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La sexualidad y el enamoramiento suceden en planos diferentes de la personalidad que no dependen uno de otro, sino que conviven en la conciencia de cada individuo. Cuan­do las teorías psicológicas o creencias religiosas pretenden explicar estas cuestiones, desde cierta unidad doctrinaria, ideológica o en torno a una teoría, lo que hacen sus repre­sentantes es usar los hechos que observan para corroborar la postura de la que parten. El enamoramiento no responde a una idea ni a una demostración teórica, porque es una ob­servación que se puede mostrar a través de la literatura. El enamoramiento no es la sublimación de la sexualidad insa­tisfecha o frustrada ni la sexualidad es una compulsión ante le pérdida de elementos imaginarios.

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Lo que explica la existencia de cada persona es cómo se sitúa ante el mundo y el enamoramiento es una situación en la que se coloca la mente, desde la que se observa la realidad y en parte se construye. Desde el enamoramiento no se bus­ca el placer sensual, lo que no quiere decir que el enamorado no lo viva, en otra faceta de su vida mediante una relación con alguien. Sucede de manera separada al enamoramiento. Puede ser que éste aparezca con tal intensidad que despla­ce todas las demás facetas, pero es una manera extrema de vivirlo, no es el enamoramiento como tal, o solamente en sus comienzos. La satisfacción del deseo sexual nunca es eterno, sino transitorio y puede tener diversos focos que lo estimulen. Las relaciones personales resuelven el problema humano de la comunicación, la satisfacción de los instin­tos, la convivencia. El enamoramiento provoca inquietud y es una fuente de problemas, una manera de complicarse la vida, en esa tarea de «más vivir» que ya hemos tratado. La gratificación se encuentra en la propia vivencia, en el esfuer­zo en sí, no en sus consecuencias, siempre insatisfechas, con la plenitud de sentirse enamorado.

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Lo efímero no sirve para el enamoramiento, son pa­rámetros opuestos. Ella no despierta el deseo sexual, sino todo lo contrario. Existe un respeto a su imagen, que no se toca ni en sueños. El enamorado puede regodearse en la tentación, que se vive de una manera profana, no religiosa, aunque se han trasladado reflexiones teológicas a este terre­no en muchas ocasiones convirtiendo el enamoramiento en una tendencia metafísica, lo que deforma su ser y hace que quede ocultado. En el enamoramiento la atracción está en lo abstracto, lo cual abre una percepción de la mente que permite pensar con mayor amplitud. Para vivir este esta­do muchos enamorados pasan a una experiencia espiritual. La fe del enamorado es creadora, al mismo tiempo que es­céptica con lo que queda fuera de su visión, pero es capaz de construir otra realidad, lo que ha influido mucho en la elaboración de teorías religiosas a lo largo de los siglos. La mayoría de los místicos han sido grandes enamorados.

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El placer se resuelve al llegar a un estado físico de relaja­ción. El enamoramiento, por contra, es tensión y constante búsqueda de un ideal estético que nunca se resuelve. A veces hay un conflicto que se soluciona eligiendo o una relación material u otra intangible, lo cual influye en el abandono del enamoramiento, por no integrar una parte y otra. La rela­ción personal es en referencia a un entorno social, mientras que el enamoramiento se vive en soledad. Ambos aspectos pueden convivir en la conciencia del sujeto, pero por sepa­rado.

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El enamoramiento es una facultad consustancial, lo mis­mo que los ojos ven cuando se abren, pero hay que apren­der a ver, a dar sentido a las imágenes. El alma se enamora cuando se abre al mundo y hay que enseñarle a ver desde esta dimensión. Tal es la función de la literatura y no tanto la lista de obras y autores que enseñan en los institutos, ni estilos y cuestiones técnicas que poco tienen que ver con lo que comunican los autores.

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Las leyendas, los cuentos de hadas y de princesas ma­nifiestan la realidad psicológica de la imaginación. La me­táfora, el verso, los sueños, la fantasía forman una red de comunicación por la que se expresa la mente. En dicha rea­lidad el concepto de temporalidad cambia, lo mismo que la sensación de espacio. En esta visión podemos entender lo que Kant plantea desde el campo de la razón, cuando esta­blece un cambio copernicano en su obra Crítica de la razón pura. Según este filósofo no conocemos, a priori, de las cosas más que lo que nosotros mismos ponemos en ellas. Siempre se pensó que nuestro conocimiento se rige por los objetos, pero Kant explica que son los objetos quienes tienen que regirse por nuestro conocimiento. Quiere decir, según lo que estamos analizando, que la construcción de la realidad funciona igual en el mundo imaginario que en el de la razón y en el de la percepción material. El filósofo de Könisberg establece las bases de la Estética Trascendental, ciencia de los principios a priori de la sensación según la cual la repre­sentación del espacio no lo es por la experiencia, sino que es una representación necesaria a priori, base de todas las intuiciones externas. Explica el espacio como una intuición pura, y no como un concepto. A su vez el tiempo tampoco es un concepto empírico que se derive de la experiencia. También es dado a priori. El tiempo una condición a priori de todo fenómeno y condición de los fenómenos internos, el alma. Se trata de entender al tiempo, dice, como condición de nuestra intuición. Lo cual, años después, Albert Einstein va a desarrollar como teoría científica en el principio de la relatividad, según el cual, el tiempo no es una realidad abso­luta ni es inherente a las cosas, sino al sujeto que lo intuye.

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Al estudiar Kant las funciones del cerebro, no el órgano sino su funcionamiento, concluye: «todo cuanto el entendi­miento saca de sí mismo lo tiene para uso de la experiencia y no para ningún otro, sólo puede hacer uso empírico de los mismos para tener valor objetivo. Si carece de esto es un jue­go de la imaginación o del entendimiento». Y como el ena­moramiento es experiencia subjetiva, que carece de referente empírico, es un juego de la imaginación, pero que adquiere realidad, no como phaenomenon, lo real del objeto, sino como intuición, pero que va a afectar a nuestra existencia real y por ello adquiere realidad. Por lo tanto el enamoramiento forma parte, según la dialéctica trascendental propuesta por Kant, de una ilusión natural que se usa como algo objeti­vo, lo cual, en terminología kantiana es inherente a la razón humana, o más bien digamos a la mente humana. Kant lo analiza en tanto se estira la razón al terreno de la metafísica y de la religión, de manera que dice: «no cesa de engañar y em­pujar a la razón a errores que necesitan de continuo ser re­mediados. Bueno será reconocer estas intuiciones interiores y vivenciarlas en su justa medida, no negarlas ni obviarlas». Veamos el enamoramiento como una ilusión inevitable, que aporta un gran potencial creativo en nuestra personalidad. La razón y la realidad empírica necesitan de esa ilusión para poder construirse en lo que se concibe como el mundo real. El enamoramiento entraría a formar parte de lo que Kant entiende como una necesidad subjetiva.

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El estado que se crea a partir de Ella podemos enten­derlo como un horizonte, creado entre los sentimientos y la percepción empírica, fruto de la manera natural de ser de la mente, pues como el mismo horizonte, una línea que vemos que une el mar y el cielo, existe como tal, es una realidad, pero no es real. El cielo y el mar no se juntan. La línea del horizonte no podemos decir tampoco que no existe, la ve­mos, la visualizamos y si nos acercamos a ella desaparece, aunque veamos otra. El enamoramiento es un horizonte de la mente que sentimos y que, como el que vemos con los ojos, sirve para abarcar la realidad, en un caso de manera visual y material y en el otro como la unión de la conciencia y los sentimientos.

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La poesía amorosa se parece muchas veces a una ora­ción en la cual se implora a Ella. Los místicos establecen un diálogo con el alma y son capaces de trascender a otra realidad y comunicarla después a través de la belleza del len­guaje. Evidentemente el enamoramiento no se toca, no es tangible, por eso nada tiene que ver con la sexualidad. Es un componente que está inmerso en nuestro ser. Escribe a este respecto Francesco Alberoni: «En el siglo XIX el lenguaje del amor romántico servía de instrumento de remoción de la sexualidad; hoy sucede lo contrario: la sexualidad, el ha­blar de sexualidad, las prácticas sexuales sirven para repri­mir, hacer inconscientes otros deseos, otras formas en las cuales se manifiesta Eros. El conformismo y la remoción existen como antes, sólo ha cambiado el signo».

