EMPRESARIA (Vestida con un traje de chaqueta y pantalón. Lleva puesta una pajarita).

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Crisis, crisis, ¡crisis por todas partes!. ¿Es que nadie sabe buscar soluciones?. No, no, estamos obsesionados con el paro y los políticos ere que ere ¡más paro!. Hagan lo que hagan y digan lo que digan se destruye empleo. Pero ¡claro!, ahora no dejan gritar a los tenderos, no dejan que los camareros chillen, todo tan limpio, tan fino, tan psssiiii (pone el dedo índice sobre los labios). ¡Cómo vamos a encontrar soluciones si somos tan delicados!. Me acuerdo cuando iba con mi padre y mis hermanos a la plaza Mayor. Mi papá siempre pedía una ración de calamares que tanto nos gustaba a mis hermanos y a mí. “Por favor camarero, una ración de calamares”, “¡una ración de calamares!, ¡marchando!” y al momento teníamos delante de nosotros un plato repleto de sabrosos y jugosos aros de calamares rebozados. Por cierto ¡riquísimos!.

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El problema del paro hay que solucionarlo así, pero no: el parado va al INEM para rellenar un papel, otro papel, otro y una instancia y coge un número para la cola de una ventanilla y luego tiene que ir a sellar, y luego los cursos, y luego a dar vueltas mandando los curriculum y ¡el paro aumenta!. ¿Se imaginan que voy a un bar y pido una ración de calamares y me dicen que son fritos, que al estar rebozados engordan, que si no los parto en trozos pequeños me puedo atragantar, que me suben el colesterol y tengo que tomar un yogur para bajarlo después, y que tiene grasas saturadas, ¡pues no pediría los calamares!. El camarero en paro, los pescadores en paro, el dueño del local arruinado, le embargan el piso y es que ¡así es la crisis!. Yo tengo la solución. Que no es bajar los impuestos, porque eso da lo mismo. Que no es hacer obritas que lo estropean todo y se llevan el dinero unos pocos y encima aumenta el paro. Tampoco hace falta irse a Laponia, porque claro yo me voy a Laponia, tengo que pedir un crédito para el viaje, me pagan como a un inmigrante, encima me miran mal porque dicen que les quito el trabajo a los de allí, me quedo helado, tengo que pagar el alquiler de un piso, pagar la comida, bueno que cuando quiero echar cuentas ¿qué mando a mi familia?, no pagan el alquiler, no cumplen con el contrato y les desahucian. Pueden venir conmigo, pero busca colegio, compra abrigos para los niños, me he arruinado, eso sí en Laponia, así no se entera nadie, no entro en las estadísticas y no tengo dinero para volver.

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Pero ojo, lo hacen bien los que chupan del bote, porque no es que quieran que trabajemos, sino que trabajemos para ellos y cuanto más barato mejor. Pero como hay tantos parados no hay trabajo para todos. Y ¿cómo se crean puestos de trabajo?. Muy sencillo, ¿cómo no se no se le ha ocurrido a nadie?. Lo pensé cuando volví después de mucho tiempo a ese bar de la Plaza Mayor en el que comía calamares rebozados, ahora está cerrado y los bares de alrededor pintados de colorines, prohibido fumar dentro, lucecitas de colores, copas, canapés en lugar de bocadillos y cogollitos de Tudela con arroz integral y un poquito de azafrán. ¡Eso sí!, es muy sano y caro todo lo que sirven. “Por favor”, le digo, y no sigo porque me pregunta muy educado “¿qué cóctel quiere?”. ¿Y si no quiero ningún cóctel?, ¿si quiero un vaso de vino o una caña?, pero digo “el de la casa” para no complicarme la vida. Yo me acordé de cuando iba con mi padre y hermanos, algunas veces también íbamos con mamá, no es que fuéramos machistas, es que ella se quedaba a ordenar la casa, a hacer la paella de los domingos. Cuando volvíamos al hogar dulce hogar ella siempre decía ¡marchando una de paella! y todos esperando a que nos la sirviera en el plato. Era una paella de esas que por un lado hacía los mejillones, freía el pollo, cocía las habas, las gambas, pimiento, las chirlas, un refrito con tomate, ¡un auténtico arte!. MI madre nunca supo que e fue una artista. Y ¡qué rico!, nos chupábamos los dedos. Había que comerla en el momento justo, que no se pasara ni que quedase demasiado caldoso el arroz. Ahora echas los tropezones y las cosas congeladas que parecen gambas, mejillones, un arroz que no se pasa, que no se pega, el que sale en la tele. Y la comemos, bueno, pues sí, la comemos. O abrimos un paquete de esos que venden los supermercados, “La paella de la abuela”, ¡ya, ya!, la metes en el microondas, cinco minutos y lista para comer.

