Una de las técnicas de manipulación utilizada en las sectas destructivas consiste en provocar un estado de ánimo condicionado, en relación a la doctrina, negocio o ideología que se profese.

Fue Pavlov quien estudió este comportamiento. La conducta se puede condicionar. También desviar su tendencia original por otra, mediante una intervención externa y ajena al sujeto. Un experimento del investigador ruso consistió en ofrecer un trozo de carne a un perro. Al mismo tiempo hizo sonar una campanita. El alimento hace que el animal segregue saliva. Al cabo de unos meses de repetir, día tras día, la misma operación el can acabó asociando el sonido del instrumento con el filete. Bastó con tocar la campana para que segregara saliva, sin necesidad de ofrecerle comida. Se sustituyó un estímulo natural por otro inducido. Se manipula el instinto del animal mediante un reflejo condicionado. Se provoca una conducta artificial, fuera del control del que la ejecuta. Si no se hubiera aplicado esta técnica conductista al perro no se le llenaría la boca de saliva al escuchar las campanadas.

En las sectas destructivas se condiciona la psicología del adepto. Se utilizan situaciones que pasan desapercibidas. Para ser detectadas se tienen que analizar. Quien es objeto de ellas desconoce que tienen un objetivo: cambiar su conducta y su personalidad. Para poco a poco sustituir su manera de ser y adaptarla a los intereses de la organización.

En los actos preparados por una secta se suele poner música relajante. También aromas estimulantes que gustan mucho. Durante los cursos se hacen prácticas de masajes energéticos, técnicas de Reiki o masaje japonés, se medita mediante el yoga. Por regla general se crea un ambiente de sosiego durante retiros de fin de semana. Se fomenta una situación afectiva entre los que participan. Se aleja al que se va a captar de su condición cotidiana: prisas, preocupaciones, la hostilidad del trabajo, la ansiedad de tener pendiente algo que hacer. A veces como gancho se usan relaciones sexuales amparadas en la comunicación total o el intercambio de energías. Las fiestas son múltiples y gratificantes. No en pocas ocasiones se acuden a estas actividades por curiosidad o para aprove- -104- charse de ellas, para pasar el rato o experimentar algo nuevo. Y después la psicología del que acude queda atrapada y su libertad es condicionada sin tener conciencia de ello.

A los estímulos agradables se asocian los mensajes de la secta, que luego construyen una teoría, hasta que forman una creencia, la cual se fija como componente psicológico de la nueva personalidad del fanático. Se van condicionando unas ideas que se asocian a estar bien, y sentir la paz interior, a la euforia de cambiar el mundo, al equilibrio mental y a la armonía espiritual.

 Es frecuente escuchar decir a un adepto «soy feliz». Una característica del sectario es que siempre que se relaciona con alguien se muestra sonriente y expone de manera exhibicionista su alegría. Llega un momento en que pensar en la doctrina y cumplir con lo que indica la norma produce alegría interior y satisfacción. Se suele hacer ver como algo «que no se puede describir con palabras». Se interpreta que las enseñanzas del maestro tienen un efecto práctico porque son la verdad. Al adepto no se le pasa por la cabeza que le manipulan. Tampoco lo admite, cegado por el cúmulo de sensaciones positivas que experimenta. Es lo que se llama «prepararles para la matanza»: se engorda su bienestar para luego aprovecharse de él con creces. La satisfacción es mayor si previamente se ha pasado por una crisis personal o una mala racha. La secta hace pasar a quienes capta una «borrachera de felicidad ».

 Cree, el adepto, que aprende cosas fabulosas, secretas y reveladas. No le caben dudas sobre su certeza porque lo siente. Ya no puede vivir sin lo que le han enseñando. Cree que es algo tan profundo que deja huella en su interior. Da sentido a su existencia. Sin tales conocimientos nada merece la pena.

Sin embargo, no adquiere ningún saber porque no es un aprendizaje lo que le han propuesto, sino una conducta adquirida por una experiencia trucada. Se sustituye la natural por otra artificial y lo mismo que ocurre con la experiencia también con la personalidad. Todo lo que ha vivido es un teatro, un artificio para atraparle. La vida personal se cambia por otra colectiva que asume como algo individual. De esta manera se trasforma la conciencia en un programa que funciona automáticamente siguiendo las pautas de la doctrina.

El comportamiento condicionado es un acto consciente, por eso el sectario no es un loco, como a veces se entiende erróneamente, lo que hace que no se vea el problema real y cotidiano que suponen las sectas. Es consciente pero involuntario. Tanto si se trata de un reflejo como de una decisión. La voluntad queda mediatizada por una técnica que sustituya la influencia cultural, histórica, familiar y demás, sin un análisis crítico. El  resultado es la uniformidad en el grupo. Se adquiere una actitud idéntica entre los compañeros y se siguen las mismas pautas de comportamiento y de pensar.

El mecanismo reflejo se desencadena por una serie de estímulos inadecuados, no acordes con lo que se hace. Precisamente por tratarse de una relación psicológica es algo que sólo se aprecia directamente al detectarse cambios bruscos de comportamiento. Su causa se conoce cuando se estudian los mecanismos que funcionan en las sectas destructivas.

Una droga psicológica.