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El enamorado se distancia del mundo concreto y del de­seo para tener perspectiva de ambos, para dar espacio inte­rior a lo que Ella despierta. Y con esa sensación y fuerza se va a implicar con el mundo. Salvaguarda su flotante estado, que no se agota en el deseo, ni siquiera se desgasta en una ni en muchas relaciones personales. No se experimenta con «el otro» sino en uno mismo, fuera de lo cual es nada, de ahí que percibirlo exige cierto ensimismamiento. Va a chocar frontalmente con las relaciones laborales, personales y de todo tipo que exige el barullo cotidiano. La única salida del enamorado es la creación.

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La relación erótica del enamorado, no sensual, que le causa placer, es la contemplación, la cual da sentido estético al arte y permite pararse a contemplar cuadros, esculturas, escuchar sinfonías o hacer lecturas que lleven a ese estado de ensueño. Se trata de una erótica fundamentalmente es­tética. A partir de esta sensación puede suceder la proyec­ción de la imagen de enamoramiento en un mito colectivo en torno al cual se derivan rituales de amor. Muchas sectas fundamentan sus doctrinas en este tipo de convivencia que usa el enamoramiento como atracción al grupo y se vive un erotismo espiritual que definen sus doctrinas esotéricas para formar un sistema teórico que encauza la emotividad de los adeptos. Se observa en los grupos gnósticos que exi­gen un modelo de sexualidad tántrico, sin tener que ver con la doctrina hindú de donde parte esta práctica, de manera que fuera de toda religiosidad utiliza una técnica psicoló­gica de cohesión al grupo con el fin de modelar los pen­samientos en torno a la realidad del líder. Hacen tangible y «empírica» la doctrina que predica la organización a través del contacto con una persona y a su vez activando los re­sortes internos del enamoramiento. Esto hace que se «to­quen» las sensaciones interiores cuando no se culmina el acto sexual. Consiste en mantener un coito sin llegar nunca al orgasmo, para mezclar el enamoramiento y lo tangible con el fin de activar unos resortes psicológicos que dejan a medio camino ambos procesos, el sexual y el de enamorado, pero sin que los adeptos sean conscientes de semejante ma­nipulación. La doctrina del conocimiento esotérico explica este ejercicio sexual –la base para despertar el Kundalini– al transmutarse la energía del deseo y del enamoramiento a través del Ida y Pingala, lo que se entiende como «alquimia sexual» o transmutación de la mente, que muchas veces cae en la obsesión de los adeptos, al ser una experiencia dirigi­da desde fuera, para que el individuo someta su voluntad y quedar a las órdenes de quienes dirigen el grupo. Nunca se manda nada directamente, sino que los deseos del líder o del gurú son órdenes para el adepto. Este tipo de sectas hacen de la sexualidad una mística y de la religión un camino sexual para buscar la unión con el Cosmos o el Universo. El secreto mejor guardado de los grupos gnósticos es lo que llaman «Santa Santorum». Su tantrismo se entiende como la práctica del Arcano, por la cual se transmuta la energía sexual, de tipo material, en otra de carácter espiritual, para ayudar a despertar el Atman y activar los chakras, para lo cual se practica el ritual de colocarse la mujer sobre el varón, en la postura del Loto. Los iniciados en esta secta aprenden el secreto de los secretos que es que en el Arca de la Alianza hay una escultura de una pareja practicando el Arcano. Di­cen que es lo que se conoce vulgarmente como El Árbol de la Vida. Todo lo cual no se cree, sino que los adeptos lo viven, porque no controlan la fuerza del enamoramiento y la canaliza de manera grupal una organización que construye una realidad mental y una vida en torno a invenciones que hacen que el adepto rompa con su auténtica realidad.

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La sensación de estar enamorado se expresa al escribir poemas o cartas de amor. También en textos con forma de narraciones o relatos sobre cosas reales, pero muchas ve­ces sin dárselo a leer a nadie, a pesar de lo cual produce en sus autores una satisfacción incomparable a cualquier otra experiencia. Durante la convivencia cotidiana en pareja se usa el espejismo del enamoramiento como mitificación del amor. Las pautas sociales han establecido mecanismos de animación que pueden servir en la intimidad de la pareja cuando hacen juegos amorosos, buscando lugares compro­metedores para relacionarse y dar emoción a sus relaciones. Para conseguir que la rutina se disuelva las fechas emblemá­ticas de un matrimonio se convierten en referencias ritua­les o festivas, lo que hace que se celebren con banquetes y misas o con actos institucionales en torno a la unión de la pareja, simulando el cuento de la princesa y el príncipe, con una puesta en escena el día de la boda, los bailes, la luna de miel y luego los aniversarios. Se trata de conductas sociales mediante un pacto colectivo, que se asumen con el fin de crear una ilusión y vivirla en una parcela íntima, que haga soportable la vida cotidiana, por tratarse de una necesidad de la mente.

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La descontextualización del enamoramiento es un pro­blema, no sólo personal, sino para toda una sociedad. Al querer hacer objetiva esa sensación y vivirla colectivamente se acaba buscando sustituir la realidad mundana por la de alguna organización que trastoca el enamoramiento a una vivencia fanática. La deformación social del enamoramien­to puede dar lugar a circunstancias descontroladas, incom­prensibles y que no se detectan por ser intangibles, hasta que es demasiado tarde.

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La sexualidad por sí sola acaba en el hastío, y el amor en la rutina. Necesitan un elemento creativo para la convivencia, que se establece en muchos convencionalis­mos cuya función es precisamente estimular las relaciones personales mediante el ritual de cenas románticas, regalos, viajes de fin de semana, etc. La psicología del enamorado convierte la realidad en un símbolo, lo cual hace que Ella se entienda como un destino. Se explica con imágenes, por eso la metáfora sirve como lenguaje del mismo. Como dice José Antonio Marina: «el lenguaje poético hace relevante lo que teníamos siempre al lado sin percibirlo». Y también: «La poesía hace valioso el mundo mediante las palabras». Por eso, los enamorados, que viven de repente un mundo trans­figurado sienten que la poesía es el lenguaje adecuado a su nueva situación. El ser humano necesita ampliar sus posi­bilidades y enriquecer el mundo con ellas. No se conforma con lo que tiene, inventa, explora, pinta, construye, canta.

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La película Una proposición indecente plantea una reflexión sobre la sexualidad de pareja ampliada a otra persona. Hay una escena que es el centro sobre el que gira todo el guión, es una referencia al enamoramiento, como algo distante y a la vez impulsor de una actitud existencial. Tal escena ha pasado desapercibida en todas las críticas sobre la película. Incluso en debates sobre la misma de psicólogos, analistas y críticos de cine centran sus referencias en el tema de los celos, la pasión, la sexualidad como encuentro, amor, o ha­cer el amor por dinero con la cosificación de las relaciones íntimas. El actor Robert Redford hace de multimillonario. Paga un millón de dólares por pasar una noche con una mujer que está casada. Ésta se lo cuenta a su marido y am­bos aceptan. Por una noche de infidelidad ganan tanto di­nero que les soluciona los problemas económicos que les estaban agobiando y tendrán para vivir toda su vida con todo tipo de lujos. El que paga no responde al porqué de su capricho, no dice que le produzca esa mujer una atracción especial. Es un impulso que responde a una atracción visual. La chica le gusta, pero cuando le preguntan el porqué cuenta una historia personal que le ocurrió cuando fue joven. Vio a una chica que le encantó, se enamoró de ella. No dejó de mirarla. Recuerda los botones que llevaba y no la olvida, la tiene siempre presente como imagen que se perpetúa en su interior. Ella vive dentro de él. No se atrevió a decirla nada. Ella se fue y nunca más la volvió a ver. ¿Qué pasó después? Que él la busca insaciablemente. No se da cuenta de que únicamente podrá encontrarla en la poesía, cree que puede comprar trozos de Ella, o alquilar momentos de sucedáneos de Ella. La imagen de belleza que vio en su juventud y que quiere conseguir es el trasfondo de esta película que trasluce una base psicológica común, al menos, en los varones, por ser una manifestación universal y subjetiva.

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En el libro Psicología de las concepciones del mundo, de Karl Jasper, se lee: «el amor está en lucha a vida o muerte con la sexualidad y el erotismo». Observa este filósofo alemán que hay una pugna entre estas esferas de la personalidad humana, que rara vez llegan a una síntesis. Llama al enamo­ramiento «amor entusiástico», sobre el que plantea la con­cepción que Goethe escribe en una carta a Wieland el año 1776. En la misma el dramaturgo alemán habla de su amor a Frau von Stein: «No puedo explicarme la trascendencia, el poder que tiene esta mujer sobre mí de otro modo que por transmigración de las almas». El psiquiatra y filósofo existencial define este entusiasmo de amor como un senti­miento que sale del mundo y olvida el mundo, la realidad. Frente a este sentimiento está el amor mediante la relación entre personas que se aman, que se posicionan en el mundo y olvidan lo absoluto. El enamoramiento, explica Jasper, se apoya en la teoría platónica del Eros, en el que se aman las Ideas, no a los individuos. Con el amor se ama a la persona como sujeto. En las ideas no hay sexualidad con el individuo concreto.

