He presenciado una de las escenas más horrorosas de toda mi vida. No sé si es que soy anticuado y no comprendo el mundo en el que vivimos o, simplemente, que me asusto por todo, que exagero mis percepciones. Ustedes dirán qué les parece. Se lo voy a contar tal cual, pero permítanme que lo haga con cierta pena. No piensen que soy una persona aislada del mundo o reacia a las nuevas tecnologías como esos ecologistas que lo critican todo. A mí me da pena. Soy una persona adaptada a los tiempos que corren. También tengo un teléfono móvil. Mi cámara de fotos ya es digital, leo la prensa por Internet y escribo correos electrónicos a los antiguos compañeros de la empresa. No faltan los mensajes picaruelos. Comprobarán que mi talante es muy abierto y que para  asustarme yo de algo, ¡a mis años!, muy fuerte tiene que ser. Viví el mayo del 68 de lejos, sin enterarme, pero respiré aquellos aires de los que me enteré diez años después, al leer revistas y periódicos  que podían escribir con libertad. No es que yo haya sido hippy, pero a mí esos jóvenes vestidos de colorines no me asustaron. Y me hizo gracia lo que decían de haz el amor y no la guerra. Pero el tiempo pasa. Las buenas ideas no. Lo que les voy a contar me hizo recordar mis primeros besos. Alguien ha dicho que lo importante no es el primer beso sino el último. A mí el último me lo dio mi mujer, cuando salí para ir al bar a echar la partida de todos los días, la de todas las tardes. «Adiós cariño, pásalo bien«. Ella se quedó viendo la telenovela, que luego no para de comentar a sus amigas, a su hermana Fita, a mi prima Margarita. Yo la veo cuando hace frío y no puedo salir, no me conviene el mal tiempo, cosa de los bronquios. Cuando se ven escenas escandalosas disimulo, hago que leo algo o que estoy adormilado. Y mi mujercita igual, porque da corte. Les hablé a mis amigos de la partida sobre lo que vi, ¡que tanto me horrorizó!. Y cuando se lo quise volver a contar, para que lo supieran con detalle me dijeron que viniera a este lugar, que parece  ser os gusta escuchar a la gente, y que os cuenten historias. Pues os voy a contar una de la que he sido testigo: Iba yo por la calle, pensativo, recordando a viejos amigos, a mi hermano Jacinto, y ¡qué será de los chavales!. Juanito ya me ha hecho abuelo, pero no tiene un trabajo fijo. ¡Qué va a ser de él!. Dice que el amor alimenta y su esposa, Rosita, que él llama «compañera» dice que sí. ¡Son jóvenes! Y mi nieto, ¡qué guapo es!. Y qué fuerte. En cuanto le vi le dije a mi hijo «¡hemos ganado, es de los nuestros!». ¡Qué ojos!, ¡que ganas de vivir!, ¡qué espabilado es!. Iba pensando en todo eso sin orden ni concierto. Aquella tarde volvía de la partida. Se me había hecho un poco tarde. No hubo anochecido, pero tampoco era de día. Los coches pasaban, los peatones unos para un lado, otros para otro. Una situación normal, pero junto a un escaparate de moda, con vestidos muy bonitos y a un precio asequible, que se ve en las etiquetas, una chica y un chico se besaban. ¡Qué bonito!, en esa burbuja de amor les daba lo mismo el mundo que les rodeaba. Para ellos no había coches ni el sonido del claxon, ni las voces de los transeúntes. Se besaban abrazados y sus bocas se fundieron en una. Yo me imaginaba sus lenguas cual peces de colores coleando de un lado a otro buscando  impulsos de placer y ese jugo que destila el amor que parece un vals que se extiende por todo el cuerpo. ¡Que bonito!. No vayan a creer que soy un mirón. Yo soy muy discreto. Miraba de reojo, hice como que no lo veía. Igual que los demás. Tampoco me paré porque no quise ser indiscreto ni un obseso. Empecé a andar despacio, tanto que tuve que hacer como que cojeaba. Y de paso que me quejaba del dolor de la pierna, mediante gestos, miraba con más precisión. Vi como se separaban un poco para sonreirse uno al otro, sus