La visión poética de la vida se convierte en esperanza política con el pensamiento de Cortijo. Lucha porque considera que algo se va a arreglar con cada acto que se hace. Opina que de no participar los pocos que dan la cara todo iría peor. Manifiesta que hace falta la utopía, la cual es más que un sueño. Es la capacidad colectiva de poner un horizonte al quehacer político. Afirma Antonio Cortijo: «hace falta más poesía porque es con la que se fabrican los horizontes». 
                Luchar por una sociedad mejor sintoniza con la poesía y el arte en general.  Cuando se falsifica la creación, cuando se mercantiliza, las ideas se disecan. El poeta abre el camino para ser andado por aquel que empuja en la colectividad con la intención de construir una sociedad más justa y más libre.

                Cortijo ha vestido su militancia comunista  de romanticismo, pero con una visión concreta de la lucha social. Es socio fundador del CCAN y de la Asociación Manuel Azaña. Se considera un republicano de pro y comunista hasta la médula. 

                Opina de quienes han dirigido en España el proyecto político en el que ha militado, con visión práctica y discreta. Santiago Carrillo nunca le gustó. Le vio muy falso. Gerardo Iglesias tampoco fue santo de su devoción. De Julio Anguita opina que es un maestro de la política y la honradez. Se enorgullece de haberle conocido personalmente.  A Cortijo le llamaban, cuando la época de Anguita, «El Anguiteño».  Francisco Frutos: bien.  Gaspar Manzanares le cae bien. 

                Los personajes que califica como más siniestros de la Historia de la Humanidad son: Hitler, Musolini, Buhs (padre e hijo), Saharon y Francisco Franco. Al presidente Aznar le califica como un lameculos. No lo hace como calificativo etéreo, sino que recuerda en concreto cuando este señor le dijo a Buhs: «estoy a sus órdenes, llámeme cuando quiera», algo de lo que tanto presume la diplomacia española en los últimos tiempos.   

                Le irrita que los ricos quieran ser cada vez más ricos, sin importarles que haya niños infelices por no tener lo básico para sobrevivir. Su lucha perenne es para que no hayan más guerras y para que trabaje a gusto todo el mundo. No le entra en la cabeza que en un planeta tan rico haya gente que se muera de hambre. Rechaza que se  pongan centrales nucleares  y critica vehementemente la contaminación del Medio Ambiente. Su experiencia le lleva a decir que la Justicia es una subasta en la que se compran las leyes. 

                Su respeto a las personas le hace contar que ha hablado con el alcalde de León, Mario Amilibia, aunque no comparta sus ideas, igual que con otros concejales del PP. Ha saludado a concejales del PSOE y les ha dado la mano en alguna ocasión.  Una vez coincidió con un concejal leonesista, De Francisco, en el ascensor. El comentario del político fue: «¡Hombre! el rojerío». Cortijo con su saber estar, le contestó que él era más leonés, pues tenía 67 años. El de la UPL aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, le inquirió: «Me gustaría que además fueses leonesista». La respuesta de Cortijo fue clara y  contundente: «¡Por los cojones!». 

                Recuerda con cierta nostalgia cómo ha cambiado la política. El 1 de mayo de 1976 participó en una manifestación  con compañeros del PTE, entre otros Jose Luis Conde y Quinillo. La policía se puso a cargar dando porrazos a diestro y siniestro. Cortijo corrió hasta la orilla del río junto a la plaza de toros sin parar. Este mismo año se manifestó contra la central nuclear que quisieron imponer en Valencia de don Juan. Allí probó por primera vez un  porro, a lo que no dio más importancia que dar un par de caladas por curiosidad. Al final de la jornada cogió una borrachera con una mezcla de coñac, anís, ginebra y cocacola. Se pasó toda la noche gritando ¡Viva la República!. Recuerda que ya entonces conoció a Ataúlfo, otro personaje leonés entrañable, que se pasó los últimos años de su vida testimoniando en la calle con los lemas del partido «Hermanos Proletarios». Llevaba en aquel entonces la bandera republicana.  En 1979 junto a Yolanda y Quini, salió a pegar carteles, junto a militantes de la ORT y CNT. Se agrupaban para defenderse de los fascistas de Fuerza Nueva. Eran atacados y encima la policía les rodeaba como si fueran delincuentes. En 1981 una mañana se dedicó a repartir propaganda del partido y cuando se quiso dar cuenta eran las diez de la noche. Se le había olvidado ir a comer. 