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El escritor anarquista Agustín García Calvo, reflexiona sobre el enamoramiento en una entrevista que publica la re­vista de la CNT, 1993. Dice: «El recuerdo al amor lo aporta casi todo. El amor está alimentado por ese recuerdo de lo nunca vivido, de lo vivido no se sabe cuándo. Las raíces más profundas del enamoramiento vienen de ahí. La raíz de ese momento en que no se sabe lo que le pasa a uno, y de dónde viene, a eso es a lo que habría que volver siempre».

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La castidad es la relación sexual con Ella. De esta ma­nera se define don Quijote, un casto caballero. Sólo desde el desarrollo creativo puede convertirse en un placer volátil, de una manera espontánea en referencia a Ella. Otra cosa es cuando se anula la sexualidad de la persona por ver pecami­nosa tal pulsación biológica ante una exigencia moral o reli­giosa. Lo importante para el enamorado no es que su lucha o sus obras de arte triunfen o no, lo cual necesita en la ma­yor parte de las ocasiones para sobrevivir. El acto pleno de crear le satisface. La psicoterapia debería explorar más este aspecto de la psicología humana e investigar nuevos cam­pos de la mente. La conciencia observa lo pensado, pero no genera sentimientos. Tomar conciencia del enamoramiento es mirar este estado y comprender que forma parte de la naturaleza de la mente. El cerebro es un transmisor de estas sensaciones, incluso las puede llegar a crear, a «segregar», pero no es lo que produce, pues las sensaciones tienen su propia identidad, que es activada por una imagen externa. La satisfacción de la sexualidad no implica la plenitud del enamoramiento ni viceversa. Tampoco el buen cumplimien­to de ambas facetas garantiza una vida en pareja grata, pues la convivencia y el amor implican otras características, ya que funcionan en otros parámetros.

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Las poesías de Edgar Allan Poe son un ejemplo del enamoramiento en contradicción con la realidad palpable y cuyo antagonismo le llevó al alcoholismo.

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Pero nos amábamos con un amor que era más que amor
–mi Anabel Lee y yo–
con un amor que los alados serafines del cielo
envidiaban.
Mi alma, al fin, tiene un alivio
soñándote, allí conoce
un Edén de suave reposo
y así tu memoria es para mí
como una lejana isla encantada
en un tumultuoso mar.

¡Oh!, ella era digna de todo amor.
Amor como era en mi infancia
era tal que las mentes de los ángeles del cielo
podían envidiar, su joven corazón, el santuario
donde todas mis esperanzas y pensamientos
eran incienso, un gran regalo entonces:
porque eran inocentes y justos,
pero tal como su joven ejemplo enseñó
¿por qué lo dejé, y a la deriva
confié en el fuego interior, por luz?
… pero igual que cualquier otro sueño
sobre el vapor del rocío el niño paró, no el rayo
de la belleza, que mientras a través
del minuto, la hora, el día oprime
mi mente con doble hermosura.
… Oh, ¡mi amor humano!, ¡tú espíritu dado
en la Tierra, de todo lo que esperamos en el cielo!
que cae en el alma como lluvia
sobre el llanto, marchitado surco
y fallando en tu poder para bendecir
pero dejando un desierto en el corazón.

… sea como sea
aquel sueño era como
aquel
soplo nocturno.
Dejémoslo pasar.
Yo he sido feliz,
aunque en un sueño.
Tú eras todo para mí, amor
por quien mi alma languidecía
… y todos mis días son éxtasis
y todos mis sueños de noche
están donde tu oscuro ojo mira
y donde brilla tu paso:
en qué etéreas danzas,
por qué eternales corrientes.

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Ella se convierte en la realidad poética de Poe, al igual que en los demás poetas. Lo exterior es un obstáculo que hay que esquivar para salvar el estado estético de esa belleza interior que se ha creado. La corriente filosófica del existen­cialismo hace que el ser humano deje de ser un objeto sobre el cual se piensa para convertirse en un sujeto que piensa sobre sí mismo. Los problemas personales son problemas filosóficos, aseguran sus representantes. El fundador de di­cha corriente de pensamiento escribe en su obra El concepto de angustia: «Todo gira en torno a la entrada de la angustia en escena. El hombre es una síntesis de lo psíquico y lo corpó­reo, pero una síntesis inconcebible cuando los dos términos no son unidos por un tercero. Este tercero es un espíritu… El espíritu tiene angustia en sí mismo. No puede librase de sí mismo, tampoco puede comprenderse a sí mismo, mien­tras que se tiene a sí mismo fuera de sí mismo. Ni tampoco puede el hombre hundirse en lo vegetativo, puesto que está determinado como espíritu. De la angustia no se puede huir, porque la ama. Amarla no puede propiamente, puesto que la huye». Capta este filósofo danés la sensación que acompaña al enamoramiento y la integra en la condición humana, aun­que él no se refiera explícitamente al enamoramiento como tal, pero la descripción que hace cuadra perfectamente con este estado.

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El padre del existencialismo sitúa el trasfondo de la cuestión del ser, como ser existente, en el pecado original. Podemos ver una proyección del enamoramiento cuando habla del espíritu. Sus expresiones, que pretenden explicar el encerramiento del espíritu, valen igualmente para el enamo­ramiento. Kierkergaard elabora su teoría sobre la existencia del alma en el mundo con un estudio muy profundo sobre la relación de Adán y Eva y su salida del Paraíso, con el fin de explicar la causa final de la angustia. Habla de las vivencias emocionales genuinas que el texto bíblico convierte en imá­genes. Aporta en sus explicaciones la relación de una pareja como mito originario del Génesis para comprender la salida de una realidad, el Paraíso, y trasladarse a otra que da forma a un concepto abstracto sobre el pecado y la salvación, que para entenderse requiere de una imagen mítica.

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Estudiar la teoría de las Ideas de Platón aporta un ele­mento conceptual muy útil para analizar y captar de qué se trata estar enamorado. El motor del pensamiento en el mun­do griego es la estética. En la cuna del logos el enamora­miento se explica y comunica mediante diversos mitos, que todavía en la actualidad sirven como imagen del mismo. Los mitos dan forma exterior, en el mundo de los dioses, a las pasiones del ser humano y a sus conflictos interiores. Pro­yectan fuera lo que sienten las persona y muchas percepcio­nes que no controlan, que surgen en la mente sin que sean comprendidas. Por esta razón los sentimientos tienen un valor universal que trascienden su época y continúan siendo referentes culturales, porque en el pasado se establecen las bases de nuestra civilización actual. La filosofía griega nace con el paso del mito al logos, de la imagen a la palabra, la cual conceptualiza las imágenes míticas. La filosofía comien­za por pensar y razonar sobre los mitos para convertirlos en conceptos. Freud recurre al mito para explicar sus teorías del inconsciente, para hacerlo visible. Muchos conflictos que carecen de explicación racional vienen narrados en dramas y leyendas míticas de la Grecia clásica. Carl Jung, discípulo del fundador del psicoanálisis, cuenta en su obra Arquetipos e inconsciente colectivo: «Los mitos son ante todo manifestacio­nes psíquicas que reflejan la naturaleza del alma. Para este psicoanalista los contenidos del inconsciente colectivo son lo que él llama «arquetipos», cuya expresión fundamental son las leyendas y los mitos. La función de estas narraciones, que convierten las imágenes y percepciones en palabras, la cumple posteriormente la literatura, que ha evolucionado con respecto a las primeras narraciones de nuestra cultura y las adapta a la nueva realidad.

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Jung, discrepa de su maestro a la hora de interpretar los conflictos que generan diversas patologías psíquicas. Según Freud la base de las perturbaciones neuróticas es la sexua­lidad. Para Jung es más bien al revés, la sexualidad no es la causa sino el efecto de un fallo en la adaptación de la conciencia al mundo y a los otros. Para Jung el gran con­flicto del ser humano es la tensión entre el arquetipo y el instinto, que no son ni buenos ni malos, sino naturalezas diferentes que provienen de la evolución del cuerpo por un lado y por el otro el desarrollo de la función del cerebro, sobre todo mediante el lenguaje. El arquetipo representa el elemento propio del espíritu, el cual no se identifica con el entendimiento humano, sino que va más allá de éste, siendo, dice Jung, la naturaleza arquetípica el contenido de todas las mitologías.

