Guión de teatro que aparece en el libro «Fragmentos. Festival del Teatro Español» de la editorial Laspis (Atenas).

Portada del libro Fragmentos - Festival del Teatro Español
Fragmentos. Festival del Teatro Español
Editado en Grecia por Laspis

 Personajes

  • Antonia
  • Fernando
  • Luisa
  • Guillermo

 

ACTO I

Escena primera

(Sonido de olas. Antonia y Fernando están sentados ante una mesa. Toman café. Se encuentran en lo alto de una montaña cerca de un acantilado. Brindan con sus tazas. Dan un sorbo. Se deja de oír el oleaje).

 

ANTONIA: Por…

FERNANDO: ¿Por?.

ANTONIA: (Sonríe más). Por…

FERNANDO: Por, por… Por todos, por todos. Y por ti y por mí. (Mira hacia la mesa ruborizado) Pero por todos y por ti y por mí, por nosotros. A mí me encantaría que siguiéramos quedando para tomar un café.

ANTONIA: Y a mí. (Mira a un lado y al suelo) ¿Sabes? (Ríe) Nadie lo entendería…

FERNANDO: (Mira a Antonia. Ésta fija su mirada en las manos de él). ¿Qué?, ¿qué es lo que no entendería?

ANTONIA: Que, que, que estemos aquí como dos adolescentes, bueno dos adolescentes no… como no sé… tomando café y hablaron sin decir nada especial. Tranquilamente.

FERNANDO: Ya. Sí. Bueno, pero…

ANTONIA: ¿Pero?, me refiero a que sí, que ya te entiendo… que nadie puede imaginar.

FERNANDO: No hay nada que imaginar. A mí me encanta. (Silencio. Se miran) Me encantas. (Roza un dedo de Antonia) Por eso me parece ¡tan bonito! que quedemos a tomar un café y sea algo tan importante. (Da un sorbo) ¡Me emociona!

ANTONIA: (Sonríe) ¡Exagerado!. Creí que ya no ibas a querer que quedásemos más. Te mandé un mensaje y no pudiste. Te envié otro mensaje y tampoco. (Da un sorbo) Te dejé un nota y la respuesta fue: “espera”. Y luego me llamaste para que viniéramos. Dije que sí (silencio) demasiado rápido. (Apoya el codo sobre al mes, apoya la frente en la palma de su mano) Iba a decir que no.

FERNANDO: ¡Tonta! (Ríen los dos) ¡Qué tontos somos!. (Levanta la taza. Antonia también, las chocan) Esta vez no ha sido por horarios de trabajo, ni para que no se enfade mi mujer (silencio), ni par que no me diga ¡la ves más a ella que a mí! No. (Da un sorbo) He tenido diálogos interiores.

ANTONIA: ¡Ey!, (gesticula) ooohhh, ¡qué interesante!. ¿Y qué te dices?, ¡no te llevarás la contraria!, ¿verdad? (Ríe)

FERNANDO: No te rías. A veces sí me llevo la contraria. Pero… (silencio)

ANTONIA: ¿Pero?

FERNANDO: Apareces tú. (Antonia abre los ojos y estira el cuello). Es como si hablara contigo.

ANTONIA: ¡Qué interesante!. ¿Y qué digo?. (Ríe).

FERNANDO: No sé, no sé. A veces me abstraigo (sopla) Es como si continuáramos los encuentros sin que estés. El caso es que no lo pudo evitar, pero no quisiera obsesionarme.

ANTONIA: ¿Tan mal me porto dentro de ti? (Ríe con timidez)

FERNANDO: Sabes que no… Al principio me incomodó, pero ahora no. Bueno al comienzo de vernos me gustaba esa vuelta de tu imagen a mí, que aparecieras y que cualquier nimiedad hiciera que me acordase de ti, pero no quería que sucediera porque y no lo entendí en un principio.(Silencio) Me has ayudado a entender los sentimientos.

ANTONIA: No he hecho nada. (Silencio. Da un sorbo) Sucede sin querer. Ha sido todo ¡tan….!

FERNANDO: ¿Tan?

ANTONIA: ¡Tan! (silencio) es que no sé por qué nuestra relación no está en el mapa de los sentimientos. Tan casual, tan inocente, ¡tan señalada! y… (silencio)

FERNANDO: ¿Y?

ANTONIA: Tú lo sabes.

FERNANDO: Sí, cambió todo sin que aparentemente se haya notado, algo sí, pero ¡es tan disparatado lo que muchos piensan!. ¡Imaginan!.

ANTONIA: Precisamente lo creen por no ser cierto nada de lo que elucubran.

FERNANDO: ¡Ay!. ¿Te acuerdas?. (Ríe. Antonia sonríe. Si miran mutuamente) Yo estaba en la barra del bar tomando un café.

