En las sectas se logra una programación mental dirigida y controlada cuyo esquema responde a lo que los jefes, Ancianos, Mandos o Maestros quieren.
Una manera de introducirse en la personalidad de alguien, para dominar su voluntad, consiste en penetrar en el inconsciente del sujeto. La manera de hacerlo se reviste y disimula de muchas formas: ceremonia, perseverancia en la verdad, repetición incansable de un mensaje, la orientación átmica, recordar a cada momento y por todos los medios, escritos y orales, la palabra del líder.
La legislación sobre publicidad prohíbe que se hagan anuncios de manera subliminal. La persona que recibe los mensajes así no es consciente de ellos. Su voluntad puede ser dominada y controlada, más allá de criterios en los que el ciudadano pueda ser dueño de su decisión. Efectivamente la publicidad y la propaganda influyen y manipulan. También con mecanismos indirectos presionan sobre el consumidor, pero se ve que es un contenido publicitario. Se obliga a los medios de comunicación a que especifiquen y encuadren lo que es información y lo que es una imagen de mercadotecnia.
Cuando se emite un mensaje fuera del umbral de la percepción de los sentidos llega al cerebro sin que la persona lo sepa. La voluntad es entonces ocupada y sustituida por un mandato de fuera. El sujeto cree que es una decisión autónoma porque pasa por la conciencia, pero no se plantea ahí. Es consciente de lo que hace pero no de su determinación. Sólo conociendo que ha sido sometido a una técnica de manipulación puede reconocer tal invasión de la personalidad.
Las técnicas de persuasión no funcionan siempre, ni al cien por cien. Hace falta una cierta predisposición. Se consigue con el ambiente agradable y afectivo de las sectas. Las personas pasamos por muchas y diversas fases en cuanto a estados de ánimo o de relación con los demás. Basta que a alguien le arropen en el momento adecuado y con las condiciones precisas para que le influyan. Todos somos vulnerables, si bien es cierto que por el tipo de personalidad unos más que otros.
La publicidad subliminal consiste en que en una sucesión de fotogramas de una película se introduce una foto con el mensaje que se quiere inculcar. Esto se repite cada cien fotogramas y no se percibe conscientemente, debido a la sensación de movimiento de la película. Por ejemplo, la imagen con un mensaje que indica «pide vino con azúcar». Tal mandato no se ve ni se oye. No se percibe porque la velocidad con que pasa la imagen se sitúa por encima del límite en que los sentidos humanos del oído y la vista lo puedan detectar. Sin embargo, sí pasa al inconsciente, donde se almacena. Al repetirse el impacto aumenta la intensidad y activa su función. Del inconsciente pasa a la conciencia. El sujeto cree que es algo que se le ocurre a él. No nota que se lo han introducido. Cuando la voluntad es autónoma el centro de decisión se encuentra en la conciencia. Si es inducida, dicha voluntad se sitúa fuera, por ejemplo en la secta. La programación no satisface un deseo sino que lo estimula y hace necesario desear el deseo.
Al salir de ver una película se observa que aumenta el número de personas que piden «vino con azúcar» en el bar. Nadie reconoce que le han manipulado. No dicen: «deme vino con azúcar porque me han comido el coco». Para él mismo y para responder a quien pregunte por su deseo busca una justificación. Esta es la manera en que funciona la mentalidad del fanático. No argumenta ni razona. No dice «pienso esto, luego hago esto o no debe hacerlo ». Acontece lo contrario. Realiza una actividad mecánicamente y a posteriori busca ideas, o asociaciones, e imágenes que den a entender lo ocurrido, ya que escapa de su voluntad y criterio personal. Las excusas y justificaciones se elaboran como parte de la doctrina, la cual deja de ser algo que se cree, se piensa o se siente desde uno mismo. La conciencia se desplaza y la fe se convierte en un componente psicológico del adepto, que es dominado.
El sectario ejecuta sus actividades por el impulso de un credo o ideología. El esquema es «hago esto, luego pienso esto». Las sectas enseñan y entrenan a sus seguidores para saber lo que tienen que decir según el momento, cómo deben responder y comportarse en diversas situaciones.
Hay una cualidad muy sutil en las sectas que consiste en hacer desear el deseo. De tal manera que el adepto queda enganchado a lo que le promueve el deseo: la secta. Nunca se satisface pero el miembro se siente atraído porque tal situación se ha convertido en su psicología. ¿Cómo se resuelve la ansiedad que provoca? Predicando y trabajando para la secta, lo cual además le permite tomar conciencia de su (falso) deseo.