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 En su obra Recuerdos, sueños, pensamientos, Jungcuenta cómo al estudiar los mitos observó que contienen las claves para abrir la puerta de la psiquis humana inconsciente. Hace observar que tuvo que meterse en el estudio del simbolismo de los mitos para comprender las psicosis latentes. Se pre­guntó sobre el mito en el que siempre vive el hombre, pero sobre todo el hombre de hoy. Llegó a la conclusión de que el peligro de la humanidad está en el desequilibrio del ser humano, pues no le amenaza su naturaleza, sino su alma –en particular y la de muchos– siendo el alma humana más com­plicada de entender que el cuerpo, pero no es un problema individual, sino del mundo. Quedó convencido de que es necesario hacer conscientes las imágenes que se hallan de­trás de las emociones. En sus memorias, Jung recuerda que para explicar lo que fue descubriendo lo hizo al principio en un lenguaje muy torpe, hasta que empezó a formular lo que percibía en un lenguaje poético y comprendió que éste es el que corresponde al estilo de los arquetipos.

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Para Platón la belleza es una cualidad moral: lo bello y el bien son una misma cosa. Toda su filosofía se construye desde el alma, por tal motivo fusiona lo estético con lo ético. Habla sobre los mitos, pero no se limita a narrarlos, quiere interpretar lo que dicen a través del logos, el pensamiento. Los transforma en Discurso. Los mitos proyectan valores espirituales personificando lo que sucede en el interior de las personas. Son obras de teatro y se representan y comuni­can la mayoría de ellos mediante el drama. Permiten captar lo que dicen de manera directa, intuitivamente, a golpe de una imagen profunda. La personificación de los conceptos hace que se les pueda ver y observar cómo funcionan. En la Ilíada, por ejemplo, aparecen como personajes con nombre propio: Muerte, Derrota, Belleza, Guerra, Error, Las Ho­ras. El paso de la imagen a la palabra requirió un lenguaje intermedio que se acerca mucho al que puede explicar el enamoramiento.

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Las referencias que hace Platón sobre la belleza, la justi­cia y el amor son siempre en relación al alma y es desde este punto de vista desde el cual organiza su teoría política en La República, en cuyo diálogo expone que una serie de cas­tas responden a los distintos estados del alma, clasificando las mismas en función de su conducta y tarea social. En el diálogo Alcíbiades manifiesta te ama quien ama tu alma. El amor platónico es precisamente el que sucede desde este punto de mira. En El Banquete dice: «El amor es amor de algo», para diferenciarlo de otro tipo de amor que es el amor que sucede en el mundo de las Ideas, el cual queda englo­bado en el término amor, aun cuando en Grecia hay tres tipos de amor que se recogen con palabras diferenciadas: filia, eros y agapé, según se refiera a la familia o grupo, a la pareja por la que se siente atracción y amor de tipo universal y divino, respectivamente. Escribe Platón: «Se ama lo que no se posee. Lo que se desea es aquello de lo que está falto y no lo desea si está provisto de ello». Tal es la condición del enamoramiento, que es distancia, lejanía, no posesión y ausencia de contacto. Es algo que se divisa desde un estado especial del alma, que para los griegos son varios los niveles que ha de recorrer la conciencia para llegar al espiritual. Es­tos sustratos del alma son una tradición que se recoge en las enseñanzas esotéricas, especialmente la teosofía.

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En el enamoramiento la belleza y la virtud forman una unidad. Ella es el eje del Bien, lo cual dramatiza Dante en relación al personaje de su obra La divina comedia, Beatriz, que es quien sirve de camino a Dios en todo el periplo de la historia que cuenta. Para Platón «el objeto del Amor es la posesión constante de lo bueno» y recomienda tener por más valiosa la belleza de las almas que de los cuerpos. Con su lenguaje abstracto es capaz de hacer ver la belleza en sí, de la cual participan las demás cosas que, según se acerquen a esa Idea, que existe por sí, son más o menos bellas. Se trata de su teoría de la participación de las Ideas. Precisamente Ella es una imagen que se convierte en Idea, aunque subjeti­va, de la que en el interior del enamorado participan el resto de imágenes femeninas. Es sobre esa Idea que se forma el concepto de belleza en el enamorado.

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Con el paso del mito al logos no sólo se pasa de la le­yenda a la lógica argumental, sino que se pasa también de lo abstracto a lo concreto. Se produce una transformación del uso del lenguaje. De las pugnas amorosas y de las guerras entre dioses del Olimpo se pasa al debate sobre las virtudes y la escala de valores en la sociedad y en las personas. El filósofo piensa sobre sí mismo, pero hasta el existencialis­mo no lo hace desde sí mismo.

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La literatura busca una rela­ción intermedia al crearse en ella personajes que son mitos humanos inmersos en un argumento. La filosofía al querer objetivar sus pensamientos ha eliminado los sentimientos como fuente de percepción de lo humano. Los ha analizado desde fuera.

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La teoría de las Ideas de Platón parte de que las Ideas son realidades absolutas. El mundo material es real en tanto en cuanto participa del mundo de las Ideas: «Cada una de las ideas es algo, y que por participar de éstas, las demás reciben de ella su nombre». Con el enamoramiento el alma penetra en el mundo y se percibe que existe ese mundo de las Ideas: «Tenemos que desembarazarnos de él (el cuerpo) y contemplar tan sólo con el alma las cosas mismas». Esta perspectiva platónica es la que se observa desde el estado de enamoramiento en el que se produce la captación de la belleza, que para Platón es en sí. Si en la argumentación de Platón sustituyéramos la Idea por Ella podríamos tener una aproximación muy certera del enamoramiento: «Ir de un cuerpo bello a dos, de dos cuerpos bellos a todos, luego a las bellas formas de conducta, de aquí a las bellas ciencias de donde se llega a la belleza en sí (Ella)». Ese es el momento en que más que ningún otro adquiere valor el vivir del hom­bre: «cuando éste contempla la belleza en sí (a Ella)». «Para la adquisición de este bien difícilmente se puede tomar un colaborador mejor de la naturaleza humana que el Amor». (El Enamoramiento).

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La belleza, desde el punto de vista ontológico, del ser, está en el enamoramiento y así la describe Platón, sin hablar de enamoramiento explícitamente, pero sí desde él, pues de otra manera no podría ver la belleza de la manera en que lo describe: «Si existiera otra cosa aparte de lo bello en sí, no es bella por ninguna otra causa, sino por el hecho de que participa de eso que hemos dicho que es bello en sí». ¿Cómo puede entenderse esto fuera del enamoramiento? Desde una razón empírica y material no es admisible. La experiencia es comunicable, pero no lo es la vivencia, que necesita un len­guaje más indirecto, más elaborado, más metafórico. Tal es la función de la poesía, que como relata Octavio Paz en su obra El signo y el garabato: «La poesía es el enigma del mundo convertido en enigmática transferencia». En otra obra, El arco y la lira, dice: «La poesía revela este mundo». Y también: «La palabra del poeta se confunde con su ser mismo. Él es su palabra». La creación consiste en sacar a la luz ciertas palabras inseparables a nuestro ser. Por esta razón entiende que la poesía es «entrar en el ser», pues el amor es la revela­ción del ser. Cuando trata de llevar sus reflexiones a la rea­lidad, fuera del discurso poético simplemente concluye di­ciendo: «El poema es la búsqueda del tú, el descubrimiento de la otredad». Si bien ésta es la función pública del poema, la íntima es crear lo otro, y transformar a Ella, la musa, en un tú que permita al lector encontrar a su Ella, reencontrarse en el momento que le permita volver al estado genuino que generó tal experiencia.

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Vemos que esta función poética la expresa otro poeta de los llamados malditos, Baudelaire, quien saca su estado de enamoramiento a la luz mediante versos que llegan a la esencia de su ser más íntimo mismo, lo cual describe majes­tuosamente. Desmenuza de tal manera el enamoramiento que lo dibuja con las palabras. Se ha dicho que para él la verdadera realidad está en los sueños, «dejad soñar a los lo­cos, nuestros sueños son más bellos que los de los pruden­tes». Se definió a sí mismo como lo hace un enamorado: «un hombre embriagado de una sombra que pasa». Detalla esta vivencia en muchos de sus poemas, que no inventa, sino que cuenta en ellos la realidad de su alma, incomprendida y pérdida en la realidad.