ANTONIA: Sólo largo de agua.

FERNANDO: Tú, sentada junto a una mesa. Estuviste tomando otro café.

ANTONIA: Con leche en taza grande. Pero no en un vaso. ¡En taza!, sin que sean las que suelen poner. Me gusta que sea en taza grande. Soy un poco maniática.

FERNANDO: Y nos miramos.

ANTONIA: Nos miramos porque estábamos uno enfrente del otro.

FERNANDO: Pensé: esa mujer ¿sola?. Pero nada más.

ANTONIA: Para mí fuiste uno más que pasa en el bar.

FERNANDO: Fui aquel día de casualidad. Nunca había entrado a un bar para tomar un café yo solo. No me gusta. Pero ese día no sé el motivo lo hice, por no esperar en la calle. (Toma un sorbo de café. Mira la taza en silencio) Ni tan siquiera me fijé en tu belleza.

ANTONIA: ¿Ah, no?

FERNANDO: No, no. Pero, pero tu imagen se repitió después dentro de mí, como si fuera una luz intermitente que se metió en mi cabeza. Y cuanto más quise no verla, no verte, bueno: ver esa imagen, tu imagen, se repitió con más intensidad. Hasta mi mujer me preguntó “¿te pasa algo? No, no, dije. “Cosas del trabajo”. Siempre son cosas del trabajo o es el tiempo, si hace frío o si hace calor, si llueve o si no llueve. Al día siguiente organicé todo para estar a la misma hora en el mismo lugar. Y estabas con tus amigas, con seis o siete sin parar de hablar. Pero un vez me (silencio), que yo me diera cuenta, me miraste. Y seguí yendo todos los días a la misma hora. Incluso el fin de semana, sin verte esos dos días. Hasta que al pasar una semana justa: otra vez sola. Y otra vez los demás días de trabajo con las amigas. (Antonia sonríe). Luego fui ese día en el que estabas tú sola. ¿Cuántas semanas sin decirnos nada?. Esquivamos las miradas. Extrañados de coincidir sin hacer ni una mueca, nada, como que no pasara nada, a pesar de la marejada que sentí dentro de mí. Me dije: viene, podría ir a otro lado.

ANTONIA: Igual pensé yo, pero además sabía que ibas a estar. ¡Intuición femenina!. Fue como si nos conociéramos de ser nuevos amigos, sin hablarnos todavía, sin saber nada del otro. Yo te hubiera querido preguntar, ¿quién es usted? y ¿ qué hace todos los viernes aquí desde hace tres meses? Siempre esperabas a que yo me fuera.

FERNANDO: Por galantería, por galantería.

ANTONIA: Hasta que un día nuestras miradas chocaron y me preguntaste que dónde están mis amigas. Yo te respondí que no estaban. Me sentí como si fuera una adolescente aturullada, vergonzosa, apurada y casi casi sintiéndome culpable de haberte respondido. Podía haberme hecho la sorda o decir que no te importa. Pero no hubiera ido a tomar café a esa mesa, a esa hora, ese día.

FERNANDO: De tanto hablar contigo en silencio y en la distancia, te pregunté como si fuera ahora, como si formara parte de una conversación habitual. Se me escapó. No sé cómo pude atreverme. Creí que hablé solo, creyendo que eras un imagen. A veces conversé a solas contigo, en el despacho, en la calle. Tuve miedo de hacerlo en casa, ¡que se me hubiera escapado sin querer!. Si mi mujer hubiera preguntado que con quién hablo, ¿con quién hubiera podido decir?. Me notó extraño, pero pensó que fue por el estrés del trabajo. El trabajo siempre es un válvula de escape.

ANTONIA: Te conté que los viernes vamos a otra cafetería, para celebrar que termina la semana. Ese día no me apeteció, había tenido revuelto el estómago por la noche. Al siguiente viernes dije a mis amigas que no quería tortitas, que iba a aprovechar para ir a hacer unas compras. (Ríe y agacha la cabeza). Fue como estar a solas, sin conocernos, sin hablar. Luego me sentí culpable, como si hubiera traicionado a mi marido, ¡pero no había hecho nada!, ni tan siquiera pensar nada malo. Esperabas a que me marchara y me tenía que ir a trabajar.

FERNANDO: Y yo.

ANTONIA: No nos cruzamos ni una mirada al levantarnos. Yo me pregunté ¿quién será ese señor?, no me pareciste un galán ni el hombre más apuesto del mundo.

FERNANDO: ¿Ah, no?. (Ríen ambos)

ANTONIA: Curiosidad: ¿casado, soltero, viudo, separado? Y ¿en qué trabajará?

