El producto de las sectas destructivas es el FANATISMO. Puede darse dentro de una religión, partido político o grupúsculo que se cierre en sí mismo, utilizando una creencia o idea. José Moraleda, profesor de Ciencias Religiosas y Catequética, advierte que «el espíritu sectario, con sus rasgos de intolerancia o agresivo proselitismo, también se encuentra en grupos de fieles que pertenecen a una comunidad eclesial».
El ateísmo puede responder a una reflexión personal o puede tener una actitud fanática. No es lo mismo pensar que Dios no existe que dedicarse a quemar iglesias, sinagogas o mezquitas. O pretender obligar, a toda costa, a construir un Estado ateo, no sólo aconfesional, por la fuerza y para imponerlo en el resto del mundo. El peligro de las sectas es independiente de su credo. Lo grave es la intención de quererlo imponer a toda costa, caiga quien caiga. Se han observado, por ejemplo, características de secta destructiva en la UCE, Unión Comunista Española.
Un fanático admite que el fin justifica los medios. Se prepara para cumplir una misión. Esta une lo trascendente con la organización en la que limita. Su carácter es frío. Su acción metódica. Oculta su condición para actuar en secreto. Su moral no se fundamenta en el bien o el mal sino en lo que perjudica o beneficia a la causa que defiende. Mira al resto de la gente con desprecio, pero utiliza a cualquiera que le puede beneficiar. Llega a hacer favores a muchas personas con el fin de que estén en deuda con él y obligarlas a que le ayuden cuando sea preciso. Desde conceder una subvención a hacer un reportaje en un periódico.
Los sectarios son muy hábiles en hacer saber a algún compañero que conocen algo que oculta, como medio de chantajearle. Engaña con facilidad y sin escrúpulo. Se llegan a creer sus propias fabulaciones. Las personas que le rodean de su vida anterior a «estar obcecado» creen que es un cínico, pero se trata de que si un engaño sirve para la organización se asimila en el programa mental y se hace realidad en su delirio. Tiene mucha soltura para representar personajes en la realidad social, según el momento y el lugar. Tal habilidad se debe a que han perdido su personalidad. La sustituye por el modelo de referencia que impone el grupo. El fanatismo también surge como consecuencia de las frustraciones que no se saben asimilar y por resentimiento. Semejante estado psicológico encuentra cobijo en estructuras totalitarias, las cuales suelen justificar el uso de la violencia como medio de lucha. Surge espontáneamente y se aglutinan en torno a grupos ultras o terroristas.
Cuando una persona sustituye su conciencia, y deja de funcionar como sujeto único, original e inigualable, por una ideología, creencia o negocio, despoja al enemigo de su condición humana. Esto le da pie, entonces, para poder disponer de la vida de los demás. Matar es una baza a tener en cuenta para lograr establecer su verdad. En las situaciones de guerra sucede lo mismo bajo la presión del miedo y la necesidad de supervivencia. De igual modo las sectas y grupos violentos mantienen una tensión continua ante lo exterior, que se vive como una amenaza. Se hace creer a los adeptos o seguidores que se vive en un estado permanente de guerra frente al mal, o contra el sistema. Se sienten constantemente acosados, espiados, perseguidos, calumniados.
Cualquier hecho, sea el que sea, se interpreta como parte de una conspiración que pretende acabar con los que forman el colectivo. Si los contrarios hacen algo bueno se considera una estratagema, una trampa que esconde un plan oculto. No se puede salir teóricamente de este tipo de criterios si no es dejando la tendencia obsesiva de pensar de esa manera.
El fanatismo es muy peligroso.
Cualquier planteamiento teórico es discutible. Lo grave es el carácter absoluto con que se experimenta una idea y el que se tenga que imponer por las buenas (persuasión) o por las malas (violencia). Desde el fanatismo no se valoran otras formas de pensar que no sea la suya.
