Antonio Cortijo Moro. Nace el 23 de Junio de 1930, en el pueblo asturiano Campo de Caso. Hijo de Florencio y Luisa. Casado con Gloria Martínez, con quien tiene dos hijos y dos nietos. Muere el 9 de febrero de 2006.

                ¿Quién es Antonio Cortijo? Una persona entrañable para muchos leoneses. Alguien que ha participado en todas las manifestaciones que se han convocado por la libertad, la justicia, la tolerancia y la igualdad. Cuando algún colectivo minoritario convoca algún acto o manifestación, siempre sabe que una persona participará, como mínimo, este personaje del que hablamos. Es capaz de acercarse, cuando le conoces y le has escuchado, en medio de la calle o sentarse a la mesa de un bar para recitar una poesía, con tal sentimiento y pasión que las palabras se hacen gestos y sus gestos mirada. Una mirada que es poesía. 

                Cuando el 25 de Abril del año 2002 se realizó la charla debate sobre los poetas malditos, en los talleres de la CGT de León, surgió la figura de Antonio Cortijo, como referencia a la que aludieron varios contertulios. Se analizó  la poesía como manera de ser, de vivir y no sólo como fabricación de textos en columna, o ritmos más o menos pomposos. El 13 de Abril le vimos en la manifestación contra la falta de tiempo. Con su fatiga, con su enfermedad a cuestas, pero con su ánimo y vitalidad, portó su poesía hecha andadura con su presencia. Comentó: «Yo nunca tengo prisa, ni siquiera para morirme«.  El 18 de junio de 2002 su imagen ha quedado plasmada en el periódico El Mundo – La Crónica de León,  en una cacerolada de protesta, frente al Ayuntamiento de León, en cuyo pórtico de la puerta tres personas se habían encadenado  para desplegar una pancarta cuyo lema es «Por el derecho a luchar. Libertades sociales. La huelga es el comienzo». La movilización fue impulsar el espíritu de la huelga general y ver que es necesaria una continuidad. Convocaron las Juventudes Conmunistas, el Movimiento anti globalización y la GCT, a cuyo apoyo asistieron la Plataforma contra las Antenas de Telefonía móvil, otra contra la incineración de neumáticos del valle de Conforcos y otras muchas personas. Entre ellas Antonio Cortijo.  

                A quien esto escribe se le ocurrió hacer un homenaje a este ciudadano entrañable, porque en no pocas ocasiones en medio del trajín de las idas y venidas, por la calle, encontró un oasis de sentimiento, de elevación sobre la realidad, con sus palabras en forma de poesía y expresiones capaces de conmover a quien le escucha. No se trataba solamente de hacer un homenaje como militante político, del Partido Comunista y de Izquierda Unida, sino como poeta. Más todavía, como persona. 

                Como militante de partido fue homenajeado junto a otros compañeros desde su organización política, en fechas próximas en que se gestaba la idea de un homenaje más personal. ¿Cómo poeta? Desde luego su personalidad traspasa la frontera de unas ideas políticas. Partiendo de ellas ha participado en los más variados ambientes de los que han surgido nuevas ideas, nuevas formas de ver la vida, siempre en favor de una sociedad mejor y más justa. Su ser de izquierdas ha sido profundo y con una carga de sentimiento personal que ha hecho del compromiso una vocación. 

                ¿Qué mejor homenaje, qué mejor recuerdo que recoger sus poesías, sus escritos?. Algo que siempre ha llevado a flor de piel. Es hacer de su recuerdo una huella de ese largo caminar hacia la libertad. Algo que uno de sus escritores favoritos, Antonio Machado, poetiza con los versos: «Caminante no hay camino/ se hace camino al andar». Recoger la andadura de Cortijo es de interés humano, social y literario. 