FERNANDO: (Ríe ostentosamente). Y yo pensando ¿dormirá con camisón o en pijama?, ¿abrazada a alguien?, ¿cómo será desnuda?. Pero me fijé sobre todo en tu cara, en tus muecas. Tienes unos gestos simpáticos. (Sonríe. Antonia hace un gesto simpático. Fernando le imita. Gesticula) Gesto de dibujo animado. (Gesticula). Gesto de pensar. (Gesticula). Gesto de haber qué digo. (Gesticula) Gesto de aquí estoy yo.

ANTONIA: ¿Me estás imitando?. (Ríen los dos). ¡Qué tonto!. (Se quedan mirando uno a otro).

FERNANDO: ¿Sabes que eres muy guapa cuando sonríes?.

ANTONIA: Gracias. (Hace un gesto coqueto. Se rozan la punta de los dedos).

FERNANDO: Nadie entiende que se puede contemplar una mujer y percibir agrado, un satisfacción sin más. ¿Sabes?

ANTONIA: ¿Qué?

FERNANDO: Hago colección de tus gestos. (Ambos sonríen).

ANTONIA: ¿Y de tu mujer?. No hemos dicho nunca que no hablemos de nuestras parejas, se da medio por supuesto, pero tengo curiosidad.

FERNANDO: De ella hago colección de sus semblantes. ¡Si vieras!. Hace pocos gestos, pero sí una sonrisa especial, de amanecer y otra de sol. Y su mirada cuando se entrega me excita sobremanera.

ANTONIA: ¡Ay!. (Silencio). ¿No podría ser todo mucho más sencillo?. Nos complicamos la vida.

FERNANDO: Los sentimientos nos hacen vivir intensamente, pero desde la niñez el mundo nos enseña a convertimos en nuestra cárcel y tortura. No hubiera percibido lo que siento por ti si no lo hubiésemos vivido al quedar para tomar un café y hablar.

ANTONIA: No dejamos que fluyan los sentimientos y cuando lo hacemos… sin saber por qué, se convierten en un problema, porque todo el mundo piensa que somos amantes, y no amigos. ¿Por qué tenemos que escondernos?

FERNANDO: Y negar nuestra amistad.

ANTONIA: Para mí traspasa la amistad. Te quiero con locura. ¿Puedo quererte con locura?. (Se levanta). ¡Se lo pregunto al mundo! ¿Puedo quererte?

FERNANDO: Yo te tengo un cariño muy especial.

ANTONIA: Poderlo hablar normalmente ¿no es maravilloso?

FERNANDO: (Se pone de pie. Pasean uno al lado del otro) ¿Te acuerdas? Lo primero que hiciste fue poner una barrera.

ANTONIA: Y luego tú.

FERNANDO: Para saber cuál iba a ser nuestro territorio… y hubiera dado lo mismo.

ANTONIA: No sé, pero necesité ir con cautela. Temí que fueras un lanzado y meterme en una historia que me complicase la vida, sin motivo, sin querer. El sentimiento viene de repente, pero hay que saber cabalgar en él. Y ha sido tan gota a gota, de una manera ¡tan silenciosa!, siendo y no siendo a la vez.

FERNANDO: Como la dulce miel derretida que escurre y pringa dulcemente. (Se miran, quietos uno al lado del otro. Fernando imita la voz y los gestos de ella) “Estoy casada, y me llevo muy bien con mi marido”.

ANTONIA: Y sigue siendo cierto.

FERNANDO: Aclaraste que le amas profundamente.

ANTONIA: Sí.

FERNANDO: Me enseñaste las fotos de ambos con vuestros hijos.

ANTONIA: (Pasean) Tú me hablaste de tu mujer, que os respetáis y queréis. No me enseñaste las fotos con tus hijas e hijo porque dijiste que nunca las llevas.

FERNANDO: Cierto.

ANTONIA: Pero me hablaste de ellos. Y siempre ha habido algo que te ha recordado a ellas y a tu primogénito.

FERNANDO: Sí. A ti te gusta el helado de chocolate: como a mi chavalote, que se ponía pringado de pequeño. Le dije siempre que come el helado con la cara en lugar de con la boca. Y que a ti te gustara me recordó que a él también. Yo siempre te miraba comer el helado con ansia. A mí no me apetecen ¡tan fríos!, pero verte con el helado en la boca (silencio). Nunca me ofreciste (le corta Antonia)

ANTONIA: No te gustan.

FERNANDO: Una vez sí. Me dijiste “¿quieres probar?”

ANTONIA: ¡Mirabas con tantas ganas el helado!

FERNANDO: ¡Te miraba a ti comiendo el helado!

ANTONIA: Me di cuenta, ¿o qué crees?

FERNANDO: Y me ofreciste tomar del tuyo. Te dije que sí. Me ofreciste chupar el helado. ¡Me supo exquisito!

