La música es la gran pasión de Cortijo. La que más le gusta es el jazz. Sobre este estilo musical escribe: «Es poesía. es el gusto poético de la música que hace vibrar el alma«. Le hubiera gustado tocar el saxofón como Woody Allen. Su encanto por la música le hace matizar se deleite por este arte: «Me gusta la música, pero no Operación Triunfo«. 

                Escribe:                
                                                «La música nos invita
                                                 con sus sonidos
                                                 a meditar
                                                 y trascender,
                                                 para dejar pasar
                                                 las preocupaciones
                                                 más profundas
                                                 que nos enferman«.                                              

                La música participa en sus imágenes cada vez que observa la belleza, sea en un paisaje, en una mujer, en una idea. Escribe:
                              «Se dice que la música
                               es la más hermosa
                            de las artes
                           y la más difícil de interpretar. 
                           Lo más fácil
                          que uno puede imaginar
                          es el discurrir del encanto
                         en un paisaje rural.
                         El simple discurrir 
                         del agua cristalina
                        del río.
                             Un valle, en toda su profundidad.
                            En un bosque lleno de árboles
                         que silban y se inclinan
                          rozados por el viento.
                         La música y la poesía
                           son expresiones de hermosura
                       para el espíritu
                         y tú una belleza paralela». 

  

Cortijo de joven tocando el saxo

              Para Antonio Cortijo la música es irrefrenable y cada vez que la oye le entran ganas de bailar. De ahí su frecuencia en asistir a los bailes. Precisamente en uno de ellos conoció a Gloria Martínez. Bailó con ella un día, y otro y otro, hasta que quedaron  de un sábado para el siguiente con el fin de seguir bailando. Y en uno de esos bailes él se decidió y le preguntó «¿por qué no nos casamos?» Y así fue. Unidos para siempre. 

                Fiel a sus ideas y a su mujer por su manera de ser, ha desarrollado su vena creadora. Fiel hasta la médula  ha participado en otras historias, personales y políticas, siempre de manera platónica, lo que en no pocas ocasiones le complicó la vida, pues su romanticismo, tanto  en los sentimientos como en las ideas no siempre es fácil de entender. Es en esta situación ante la vida de donde surge su poesía, su inspiración. Pero es una poesía que vive, que se hace real en la realidad, no en  la oscuridad del silencio. 

                Las palabras de Cortijo no son encopetadas. varios anuncios y folletos  están sobre escritos con su prosa por encima, como el folleto de los Zuen jazz, en el Gran café, en donde  escribe sobre el río Carrión cuyo recorrido literario le lleva hasta la ermita de Juan de Baños, siempre exclamando a cada paso, por la belleza de los lugares que ha visitado. 

                Uno de sus poemas más expresivos se lo dedica a Los Cardíacos, tras escucharles una noche leonesa del 28 de Noviembre de 1991:

 «La música,
la vuestra,
la de Mozart
es ola gigantesca
elevada al viento
para besar playas
solitarias del océano.
Es poesía de un ensueño.
¡Cardiacos!
nostalgia de canciones
y ritmos,
glacial de la noche,
chicas de buhardilla
y noches del Toisón.
Estremecimiento
de poesía
cardíacos sois.
Todo embellece
cuando os escucho«. 

                Confiesa Cortijo que quiere y ama muchísimo a su mujer, pero que no le inspira para hacer poemas. Ella se queja, sin entender que el creador necesita de la distancia para tener el espacio artístico que exige su alma. El arte de la inspiración surge de la lejanía, de lo imposible que se acerca con la palabra. La cercanía permite el cariño, la convivencia. Que fácil le resultaría a Cortijo decir a su mujer que uno de sus poemas es para ella. Pero respeta tanto su palabra que es sincero,  consigo mismo y con quien le acompaña. 

                Hay mucha vanidad en la retórica del verso. Recuerdo cuando, en una tertulia de poetas demasiados vivos, pregunté a un poeta que hacía esparabanes con su pose y sentido poético, si él había hecho versos de amor. Dijo que sí orgulloso, muy orgulloso, tremendamente orgulloso. Le pregunté que si inspirado en alguien concreto. Sí. «¿Le has enviado tus versos?», pregunté. «No», fue su respuesta.  Escribe al mundo en abstracto,  se ve por dentro en la expresión poética y patatín y patatán. Mi conclusión es que su opción es  la de ser poeta entre bambalinas. De esos que ganan un concurso o publican un libro con unos versos y encuentran el éxtasis imaginándose a sí mismo. Al final leer tal producto literario se hace por leer. Por decir que se ha leído una poesía. La vitalidad del poema es la que se vive, porque es el momento poético lo que alimenta la poesía. 

   

Con su esposa, Gloria, y una amiga.