La imagen del fanático se ha modernizado. No es el hombre perverso, como se suele caricaturizar. La discrección es su norma. La Verdad para el adepto debe influir en todos los órdenes de la vida, de la suya personal, para comer, dormir, trabajar, el ocio. Y para la vida colectiva, el arte, la economía y demás. No ven la realidad. perciben su idea en la realidad. deforman esta y pierden su noción. Se inventan la suya. La creen y la crean al mismo tiempo.
Una idea trascendente, en una secta o dentro de un grupo formado por fanáticos, no se estudia ni se entiende. Viene definida por la organización. Se utiliza para hacer salir al militante de la realidad y construir aquella que les interese. Como hace referencia a una dimensión indemostrable es cuestión de fijarla psicológicamente en la mente del adepto. Las ceremonias y ritos sirven para vivenciar una creencia. Es una forma de hacer visibles los contenidos de la fe. En una secta destructiva se usan para fabricar la realidad de un delirio. Se dramatizan las pautas de una doctrina, de manera que el adepto la represente. Su actuación traspasa la barrera del momento y el lugar de la puesta en escena. Pasa a la sociedad y a la vida cotidiana.
Los obsesos de una idea confunden lo que imaginan con la realidad. No entienden otros planteamientos que no sean los de su organización. Hay un proceso, muy sutil, mediante el cual se convierte la imaginación en experiencia. De tal manera que el adepto lo siente, lo ve palpablemente: «está tan claro que no cabe la más mínima duda».
Las sectas destructivas dan sentido tanto a ideas erróneas como a trastornos de conductas o de la percepción. Si alguien oye voces puede entender que es una alucinación. Pero preferirá entrar en una secta que le explique que lo que le ocurre se debe a que es un «evolucionado» porque oye mensajes de otros mundos o porque se comunica con espíritus. Cualquier tipo de delirio, sea auditivo, visual, táctil, emocional o de pensamiento se puede provocar tomando sustancias alucinógenas. Ocurre que en este caso es sin control y se detecta más fácilmente su patología clínica. Cuando se trasmite y se enseña un despropósito se dosifica e induce psicológicamente. Al mismo tiempo se le da un contexto doctrinario que lo traslada a un terreno fuera de la razón, entonces es más complicado detectar el disparate como tal.
Cualquier anomalía de este tipo las sectas la describen como una manera de abrir las puertas del mundo astral o espiritual. Cualquier suceso en relación a una deformación perceptiva, emocional o de la conciencia se interpreta en clave. De esta manera la doctrina que lo sustenta se ajusta a la realidad. La simbología o la explicación de los Ancianos o Maestros es una traducción que permite entender la realidad dentro del delirio mesiánico y éste dentro de la realidad social.
Un defecto físico en el líder se toma como un signo, una marca de ser el Elegido. Un incendio o cualquier noticia catastrofista se explica como una señal, un aviso de la proximidad del fin del mundo o del advenimiento de la Nueva Era. El paso de un cometa ha sido interpretado como signo de una esperada nave extraterrestre. Los que se lo creyeron desencarnaron para ir a ella mediante un suicidio colectivo. Desde fuera de una creencia puede ser absurdo pero quienes lo viven, lo ven lógico y viven intensamente lo que tienen dentro de su mente. No se trata de una conducta ritual sino de la respuesta a una programación mental. Su ejecución se realiza de manera automática.
Las ideas fanáticas carecen de argumentación. En los comportamientos y actos no hay una relación entre lo que hace y su causa. Se desarrollan cumpliendo el mandato de la autoridad. Una persona puede beber agua como respuesta a una causa: tener sed. Esa misma acción puede ser compulsiva: beber para limpiar las chakras. Lo hacen porque lo indica la norma. En este caso se ejecuta un programa mental.
Para despersonalizar al adepto se le enseña a sacrificar su personalidad, o matar el ego, es decir, a uno mismo. Se presenta como un logro. El individuo rompe con su pasado y futuro. También con su entorno mediante ideas como el «desapego» o «no contaminarse con el exterior mundano».