ANTONIA: Ya me di cuenta.

FERNANDO: Más que gustarme me encantó el detalle que tuviste hacia mí. Me basta tu mirada, pero fue una delicia aquel lametón.

ANTONIA: ¡Qué exagerado!. Fue un poco atrevido por mi parte.

FERNANDO: Y que luego lo comieras todo, que por donde yo lamí fuera a tu boca me emocionó.

ANTONIA: Yo disimulé, pero también (piensa) percibí una caricia en la distancia .

FERNANDO: Un beso sin ser beso, pero sí la sensación de serlo.

ANTONIA: Tal vez, pero no quise pensar más allá. Fue un secreto.

FERNANDO: Que no lo fue. Tenemos una complicidad de no hablar, pero saber.

ANTONIA: En cierta manera sí. Porque yo, yo (mira a Fernando) Eso no se lo puedo contar a mi marido, del todo, porque no lo hubiera entendido, le daría, ¡seguro!, pie a pensar que (silencio). ¡Y es que no fue nada!.

FERNANDO: Fue algo.

ANTONIA: Pero invisible.

FERNANDO: Pero algo.

ANTONIA: Algo y nada a la vez. No quería engañar a mi marido ni sentirme mal ante él. Para mí lo nuestro ha sido ¡tan inocente! y tan intenso.

FERNANDO: Para mí también.

ANTONIO: Tampoco quiero que desaparezca.

FERNANDO: Ni yo.

ANTONIA: Me horroriza que sean mal interpretados nuestros encuentros. A mi esposo le conté que quedábamos a tomar café con compañeras del trabajo y compañeros, que se había apuntado más gente. Y que siempre hay alguien que se retrasa, que se queda más rato. Él me decía “y tu acompañando”, quizá algo molesto, pero sin más, sin que trascendiera para nada.

FERNANDO: Yo opté por no decir nada, al principio: compañeros de trabajo, amigos, pero como los amigos tienen que ser de ambos (silencio) apostillé: ¡amigos de trabajo!. Se tomaría a mal que estuviéramos a solas, porque pensaría que (silencio) El caso es que es muy difícil contar lo que las cosas son.

ANTONIA: Porque la gente imagina más de la cuenta.

FERNANDO: En última instancia habría que afrontar separarnos de nuestra vida matrimonial y unir nuestras vidas.

ANTONIA: Pero no es el caso. ¡Queremos a nuestras parejas! Lo nuestro es especial tal y cómo es.

FERNANDO: Pero nos señalan con el dedo. Tú lo has dicho, la manera en que nos saludan los compañeros de trabajo, ¡con qué sonrisitas!

ANTONIA: O comentarios jocosos, o cuando hablan sobre los líos que parecen en la televisión y te miran queriendo decir “¡mira, mira!, que además de los famosos esto pasa cerca de nosotros”. Y porque es a la vista. Si no tirarían a matar. Siempre queda la duda.

FERNANDO: Como si hubiera que esconder los sentimientos. ¡Tanta libertad!, ¡somos tan modernos! y todo sigue siendo como siempre. Desconocemos nuestros sentimientos. Y acaban siendo clandestinos, porque ¿qué es si no que se mal interpreten?, ¡para que no se vea lo que es sentir!. A nadie le importa, sin embargo censuramos nuestros sentimientos y los de los demás.

ANTONIA: A estas alturas. (Silencio. Mira a su alrededor, ve el mar a lo lejos y en dirección hacia abajo. Respira profundamente)

FERNANDO: Mi mujer cree que estoy en una fiesta de fin de semana de la empresa. Le dije que también vienen señoras, ¡mujeres de la empresa!. No quedó conforme. Ya me dejó caer algunas preguntas, que yo quité importancia, “ba, ba, ba, ba”. Y si fuera no sería para tanto si son ratos de alquiler.

ANTONIA: ¿A ti te gustaría que ella hiciera una reunión con compañeros de trabajo?.

FERNANDO: Ciertamente no. Tendría que decir que no me importa, pero no me gustaría. No. Es lo cierto. Ahora bien, si lo razono desde mi nuevo punto de vista ¿por qué no?. Pero hay algo que hierve por dentro, que no deja pensar ¡Y duele!, sólo de pensarlo.

ANTONIA: Qué extraños son los sentimientos. Y qué selectivos.

FERNANDO: El caso es que no tengo celos de ti, de que estés con tu marido.

ANTONIA: Pero si hubiéramos tenido algo sí.

FERNANDO: Tal vez. (Va a acariciar a Antonia y ella le agarra los dedos, quedan asidos de la mano)

ANTONIA: Le he dicho a mi marido que he quedo a tomar café con un señor para hablar de nuestras lecturas y que había una tertulia con más personas. Él me preguntó y yo inventé, pero en el fondo hay algo de cierto. Me debía haber atrevido a decir “voy a tomar un café con alguien” ¡y ya está!.