                Durante el verano de 2002 los vecinos y ciudadanos de León luchan por defender un patrimonio cultural, una humilde casa, un resto único de nuestra historia, el edificio número 3 de la Plaza del Grano que se quiere destruir. Antaño fue las Médulas para hacer pasar por ella una autopista. Gracias al grupo ecologista  Urz se logró detener tal destrozo. Hoy es un patrimonio universal, a cuyo lado posan hipócritamente políticos  y desalmados de los negocios que juegan a benefactores. Antaño fue también el edificio Casai  en barrio El Egido, que ponía en riesgo la integridad de niños y niñas que acudían al colegio diariamente. Al final tuvieron que ampliar la acera tras una protesta de madres y padres del colegio público La Granja. También fue el edificio del arco de la cárcel, en donde está el local del  CCAN y la sede de la CNT. Todavía sigue en pie haciendo latir uno de los impulsos culturales y de convivencia más importantes de esta ciudad. También el edificio Abelló. También la misma Plaza del Grano que quiso ser empedrada con cemento. Si nos remontáramos a las miles de piciadas urbanísticas que se han realizado en esta ciudad y atentados contra los ciudadanos, que alguno sigue, como las antenas de telefonía móvil, no habría espacio suficiente para narrarlo. Antonio en el caso de la casa de la plaza del grano luchó desde sus versos, como trinchera social y espada romántica:  

«Plaza del Mercado,
Plaza del Grano.
Porque en tiempos pasados
vendían
y cambios de mercancía
hacían
de granos de trigo,
cebada, avena
y centeno.
También ocupaban
el espacio de la plaza
carros de madera
tirados por burros
y caballos
que transportaban
las cosas
vendidas en la plaza.
Plaza del Grano,
Plaza del Mercado. 

Hay un vestigio de casa vieja
esquina de nueve columnas,
madera vieja, dura y noble.
Tejado deteriorado
por el paso del tiempo.
No hay mejor sentimiento
que recordar el pasado,
para vivir el presente
y, jamás, olvidar el futuro.
¿Quién quiere derribar
esa de nueve columnas
y madera vieja?
Es mejor repararla
de todos sus desperfectos
ocurridos por el paso del tiempo.
¡No asesinemos el futuro!». 

                ¿Se trata de una cuestión estética?. Sí, pero no solamente. La belleza de un  paisaje, de una zona no sólo tiene un valor comercial, de consumo turístico, sino que es un fundamento pedagógico en la conciencia y cultura de las personas, hasta el punto de que se recoge en la legislación más moderna, desde criterios de patrimonio, o como de evaluación de impacto ambiental, etcétera. Al destruir un valor estético, o con un criterio de sensibilidad, se eliminan aquellos criterios que no sean los puramente económicos, y ya poco queda.  Valores sociales, humanitarios, de solidaridad, culturales, artísticos, que son imposible de inculcar sobre la base de disciplina o decretos de enseñanza.  

                Pero lo que se dilucida en la casa que se quiere derribar es algo mucho más profundo. Está en ella la huella del tiempo, un trozo de Historia, pero no la historia de los poderosos, sino de la vida cotidiana, de las gentes que viven en el transcurso del tiempo.  Estas huellas nos dan una seña de identidad, nos hacen ser pueblo. 

                Otro ejemplo similar es la fachada de la calle Julio del Campo, realizada por este filántropo, que se está cayendo a pedazos, que se mantiene sucia, cuando significa la representación cultural más pedagógica de León y la referencia democrática más importante de esta ciudad. Es una lección de matemáticas, lengua, geografía, etcétera. Lleva el saber a la calle, para que el conocimiento no sea un instrumento de unos pocos rufianes. También se está dejando caer.

                ¿Que quedaría con esta política al uso? Lo que visitarán los turistas, lo que simboliza la historia del Poder religioso o político: palacios, iglesias, catedrales, edificios de ricos comerciantes. Esto forma parte de la Historia. Es de una gran belleza y valor. Debe ser conservado, pero no a costa de la otra parte, que por humilde se desprecia y pisotea. Porque entonces se olvida la conciencia social e histórica. Lo cual es imprescindible a la hora de ser ciudadanos. Y no sólo consumidores y votantes sin referencias culturales. La Plaza del Grano y su edificio de columnas representan el comercio de nuestros antepasados, sus formas de vida, su lucha por sobrevivir y poder ser cada vez más libres. Es el legado del pasado, sin el cual no podemos ser dueños de nuestro presente y mucho menos aspirar a un futuro más digno. Si nos van quitando las raíces  cada vez seremos más superficiales, más idiotas (en su sentido etimológico: ignorante que no puede comprender lo ajeno). Los mercaderes y verdugos de León quizás no se planteen tanto. Actúan por inercia, la inercia del Poder. 