Dentro de una secta se considera que los acólitos nacen a una nueva y más profunda realidad. Se percibe al colectivo, que se cierra en sí mismo, como una gran familia. Por ejemplo, Manolo Pablos presenta unos cursos de lectura del aura dentro de unas enseñanzas de chamanismo. Se despide con un saludo, Aho ´Mtakuihasin, que significa «somos una familia». A los líderes se les llama «Padres» o «Madres», porque se entiende que lo son a nivel espiritual, debido a que les han hecho nacer a la verdad. Es común que en el seno de la organización se cambie de nombre, como señal de una nueva forma de ser.
La crisis de identidad, muchas veces, es ocasionada por el desencanto de estar en el mundo. Las sectas aconsejan una separación gradual y paulatina de la familia biológica, cuando ésta no participe de la visión del mundo del sectario. Durante la fase inicial se acepta al nuevo grupo como familia psicológica, al ser gente que entiende y ayuda al nuevo miembro. El siguiente paso es formar parte de una Familia Cósmica, Universal o Espiritual. A tal agrupación le corresponde salvarse o liderar el paso a la Era de Acuario. Hay un proceso de enajenamiento. No consiste en que un hijo se vaya de casa o que un matrimonio se separe, sino que al mismo tiempo ha dejado de ser el mismo. Se convierte en otra persona, orientada por la secta que dirige y manipula su conducta y forma de ser.
Deformación patológica de las ideas.
El período de la juventud se caracteriza por cambios de la personalidad, de adaptación al entorno. Las sectas se meten en esta fase psicológica para apoderarse de la conciencia de aquellos a los que atrapa. Se presentan como colaboradoras e impulsoras de este hecho. Ofrecen ayuda desinteresadamente. Desvían un cambio natural hacia el interés de la organización. El adolescente lo vive como algo suyo, dentro de un proceso natural. No detecta que le manipulan. Son muchos los padres de afectados por este problema que entienden que sus hijos «se encuentran atados psicológicamente a la secta»; «secuestrados mentalmente ».
Otra característica de un delirio, integrado en el fanatismo, es que deforma la realidad y la adapta a su misión. La Iglesia de los Últimos Santos, los mormones, asegura que la tierra prometida es Estados Unidos. Interpreta el pasado según la idea de que Jesús fue a predicar a los antiguos habitantes de América, según se registra en el libro de Mormón.
Lo que sucede en grupo también individualmente se siente durante la experiencia sectaria. La identificación con la secta es entonces absoluta. Se deforma el pasado. Los recuerdos se trastocan para que encajen con la programación. Muchos jóvenes justifican su estancia en la secta porque les ha salvado de situaciones terribles. Por ejemplo, ser envenenados por los padres o sufrir malos tratos del marido. Los hechos, reconocidos luego al abandonar la secta, resultan ser anecdóticos, pero la fanatización hace que cobren una dimensión dramática. En el primer caso, la realidad fue que el padre del sectario le dio champán en una boda y le ofreció una calada de un puro, cuando tenía catorce años de edad. En el otro, se trató de un empujón del marido a la mujer mientras ésta pegaba a los hijos porque no cenaban, cuando ella había llegado de predicar a las once de la noche. No mintieron. ¿Se lo creyeron? Se lo hicieron creer. Cualquier delirio necesita una base real para que funcione. El odio a la familia necesita fundamentarse en algún hecho concreto. El recuerdo se deforma para integrarlo en la dinámica psicológica de la secta.
Se exagera y tergiversa el presente. Cualquier crítica a la secta es considerada por sus cuadros como un plan para eliminarles. Se hace creer a los demás seguidores que se trata de una persecución. La Iglesia de Cienciología afirma que «quien nos critica tiene un pasado criminal». Se cierran a cualquier diálogo y comunicación que no sea para difundir su mensaje. Aquellas personas que cuentan lo que ocurre en una agrupación o asociación de carácter cerrado y totalitario, amparada en el secreto u ocultismo, no es rebatida con argumentos o datos que contradigan sus declaraciones, sino mediante el ataque y el insulto para desacreditar al indiscreto. Lo que tiene como función servir de «guerra psicológica» y que sus palabras no sean aceptadas por los miembros. Se dice de ellos que son nazis, o la nueva inquisición, o comunistas materialistas.