                Después de tantas luchas y protestas define el modelo político actual como una democracia rara. Algo falla. Quizá, desde su perspectiva,. compruebe cómo el sistema político se basa en tener más libertad, en cuanto a posibilidades legales, pero los ciudadanos cada vez son menos libres, pues la construcción social de la opinión pública controla la conciencia de los individuos. De ahí el valor que tiene el grito poético de Cortijo, su vida y testimonio. Conversar con él es hacerlo con un tesoro viviente, o tal vez con una especie humana en extinción. Muestra su extrañeza sobre la manera de valorar las ideas. Cuando en la época de la Dictadura militar en España alguien gritaba «¡Viva la República!», era llevado ipso facto a comisaría. Recuerdo como mi abuelo contaba que cada vez que eran detenidos por dar ese grito declaraban que no, que lo que habían gritado es «viva las mujeres públicas», lo cual irritaba aún más a la policía de entonces. Al cabo de los años, tras más de un cuarto de siglo de  la transición, Cortijo nos rebela que cuando ahora grita «¡Viva la República!» ya no le persiguen ni le golpean con una porra, sino que le miran como un bicho raro, le dicen que está loco y algunas personas le retiran el saludo por si es contagioso su entusiasmo. «Ahora puedes decir lo que quieras, pero nadie te hace caso; es más, da lo mismo que hables que no«, comenta nuestro entrañable poeta. 

                Se declara contrario a ETA, pues, como amante de la vida, está en contra de cualquier tipo de violencia. Por ser republicano, de pura cepa, no votó en favor de la Constitución. Durante aquella campaña llevó en todo momento, puesta en la solapa de la chaqueta, una pegatina que ponía «no». Le irrita ver al rey y al príncipe por la tele en sus yates y fiestas. Considera que no se puede permitir que una familia tenga esos privilegios y que deberían trabajar como los demás. Una vez que el rey Juan Carlos I vino a León, nuestro poeta le vio dentro de un  cochazo. Cortijo estaba en la acera y como acto revolucionario le dio la espalda. Aclara que nada tiene contra el rey como persona. Rechaza la institución. Estos gestos, que parecen inútiles, son poesía. Sirven para testimoniar. Como dijo Mounier, el personalista francés: «cuando nada se puede hacer ante un poderoso, adquiere valor el testimonio». 

                Durante el recuento de votos de las elecciones de 1996, en el hotel París, recitó ante un micrófono, delante de sus compañeros de Izquierda Unida, un poema, que muchos  de los que asistieron lo recuerdan como algo maravilloso: 

«Mira como se me pone la piel
cada vez que te recuerdo.
Por la garganta pasó un río
de sangre fresca
de la herida que atraviesa
de parte a parte mi cuerpo.
Por eso cuando me miro
desde los tobillos al cabello,
sin afeitarme hace días,
y con el traje roto y sucio
me dan ganas de morir
en este u otro cualquier momento.
Mas de pronto me surge
una luz en el azul del cielo
y el firmamento
me dice:
aún merece la pena estar vivo
para seguir viviendo«. 

                Las pródigas cartas al director de Cortijo, a la prensa leonesa, son dignas de destacar. Leídas sus palabras por todo el que le conoce, abrió las fronteras de sus relatos a una gran parte de la ciudadanía, a la que asombró con su sencillez y observación de detalles minúsculos de nuestra sociedad, sobre todo fijándose en personas entrañables. Sus historias  no tienen cabida en la letra impresa del Poder. 