                 Lo mismo sucede en el mundo de la literatura. Rescatar a Cortijo del desprecio del arte y del olvido como poeta, es rescatar la conciencia de ser del pueblo. Es no dejarnos llevar por la cultura y arte del poderoso y de los mercaderes que compran fama y clonan «cantantes» para el consumo de usar y tirar. Las revistas del corazón son lo más canalla que puede haber, porque es la falsedad, es el despilfarro y la fabricación de deseos con los que nos someten. Pero todo lo que se hace con el corazón, todo lo que desnuda los sentimientos se  trata como una colilla pisoteada. 

                Cuenta Víctor Hugo en su novela, «Los miserables» lo que puede ser el Poder: la «cueva de los ciegos«, allá acuden los Thenardier, pues aquellas personas incultas que han llegado a elevarse, por el compadreo, los favores, la compra de un espacio en el arte, la política o en la vida y pierden todo tipo de escrúpulos.  Sólo nos queda luchar, y reclamar lo que nuestro, del pueblo. Si no defendemos nuestro patrimonio, humano, cultural, social, artístico no habrá espacio para nuestra libertad.               

                Ante la idea de hacer una recopilación de poesías y y reflexiones de Antonio Cortijo no pocas personas reconocían el valor humano de esta persona, pero dudaban sobre que mereciera la pena recoger sus versos. «¿Y si no son buenas?», comentaron. ¿Qué es lo bueno, qué es lo malo en poesía?. A partir de esta pregunta hay una reflexión obligada que da sentido a esta obra y que no deja de ser otra lucha más de nuestro personaje. Nada más conocer la amenaza que rondaba sobre el corazón de León, en la Plaza del Grano, se acercó para firmar en su defensa. Y como no, un verso brotó de su corazón: «No de granos de piedra
                                                                sino de oro, son sus piedras«. 

                «Yo soy poeta, porque me surgen las palabras cuando siento algo. Y escribo eso que siento«, dijo una vez Antonio Cortijo. ¿No es esto ser poeta?. Pues parece que no. Que hoy para ser poeta  hay que ser reconocido por ciertas personas que seleccionan textos y personajes, para hacer una Cultura desde el Poder. Se convocan más de un millón de concursos de poesía al año, con sus respectivos ganadores. Hay dos o tres poetas de andar por casa en cada provincia que se veneran localmente como la cumbre de la literatura y se hacen recitales, fiestas y farándulas en una verbena de florescas entonaciones ripias y ripipías. ¿Esta parafernalia conmueve a la sociedad? Ni fu ni fa. 

                Se vende una poesía de plástico, que se cita, muchas veces sin ser leída, sino anotadas para hacer una cita.  Se hacen reportajes en la prensa y se fabrican poetas de funcionarios de la palabra y escritores cuyo entorno deja de ser lo que les rodea y es una maquinaria de definición de cultura, mediante empresas, organismos públicos y los divulgadores de turno. Asistimos a la falsificación de la palabra escrita, al espectáculo de matar el sentimiento a través de la poesía de Poder. No pocos líderes políticos se jactan de leer a tal o cual poeta, a modo de gesto literario. Probablemente no sea culpa del poeta, sino de unas circunstancias, en las que queda atrapado. 

                La poesía de Cortijo ha conmovido a algunas personas. Lo cual merece un respeto. Porque muchos que hablan de grandes poetas, no les han leído, ni les han comprendido, ni nada. Simplemente recitan y creen lo que se define desde el poderío de la cultura. Antonio Cortijo ha dado sus escritos a mucha gente, y les ha parado en la calle para recitar un verso. Eso es poesía. La poesía es poesía, carece de adjetivos. ¿Es más amor quien ama a una actriz millonaria que quien ama a una señora que friega escaleras, quien a un varón bien trajeado y rubio que a otro con la cara arrugada y  la pierna sin poder mover? La poesía de Cortijo nos permite despertar y romper un espejismo aterrador, revelarnos para que lo que nos rodea tenga valor y sea más auténtico.  La poesía nació del alma y a través de los labios era escuchada. Cuando se escribe y sólo se escribe, se fabrican versos para la industria de presentaciones de libros. 