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Soy bella, oh mortales, como un sueño de piedra
y mi seno, donde cada uno se nutrió alternativamente
está hecho para inspirar al poeta amor
eterno y mudo como la materia.
¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo,
oh bella?
Tu rostro infernal o divino
vierte confusamente el favor y el crimen
y se puede por esto compararte con el vino.

¿De Satán o de Dios qué importa? Ángel o sirena,
¿qué importa si tú vuelves
–hada de los ojos de terciopelo
reino, perfume, luz, oh, mi única reina–
el universo menos horrible y los instantes menos pesa­dos.
Te amo tanto más, bella, cuanto más me huyes.
Yo sé el arte de evocar los minutos felices.
En todos juramentos, estos perfumes, estos besos infi­nitos.
¿Renacerán de un abismo prohibido a nuestras sondas
como suben al cielo los soles rejuvenecidos
después de ser lavados en el fondo de los mares profun­dos?
¡Oh juramentos! ¡oh perfumes! ¡oh besos infinitos!
Quiero alcanzar para ti, madonna, mi dueña,
un altar subterráneo en el fondo de mi angustia
y cavar en el rincón más negro de mi corazón,
lejos del deseo mundano y de la mirada burlona
una hornacina azul y oro toda esmaltada
donde tú te abrazarás, estatua admirada.
Pero ¿no basta que tú desees la apariencia
para alegrar a un corazón que huye de la verdad?
¿Qué importa tu estupidez o tu indiferencia?
Máscara o decorado, ¡salud!, yo adoro tu belleza.

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Lo que impulsa la creación poética es una inspiración que se ha personalizado como «la musa», algo que la técnica poética anula y desprecia cada vez más. Los estudios aca­démicos sobre estilos e interpretaciones deforman el sen­timiento del arte. El sistema de premios literarios estimula el artificio, la modulación de los sentimientos y fabricación de versos que falsifican la literatura. Cualquier poema trans­mite algo, lo cual requiere una lectura especial. Quien escri­be quiere ser leído y hace falta un proceso más cercano al entorno, que no el de empujar figuras a través de la fama, entrevistas en la prensa y críticas rimbombantes para lograr grandes ventas, porque lo profundo de la literatura acaba por dejarse a un lado mediante las competiciones literarias y las prioridades editoriales. La vitalidad del arte se pierde, siendo necesaria su recuperación.

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El ser humano se caracteriza porque transciende su pro­pia realidad, busca un sentido a su vida, pero a su vez lo cuestiona. Más que una contradicción humana, se trata de una antinomia de la condición natural de la conciencia. Dijo Camus: «Cuanto más se ama más se consolida lo absurdo». La pasión por la transgresión forma parte de ese sin sentido, que no necesita justificación para saltarse las normas. Puede llegar a ser destructiva cuando se convierte en una ambición irracional, sin límite, debida a que hay un pozo insatisfe­cho en el alma, el cual está muchas veces como soporte psi­cológico de muchos casos de corrupción. Como comentó alguien, pasado el tiempo, que fue pillado en un caso de desfalco bancario: «Lo hice por amor. No sé por qué ni para qué. Sólo sé que lo hice, llevado por una fuerza interior que me pedía más, más dinero, más poder, más no sé, supongo que más ambición, pero me dejé llevar, no sé por quién… no lo puedo explicar. Me sentí un Quijote, un Robin Hood, sin serlo realmente». La idea de pecado, de culpabilidad y de salvación son un juego común del enamoramiento.

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El enamoramiento se vive secretamente, aunque se grite a los cuatro vientos, pero siempre se disimula ante la reali­dad. Vivir todo tipo de experiencias, probar el mundo ex­plica fenómenos como el donjuanismo, pero no su esencia, que es, en el fondo, el enamoramiento.

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Kauko, el protagonista de la novela del autor filandés, Mika Waltari, Una muchacha llamada Osmi, casi viola a la mu­chacha que elige como soporte de su imagen de enamo­ramiento. A partir de este hecho se dedica a la mala vida, a ejercer la delincuencia, el robo y hasta el crimen. Osmi, no obstante, a pesar de su rudeza, le hace atisbar el cielo, le permite mantener en su interior una vivencia etérea de tipo metafísico: «Era una chica distinta a las demás, por lo menos para mí». «A partir de entonces seguí sintiendo la necesidad de verla, por lo menos de verla. Cada vez que la veía me gustaba más y me sentía más solo y desgraciado sin ella». Osmi le desprecia y humilla. Kauko confiesa, dentro de su cascarón de hombre duro: «Pese a todo seguía pareciéndo­me una mujer completamente diferente a todas las demás, todo mi sarcasmo no podía quitarme de la cabeza a Osmi, me pareció que fuera de ella nada tenía importancia, ni todo el dinero, ni mi propia vida, ni nada. Como en otras obras literarias se personifica en el protagonista el proceso de enamoramiento. Cuando se reencuentran confiesa a Osmi: «Durante muchos años te he deseado, por ti he pasado toda suerte de calamidades. Cuando tú me sonríes me parece ver­dad lo que mi madre me contaba acerca del cielo». Final­mente acaban viviendo juntos y ella muere y él termina en una vida miserable. El argumento da forma a una vivencia del autor. Reducir toda ella a una interpretación psicológica es insuficiente, y sólo visto desde dentro del enamoramiento se puede entender.

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En la obra El collar de la paloma, Ibn Hazm, escribe: «El amor es algo que radica en la misma esencia del alma». Este autor árabe, conocido ciento cincuenta años después de mo­rir, como «el más celebre de todos los sabios de Al-Andalus», nació a finales del s. VIII. Se educó en un harén y se jactó de conocer todos los secretos del amor. A los trece años se enamoró de una chica rubia, la cual no le correspondió. Tal fue la huella que le dejó que nunca le atrajeron las mujeres morenas. De la dinastía omeya participó en luchas políticas, por las que sufrió prisión y destierro. Entre los cinco grados de amor que describe, la palabra «ilfa» es la más cercana a lo que es el enamoramiento: la alegría ante la presencia del ser amado y la tristeza de su ausencia. Al no ser un amor material lo sitúa en la dimensión del alma. El estudio sobre las reflexiones que hace este autor sobre el amor ayuda a comprender el enamoramiento, ya que se refiere a ese amor que está más allá de una relación material: «Este auténtico amor es una elección espiritual y una fusión de las almas». Apunta que algo en el sentimiento humano queda flotan­do y se desarrolla solamente en determinadas condiciones. Concibe que ese amor inmaterial es una dolencia rebelde, cuya medicina está en sí misma, si sabemos tratarlo, pero es una dolencia deliciosa y un mal apetecible. Lo describe como el ojo que es la puerta del alma, que deja ver sus in­terioridades, que desvela su intimidad y revela secretos. Y dice: «el amor es una afinidad entre las almas en su original y altivo mundo; el apetito (carnal) toma tan sólo nombre en el amor cuando se supera a sí mismo y traspasa estos límites, siempre que su rebosamiento coincida con una unión espiri­tual en la que tenga parte el alma y sus cualidades naturales». Cuando dice que la tristeza es la alegría del enamorado, es una manera de entender el rechazo a los parámetros de la realidad. Las palabras cambian muchas veces su sentido en el lenguaje poético, no como juego de palabras, sino como un cambio de dimensión psicológica. Por eso las palabras poé­ticas simbolizan imágenes del pensamiento. De esta manera debemos entender que el enamorado viva su libertad en la esclavitud a Ella. Ella se convierte en la piedra angular de la conducta del enamorado, para quien Ella es «reina mía», «mi dueña y señora», «oh reina», «tus palabras son órdenes para mí», palabras que imagina el poeta y traduce de una mirada invisible, de recordar a Ella.

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Mayid Mayidi, cineasta iraní, retrata el enamoramiento en la película Baran («Lluvia»). Un chico de un poblado de Irán se enamora de la imagen de Baran, chica afgana, que se había disfrazado de chico, para poder trabajar. Como tra­bajador inmigrante es su rival, pero al verla a escondidas mientras que se peina el pelo largo siente un impacto inte­rior por la imagen de sus ojos, la boca, el cuello, que le lleva a hacer un rodeo en torno a ella. Se adentra en su ambiente y se acerca a su familia, con la cual entra en contacto, sólo para acercarse a ella, pero sin entrar nunca en una relación directa con Ella. Solamente alguna mirada, que al final se hace cómplice de la de ella, quien se tapa con el burka para hacer ver su enamoramiento. Al final de la película ella se va, él no la sigue, no se va con ella, ni le pide que se quede con él. La escena final es la huella de esa chica, que queda im­pregnada en él, sumergido en una lluvia que ha comenzado a caer, siendo «Lluvia» el nombre de la chica. Le empapa, y esa huella queda en el barro y también perdura en el alma del joven Baran.