FERNANDO: Pero si ese “alguien” es un varón, ¡sospecha al canto!.

ANTONIA: Y a mí, si hubiera sido al revés, me habría sucedido lo mismo. (Separan sus manos)

FERNANDO: ¿Qué tiene de malo quedar con alguien a tomar un café?.

ANTONIA: ¿Qué tiene de malo sentir?. Y sin embargo pensar que mi marido me hubiera dejado venir a una tertulia para estar con otra persona me horroriza. ¿Me tiene que dar permiso?. Llego pensar que puede que él aproveche para (silencio).

FERNANDO: Pensar sobre los sentimientos se convierte en sospechar.

ANTONIA: Sí.

FERNANDO: Mi esposa también. Pero no creo.

ANTONIA: No estamos escondidos, sino alejados del mundo ¡para poder tomar un café tranquilamente!.

FERNANDO: Podemos hacer una tertulia literaria. Yo no he leído tanto como tú. Bueno, poco, casi nada.

ANTONIA: O una reunión de empresa. No es que tenga mucha idea de técnicas de venta, pero algún consejo puedo dar. (Se ríen). A mi marido Joyce no le suena de nada, ni Proust. Algo Tostoi, de quien ha visto una novela en la tele y le gustó. Vimos juntos todos los capítulos de la serie “Crimen y castigo”. Tampoco sabe nada de Thomas Mann, ni de Durrell.

FERNANDO: A mí me parecen nombres chinos. De oírte decir que habías leído alguna obra de tal autor, pero no me suena nada, ese mundo es muy teórico.

ANTONIA: Parece como que fueran palabras. Las obras de estos autores ¡son sentimientos!.

FERNANDO: Pero cada cual tiene los suyos.

ANTONIA: Ellos los cuentan, hacen que los veamos en nosotros porque no creemos que puedan existir. En realidad los tenemos dentro. Pero dormidos.

FERNANDO: Ni tan siquiera leemos sus obras.

ANTONIA: No somos capaces de sentir y no nos dice nada el sentimiento escrito. Pero a mí sí. Por eso reconocí que estaba sintiendo algo hacia ti. Algo diferente que nunca había percibido. Gracias al eco de lecturas que he hecho supe que al estremecerme hubo algo muy profundo.

FERNANDO: Y yo, sin (silencio), sin pensar. ¿Una pequeña aventura?. Pero fue la distancia, el silencio lo que me unió a ti. (Se sienta) Un amigo me dijo, porque nos debió ver de pasada, que si te había (silencio) ¡tirado!, que ¿cuántos polvos eché contigo sin que lo supiera mi mujer?.

ANTONIA: El mismo lenguaje es soez, son expresiones que se usan, que echan de nuestro lenguaje al sentimiento.

FERNANDO: Está claro que los sentimientos no cotizan en bolsa. (Se sienta Antonia, toma un sorbo de café).

ANTONIA: Invierten en la vida. Son la deuda real, la crisis de la crisis. Sólo la literatura nos hará salir del fango.

FERNANDO: ¡Mano dura y acabar con la corrupción!. Yo puedo quedarme sin empleo en unos meses, ¿dónde voy a encontrar un puesto de trabajo a mi edad?. (Da un sorbo). Pero es cierto, nadie se pregunta lo mismo sobre los sentimientos. (Se pone de pie) Cuando fui adolescente la profesora de literatura nos hizo durante cada clase un pequeño dictado de la obra “El Quijote”. “El dictado de ese tío pirado”, decíamos los chicos y las chicas, porque de aquella empezamos a asistir a clases mixtas. A mí se me quedó eso de “la sin par Dulcinea ¡del Toboso!” Una mujer que don Quijote ve diferente a como en realidad es. Todas sus aventuras las hizo por ella. Años después leí aquella obra. No llegué al final, pero me hizo ilusión leer lo del molino sobre el que arremete creyendo que son gigantes. ¡Y esa Dulcinea a la que sólo ha visto pasar!, con la cual no ha hablado, ni tenido relación alguna. ¡Qué intenso ese amor virtual!. (Da unos pasos en silencio bajo la atenta mirada de Antonia) Como quien se enamora de alguien que está a miles de kilómetros por el ordenador…

ANTONIA: ¿A ti te ha pasado?.

FERNANDO: A mí no, pero sí a un amigo. Todavía no la ha visto en carne y hueso y no puede vivir sin ella. Chatean, se mandan fotos y (le corta Antonia)

ANTONIA: ¿Está casado?