ojos eran ventanales  en los que se asomaban y volvieron a besarse una y otra vez. El chico fue un poco atrevido, porque en un momento su mano se deslizó al lugar donde Bloom besó a Molly. A este chico no le hizo falta ser un Ulises, pero la chica se aupó, se puso de puntillas y casi se cuelga de él. Le apretó más y más. ¡Oh!. ¡Oh!. Es algo que rejuvenece. A mí me hubiera gustado pararme y empezar a aplaudir, pero eso les podía violentar, o interpretarlo como una falta de respeto. Casi se traspusieron meciendo al beso entre los dos. Un beso que volaba siendo cada uno de ellos un ala de mil colores preciosos, pues el beso, esos besos de pasión, ternura, encuentro, deleite al tiempo paran. ¡Ay!. Pero sucedió algo terrible. Tremendo. No sé si contárselo o no. Me acuerdo cuando las películas terminaban con un beso largo y prolongado como si ya fuera todo beso en la vida. Aquellos tiempos en los cuales al final de la película todos aplaudimos. Ya verán cuando se casen esos dos y el día de la boda les griten ¡que se besen! ¡que se besen!. Ah, pero hay besos y besos. Y besos que no se dan y que llevamos apesgados  en nuestra vida. Este que vi en la calle fue un beso bonito, pero (traga saliva), pero. (Silencio). Me cuesta tanto continuar. Me acordé de los atentados terroristas, y de los efectos colaterales y no colaterales de los bombarderos. Vas por la calle tan tranquilo y ¡zas! una explosión y todo se acabó. Es horroroso. Pero no se asusten, no pasó nada de eso. Bueno, pasó y no pasó, ¡ojo!, no hubo sangre, ni muertos (piensa) muertos muertos no, a Dios gracias. Me quedé parado, mirando fijamente lo que estaba sucediendo. Bueno, al principio de todo no lo miré. No, no, ¡lo oí!. (Con musicalidad) Tiriti tititi, tiriti tirí. Tiriti tititi, tiriti tirí. Sí, fue tal cual se lo cuento (sin música): Tiriti tititi, tiriti tirí. No pude dar crédito a lo que mis ojos vieron. Tirité, por culpa del tiriti tiriti. (Silencio) Sonó un teléfono móvil. Pensé que llamaron a algún viandante. La gente pasaba sin reparar en aquellos dos tortolitos, a quienes miraban de reojo. Yo estuve a punto de marcharme, cuando sonó esa llamada. Busqué con la mirada quien pudiera ser el portador del mismo para decirle que no molestara. Que se fuera, cuando, cuando (se le atragantan las palabras) cuando el chico que se estaba besando metió la mano en su bolsillo y contestó con su boca besada. Serán unos segundos, pensé para mí, ¡le dirá adiós a quien sea!. Y la chica mirándole, sonriéndole y él hablando por el teléfono móvil. Aquel beso tan bonito se rompió, dejó de serlo. La chica ya se impacientaba, pero él hizo un gesto que ella entendió quien era con quien hablaba, alguien conocido por ambos. Y luego otra llamada, esta vez para ella. Debió de ser una buena noticia, que aprobó un examen o que encontró un trabajo para el verano, ¡yo que sé!. Cada uno se puso a hablar con su teléfono móvil. Menos mal que se daban la mano alguna que otra vez. Quise intervenir, hacerles ver lo que estaban haciendo, les iba a pedir que por favor se siguieran besando, que no pueden tirar un beso de esa manera al fondo del tiempo perdido. ¿Se imaginan a Marcel siguiendo los pasos de Albertina con un teléfono móvil en la mano?. O a don Juan Tenorio declarándose por un ordenador y doña Inés dando al intro para responder. ¿Se imaginan a Romeo y Julieta jugando juntos a la play station?. Luego se les hizo tarde y se despidieron mientras que siguieron hablando por el teléfono móvil, se lanzaron besitos, se dedicaron sonrisitas y gestos sobre qué pesadito es el que llama.  Nada ni nadie les prohíbe estar juntos. Se besan porque quieren, cogieron el teléfono porque quisieron. El beso se fue. (Suena un  teléfono móvil. Quien habla mira a un lado y a otro. Suena en su bolsillo. Se va con disimulo de puntillas, sigilosamente)