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Lo que discuten mis hijos es si les gusta más una marca u otra. ¡Hasta las tortillas de patatas las venden congeladas!. El sonido de batir los huevos en un plato con el tenedor es una sensación extinguida, como los dinosaurios, ya no existe nada de eso. Un cocinero hace paellas en algún paraíso fiscal para todo el mundo. Y comemos todo menos paella, pero nos lo creemos de tanto ver la publicidad y ¡qué paella más rica!. ¿Paella?, qué remedio, es la que hay. Y esto mismo es lo que pasa con el paro, lo tragamos porque es lo que hay. Mi madre el viernes compraba los ingredientes de la paella, el sábado ya cocía algunas cosas, la mañana del domingo estaba atareada con la paella, pero siempre fue a misa y por la tarde a fregar los platos. Menos mal que mi hermana y yo recogíamos la mesa. Yo compró una vez al mes, los tarros de la paella los tengo en la despensa, no tengo que guisar nada y no mancho nada, y encima tengo lavavajillas, ¿qué más quiero?. Lo que no tengo es tiempo para nada, sólo dinero para la guardería de mis hijos, para los viajes del verano, para las actividades extraescolares, para la chica que hace las labores de casa, dinero para que vayan al cine con la niñera a la que tengo pagar y mi marido igual que yo, pensando en el divorcio. Si mi negocio entra en quiebra ¿qué hago?, ¡aaaaahhhhh!. (Grita histéricamente). ¡Ay!, no quiero ni pensarlo. Pero una mujer emprendedora tiene que anticiparse a cualquier problema, por eso he pensado en una solución para el paro que es infalible. He buscado en internet y he descubierto que se pueden crear doce millones de puestos de trabajo, doce millones, trescientos cuarenta y dos mil, para ser mas exactos. Y no es una promesa para que me voten, es una realidad.

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Cuando alguien busque un empleo, ¡marchando!. Eso es lo que hay que hacer. Y no es a largo plazo, sino que podemos empezar hoy mismo: se apagan todos los semáforos de este país y se quitan los pasos de cebra, y en su lugar tres personas en cada sitio, lo que equivale a tres turnos de ocho horas. ¡Se acabó el paro!. Que queremos que se esfuercen más, que se pongan a la pata coja. Y luego si se dan de alta como autónomos pueden contratar a un asesor, como los árbitros que tienen dos linieres, y en cada semáforo un director adjunto que tome notas de las incidencias. Que nadie diga que no valgo para los negocios, vendí bombillas para los semáforos, pero ya están todas colocadas. Ahora voy a fabricar banderines y el uniforme para quienes se coloquen en lugar de los semáforos, puedo ganar ¡doce millones, trescientos cuarenta y dos mil euros!. Con sólo cobrar un euro por un banderín. ¿Y qué haré con tanto dinero?, voy a inventar lo nunca visto, un microondas enchufado al ordenador. Ya no hará falta ir al supermercado, busco en la pantalla ingredientes para la paella, pongo pa-e-lla y doy a intro. En menos de un minuto una paella, pero claro pondré que en un plato para que no se desperdigue. Y cuando dé a intro para que salga una ración de calamares rebozados pondrá en la pantalla la palabra “marchando”. Y yo me marcharé a una aldea remota para coger setas del campo, caracoles y guisarlos como los hacía mi madre. No me llevaré el ordenador. Venderé todas mios acciones y que se quede con el dinero mi marido y para los niños. Yo seré una mujer en paro, la única parada del país, después de haberlo solucionado, para tener una huerta, unas gallinas y una casa abandonada que iré reconstruyendo. Sólo habrá una parada. (Se va).