cafetería cambió de dueños y de nombre. Quedamos tres, luego dos y, finalmente, he seguido yendo en solitario, para recordar. Hoy, veinte de enero de 2006, doy por finalizada la tertulia de los viernes. No volveré. A mano escribo estas notas, y lo digo porque se entenderá al leer lo que viene, y las pasaré a ordenador.
Quiero presentar aquellas reflexiones que explican fenómenos culturales que suceden hoy. Un éxito que se impone y sobre lo que no se piensa. Ya no tengo fuerzas para cambiar nada. No queda ni el rescoldo de nuestras palabras. Se apagan. Pero una chispa, una sola chispa puede hacer prender otra vez la palabra y dar luz. Con esa esperanza lanzo, en forma de folleto, aquellas reflexiones que permiten comprender  muchas cosas del arte contemporáneo, cuyos museos rompen la conciencia de los artístico, por dinero.

No paso aquella obra a ordenador, para que queden con sus tachones, correcciones de faltas ortográficas,  burradas de ortografía que dijera Andrés. Dejo aquellas palabras con la forma que dan las antiguas máquinas de escribir, para que tengan su sabor a bruto, a pensamiento condensado que tiene dificultad en salir a fuera. Sabor a juventud y laberinto de ideas.

Cuando escribo correos electrónicos, «mesengeo» o chateo en foros de internet confirmo algo que se deduce de leer aquellas reflexiones; escribir sobre el papel sucede desde otro substrato del ser humano. Nadie es consciente de este fenómeno. Hoy ya no tengo a quien escribir cartas. Ni a quien leer mis poemas, desde hace siete años que murió mi esposa. A veces en voz alta lo hago para mí.

He leído mucho, libros publicados e inéditos. Guardo una colección de cientos de novelas sin publicar. Cuando alguien se cansaba de la tertulia, o dejaba de asistir, o se las dio a alguien para que nos las entregase me fui convirtiendo en el depositario de todas ellas y lector de muchas. Me hubiera gustado hacer un museo de la gente, en donde se guarden y clasifiquen obras de todo tipo de personas que han puesto su ilusión y empeño en escribir, pintar, hacer música, trabajos de todo tipo, a los que no se les ha hecho caso. Coincido con Quevedo, cuando, preso en San Marcos de León, escribe en una de sus cartas: «He leído libros buenos y malos y ninguno es despreciable».

El lunes voy a la residencia. Está a las afueras de la ciudad. Todas las cajas que tengo con papeles molestan a mis hijos y nietos. No sirven para nada, me dicen. Les he pedido que mientras que viva las dejen donde están. En ellas hay mucha vida que morirá, como también lo haré yo. Como recuerdo, como grito, como nostalgia, explicación y exigencia lanzo el original de las reflexiones de aquel chaval, ese escritor que nada logró publicar, hasta ese momento.

¡menos mal que su amigo no le hizo caso!
Monumento a Kafka en Checoslovaquia. Pidió a su amigo que se deshiciera de sus obras.

Y el tiempo seguirá pasando y dentro de unos años y de siglos se quejaran de lo mismo, aunque todo cambie. Pero si queda pensar, la palabra seguirá su impulso, el mismo que hoy me lleva a empujar al vuelo una reflexión que ha dormido durante años en una carpeta.  Fernando Pessoa dijo, 1914: «Ante la falta de literatura de hoy no queda otra que convertirse (el autor) en literatura». Y Baltasar Gracián, 1657: «Cuántos libros y cuántas obras gozan de gran predicamento, que bien examinadas no merecen el crédito que gozan».

Y en 1896, Y Anton Chejov en si obra «La gaviota»: «…cuando empezaba mi carrera literaria fue para mí un continuo martirio. El escritor de segunda fila, sobre todo cuando la suerte no le acompaña, se antoja a sí mismo inepto, se considera de sobra. Sus nervios desgastados se mantienen en contante tensión, y se pasa el tiempo vagando por los círculos literarios sin ser aceptado ni advertido por nadie. Teme mirar a los ojos a los demás, franca y valerosamente…».

