Soy un monólogo. Sí, un monó-logo. Pero lo soy yo, no lo que digo y les explicaré el porqué. «Logo» es la palabra, la razón. Y el hombre viene del mono, según la teoría de la evolución. Pero hay monos que siguen siendo monos. Sin embargo los que no lo son, son monos con palabra, con raciocinio, o sea monó-logos. No estoy haciendo un juego de palabras, ¡atentos!
El mono, al usar la palabra y comunicarse consigo mismo, se convierte en un homo. Un homo sapiens, pero como habla, usa la palabra y la razón se convierte en un homologo, hombre que habla, cuyo homólogo es el monologo. Luego es la palabra lo que nos ha hecho ser lo que somos. Bien porque el mono habla consigo mismo o porque Dios con el Verbo hace todo lo demás. Luego soy un monólogo. Si todo viene de la palabra y yo soy uno, como parece que soy, soy un monólogo. No crean que estoy vacilando. He descubierto una ciencia nueva. La monología, que no es lo mismo que la monologia. Esta última se refiere a la logia de los monos. Piensen lo que quieran, pero en África se sabe bien que los monos se reúnen secretamente para hablar entre ellos y mantienen su conversación en secreto, para que no les hagan bajar de los árboles y se tengan que poner a trabajar para vivir. A los que se pusieron a monologar, ¡hala! a la civilización. ¿Y esto por qué lo sé? Precisamente por la ciencia que he descubierto: la monología, tratado o ciencia del mono. Y si al mono le añadimos la palabra, tenemos la monogamia, el monopatín, el monoteísmo y la monoloto, sí, sí, la monoloto, el mono en posición de loto. Una especie de lotería, que no a todo el mundo le toca, pero a todos nos hace un poco más monos. Ustedes dirán: «¡Bien! has demostrado que eres un monólogo ¿Y qué?» Me parece correcto que piensen que para qué sirve ser un monólogo, o qué es lo que aporta a la civilización. Pues les diré que es algo muy importante. Si se dan cuenta, lo que soy es gracias a la palabra. Esto ha quedado demostrado, al menos con la palabra. He aquí la importancia de lo que digo. Con la palabra se pasa de la guerra a la acción humanitaria. Del asesinato de un periodista y veinte niños que juegan al balón a una acción colateral. Del incumplimiento de la normativa medioambiental a la necesidad de progreso y desarrollo. Del paro y pobreza a situaciones inflacionistas. De países explotados a países en vías de desarrollo. Lo que digo no es un juego de palabras, ni siquiera es un diccionario de eufemismos.
Es la realidad, la que se construye con palabras. No se manipula la realidad ¡se construye!, porque la palabra es la realidad. Hoy sabemos que varias naves han ido a Marte porque nos lo han contado. Con palabras, evidentemente. ¿La palabra es Dios? En cuyo caso nos lo cuenta la teología, la cual la desarrollan quienes pertenecen a la teología, la logia de los que creen en Dios. Y de ahí vienen los teólogos. ¿Ven como Dios y el mono tienen algo en común? La palabra. La misma que a ambos les hace hombres. Al mono por la evolución. A Dios por la trasmutación. Si seguimos usando la palabra ¿adónde llegaremos? ¿A Venus, a Mercurio? Más, más, a mucho más. ¿A vivir eternamente, con la clonación y la transgenización? Más, más, más. ¿A ganar mucho dinero? Eso no tiene fin, pero todavía más. A una sociedad libre, justa e igualitaria. ¡Más, más! Observen que «libertad», «igualdad» y «fraternité» son palabras que hicieron la revolución francesa, la revolución del logos, de la razón del Estado. Las palabras usaron a los hombres para hacerse realidad. O sea, acabaremos siendo palabras: logomonos. Y volveremos al comienzo de todo. ¿Para eso ha hecho falta tanta Historia, tantas guerras, tanto avance científico, tanto arte y sacrificio y tantos polvos para que sigamos homo-logando a la especie humana? Parece ser que sí. A no ser que mono-loguemos y descubramos, entonces, el teatro de la palabra, para llegar al diá-logo. Si yo soy un monólogo, mono-logo, usted también lo es. Piénselo, por lo menos piense y use la palabra también para los demás, no sólo para usted mismo. Deje de hacer el mono: mono-logar. Dialoguemos para pasar del mono al homo, de las pantallas al tú, del miedo a la presencia de los demás. Y las palabras serán nuestras, en lugar de ser, cada uno de nosotros, de ellas.