Se pierde la sensatez.
La deformación del presente sucede mediante las enseñanzas de la Magia sexual o la desinhibición total, ante lo cual se promete un placer descomunal. De la misma manera que un ludópata que se engancha al juego, aunque no le toquen los premios que espera, tiene la seguridad de que va a ganar y no importa que pierda una y otra vez. El adepto se aferra a la esperanza de conseguir los efectos prometidos.
Fantasías sobre el futuro se proponen como realidad cuando se admiten los postulados de la secta. Se entiende que dentro de ésta se vive por adelantado lo que está por venir. La condición para que funcione en la sociedad es que se aplique en su totalidad y para ello hay que formar y modelar convenientemente a cada hombre del planeta: «Una sociedad sin criminales ni enfermos mentales»; «un mundo nuevo y mejor»; «un nuevo paraíso en el cual el maná será realidad».
Los mismos textos de la Biblia sirven para que unas sectas entiendan que Jesucristo fue un extraterrestre, otras que fue un mujeriego, o un revolucionario, o un alquimista. Se hacen al antojo e interés del líder y según convenga en cada momento.
Sectas milenaristas interpretan el libro del Apocalipsis para ajustar lo que cuenta a la fecha en la que creen que será el fin del mundo. Si pasa sin que ocurra aseguran que han acertado debido a que ha empezado, bien observando como señal una guerra o un terremoto o bien explicando que se referían al fin de una etapa de la Humanidad. El delirio no necesita de la realidad, se explica a sí mismo.
El fanático nunca se equivoca. Si algo no sucede como explica, quien comete el error es el mundo y los demás. El centro de gravedad de su pensamiento y de su vida es la Verdad. Por serlo, ésta no puede fallar. Los que no tienen su mentalidad no le comprenden y se pone en la actitud de mártir. Para sus compañeros es un héroe que lucha por establecer el orden divino.
No hay que entender el delirio como una enfermedad concreta para entender el proceso de las sectas, sino su definición exacta: «una perturbación de la razón por una pasión violenta». La razón no queda anulada, el fanático la integra al mundo mental que se ha formado. En otras facetas de la vida, usa la sensatez sin ninguna tara. Deja a un lado lo razonable, en lo referido a su verdad que le obnubila, por la manera en que la secta su creencia aplica dentro del adepto y en el interior de la organización. El razonamiento se relega a un segundo plano cuando se trata de anteponer la doctrina sectaria.
Doble personalidad.
No es lo mismo una persona que tiene conciencia de su fe que otra que ha sido programada para ejecutar una creencia en todos los órdenes de su vida. En el primer caso es alguien que se abre al conocimiento y tiene en cuenta otros criterios, aunque no los comparta. El fanático se cierra en su mundo, no admite otras opiniones ni para pensar sobre éstas.
Cuando alguien se convierte en seguidor incondicional de una secta destructiva vive en dos mundos: el que le rodea y el de la organización. Ambos suelen ser incompatibles. Para estar en los dos hay que disgregar la personalidad, representar dos personajes: el ciudadano y el prosélito.
La dualidad del sujeto se justifica diciendo que en la vida hay un aspecto externo (exotérico) y otro interno (esotérico). Reconocer la disyuntiva del universo es una señal de evolución interior o del despertar de la conciencia.
Una idea trascendente, cuando se usa como técnica de programación, sirve para hacer salir al individuo en el que se aplica de su realidad. Lo indemostrable sirve de base para construir una creencia. En la secta la conciencia desaparece para ser sustituida por otra de tipo colectivo. Como consecuencia de la dualidad psicológica se desarrolla una doble moral y una doble conducta, según se refiera al medio de uno o a la secta.