                ¿Quién es Francisco?. Una de las primeras cartas de Cortijo en el Diario de León tenía como título este nombre. Se trata de un vendedor ambulante, que expone artículos de artesanía, pulseras, bolsos, caretas, adornos. Un joven rubio, que se coloca a la entrada de la plaza de san Martín, el corazón del Barrio Húmedo. Es simpático y zalamero con las mujeres. Lo que nos cuenta Cortijo de esta persona es que años atrás solía ir a un bar cercano de aquella zona, junto con su padre. Allí los comentarios eran que de mayor iba a ser arquitecto. Cuando el dueño del bar le vio años después con los bártulos y dedicado a vender el producto de sus manos, se rió de él, incluso no le saludaba, como desprecio. Antonio Cortijo recoge este hecho, que no es noticia, pero es el alma mater de una mentalidad provinciana y vetusta. Acaba escribiendo: «No entiendo como hay personas con esas aptitudes, el saludo no se debe negar a nadie, y menos sin ningún motivo«.

                 ¿Quién ha oído hablar de «Melocotón el payaso»? Pues escuchen a Cortijo. Nos cuenta esos pequeños secretos de poderío cutre y morboso, que abunda como una plaga nuestra  provincia. El payaso con nombre de fruta hubiera quedado en la memoria difusa de quienes le vieron. Pero Cortijo lo inmortalizó, lanzó su causa e hizo de su risa un grito de rebeldía: «Casi no soy capaz, no encuentro palabras para expresar tan profundo sentimiento de impotencia y rabia. Algo maravilloso sucedía en esta ciudad en la plaza próxima al Ayuntamiento de León, plaza de san Marcelo.  En una tarde primaveral transcurría  un maravilloso espectáculo popular, promovido por un gran artista circense, que dice llamarse «Peach che Clow«, o sea «melocotón el payaso». Algo sublime lo que hacía este artista. Todo lo que se puede hacer bajo la carpa de un circo pero con toneladas de ingenio y ternura. De repente desapareció, dejó de trabajar en la plaza. Por lo visto debió de molestar a alguien. Si no pagas no te dejan trabajar. Y sin motivo le echaron. Los que le han prohibido actuar no tienen ninguna gracia y encima cobran por estar ahí. Lo de Melocotón el payaso, además de tener mucha gracia es gratis«. ¿Puede haber un manifiesto más revolucionario que este escrito?. Ha sido la palabra de Cortijo una de las conciencias calladas, silenciosas de este León. Pero aunque pase desapercibida su voz ante la burocracia y maquinaria de propaganda de poder, sus ideas y escritos, junto a otras voces, forman una brisa, una bocanada de aire de libertad, que erosiona el egoísmo y la ambición. No vence al monstruo de la incompetencia e ignorancia petulante, pero, como dice Cortijo, ya llegarán tiempos mejores. 

                Muchas cartas al director ha firmado Cortijo, pero en su colección sólo figuran las que él ha escrito. Otras las rubricó para dar la cara por  colectivos y personas que buscaron en su apoyo una estrategia de protesta, para lo que Antonio siempre fue, y es, solidario. En la Crónica de León habla contra alguna guerra, que no especifica. Ha guardado las palabras, no las fechas de sus escritos. Recuerda en varias su experiencia de «guerra incivil» y narra que detrás de la palabrería y proclamas que defienden los promotores de las guerras hay niños. Como le pasó a él. La infancia sufre y no entiende lo que ocurre, que no es más que hay personas que mueren  sin posibilidad de defenderse. Un párrafo de una de esas misivas dice: «Me gustaría que no se vuelva a repetir jamás. Que nosotros y nuestros hijos no volvamos a padecer guerras. Me gustaría y me sentiría enormemente feliz si los responsables de los destinos de las naciones enterraran para siempre los odios, las guerras, las armas, convirtiéndose la faz de la tierra en un pacífico planeta hasta la consumación de los tiempos«. 

                En otra carta al director de la Crónica se fija en un artesano con un tenderete de manualidades de Indonesia. Reivindica «la pincelada humana de las cosas frente al sentido mercantilista y comercial de la economía«. Recorre con sus trazos de letras una feria de artesanía celebrada en León. Les pide a todos los que trabajan en esas piezas únicas, que ha observado con asombro y deleite,  que no se rindan jamás. 