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En la novela La piel de zapa, Honoré de Balzac narra el enamoramiento como algo diferente del amor. Describe la diferencia, sin una definición específica del enamoramiento, tan sólo como una cualidad más de amar, cuando sí es algo específico y una sensación especial por sí mismo. Las emo­ciones forman parte del temperamento humano. Los senti­mientos de su carácter y el enamoramiento intervienen en la construcción psicológica de ambos aspectos. Al final Balzac explica qué representan las dos mujeres que se relacionan con el protagonista, Rafael. Una es Fedora, que representa la sociedad. La otra es Paulina, que para explicar quién es recurre a la metáfora, pues de otra manera es imposible: «En las aguas del Loira una blanca figura surge del seno de la bruma, cual fruto de las aguas y el sol, cual capricho de las nubes y el aire… el nimbo del sol se descubría en torno a su rostro». En brazos de ésta muere, como designio del sino, que a su vez define el enamoramiento como ausencia, a cuyo contacto desaparece. Si ella muere él vivirá, pero él quiere salvarla y al hacerlo fallece en sus brazos. Desde que la contempló quiso a esa mujer misteriosa… en la que nadie se atreve a poner los ojos. El protagonista de la novela re­conoce encontrarse ridículo amando a lo que hay de ficticio en la mujer, pero no lo puede evitar. Y se ve a sí mismo como nacido para un amor imposible. Narra: «no deseaba su cuerpo, quería un alma, esa dicha ideal, bello sueño en el que no creemos largo tiempo».

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En su novela “En busca del tiempo perdido”, Marcel Proust escribe: “no requiere el enamorarse mas que de una mirada bondadosa”. La mirada adquiere en el enamoramiento un valor muy especial. Forma una comunicación invisible, pero que se siente. Es una especie de telepatía sin codificar, sin valor objetivo. Esta concepción subjetiva de la mirada la estudia muy bien y en detalle Jean Paul Sartre, en su obra El Ser y la Nada: «Lo que importa es definir la mirada en sí misma. Si aprehendo la mirada dejo de percibir los ojos. La mirada del otro enmascara sus ojos para adelantársenos… La mirada es ante todo un intermediario que remite de mí a mí mismo». El enamoramiento como huida también es descrito por este existencialista francés: «La huida fuera de sí es huida hacia el sí y el mundo aparece como una pura distancia de sí a sí». Reflexión, ésta, que refleja una experiencia interior, que no necesita ser concepto sino una expresión que describe un estado. Puede ser de ánimo, pero también de la mente. Cuando se pretende teorizar sobre las emociones y senti­mientos el lenguaje puede convertirse en una trampa.

La literatura hace visibles situaciones sentimentales que de otra forma pasarían sin saberse de ellas. La poesía dibu­ja los sentimientos en la mente. El romanticismo centra su creación en describir los momentos amorosos en los que el enamoramiento es el eje principal. Con respecto a la mira­da dice Allan Poe: «de los ojos de ella en busca del alma». Y Gustavo Adolfo Bécquer lo detalla en sus rimas XIV y XVII:

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Te vi un punto y flotando ante mis ojos
la imagen de tus ojos se quedó, orlada en fuego
que flota y ciega si se mira al sol

yo me siento arrastrado por sus ojos

pero adónde me arrastran, no lo sé.
Hoy la tierra y los cielos me sonríen
hoy llega al fondo de mi alma el sol
hoy la he visto… la he visto y me ha mirado…
¡Hoy creo en Dios!.

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El enamoramiento se hace comedia divina, divinizada, en el interior de quien vive desde la perspectiva del ena­moramiento. Dante Alighieri en su obra Divina comedia hace un recorrido detallado del enamoramiento, en sus diferentes fases. Rastrea los procesos que se manifiestan al estar ena­morado. Al ver el enamoramiento como un común deno­minador de tantas creaciones literarias debemos entender que no es un recurso literario, sino una descripción literal de algo que el autor siente por dentro y que llega al lector, en el que se produce una identificación aunque no la detecte exactamente. Le resulta atractivo leer y viajar a su interior. Escribe Dante:

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Virgilio: Puedo darte todo cuanto hay en ello: Respec­to a lo demás espera llegar hasta Beatriz, porque esto es materia de fe… Hijo mío repara que entre Beatriz y tú sólo existe un obstáculo. (Dicho obstáculo es, según cuenta más adelante, «un fuego que no quema», metáfora que define perfectamente el enamoramiento, lo cual va a ser el eje so­bre el cual gira esta obra de Dante).

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Beatriz: Cuando subí desde la carne al espíritu y hube crecido en belleza y virtud fue para mí menos querida y me­nos agradable. Encaminó sus pasos por una vida falsa (falsa en referencia a la realidad, según se explica en el contexto de la obra). Vuestra vida aspira directamente a la divina Bon­dad, la cual enamora de sí, de modo que siempre lo desea.

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Dante: Después volví el rostro hacia mi dama, y por una y otra parte, quedé asombrado, pues en sus ojos brillaba la sonrisa que creí llegar con los míos al fondo de mi gracia y pasión.

Beatriz: ¿Por qué te enamora mi faz de tal suerte, que no te vuelve hacia el hermoso jardín que florece bajo los rayos de Cristo?

Dante: Al oír esto (¿qué es la fe?) alcé la frente hacia la luz de donde salían tales palabras. Después me volví hacia Beatriz y ella me hizo un rápido ademán para que dejara brotar agua de mi fuente interior.

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Otras frases que dice Dante, van en la línea de procla­mar su enamoramiento y construir su desarrollo en dicha obra: «Desde el primer día que vi su rostro en esta vida hasta mi actual contemplación, no se ha interrumpido la conti­nuación de mi canto; oh mujer en quien vive mi esperanza y que consentiste, por mi salvación, en dejar tus huellas en el infierno. Si he visto tantas cosas, a su bondad y a su poder debo esta gracia y la fuerza que me ha sido necesaria. Tú desde la esclavitud, me has conducido a la libertad por todas las vías y por todos los medios que para hacerlo han estado a tu alcance. Consérvame tus magníficos dones, a fin de que mi alma, que ganaste, se separe de su cuerpo siendo agra­dable a tus ojos». Todos los biógrafos coinciden en identifi­car a Beatriz con Rice di Folco, una noble de Florencia que murió a los veinte años, en 1290. Dante sólo la vio en tres ocasiones y nunca habló con ella. Se convirtió en su musa inspiradora y centro también de otra de sus obras poéticas La vida nueva, con sonetos dedicados a ella, escrita al poco tiempo de morir Rice di Folco.

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El escritor francés, Víctor Hugo, compone su obra Los miserables en torno al enamoramiento entre Marius y Cosette, lo cual es el elemento central de esta novela. Apare­cen todas las características del mismo, si bien, como sucede en muchas composiciones literarias, el conjunto de varios personajes forman una unidad. Hugo, desarrolla la trama del enamoramiento en el personaje Marius, pero quien real­mente vive el enamoramiento como tal es otro personaje, Jean Valjean, quien, finalmente, con su muerte y distancia logra desarrollar este estado hasta sus últimas consecuen­cias. Este hombre reconoce finalmente que está enamora­do de su protegida e hija adoptada. Por otra parte el factor romántico de los momentos revolucionarios son descritos en esta novela sobre el elemento básico del enamoramien­to. En el fragor de la lucha vuelven a unirse Jean Valjean y Marius, siendo el primero quien salva la vida al segundo. El gesto de heroísmo vuelve a describirse como una huida, que busca el encuentro en la distancia con un «amor imposible». El sustrato sentimental que impulsa a luchar a los jóvenes es idéntico en cualquier ideología, debido a que su base emo­cional es la que tiene la condición humana con el sentimien­to. Baste escuchar, en otro contexto diferente, la canción del legionario que rezuma enamoramiento en toda su letra:

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Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera.
Soy el novio de la muerte.

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En otras estrofas de esta canción se describe perfecta­mente lo que venimos diciendo:

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Cuando al fin le recogieron
sobre su pecho encontraron
una carta y un retrato
de una divina mujer.