             Cortijo escribió, después de decir a una mujer lo que ella le inspiró sin conocerla de nada: «Me gustaría escuchar el sonido de la mirada de tus ojos«. Un piropo, pero un verso inmortal, conmovedor. Me contó este poeta como una vez se atrevió a parar a dos mujeres para decirlas el piropo más grande del mundo. Se paró ante ellas: «Yo, aunque no soy creyente voy a citar una frase de las sagradas escrituras. Ese señor que llaman Dios dijo: Hágase la luz. (hizo una reverencia) ustedes son una parte muy importante de esa luz«.  Las dos mujeres se miraron mutuamente y sin saber qué decir se fueron. Cortijo se marchó en sentido contrario, al estilo clásico de un caballero, con andares de torero. El acto que refleja su prestancia es besar la mano a aquellas  mujeres que admira por su belleza y también por su  inteligencia, que él llama, la belleza del alma. Considera que este atrevimiento, del que algunas mujeres se ríen y no ven su sentido, es el considerarlas como reinas de su corazón y una muestra de máximo respeto a la mujer. El último que ha recitado a una mujer ha sido: «No hay jardín ni flores que puedan adornar tu presencia«. Otro: «Ya que nos vemos me gustaría escuchar el sonido de la mirada de tus ojos«.  Maestro del piropo gracias a su valor poético, no solamente valor en el sentido de valioso, sino de valiente, pues traslada el verso a la vida cotidiana, no lo lleva al mausoleo de lo culto. 

                La poesía de Cortijo es, precisamente, la que ha creado en la vida real. Eso es lo que estremece de su lirismo. Es lo que le convierte en un animal de poesía. Sus versos son puro instinto del alma, es intuición. Cuando recita sus creaciones poéticas cierra con fuerza los ojos. ¿Para recordar? No, es para verse por dentro, para mirar la fuente de sus poemas.  Saca su ser en cada palabra, lee dentro de si mismo: 

«Un río seco
ahora agua cristalina.
Su curso llegará
a la desembocadura
entre praderas y arbustos«. 

                En el Cafetín vio a una chica joven. Se acercó a ella, impresionado por su belleza. Le dijo «Yo soy Antonio». Ella le contestó: «Y yo Elena». Desde las cinco de la tarde a las diez no dejaron de hablar. Recuerda que le contó estas palabras: «Si fuéramos a un lugar sólo con belleza, tú serías la más hermosa«. Le dedicó un poema que primero balbuceo a su musa viviente. Le dedicó el poema «La rubia del cafetín». No la volvió a ver hasta veinte años después. Fue ella quien le recordó aquel acontecimiento de poesía viva, de poesía real. Ella se había ido a Suiza y luego a Canarias. Mirándola a la cara le dedicó un  poema en una foto, para que ella tuviera un recuerdo de un ser insólito: «Escribo un poema tan bonito como este paisaje, «. ¿Dónde está tal poema? En el corazón de Cortijo, pero la poesía  permanece en su gesto, en su gesta poética. Cuando con cierta sorna me han preguntado que estilo cultiva Cortijo, la contestación es diáfana: su estilo es vivir la poesía. 

                Cuando vino a León una cantante de color, de música Gospel fue a verla todos los días menos uno. Considera que es el mejor acto musical que ha venido a esta provincia, de los que él ha presenciado. Al verle todos los días la cantante, el último que actuó se bajó del escenario y le dio un beso  en la mejilla y un abrazo, lo que Cortijo recuerda con gran emoción. El día que se ausentó fue para participar en una manifestación. Al verle un policía le comentó: «¿Qué haces aquí? Hay un concierto buenísimo».                 Y nuestro poeta le contestó «Las manifestaciones no me las pierdo nunca«. 

                No se ha conformado con su gusto. Ha querido comprender la música, bulliciosa, de la modernidad. Si tanto gusta a los jóvenes algo tendrá, explica Cortijo. Pero poetiza ese sentimiento de búsqueda musical. 

«La música de hoy
es disparatada de grito contenido
como el rápido pasar,
por el resquicio del patio,
de los guzmanes vencejos negros
con sus alas extendidas. 

Nubes rojas al fondo,
Silencio profundo y respetuoso
y de fondo el sonido de los secos
sonidos de la música. 

En el día de hoy
sólo sigue el silencio.
No hay nubes rojas en el cielo
ni pájaros voladores
que surcan el espacio.
Relajan mis sentidos y sensibilidad
ante tanta belleza y soledad
de bullicio y música de ayer». 

                Para los leoneses  Cortijo ha expresado una metáfora que es de gran belleza. Quien no sea de esta ciudad no podrá visualizar su contenido real, pues «guzmanes vencejos» es la imagen primaveral que todos los de esta capital cazurra buscan las mañanas de los domingos, en torno a esa plaza, junto a la ribera del Bernesga. Se trata de la metáfora leonesa más pura, genuina  y sublime que he encontrado de todo el poemario leonés, pasado y presente.