                Polemizó con uno de los grandes de la prensa durante la transición, Emilio Romero. Este decano del periodismo posiblemente ni se enterase de lo que Cortijo escribió, pero indudablemente logró nuestro poeta perder el respeto a los que crean opinión. Permitió un espacio de pensamiento crítico, tal vez ínfimo, pero suficiente para su entorno.  Nuestro poeta critica que el analista político se crea en poder de la verdad absoluta. A toro pasado don Emilio Romero dio a entender que unos resultados electorales, fueron previstos por él, casi con tanta soberbia que da a entender que la subida electoral de Julio Anguita fue porque él lo pronosticó. Cortijo le recuerda que algo influiría el programa serio de IU, la defensa de soluciones justas a los problemas sociales, siempre con un deje de sorna leonesa.  Cortijo niega que el proyecto en el que él milita sea testimonial, y menos residual.  Lo define como un gran proyecto político. El debate de Cortijo es un debate humano, más que político. Sin tácticas ni declaraciones estratégicas. Finaliza su escrito con un pase a lo Manolete, que tanto caracteriza la prosa de Cortijo: «este ciudadano, que escribe intentando expresarse lo mejor que puede y sabe, es un pensionista con estudios primarios de EGB, y se atreve a proponerle a vd., D. Emilio, para presidente de la nación, o algo más: presidente de la Comunidad Europea, por sus intentos de estar siempre en posesión de la verdad absoluta en todo«.  

                Cuando Antonio ve un pequeño detalle en la ciudad, no duda en expresarlo públicamente, porque las palabras, cuando se sienten vuelan al otro, a los demás. Gracias a personas como él encontramos una nueva ruta turística de la ciudad, digna de tenerse en cuenta, ya que los visitantes se pierden los rincones más hermosos y más entrañables de la ciudad, por sumirse en la soledad y fanfarria de los sombríos monumentos históricos. Pero esa Historia de grandezas y batallas o falsedades convertidas en verdades, no hubiera sido posible, ni habría salido de sus laberintos de muerte y miseria, si no es gracias a las pequeñas historias, a la vida cercana, a la caldereta y la chimenea, o ahora la vitrocerámica y el sofá, lo cotidiano permanece en su sitio cuando se apaga el televisor. 

                Escribe Cortijo, por ejemplo, sobre la fuente de Juan Lorenzo Segura: «Yo sí tengo donde poderme sentar ante la fuente y el monolito en la calle de Juan Lorenzo Segura, para poder desarrollar y expresar el pensar, sentir y el soñar hasta el final del tiempo y la eternidad«. Hay otra fuente que es encantadora. También la visita Olga, la kioskera de la calle Escurial, junto a la plaza del Grano, al lado del bar Velasco. Esa fuente está en la plaza Baltasar Guitiérrez. Es un cúmulo de piedras, de canto rodado, muy grandes. De una de ellas sale de un orifico un chorrito de agua. Tres abedules quedan cerca, con una sombra de teatro que interpreta el aire. Allí van siempre vagabundos poetas que se acercan a mirarla. Ningún japonés la conoce ni la ha fotografiado. Y pocos leoneses sabrán de su existencia. Pero estos pequeños olvidos hacen que la ciudad olvide otros monumentos de gran interés artísticos, simplemente porque las autoridades reniegan de un compás que aparece en la fachada de Julio del Campo, que es una lección de álgebra, historia, ciencia y pensamiento labrado en piedra. Ni siquiera se limpia, ni se enseña en los folletos turísticos. Incomprensible para quien por casualidad lo ve y queda atónito de tal monumento. Hay una ciudad escondida en cada ciudad.  En el muro que rodea a la catedral en la cara que da al obispado aparecen grabados los nombres de arquitectos, prohombres que levantaron la catedral. En una esquina, tras el pollete dedicado a la casa real, hay una firma, «J.A. El negro», quien ha trabajado y no se le ha reconocido. Hay una callecita tapada por una verja, entre la casa Botines y el banco herrero, allá se esconde una frase que puede ser leída al revés, su frente se tapó: «Si el hombre es para  la tierra y ….» quien quiera saber qué dice que pida pasar por allá y haga manifestaciones para acabar con la censura moderna, la que no se percibe como tal. 

                Gracias a la palabra cortijera es posible recuperar estos pequeños entornos, porque su función es la de un microscopio que observa  lo que nos rodea y lo que nos aflige de nosotros mismos. Sus reflexiones son, en muchos casos, la expresión de la ideología del sentido común. Otras punzante ironía y sarcasmo. 