FERNANDO: ¡Está en la inopia!. No basta con querer ser feliz para sentir, pero algo se ha despertado en él. ¡Como me pasó a mí cuando fui joven!. (Ríe). Vi a una chica, iba vestida con un pantalón vaquero blanco, una camisa de cuadros. Su pelo castaño claro en forma de melena. La barbilla fina y un rostro que resplandeció al caer mi vista en ella. Creí que se acercaba a mí porque se paró. Pensé que fue una coquetería, al darse cuenta de que le estuve mirando o que le hubiera dado vergüenza. Pero se fue. Aún así llenó de fuego mi ser. Una moto paró ante ella y se montó. Cogió un casco que el piloto le dio. Se fue. (Silencio). Se fue. Esa imagen quedó incrustada en mi recuerdo muchos años, y debe seguir por ahí pululando, porque me acuerdo de ella. ¡Y cuántas veces he mirado a ver si estaba en algún lugar!. No se lo he contado nunca a mi mujer para que no pensara que ella no es mi amor, o que la traiciono pensando en otra.

ANTONIA: A mí me paso lo mismo de joven. No tan a lo Quijote, pero (silencio, se pone de pie, anda pensativa).

FERNANDO: ¿Pero?.

ANTONIA: Quise suicidarme. Nadie lo ha sabido nunca. Ni siquiera mi marido que (piensa) al año de casarnos me interrogaba sobre mi pasado sentimental, sobre mis antiguos novios. Para que se calmara le conté que uno me besó una vez en la boca y él inquisitivo: que si me tocó la teta o no, que si me metió mano, ¿dónde?, y quiso saber con los que tuve relaciones sexuales, cómo fueron mis orgasmos, que en qué posturas lo he hecho con otros, que si me tragué el semen de alguno, ¡se volvió loco de celos!. El pasado es imposible cambiar. Se obsesionó durante casi un año. Luego se le pasaron tales ataques, pero siempre vuelve alguna vez con preguntas que son un auténtica locura. No lo parece, porque nadie podrá creer algo así. Parecen celos retroactivos. El pobre no lo puede remediar.

FERNANDO: A mí, a veces, me sucede, pero en silencio. Es como si quisiera apropiarme hasta del pasado de mi mujer.

ANTONIA: He pensado que si es porque él piensa en otra. He llegado a sospechar, por nada en especial, que quiere a otra y está conmigo porque coincidió. Tuve que ser complaciente para ser novios.

FERNANDO: Mi mujer hizo una obra de teatro, hace varios años, sobre el romance con un negro. A ella le tocó el papel de amante.

ANTONIA: ¿De negra?

FERNANDO: No, es la que se lía con él. No pude aguantar ver aquella representación. Creí que fue cierto lo que interpretó, que me engañaba. Ella me gastó bromas y yo hacía como que me reía y sin embargo me atormentaba por dentro. Como todo lo demás iba bien en nuestra relación no pasó nada. Pero me pasó por la cabeza incluso matarla porque ¡me mentía!, creí que lo iba a hacer y por mi cabeza pasaron todas las pesadillas. ¿Cómo puede ser?. Nadie se entera de estas pasiones que suceden soterradas.

ANTONIA: Mi marido se arrepentía luego de sus interrogatorios. Para mí fue una tortura porque no es posible encontrar solución. Debí haberle mentido. O no decir nada. ¡Y ya está!. Por eso no le he contado lo de venir a tomar un café contigo, con un amigo. Todo serían sospechas. ¡Que seguro que ya las tiene!. Pero es su imaginación lo que conseguiría es que se estropeara una relación de ¡ya veinticuatro años!. Le quiero, porque se ama con los defectos y las virtudes de ambos. No quiero sentirme mal estando contigo por culpa de que no lo entienda. Prefiero contarle al menos algo. ¡No quiero renunciar a lo que siento estando a tu lado!, que no es amor, que no es deseo, ¡es sentir!

FERNANDO: ¿Sinceridad?. Pedimos ser sinceros con la pareja y yo cuando mi esposa me preguntó por esa “señora”, dice ella “esa señora”, si no estaría seduciéndome, “esa secretaria” y que tuviera cuidado porque no acepta una traición. Le he contado que me caes bien. Le dije que la secretaria viene con otras a las reuniones de empresa. ¿Tomar un café con una amiga es un traición? Le dije que eres mi amiga, que me llevo bien con la secretaria, y que te tengo un cariño especial, ¡y ya está! Que hemos reído juntos, que nos hemos contado cosas de la vida. “¿No habrás hablado de mí?”, me preguntó. No, no, de cosas nuestras, dije, de bobadas. Que nos vemos una vez a la semana, pero cuando quedamos para ir ver la exposición de bonsáis, dijo que paso más tiempo con “la secretaria esa” que con ella. Ya puedes imaginar cómo me sentí. Lo mejor es callar.