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La cual es Ella, no cabe duda, sobre la cual finaliza el cántico: ¡y tu amor fue mi bandera! El poso del enamoramiento recorre todo el desenlace de la trama romántica que traza Víctor Hugo: Una mirada lo había hecho todo, la de «aquel dulce ser ausente», quien es descrita por Marius como «mi ángel», que al ser rozada por él se desmayó, para hacer ver que la dimensión de este estado, que es mucho más que una emoción, está en otra parte. El representante del romanticismo francés lo describe certeramente: «Los amantes separados engañan la ausencia con mil quimeras, que tienen, no obstante, su realidad. Se les impide verse, no pueden escribirse, pero tienen una mul­titud de medios misteriosos de correspondencia. Se envían el canto de los pájaros, el perfume de las flores, la risa de los niños, la luz del sol, los suspiros del viento, los rayos de las estrellas, toda la creación». ¡Ay! Se pregunta el autor de Los miserables qué es ese amor. Responde con una descrip­ción más del enamoramiento, por lo que nunca debemos mezclar las palabras «amor» y «enamoramiento», ya que la diferencia es mucho más que una cuestión de intensidad. El enamoramiento es más que una emoción: «la reducción del Universo a un solo ser». En el apogeo de esta vivencia para Marius todo su pensamiento era ella. ¿Y cuál había sido su relación?: Marius y Cosette no se hablaban, no se saludaban, no se conocían: «se veían y, como los astros en el cielo que están separados por millones de leguas, vivían de mirarse».

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Víctor Hugo no describe una época, sino más bien una constante humana cuyo alejamiento de tales impulsos y de esa visión creadora del mundo le hizo consta­tar más bien lo contrario, de ahí el nombre de esta novela a la que aludimos, Los miserables, en el sentido de lo mundano. Reconocer esta característica del ser humano es lo que en cada etapa histórica permite recuperar el arte, la poesía, el quehacer creador, a nivel social y personal. Mientras tan­to los sentimientos, las pinceladas, los versos, las canciones y demás expresiones se mercantilizan o se distorsionan en deformaciones falsamente metafísicas, como también ha su­cedido antaño.

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El poeta portugués, Fernando Pessoa, define muy bien su estado de enamoramiento. Confirma todo lo que veni­mos diciendo en su obra Libro de la desolación, que es una biografía interior escrita a lo largo de su vida. Si nos fijamos en lo que cuenta comprobamos que el centro sobre el cual girará su destino es el enamoramiento. Define el amor como la más carnal de las ilusiones, pero es un estado ilusorio que se convierte en realidad dentro de su ser, para imaginar lo real y construirlo como arte, en definitiva, hacer de la vida una obra de arte. Pessoa se mira a sí mismo y quiere verse. Define el amor romántico como un camino de desolación, que es lo que hace referencia al título. Continúa: «Sólo no lo es (desolación) cuando la desilusión, aceptada desde el principio, decide variar de ideal, tejer constantemente, en los talleres del alma, nuevos trajes con que constantemente se renueve el aspecto de la criatura por ellos vestida. Amo con la mirada, y no con la fantasía. Porque nada fantaseo de esa imagen que me cautiva. No me imagino unido a ella de otra manera.»

Muchos críticos de este poeta portugués no han enten­dido su esfuerzo literario en este sentido y han divagado sobre su condición psicológica, su hábito al alcohol, sus de­vaneos con el ocultismo, pero toda su historia parte de una forma de ser que adquiere al comprometerse a vivir desde el enamoramiento, sin saber lo que realmente fue ese impulso, aunque lo describa. El enamoramiento nunca se ha recono­cido como una categoría humana del ser de cada sujeto, lo cual hace que se convierta en una vivencia tortuosa y aban­donada.

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En las ciencias ocultas y el esoterismo, Pessoa, como otros muchos escritores, buscó esa «realidad-otra» a la que sus sentimientos se asomaron y quiso darles realidad, más allá de lo real, cuando está más acá, dentro de cada cual. Quedó, ¡cómo no!, desencantado de esas doctrinas y de­nunció todo el montaje de los misterios y el conocimiento secreto sobre Dios como un triste y miserable fraude. Sin embargo siguió buscando a su musa, la cual fue impulsora de su poesía. En el libro en el que apunta notas sobre su percepción del mundo y de sí mismo habla de Ella, lo hace dialogando con esa imagen, con ese ser que se crea dentro de sí, pero lo vive como algo que construye al verlo: «Nada de ella fantaseo… No quiero de ella, o pienso de ella, más que lo que me da a los ojos y a la memoria directa y pura de lo que los ojos han visto». Y explica: «No el amor, sino los alrededores es lo que vale la pena. La represión del amor ilumina sus fenómenos con mucha más claridad que la mis­ma experiencia… Sólo la idea alcanza, sin corromperse, el conocimiento de la realidad».

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Reconoce Pessoa que nunca ha amado a nadie, lo más a sensaciones suyas, pero que adquieren realidad, no sólo interior, sino de él hacia el mundo. Vio perfectamente su es­tado de enamoramiento: «Me ha perseguido, como un ente maligno, el destino de no poder desear sin saber que no ten­dré que no tener». Se describe a sí mismo: «romántico en mí y extraño a mí». Y escribe: «La ficción me acompaña como mi sombra». Interpreta su vida como un fracaso, en parte por no alcanzar esa imagen, la cual acaricia con las palabras, en sus versos, en sus anotaciones con las que hace visible su sensación: «Como en ella sólo amo el aspecto, y nada de ella fantaseo, su estupidez o mediocridad nada quita porque yo no esperaba nada sino el aspecto que no tenía que esperar, y el aspecto persiste».

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Se observa a sí mismo en su sensación prístina y se describe como un absorto enamorado: «Como todos los grandes enamorados me gusta la delicia de la pérdida de mí mismo». Dirigiéndose a Ella: «Anhelo mío que olvido, ¡ojalá! pudiera recuperar la amargura con que te he soñado. Lo que describe no es ni mucho menos un amor incompleto o ausente, sino la esencia misma del enamoramiento, que es algo por sí mismo. Es una creación humana, una expresión espontánea que vivimos y seguimos sin saber qué es. Pero pienso que es necesario localizar».

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Pessoa universaliza la figura de su sensación enamorada para la imagen de la mujer, a la que define como fuente de todos los sueños: «Nunca la toqué. Aprendí a separar la idea del placer de la de los sueños». Y afirma: «Nada es lo que es. Los sueños siempre son sueños. Para eso necesito no tocar nada. Si tocas un sueño morirá. El objeto tocado ocupará tu sensación… No acercarse, he ahí lo que es hidalgo». De esta manera describe su vivencia del enamoramiento. Mantiene que toda la tragedia humana reside en cómo aquellos en quien pensamos no son aquello en que pensamos.

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Al escribir da forma al deseo de su querer: «Te quiero sólo para un sueño». Se dirige a Ella, como si dialogase con ella misma en su silencio: «Miro hacia ti, dentro de mí, novia supuesta, y ya nos desavenimos antes de que existas. Estoy esperándote… y te sueño viniendo. Quien sueña dormido necesita dar realidad al sueño». Pessoa lo hace al escribir. Fijémonos en la metáfora que usa para dar luz a su enamo­ramiento: «Yo era príncipe, en la terraza a la orilla del mar. Nuestro amor había crecido en nuestro encuentro, como la belleza nació del encuentro de la luna con el agua. Tal en­cuentro sucede en el reflejo, y tal es su realidad, que nunca puede juntar el agua y la luna». Afirma: «Guardo el corazón entregado a más irreales destinos». Y dice: «La amo como al poniente o al claro de luna, con el deseo de que el momento permanezca, pero sin que sea mía en él más que la sensación de tenerlo». La imagen con la que Pessoa busca visualizar el enamoramiento es muy parecida a la leyenda de El claro de luna de Gustavo Adolfo Bécquer.  También coincide con la visión de Proust, “sabemos contentarnos con estar enamorados por el gusto de estarlo sin exigir reciprocidad”.

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Toda la pasión literaria del escritor lisboeta, íntima y a la que no le queda otro recurso ni remedio que ser sincera, gira en torno al fenómeno del enamoramiento: «No me acuerdo de haber amado sino el “cuadro” de alguien, lo puro exte­rior… Amo con la mirada, y no con la fantasía. Porque nada fantaseo de esa figura que me cautiva. No me imagino a ella de otra manera. No me interesa saber qué es, qué hace, qué piensa la criatura que me da, para que la vea, su aspecto ex­terior. Como en ella sólo amo el aspecto, y nada de ello fan­taseo, su idiotez o mediocridad nada quita. ¿Saber el nombre de la criatura ¿para qué? No quiero de ella o pienso de ella más que lo que me da a los ojos y a la memoria directa y pura de lo que los ojos han visto». Insiste una y otra vez en negar su sensación como fantasía. Para hacer realidad tal ex­periencia mental o del alma, hace falta crear, con la palabra, para dibujar su realidad con versos o frases de metáforas que pintan sensaciones, con la música, o con los pinceles, o con la vida misma cuando se hace arte para uno mismo.

