Antonio Cortijo se define como una persona no creyente, mas no incrédula. Cree, hondamente, en el ser humano. La persona concreta, el otro, es su bandera. Tal es lo que pregona a los cuatro vientos.
Se sintió indignado cuando el papa Pío XII felicitó a la mujer del caudillo por su victoria contra las hordas rojas en España. Lo mismo que lo que leyó en «Historia de España 1936 – 1940», sobre el cardenal Gomá, quien en cada batalla ganada por los fascistas felicitó al general Franco.
Aunque jura y blasfema alguna vez, se manifiesta respetuoso con todas las personas. Se define como ateo total. No se anda con zaranganzas de ser agnóstico y demás miedos inconscientes al reconocer su racionalidad. Lo que no le quita acompañar a su mujer hasta la puerta de la iglesia. Asiste a todos los entierros de familiares y amigos, sin pasar a la iglesia por respeto a la fe de los que creen, contra toda hipocresía banal y que hace cómplice a muchos de tomar el nombre de Dios en vano.
Le duele recordar como quemaron la iglesia de su pueblo, los rojos. Al ser tan pequeño recuerda que lo vio como algo raro, que no supo explicarse. Él no lo hubiera hecho nunca. Lo ve como una salvajada de sus compañeros de ideas años después.
Cuenta con conocimiento de causa, de conversaciones y dichos entre los contertulios de su entorno, que a García Lorca lo mataron por ser homosexual, más que por ser republicano. Lo que considera una barbaridad. Siente rabia de que se mate por una razón o por otra. Explica con una sonrisa picaruela que él a los cincuenta años, sentado en el Cafetín, supo que también las mujeres podían ser homosexuales. Dos musas, amigas suyas se lo dijeron, pues eran pareja. Una de ellas le comentó que iba con su novia. Él no entendía y se lo explicaron. Lo que vio normal y lo respetó en todo momento. Esta anécdota que hoy parece trivial e incluso simplona es un retrato de una época lejana a la tolerancia, donde se echaron pestes de las opciones sexuales diferentes, y hasta de ideas distintas a las oficiales.
Otra curiosidad que nos recuerda es cuando en 1999 se encontró en un kiosco con un sacerdote vestido con sotana. Cortijo le preguntó «de qué orden es usted». «Del Opus Dei» contestó el santo hombre, con muy mala leche, según lo percibió Cortijo. «Ah, bueno, muchas gracias», le respondió. El sacerdote reaccionó y le dijo que porqué le hacía semejante pregunta, a lo que, con su sabia ironía, Cortijo le contestó: «Para saber si era dominico o capuchino», y se fue bailando con la risa a cuestas. Por esa manera de ser, algunos le llaman «el poeta danzarín».
Escribió también unas notas para avisar a la gente sobre «cuatro malnacidos», a los que también llama «farsantes», por pronosticar el fin del mundo en 1914, 1925 y 1975. Es evidente que fue una farsa. Sus autores fueron, según Antonio Cortijo: Charles T. Russel, Ruther Ford, Nathan Knorr y Fred Franz. Eso que anunciaron , escribe Cortijo, «nadie lo sabe ni en un millón de años«. Sin embargo esta mentira embauca a cientos de personas que son fanatizados dentro de los Testigos de Jehová.
Así son los retazos de vida de personas normales y corrientes, sin grandilocuencias ni aspavientos. Así se construye y vive la pequeña historia en la que vivimos cotidianamente.