ANTONIA: Y tragar los sentimientos.

FERNANDO: Mejor no hablar de ellos.

ANTONIA: Entre nosotros sí. (Sonríe)

FERNANDO: ¿Te hubieras suicidado?

ANTONIA: Sí, a lo tonto, por una sandez. Pienso ahora que no tuvo sentido aquel impulso y (silencio) no sé qué pensar. (Se sienta). Creí, pensé, percibí que ese hombre al que admiré estuvo loco por mí. Le deseé con todas mis fuerzas, ¡ansiosamente. Soñé y creí que él hacía lo mismo conmigo, estuve segura de que yo estaría en sus sueños como que esta mesa es una mesa. Fue todo pura fantasía. Creí que estuvo loco por mí, que me deseaba. Él nunca dijo nada, ni dio pie a pensarlo, pero me monté esa historia en mi cabeza y sufrí por lo que él nunca me había prometido, me dolió que no se decidiera a acariciarme la mano y besarme, que no me dijera que me quiere. Convertí mis miradas en las suyas y mi deseo en el suyo. Odié a su esposa, y pensé que él no la quería. ¡Todo fue inventado!. Lo viví como si fuera cierto. ¡Una locura!.

FERNANDO: (De espalda a Antonia). Y estar aquí (ríe) ¡para tomar una simple taza de café juntos y hablar!. Y vernos. Me emociona. ¿No es una locura para el resto de los mortales?. ¿Por eso debería dejarle de amar a mi mujer?. ¿A quién traiciono?. ¿Dónde está el engaño?. ¿No será más bien que hay quienes necesitan ser engañado para entender la realidad?. No hacemos nada malo (ríe más), pero ¿es que es malo hacer el amor?, ¿es malo sentir? ¿O es locura? ¿En qué lugar del corazón está escrito que no podemos quedar con otra mujer aparte de la tuya, o con un hombre aparte de quien sea tu pareja? Y hay que esconderse, o ser un depravado para la sociedad. Más allá del compromiso está el encuentro y no las normas ni los harenes.

ANTONIA: Antes los varones tenían sus amantes de pago, las “mantenidas”. El antiguo dueño de la empresa en la que trabajo vivió una historia que se medio supo, se habló sobre ella, pero nadie ha concretado, nadie sabe exactamente. Nadie ha escrito su historia. El amor de don Pedro y doña María. Como él fue rico se dijo: “¡cosas de ricos!”. Pensé que fue una historia de dinero, pero no, ahora comprendo que fue de sentimientos. No sabemos la historia exacta. Doña Marí estuvo casada con don Mario, un accionista de la empresa, las acciones las debió de comprar don Pedro, directamente, porque don Mario iba siempre muy elegante, pero de negocios nada de nada. Don Pedro estuvo casado con una aristócrata importante, doña Eulogia. Ellos no se escondieron, quedaban en hoteles y iban juntos los cuatro, siempre muy dispuestos y protocolarios. Pero al final de la comida o de la cena siempre se quedaban don Pedro y doña María, los otros dos iban a dar un paseo. Y los dos coincidían en el mismo hotel y la misma habitación. Hubo a la vez otras dos habitaciones para cada matrimonio. Todo fueron habladurías. Todo se supo de forma discreta, pero se escondieron demasiado. Y lo que a mí más me extrañó es que fueron a misa todos los domingos, los cuatro. ¿Cómo fue aquella historia?, no lo sé. Si don Mario y doña Eulogia fueron amantes, si cada cual tendría su historia aparte. ¿Por qué no se separaron?, porque y había dejado de estar prohibido el divorcio. Se acostumbraron. ¿Y los hijos qué pensaban? No hubo escándalo, sólo murmuraciones.

FERNANDO: ¿Cuál fue tu opinión?

ANTONIA: Me pareció una extravagancia. Tampoco me creí del todo aquella historia, no me pareció posible. Pero ahora entiendo mejor aquella extraña relación. Los sentimientos no siempre están adecuados a nuestra realidad. Y pueden aparecer sentimientos nuevos, que nos sorprenden, que no podemos elegir ni controlar.

FERNANDO: Gracias a los sentimientos que has despertado en mí has sido lo mejor que me ha sucedido en la segunda mitad de mi vida. Entré en una inercia de dejarme llevar, en la complacencia de la existencia dada. Mi mujer, mis hijos, amigos, viajes forman parte de la primera mitad.

ANTONIA: Quisiste en una ocasión que no volviéramos a vernos.

FERNANDO: (Se sienta). Perdóname. No supe gestionar mis sentimientos. Una vez estuve a punto de llamar a mi mujer con tu nombre. Y no supe qué me pasó, ni adónde me iba a llevar lo que siento. Pero luego te llamé por teléfono y volvimos a quedar. Tuvimos que dejar aquella cafetería porque tus amigas se entrometieron demasiado.