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También Pessoa quiere plasmar como real lo que vive como tal y alejar toda duda de irrealidad delirante, lo cual es algo con lo que cualquier enamorado se identifica: «Yo no soy, señora mía, ni estrictamente un tímido, ni decididamente un loco». Y continúa expresando este tema para acercarnos, cada vez más, al meollo de lo que es el enamoramiento, un estado al que se llega sin querer y, luego, hay que ir a él para buscarlo: «Me he dado cuenta de que estaba casada. No tuve celos de su marido. Sencillamente de añoranza de mi idea de usted. Si un día supiera este absurdo: que una mujer de un cuadro está casada, el mismo sería mi dolor. Si poseerla es poseer su cuerpo ¿qué valor hay en ello? ¿Cómo se posee un alma?… ¡Cuántas horas he pasado en convivencia secreta con la idea de usted. ¡Nos hemos amado tanto dentro de mis sueños! Pero incluso ahí, se lo juro, nunca me he soñado poseyéndola». Qué bonito, ¡qué bonito! y sincero.

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Hay un denominador común en la descripciones sobre el enamoramiento, como sensación subjetiva que nos ha de hacer ver que hay algo, algo de verdad, que es verdad pero no real y, sin embargo, es la realidad que se siente dentro y se ve afuera. Y crear esa realidad es lo creador. Es aflorar lo realmente real y realizarlo. Sigue Pessoa: «Tú eres del sexo de las formas soñadas, del sexo mudo de las figuras. Ningu­na función del sexo se subentiende en mi soñarte, Madonna de los silencios interiores. Tu cuerpo es todo él carne-alma, pero no es el alma, es cuerpo. Tu materia de tu carne no es espíritu pero es espiritualidad… Puedo pensarte virgen y también madre porque no eres de este mundo».

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En el primer tomo, Justine, de la obra El cuarteto de Ale­jandría, de Lawrence Durrell, se describe la relación entre enamoramiento y sexualidad de una manera muy clara, a partir del desencanto nostálgico de las relaciones sexuales. Observando a uno de sus personajes, Clea, ese algo que resuena por dentro apunta al enamoramiento: «En cierto modo pienso que nuestro amor salió ganando con la pérdi­da del objeto amado, como si los cuerpos se interpusieran en el camino del verdadero amor, su auténtica realización». Y añade: «En el amor hay algo que no llamaré imperfecto, porque la imperfección está en nosotros, pero sí algo que no hemos comprendido». Y comenta también: «En Justine in­venta una representación imaginaria». De manera que hace antagónico el enamoramiento y la sexualidad, a partir de aceptar una relación íntima con un objetivo: «¿Y si te dijera que sólo he consentido en ser tuya para salvarme del peligro y la ignominia de enamorarme verdaderamente de ti?». En este proceso de relaciones y diferentes niveles de existencia el autor asocia el ser a ese aspecto volátil que aparece en el enamoramiento: «No hay dolor comparable al de amar a una mujer que nos ofrece su cuerpo y, sin embargo, es incapaz de darnos su verdadero ser, porque no sabe dónde está».

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Honoré de Balzac en su obra El lirio del valle relata el enamoramiento mediante un duelo entre el amor carnal y el divino amor. Dicha dualidad permite ver en qué plano se sitúa el enamoramiento. Félix, el protagonista, se enamora de Natalia, a quien llamará Enriqueta en la relación entre ambos, reflejando que se trata de una realidad diferente a la cotidiana. Para ella él será Amadeo. Natalia está casada con el conde de Montsauf, con quien tiene dos hijos. Para Félix amar sin esperanza también es una felicidad. Define su relación distante con ella como una pasión seráfica, una unión espiritual que provoca que su alma se haya hechizado. La concibe a ella como «su guía y su religión», «un divino amor», «ídolo de su alma», siendo para los protagonistas una relación de amor que califican ambos de santa. Dice él: «flor humana que mi alma besa y mi pensamiento acaricia», pues el enamoramiento vive en la mente de quien lo percibe, lo crea y lo desarrolla. Balzac lo retrata en su novela y lo dife­rencia del amor, aunque en obras como Las ilusiones perdidas lo defina como «amor sin el amado», convertido en una ca­tegoría de amor no correspondido, sin ser enamoramiento exactamente esto.

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Balzac diferencia claramente la dualidad entre la sexuali­dad y el enamoramiento, no como dos polos opuestos, sino como realidades diferentes. En su término medio estaría el amor, el cariño, la convivencia, lo cual son otras realidades de la comunicación humana. Este duelo, en el que se bate el protagonista de la novela Los lirios del valle, nos va a permitir analizar el enamoramiento como explosión que surge, brota, estalla durante la adolescencia. Es lo que algunos psicólogos definen como el big bang cerebral y de las hormonas que su­cede en los adolescentes, en el cual surge una nueva realidad psicológica. En la novela aludida Félix define el amor con Enriqueta como un amor divino, frente al amor carnal que comparte con lady Arabelle, a quien conoce en las fiestas de la aristocracia y del cuerpo diplomático de París, adonde fue a trabajar. Para él lady Arabelle es la mujer terrenal, la querida por el cuerpo y que necesita aunque le deje al final un vacío grande, sobre todo por la sensación de traicionar a «su esposa del alma», con quien no ha mantenido ningún contacto, pero la tiene en su cabeza permanentemente, por ser «un amor sin límite» y ser ella, para él, hija de los cielos.

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Félix se enamoró de Natalia a los veintiún años. La no­vela desarrolla la pugna entre dos realidades que afectan a las personas. Por un lado las emociones que responden al ser humano como especie y que son un referente biológico para la supervivencia, siendo la atracción sexual el mecanis­mo reproductor con el que se mantiene la supervivencia de la especie humana. Por otra parte, los sentimientos son par­te de la cultura humana, lo que permite la relación entre las personas y construye la organización social. Los sentimien­tos se elaboran a través de las palabras, sobre todo en el arte y se definen según los modelos de sociedad. Permiten, en parte, dar forma a las emociones y socializar el impulso na­tural e instintivo de las personas.

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En la adolescencia ocurre un choque entre ambas pulsiones. Por un lado la sensación sexual que viene acompañada de cambios hormonales. La transformación del cuerpo hace que se pase a la pubertad, etapa intermedia entre la niñez y la juventud. Por otra parte el joven se plantea el futuro, la relación con el otro sexo y se hace una idea de qué es esa relación como pareja. Toma conciencia de cómo es su desarrollo social, bien de manera explícita o implícita, lo cual responde a la cultura de la socie­dad en la que vive y también depende del estatus social y de la mentalidad de su entorno, generalmente familiar. Otras veces el grupo de amigos más próximo es el apoyo para que el joven se socialice, dentro de la cultura y el entorno en el que vive. El choque entre estas dos dimensiones forma una zona intermedia, una nueva dimensión que se vive como real, y lo es en cuanto impacto entre las emociones y los sentimientos, lo cual permite el desarrollo de la persona­lidad mediante el acoplamiento de ambos niveles, el de la conciencia emocional y los sentimientos.

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El enamoramiento se construye con las palabras, pero se vive, se vivencia, como algo propio que se siente en la misma corporeidad de la persona, de ahí que se quiten las ganas de comer, de andar, incluso de vivir sin Ella. Afecta a la persona como un todo, en la mente y el cuerpo, hasta que el sujeto aprende a relacionar una faceta con otra y sobre todo a saber qué es el enamoramiento, como fuerza creativa, como inspiración cuya experiencia ayuda a que se asienten las emociones y los sentimientos.

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El problema de nuestra sociedad es que se educa para el conocimiento de la física, de las matemáticas, la gramática, la historia y la razón, pero muy poco se enseña sobre las emociones y los sentimientos, dejando este espacio de la personalidad a la literatura, que es una forma de enseñanza solitaria, de ahí su importancia. Sin embargo, se reduce en el sistema educativo a una enseñanza más que hay que apren­der para aprobar los exámenes como si fuera una asignatura más. Es importante saber la esencia del enamoramiento, que no es una parte intermedia entre la sexualidad y el amor, ni una derivación de ambos. Es algo propio en sí mismo, que no es mezcla de lo demás ni una diferencia de intensidad de otras facetas del sentir o de sensaciones varias, como pueda ser la pasión en cuanto a la atracción sexual. Por eso es ne­cesario que se conozca como tal, porque permite saborear la literatura y aprender con ella. Lo importante no es saber qué dice un autor en sus obras, sino qué me dice lo que cuenta.

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