El sectario no desea ser rico, sino que desea ser rico. No desea creer en Dios, desea desear creer en Dios. No desea cambiar el mundo, sino que desea desear transformar la sociedad, etc. Basta desear algo para sentirse satisfecho de un deseo preliminar. Por eso en las sectas aunque no se cumplen las promesas que hacen los jefes, sus miembros siempre están satisfechos. Si una persona apunta a otra con una pistola hará que haga cualquier cosa. Le obliga. Puede suceder mediante un chantaje. Quien sufre la amenaza realiza un acto contra su voluntad. Sabe que es presionado. No es lo que ocurre en las sectas o cuando se produce un lavado de cerebro. En este caso se hace «porque uno quiere», pero los manipuladores han hecho que quiera y piense de una manera determinada, al servicio de la organización.
Se entiende que es un estado de Esclavitud psicológica. No se puede medir ni ponderar, lo que hace que resulte un tema tan complicado y engorroso. La controversia suele ser sobre las apariencias, opiniones indocumentadas que falsea la información para llevar el tema por derroteros teóricos y análisis banales sobre la libertad y el más allá, lo cual es otro debate, pues no entra en el fondo sobre la cuestión de las sectas destructivas. Otra forma demostrada de anulación de la conciencia es la hipnosis. Se ha convertido en un reclamo para espectáculos. También es un método terapéutico para curar las fobias o conductas agresivas incontroladas. Es una técnica que mete en el inconsciente un mandato en un estado de relajación de los sentidos.
Al despertar del adormecimiento, necesario para experimentar el hecho uno se quita, por ejemplo, los zapatos. «Porque quieren.» Desde fuera, el público observa que cumple con un mandato. Jamás lo reconocerá quien es objeto de la prueba. Es un mensaje que se le ha hecho llegar sin que pase por su conciencia, y luego vuelve a ésta. Es una acción voluntaria pero no consciente. Como quien la padece no puede razonarla busca justificaciones, ya que tampoco responde a un estímulo como pueda ser el dolor de pies. Dirá que es para ser original o tener una experiencia de nuevas y exóticas sensaciones.
La manera de hablar en las sectas no es la normal. Se adquiere un tonillo característico de cada grupo. Al mismo tiempo que en los actos colectivos se grita para exaltar a los prosélitos, en los seminarios y reuniones cerradas se dan consignas de manera pausada, en secreto. Se usan vibraciones de voz especiales, muy estudiadas para influir en los demás, aplicando técnicas de la sofrología. Esta ciencia puede ser muy positiva cuando se aplica conscientemente ya que trata de conseguir un estado de ánimo y de concentración mediante el empleo sugestivo de palabras que se denominan «terpnoslogos». La programación se define como una visualización mental subconsciente de lo que queremos ser o llegar a alcanzar. Cuando las visualizaciones son usadas por el individuo son un apoyo para lograr metas. Lo malo es cuando se utilizan junto con una variedad de otras operaciones psicológicas y se maneja el subconsciente desde fuera. En este caso el objetivo es convertir a quien se le aplican en un fanático.
Según de qué secta se trate se utilizan unos medios u otros para llegar al inconsciente del adepto. Es en esa parcela de la mente humana donde se instala la doctrina. Los deseos o motivaciones para determinar un comportamiento adquieren ciertas peculiaridades. No se quiere o se hace algo porque se necesite, sino que el mismo deseo se convierte en necesidad. Es algo que se siente como forzosamente inevitable. No sólo se desea predicar sino que se necesita desear predicar. Hacerlo no satisface el deseo, sino que aumenta la necesidad. La práctica se convierte en un hábito y se hace vicio: sin motivo.
En unas sectas se cantan mantras, que se consideran instrumentos del pensamiento. En su contexto histórico suponen fórmulas portadoras de encantos, pero fuera de su marco cultural se usan para manipular. Su propósito es anular la conciencia viva para que fluya en el adepto la plenitud del «Yo Absoluto», es decir, el yo colectivo de la secta. Su mensaje se trasmite en cantos que se repiten una y otra vez hasta que se hacen obsesivos. Su constante referencia forma parte de ritos y ceremonias que se convierten en cotidianos. Si lo practicase alguien que no esté programado para asumirlo supondría una auténtica tortura psicológica y física.
Otras sectas repiten un mensaje hasta la saciedad en revistas, cursos y conferencias. Por si fuera poco, se ponen carteles con frases alusivas por los locales de la secta de manera que se acaban grabando en la mente.