 Llega un momento en que se necesita escuchar al líder. Se considera esto devoción. El adepto se siente llamado para entregarse de una manera total y absoluta a la organización. No puede vivir sin asistir a los actos que se organizan. Abandona las obligaciones familiares, de estudio o laborales. Anula sus compromisos sociales. Entiende que lo hace porque quiere. Su idea es que toma una decisión imprescindible, no sólo para él sino para la humanidad. Se queda enganchado a la secta, por eso también se denominan asociaciones que generan una psicodependencia al adepto.

 El sectario es un adicto que necesita su dosis de doctrina. A este tipo de organizaciones se las puede considerar como drogas psicológicas. El enganche no es a una sustancia química sino a unos mensajes psicológicos. El investigador del problema sectario, Pepe Rodríguez, recoge un estudio según el cual una sustancia en la sangre, la dopamina, aumenta en los drogadictos y de la misma manera también en los adeptos, que muestran una euforia exagerada y una exaltación desmesurada provocadas por una programación psicológica. (Dato que Pepe Rodríguez expuso en una conferencia pública, celebrada en el Instituto Juan del Enzina, León 3-II-1995).

 Las características adictivas de una creencia explican que diversas organizaciones de estas condiciones se desarrollen entre la población drogadicta y que ofrezcan unos resultados, en cuanto a desengancharse de la heroína. Es el caso de El Patriarca, Reto, Remar, Ato, Droganón. Sustituyen una dependencia por otras. Condicionan dejar la droga a mantener la fijación y obcecación mental en una creencia. El condicionamiento les impide dejar la práctica religiosa que se desarrolla en su terapia. Se les va a hacer trabajar sin ningún derecho laboral, algo que se acepta en el mismo sistema de adoctrinamiento que se ha inculcado como método curativo.

Trabajar por la secta, estudiar lo que dice el guía se convierte en una costumbre reiterativa. El fanático asocia de manera automática su actividad con el equilibrio y la armonía. Siente en su mente el mundo feliz que propone la secta. La realidad le estorba y se dedica a cambiarla.

El sectario explica que predica para compartir la felicidad que siente. Lo ve como un acto de generosidad y ese deseo de querer ser tan bueno le estimula a seguir cambiando y aprendiendo la buena nueva que ha recibido. Lo cierto es que no puede dejar de hacerlo. Tal afán provoca que se cometan con cierta frecuencia excesos. Las situaciones límites como atentados o suicidios colectivos suponen una sobredosis de ideal.

Divulgar las ideas del gurú y vivir de acuerdo a ellas es lo único que satisface al fanático. En organizaciones de cualidades sectarias se paga por trabajar ya que se considera un honor poderlo hacer. Todo lo que produce la secta lo compran los adeptos, a precios muy elevados, para contribuir al mantenimiento de los mandos con todo tipo de lujos. El hacer que vivan bien los que están arriba de  la escala jerárquica no se considera un privilegio sino algo natural debido a estar más cerca de la verdad.

Adoctrinar a los demás es la misión del adepto, no únicamente por el carácter expansionista de la secta sino que psicológicamente es una necesidad. Se entiende y explica como un destino. Convertir a los demás es una manera de hacer realidad la nueva psicología del fanático. Predicar es algo obsesivo. A los que no están preparados (programados) las peroratas de un sectario no les dicen nada.

Predicar casa por casa, en los puestos que se sitúan en la calle o repartir propaganda apenas resulta eficaz. ¿Cuál es su función? Captar gente no, porque se hace por mecanismos indirectos. Se dedica mucho tiempo y esfuerzo a esta labor debido a que sirve para reforzar la programación del sectario. Cumple dos funciones:

1. Al tratar de convencer a los demás el sectario se autoconvence a sí mismo. Al otro le entra por un oído y le sale por el otro. Pero el que lo explica tiene que prepararse, entrenarse y hacer suyo lo que le enseñan. Las ideas se fijan en su pensamiento con más fuerza.

2. Al ver que la gente rechaza y contesta con desprecio a lo que se les quiere contar, se corrobora el esquema de que lo de fuera es malo, lo de dentro bueno. Una frase característica de los miembros de una organización de fanáticos es «a mí no me ordenan nada; lo hago porque yo quiero». Aparentemente es así. Pero si se analiza la evolución de la persona captada y el comportamiento de la organización se observa que su voluntad es la del colectivo, carece de criterio personal. Hay una doctrina que respalda cualquier consideración que haga el adepto. La aplicación de castigos también condiciona, la conducta. Cuando se domestica a un animal, al hacer algo equivocado se le da una reprimenda y cuando hace lo que el dueño quiere se le premia, para potenciar y estimular la obediencia y evitar que repita los errores. En las sectas se realiza lo mismo aplicando el dolor síquico, el sufrimiento.

 Una vez que ha programado al adepto, cumplir con las normas es algo automático. Lo difícil es no hacer lo que marca el deber o el camino recto. Si no se hiciera, el sentimiento de culpabilidad resultaría doloroso. Muchas sectas de tipo esotérico definen este proceso como el karma. Supone el castigo proporcional a separarse del dharma, la ley de la secta. La recompensa positiva es sentirse un elegido, un miembro de la familia Cósmica que liderará el paso de la humanidad a la Nueva Era. Se trabaja en lo oculto, internamente, para participar en este tránsito que se conoce en ambientes de ocultismo como la Conspiración Acuario.