                En una carta al director publicada en el Diario de León, 1985, define el servicio militar como un castigo, que se asemeja a una cárcel por la falta de libertad que allá se vive. Cuenta como estando en tal situación, durante sus años mozos, cayó enfermo, debido al exceso de ejercicio y mala alimentación. Varios compañeros murieron en accidentes, disparos de fusiles accidentales, sin que tales acontecimientos nunca se aclarasen.  Denuncia abusos de autoridad, desprecio hacia los soldados que por ser gordos o especialmente sensibles eran diana de burlas y presiones de todo tipo. Lo que todos saben y callan, Cortijo lo lanza en las pequeñas grietas que la libertad de expresión permite. 

                Cuando comenzó la guerra del Golfo escribió citas, en su libro de notas,  como «Alá, ¡Dios! y los demás dioses ¿acaso dirán cuando acabará la guerra? Yo no confío en ellos». «La CNN filmaba la guerra en el frente y yo cagaba en el retrete». «Tanto a Sadam invocando a Alá, como a Bush a Dios, que les den … a los dos». «Desde aquí me uno a una cacerolada mundial por la paz».  Una de sus frases recientes es, en referencia a Bin Laden, «actúan los Franquestein que ha fabricado Occidente». 

                Las ideas de Cortijo a nivel muy general son intuiciones llenas de reflexión cotidiana. En una de sus notas se lee: «Los Estados lograrán la paz cuando dejen de hacer teología, cuando dejen de comportarse o de actuar en nombre de Dios. Usar a Dios como un instrumento es la manera de anular la tolerancia«.   

                Una parte de su poemario es un himno a la paz: 

ÁRBOL DE LA PAZ – 

«La paz es un bosque
de árboles arrugados,
retorcidos por el agua,
el viento y el sol.
¡Tres tablas de fina madera
que digan «PAZ»!
Del árbol más grande
la paz arrancar.
Tres tablas tallar
para saber lo difícil que es
conjugar el verbo de la paz.
Y se conseguirá
en todo el planeta
hasta la eternidad«. 

                Una de los ensayos más importantes de Cortijo no se ha publicado. Es una breve reflexión  cuyo título es «Lo más valiosos es gratis». Reconoce la necesidad de volcar sus sentimientos y sensibilidad con la palabra. Necesidad que todo creador del verbos imposibles tiene.  Reconoce el valor de los pensadores de la política, la filosofía y demás, a los que compara con grandes árboles en medio del campo. Él se conforma con ser un matorral de unos centímetros. Cuenta que intenta plasmar el reflejo de su existencia. El impulso de tal afán lo adquirió cuando comenzó a merodear el centro de Adultos de Sierra Pambley. Lo cual considera el mayor acierto de su vida. Allí fue tomando conciencia de si mismo como pensador. Comprobó que un producto tan valioso e importante como el saber lo dan gratis. ¿Dónde está la riqueza entonces? 

                En la revista alternativa de León «Otras Voces», dejó escrito para la posteridad un manifiesto que reclama la planificación de actividades culturales para el edificio de Pallarés, que será usado como Centro Cultural. Cortijo lo llama «templo de cultura». En Agosto de 1989 pide que sea un centro creador y generador de cultura, no sólo un lugar para exponer la cultura-espectáculo. Que sea regido por grupos y asociaciones. Exige que se aproveche al cien por cien y que dé cabida a toda la población, desde niños y niñas a personas de la tercera edad y con un horario amplísimo. Da la idea de integrar a este lugar talleres de teatro, música, pintura, espacios para escritores y para soñar. Pide que tenga un café para tertulias, que permitiría una autofinanciación. Esta visión de la cultura todavía es futuro, pero alguien como Cortijo ha sido capaz de dar voz al arte. 

                Sobre la muerte dedica unas palabras contundentes, llenas de contenido filosófico, que no deja de ser sino la lógica contumaz:

«La muerte es
algo que no
debemos temer.
Porque mientras
que somos
la muerte no es.
Y cuando la muerte es,
nosotros no somos«.