Los libros que el adepto lee y venera son muy repetitivos. Explican de muchas formas lo mismo. Se estudian con devoción por lo que el conocimiento adquirido tiene una fuerte dosis emocional. Para cada acto o en cada momento señalado hay que hacer una conducta o fórmula ritual de manera que la doctrina se vuelve compulsiva.
La repetición de una cosa continuamente hace que no se preste atención porque ya se sabe. Pero su función es que se siga percibiendo para aumentar la intensidad de su contenido en el inconsciente. Si una canción no gusta nada y se oye insistentemente acaba gustando y luego se repite en el cerebro aunque uno no quiera. Repetir algo que se conoce sirve para grabar una idea. Al ser una práctica sistemática en las sectas se convierte en una vivencia que se interioriza en los momentos de soledad e intimidad. Un adepto siente que la secta, su gurú o sus dioses le acompañan en todo momento.
La experiencia personal se sustituye por la doctrina. Las explicaciones míticas o legendarias se instrumentalizan. Se viven como propias por parte del acólito una vez que el inconsciente queda abierto a los contenidos sectarios. Desde esta parte que no controla la voluntad es donde se programa la mente y la conciencia del sectario. Obedecer al líder y mantener un estado de sumisión se entiende internamente en la secta como devoción, que según enseñan, es la manera de liberar el espíritu. Este, siendo algo trascendente como concepto, la secta no lo coloca más allá de la persona que se integra a sus actividades, sino que lo sitúa en el inconsciente.
Para el fanático sus ideas no sólo dan sentido al mundo y a la vida, sino que suponen un sentido psicológico. En una religión, partido político, empresa o colectivo cultural, los proyectos y condiciones se asumen. Se realizan siguiendo criterios colectivos o impuestos por un jefe, pero son algo consciente. Se puede estar presionado por la mentalidad social, pero es algo que se reconoce y detecta. Lo mismo que actuar por una necesidad económica y hacer algo de manera forzada. En una secta la opinión es unánime. Se rinde culto al líder y lo que él diga se hace, se cree. Se supone la Verdad.
La destrucción de la personalidad no se nota desde uno mismo dentro de un grupo sectario. Cuando sucede espontáneamente en el ambiente de uno aparece el sufrimiento psicológico con manifestaciones patológicas como la depresión, la angustia, paranoias. La secta anula este efecto porque adormece la sensibilidad, por tal razón el adepto se siente en el nirvana, feliz, fuera se sí. Lo venden como si fuera un logro de la evolución mental o espiritual.
Cuando la integración en el grupo se debe a que se acudió para calmar algún estado de ansiedad, de tipo intelectual, afectivo o psíquico. Si se calmó el malestar, el efecto positivo es todavía mayor. Por eso las sectas funcionan, son efectivas y enganchan a la gente. Lo que ocurre es que el remedio es peor que la enfermedad. Muchas personas encuentran cobijo en las sectas porque lo que les rodea en la sociedad es hostil: competitividad, estafas, desengaños, falta de afectividad, soledad. Todo esto sucede pero también se da lo contrario. El problema es cuando uno entra en un bache por alguna preocupación.
Desenmascarar a las sectas debe hacer comprender que la sociedad tiene errores. No se puede plantear el mundo en el que vivimos como lo ideal, sino como la realidad de la que formamos parte. Que en su seno suceden patologías de conducta como la drogadicción, la locura, dependencias psicosomáticas y demás. Sin abrigar una actitud de cambio y reflexión, cuanto menos, hace que la crítica a cualquier problema quede sesgada y sirva únicamente como queja. Si se deja el tema en que la culpa es de la sociedad, nos encontraríamos en una protesta sin salida. La sociedad tiene una responsabilidad que hay que asumir. Pero no es la causa. Criticar el mundo y la sociedad no es para las sectas un argumento, ni se plantea una transformación de las relaciones entre los ciudadanos. Se trata de una táctica para tener un enemigo de quien ocultarse y poder funcionar amparándose en el secreto. En lugar de cambiar o proponer al menos un cambio en aspectos concretos de la economía, cultura y demás, se cierran y se aíslan. Lo que queda fuera se usa como amenaza. El objetivo es eliminarlo, primero psicológicamente. Unas veces, se arremete contra los demás y otras contra uno mismo para salir del mundo, desencarnándose, o trasladándose al lugar que predica el líder. En una secta no hay tiempo ni posibilidad de pensar. Muchas veces con el agitado ritmo de vida sucede igual, pero en la agrupación fanática se planifica semejante dinámica y cualquier actividad carece del más mínimo interés personal o circunstancial para el adepto.