David Herbert Lawrence escribe en  su novela «El amante de lady Chatterley», a través del personaje Michaelis: «Puedo ser un mal escritor o un buen escritor, pero soy escritor y escritor de obras teatrales y eso es lo mío. No tengo la menor duda al respecto». En «Vida y destino»de Vasilis Grossman el personaje Sharodoroski se pregunta «¿acaso moriré sin ver ni uno solo de mis poemas publicados?».

¿Qué hubiera sido de las obras de Franz Kafka de no ser por su amigo y albacea Max Brod, que las publicó a pesar del encargo del escritor de que las destruyera?. ¿Y cuántos textos habrán sido destruidos porque a nadie le importaron, sin pensar que en un futuro, quizá, a alguien le hubiera gustado leerlos?. ¡Hay tanto arte perdido, eliminado!

Hay un escritor que reflexiona sobre el hecho de escribir desde una cierta marginalidad, Charles Bukowski, en su obra «Ausencia del héroe», en el que observa que un escritor ha de pasar por un proceso de desarrollo. Afirma desde sí mismo como personaje de sus narraciones alega que Shakespeare , como Tostoi, Ibsen, Flaubert o Gogol no saben escribir, lo que han hecho es salirse con la suya y ser inmortalizados. esto es algo que muchos intuimos, yo más bien pienso que lo que ocurre es que hay muchos escritores que no logran  ni siquiera sacar sus escritos, Bukowski dice que son una pandilla de farsantes que han llegado a lo más alto, pienso que es una provocación, es gritar contra ese muro invisible que hace que la escritura de muchos no salga. A pesar de todo muchos siguen escribiendo, para lo que Bukowski dice que hay que hacer el siguiente verso como si fuera el primero. En «La casa de los horrores» cuenta que ha tenido la oportunidad de conocer escritores de éxito y fracasados, todos tienen en común de estar convencidos cada uno de que su obra es la más grande. Esto es inevitable, pero lo importante que hay que aprender a medida que se avanza en el mundo de la escritura, es ver la grandeza de los demás, por esto me parecido siempre tan interesante la tertulia literaria, porque enseña a escuchar, a valorar otros puntos de vista, otras visiones. Y en el mismo texto dice «muchos escritores malos los empujan y manipulan para alcanzar la cumbre, por la razón que sea». ¿Esto es un consuelo?, no, pero es una realidad, basta leer para darse cuenta.

Provocador, por decir "pan y vino"...
Bukowski

También dice Bukowski que demasiado éxito es destructivo, pero la falta absoluta del mismo es también muy destructivo. Para este autor el concepto romántico de la escritura que tuvo al comienzo de escribir le llevó a un error, lo cual nos pasa a todos y no aconseja a nadie escribir a no ser que escribir sea lo único que impida perder la cordura.  Y hace otra observación interesante, que yo he comprobado, pero cosas que nunca se escriben, y coincide con la reflexión de un escritor al que no le publican nada, lo hace en autor estadounidense nacido en Alemania, en «The outsider»: «si crees que hay pocos escritores buenos por ahí, prueba a dar con un editor bueno». Y una advertencia más que hace, muchas personas son genios a los  veinticinco años y son reconocidos y destruidos después. Y saber lo que cuenta: te acostumbras a escribir y ya no sirves para nada más, todo gira después en torno a escribir.

Y en el fondo  de esas palabras no publicadas rezuma lo que piensa quien escribe en su soledad, con ellas están los versos escondidos de Mariano a Susana. La novela de Miguel Ángel, a su eterna Irene, una luz que tomó forma de mujer. Y tampoco nadie se acuerda de la novela Savarola, de Churchill, premio Nobel de literatura. Las poesías de yogurt y peces espada de Elías, «Los cuentos para niñas y niños» de Elvira. Los de Óscar, con sus paradojas y sorpresas. Sus poemas dibujados. Los ensayos de Daniel, sobre inventos del futuro. La novela El baile, que a través de la fiesta de un pueblo recorre el baile de la vida. Los versos de Serafín a sus toros y mujeres. Los cuentos eróticos de Isabel. La novela de Felipe, que cuenta cómo un hombre rico se enamora de una mujer fea. Nos reímos cuando este autor insistía en hacer una revolución literaria desde los cambios de contenido en la literatura.  Las narraciones de los viajes de pasión de Ana. Las novelas sin acabar de Pedro. Y las que nunca empezó Ramón, pero no se cansó de contarnos cómo iban a ser. Los guiones de Adolfo, cuyos personajes esperan un escenario que los acoja. Y los de Juan. Y los haikus, más o menos haikus, de otro Daniel. Recuerdo sólo uno de los muchos que escribió:

«Manzanilla con anís,
                                                                      la bebida del deleite
                                                                     ¿qué hay para beber?
                                                                     manzanilla con anís«.

Las poesías recitadas por Antonio, que algunos recogimos en papel. Las mías  que se esconden en un cartapacio. Y tantas y tantas obras que duermen. En ellas rezuma esa soledad, ese fracaso y pena literaria que describe el autor de   reflexiones de un escritor al que no le publican nada. ¡Vaya ejército de derrotados! ¡»Tobogán de hambrientos»! según el título de una obra de Camilo José Cela, para muchos desconocida, lo mismo que «El café de los artistas», que cómo en el que nos reuníamos tiene la puerta giratoria. Y sin embargo yo, el último mohicano de los viernes, ya sólo aspiro a seguir viviendo cada día un día más. Sin más horizonte, y dejar que durante cada hora de vida recobren fuerza las palabras olvidadas, las que no nacieron al mundo, las que son eco del silencio, y vuelen a la conciencia de un más allá que está por venir, palabra a palabra.

Leer es intimidad, un acto personal, pero se dirige a lo contrario de lo que es vistiéndose de apariencia lectora con espectáculos sobre el libro, homenajeismos y presentacionismos para fabricar una imagen cultural, sólo imagen.

El camino que recorre lo que se escribe es de escritor a lector y de lector a otro lector. El transcurrir de este camino exige la publicación  de la palabra, todo lo demás es fuego artificial. Caben empujones a una obra, la crítica como parte de ese camino, pero cuando se sustituye lo aparente por lo real surge la falsificación del libro, de la cultura, de la lectura, de la palabra, de la vida y todo lo demás.

La Historia comenzó con la escritura, y continúa con ella. Con la lectura comenzaron las revoluciones: Tesis de Lutero, impresos del opúsculo situacionista, los Evangelios, el Corán, las tablas de Moisés, los Vedas, obras de Darwinm, Kant, Freud, Marx, fórmula de Eisntein, reivindicaciones en panfletos, y las palabras de Rimbaud, Baudelaire, Bécquer, Lorca, Poe, Miguel Hernández, Juan Ramón Jímenez, Darío. Y las de Voltaire, Cervantes, Confucio y etc., etc., etc.

No hay cambio histórico sin referente a la palabra leída. Tras momentos históricos y de autores conocidos  se sumaron muchas pequeñas revoluciones y escritos ocultos, y autores de los que nada se sabrá nunca. La revolución es conciencia de cambio y por eso se falsifica cuando todo cambia a nuestro alrededor, sin conciencia. Leer ha dejado de ser. Y la enseñanza de hoy en día insiste en leer vacío, sin ambiente, sin entorno. Es una exigencia más. Sin conciencia de saber, para saber qué es estudiar.

Deberíamos pensar sobre el fenómeno de la literatura en nuestra sociedad.
«Reflexión». Obra de Jesús Guitiérrez.

Si los falsificadores lanzan sus campañas, lancemos nuestro silencio, a la contra. Siempre pensé que mi último escrito sería un testamento, o un poema para mis nietas y nietos. Al mirar atrás, en las estelas de mi vida, cuando se acerca la Parca, sólo me arrepiento de aquello que no he hecho.

Sirvan aquellas reflexiones, las de un escritor al que no le publicaron nada, de homenaje a nuestro mundo de lo escrito que no existe, aunque sea real. Y de recuerdo a la tertulia de los viernes. Como dijera una vez el autor de tales reflexiones, citando a algún personaje histórico: «Derrota tras derrota, hasta la victoria final». Cabalgaremos sobre el silencio.