                En el mundo de hoy hay muchos jóvenes, chicos y chicas, que escriben poesía, pero la guardan, no lo dicen. Es un grito de soledad. Muy pocos poetas lo proclaman si no es por ser reconocidos desde fuera. Por eso se atrofia este arte, se marchita. ¿Qué esconde el fenómeno del botellón y otras manifestaciones juveniles? La mayoría acaba por dejar de escribir versos. Agotan su existencia en el trabajo y la vida cotidiana y para lograrlo tienen que olvidar, olvidarse a sí mismos y en el camino se destruye el alma y los contenedores de la calle. 

                 En los rincones más pequeños de la vida descubre Antonio Cortijo una fuente de inspiración poética y el fundamento de la cultura. Es un pensador y poeta del pueblo, y como tal se le debe de reconocer. Surge de las entrañas del tumulto cotidiano y allí se le ha querido postrar. Recuperar su arte y creatividad es una manera de forjar la otra historia, la de las personas frente a la de los personajes y personajillos de tres cuartos. 

                En uno de los manuscritos manifiesta su pasión por los paseos. Andarín ambulante, de versos y caminos de ciudad, encuentra la magia y luminosidad de las gentes, de los diferentes paisajes de las calles en sus distintas horas del día y la noche. 

                En cierta conferencia sobre el arte de la pintura, escuché que Velázquez  pintó sin dibujar. Me acordé de Cortijo, pues es el único poeta en vivo que conozco, como vividor de poesía, que las recita directamente del corazón. Su misma manera de hablar es poesía. No escribe con el lenguaje. Su palabra es alma, corazón. Por eso sus palabras palpitan. ¿Es buena su poesía?, se preguntan algunas personas intelectuales, sobre todo si se van a publicar. El valor de las cosas, la mayoría de las veces no son ellas mismas, sino su historia, y más sus historietas. Mi padre decía que le gustaban los quesos franceses porque para cada uno hay una leyenda. Es ésta la que da sabor al queso francés. 

                Antonio Cortijo es un poeta del pueblo, y el pueblo tiene que rescatar sus palabras, mimarlas, para que no nos roben el sentimiento, el sentimiento cercano, el que surge del corazón, el que no necesita de la fama o la vanidad del premio para sobrevivir y hacerse visible. La poesía artificial y artificiosa, construida con palabras ajenas al habla, con miradas al diccionario para construir una pieza, como quien  fabrica un tornillo o unas candilejas de su propia farsa, es una poesía poderosa, pero nada más, que aplasta al versillo de la orilla del camino.  

                Es frecuente padecer en los medios de comunicación el engrandecimiento de personajes que se han enriquecido a costa de los demás, que han sido autoritarios o que simplemente se dedican a seguir la inercia del Poder incrustado en la Historia, en la sociedad, en la política. Se les hacen homenajes, reconocimientos, son honoris causa y esas cosas,  se les premia aunque luego se les descubran escándalos de todo tipo, o en la mayoría de los casos que son insípidos. Simplemente ocupan un orden en la jerarquía de la economía,  de la cultura o del arte oficial. La vida de Cortijo ha sido una rebelión, también en este aspecto. El pueblo necesita sus referencias, el reconocimiento al derecho de expresar la poesía que cada individuo haga, o las ideas. Y cada cual es lo que es. Sin embargo aquellos que reciben reconocimientos públicos se revisten de mentiras periodísticas, de farsas editadas que de tan burdo que es queda vacío y se tienen que repetir en operaciones de mercadotecnia cada dos por tres. 

                La poesía, el arte, la cultura se convierten y pervierten, cada vez de una manera más acelerada, son una mercancía más. Como tal se trata la creatividad. El sentimiento, la imperfección que implica hacer algo de manera directa y sana, intelectualmente hablando, es lo que se rescata  en la obra de Cortijo. Sus reflexiones tal vez no sean sofisticadas, pero son punzantes, coloquiales. Su gran mérito es que son lo que son. Y esta recopilación de sus palabras, es un homenaje, un agradecimiento por simplemente ser como es, ni más ni menos. Sin mitificarle ni con exaltaciones vacuas. Se trata de escuchar a una persona que ha escrito para comunicarse con los demás. Su entorno, su gente, le queremos guardar en el recuerdo, como lo hacemos con otros seres queridos. Antonio Cortijo agranda su modo de ser al vivir participando con los demás.