Los Testigos de Jehová prohíben la separación matrimonial a no ser por adulterio. Sin embargo, sin esta condición se han dado muchas rupturas de pareja cuando una parte no ha querido participar en la organización debido a la intransigencia. Para justificar esta contradicción a un mandato divino se usa la frase de la Biblia: «la verdad separará familias».
Cualquier secta induce desconfianza hacia la sociedad. Se critica, por ejemplo, que todo se hace por dinero. La secta se presenta como un colectivo generoso, puro y altruista. La puesta en escena es perfecta. Por dentro resulta ser una máquina financiera donde el trabajo para enriquecer a la organización acapara todo el tiempo de los adeptos. Son multinacionales con mano de obra gratuita o grupos que generan entre sus miembros una economía cerrada de autosuficiencia cuya producción venden fuera con la excusa de propagar la verdad. Los beneficios son para la secta, que acumula dinero para expandir el entramado de empresas, negocios y templos.
Cuando un sectario es desprogramado se da cuenta de que no hace nada de aquello por lo que empezó a asistir a las actividades que presenta la secta a la opinión pública. Resulta que un chico asiste a unos cursos para aprender a tocar el piano y sale aprendiendo a pilotar una nave extraterrestre. Una trasformación así sólo se admite porque, sin darse cuenta, le han cambiado la personalidad. La suya ha sido adormecida. No queda anulada, porque de otra manera no podría recuperarse. Para mantener anestesiada la voluntad y la conciencia se tiene que sostener un ritmo continuado y no se debe estar mucho tiempo fuera de la influencia de la secta.
La manipulación pasa desapercibida.
Al principio se aceptan pequeñas condiciones a las que no se concede importancia porque se desconoce que es el comienzo de una conducta dirigida desde la secta. Quien cede no sabe que tales «orientaciones» o consejos van a terminar ejerciendo, mediante la creencia, un dominio absoluto sobre su conciencia.
En el proceso de aprendizaje la relación deja de ser la de un profesor y un alumno y pasa a la de maestro y discípulo. Luego será la de guía y adepto. No se ofrece sólo conocimiento sino instrucciones de cómo portarse en todos los ámbitos de la vida. Se acaba venerando al instructor y rindiendo culto a la teoría que se aprende.
Se adora al líder por ser el compendio de todo lo que enseña sobre la Verdad y permitir su difusión a los iniciados. El resultado es que en alguna secta, para integrarse en la estructura interna, hay que uniformarse y desfilar, bajo la excusa de ser «una-forma», una unidad de voluntades orientada por el líder.
Una contradicción en una mentalidad disgregada representa una cuestión táctica. Por ejemplo, para atraer a personas alternativas y construir un movimiento pacifista dirigido por los que organizan el Partido Humanista, emiten sus mensajes públicos sobre la no-violencia. Se ha comparado a su líder, Silo, el considerado el Mesías de los Andes, con Gandhi y Luther King, mediante carteles en los que aparece la foto de los tres personajes. Sin embargo, para dar sensación de fuerza y poder dentro de la organización se indica, en un documento de uso interno de Los Verdes Ecologistas (que nada tienen que ver con Los Verdes): «Si alguien agrede a alguno de los nuestros tendremos que dar una respuesta desproporcionada, de tal modo que al otro le quede claro que no se puede ejercer la violencia».
El Partido Humanista exige Disciplina para «hacer el Plan». Sus diseñadores han puesto en marcha distintos organismos para transformar la sociedad. En conjunto forman el Movimiento. Han tenido la idea de crear una asociación, «Sociedad de Libre Pensamiento», para coordinarse con otras sectas destructivas. Muchas pretenden formar una red entre ellas para relacionarse y llegar a acuerdos y pactos de Poder, para no entrometerse en el terreno unas de otras, pero para conseguir intercambiarse información.
Los cambios de personalidad son necesarios para comprender la doctrina de una secta. De otra manera no se permite acceder a su secreto. Los grupos gnósticos, seguidores de Samael Aun Weor, entrenan a sus seguidores para «destruir los egos». La misión es «realizarse» para convertir a sus adeptos en «superhombres».