ANTONIA: Creyeron que no me llevaba con mi marido. Dicen que es más apuesto que tú. ¡Qué tonterías!.

FERNANDO: ¿Te acuerdas? Habían pasado tres semanas sin vernos. No pude más. Temí que ya no querrías volver.

ANTONIA: Quedamos para hablar. (Silencio). Otra vez.

FERNANDO: Y volví a acordarme de un hijo al que le encantan las fresas con nata, cundo tú las comiste.

ANTONIA: ¡Qué ricas!.

FERNANDO: Viste pasar a un camarero con una copa de nata y fresas.

ANTONIA: Fue un capricho. (Ríen ambos) ¡Tú no quisiste tomar nada!

FERNANDO: Verte a ti comer aquellas fresas fue bastante. Mirarte me colma.

ANTONIA: Fue un día muy especial y ¡muy atrevido por tu parte!

FERNANDO: ¡El reencuentro!. (Silencio). Había decidido vivir mi sueño, ¡dejar que fluyeran mis sentimientos!, ¿por qué no?. Y contigo he tenido ¡tanta confianza!.

ANTONIA: A ninguna amiga le he contado lo que a ti. Ha surgido espontáneamente. Me palpitó aceleradamente el corazón cuando cogiste la cucharilla, sólo pusieron una. Y la de tu café, sólo largo de agua. Pero cogiste la mía. ¡Mira que fresco se ha vuelto!, pensé. Y me ofreciste para que las probara. Dije que comieras tú también, pero no quisiste. Pusiste tu mano debajo de mi barbilla, yo creí que me rozaría, y no, pero ese a punto de rozar me estremeció, tembló todo mi cuerpo de emoción. ¡Tanto tiempo sin vernos! (Silencio. Se miran. Sonríen). Pediste un cuchillo al camarero. ¿Para qué?. Menos mal que me hice la tonta.

FERNANDO: Te ruborizaste.

ANTONIA: ¡Cómo para no ponerse una roja como un tomate!. ¡Anda qué!. (Se ríen). Y tú luego dijiste: ¡broma!. ¡Caramba con la broma!.

FERNANDO: Siempre has sabido escabullirte. Eres sabia en el mundo de los sentimientos, en saber estar.

ANTONIA: Y tú ¡hala hala! con tu picardía. Partiste una fresa a lo ancho y “¿qué ves?”. Y otra a lo largo, “¿qué ves?”.

FERNANDO: Una fresa partida, me respondiste. Pero al observar que escabullías mi mirada supe que lo viste. (Sonríen)

ANTONIA: ¡Fuiste un golfillo!. Una señora respetable no puede ver esas cosas y menos delante de u hombre que no se al que se debe.

FERNANDO: Sellamos nuestra amistad profunda con aquel juego. (Antonia acaricia la mano a Fernando).

ANTONIA: Una confianza que me ha dado solidez como persona. He perdido el miedo a envejecer.

FERNANDO: Una vez coloqué, por una ocurrencia, una fresa entre las nalgas de mi mujer. ¡No veas que estallido salvaje!. Ella se mostró reticente al principio, pero ¡venga!. Fue algo majestoso. Exquisito.

ANTONIA: Si yo aparezco desnuda con una fresa en la boca ante mi esposo me dice que si estoy loca o que de quién lo he aprendido. No me llaman la atención esos juegos. Soy muy normalita (silencio) en la cama

FERNANDO: Yo te veo especial. Lo sabes. (Silencio). Fuera de la cama.

ANTONIA: A ratos no sé si lo nuestro es un mero juego de seducción.

FERNANDO: ¿Durante tanto tiempo?. No. (Se pone de pie). Jamás me acostaría contigo por acostarme y menos por una conquista. Perdería mucho nuestra relación. Podría, incluso, desparecer. Si surge, de una manera (silencio) espontánea no cierro las puertas. No quiero perder ni un átomo de lo especial que eres para mí.

ANTONIA: Y tú para mí. Casi casi hemos inventado la delectación. El placer de la mirada. La emoción del encuentro.

FERNANDO: ¡No me asustes!, ¿delectación?. ¿No será que me estás provocando?. (Ríe. Se sienta).

ANTONIA: No te hagas el inocente.

FERNANDO: ¿El indecente?, (tono burlesco) ¡vive Dios!.

ANTONIA: ¡Qué gracioso!.

FERNANDO: (Ase la mano de Antonia). Es broma.

ANTONIA: Ya lo sé. (Fernando acerca hacia él la mano de ella y le besa. Antonia sonríe con la cara inclinada hacia un lado). Nunca nos hemos besado para saludar ni para despedirnos.

FERNANDO: Me horroriza el típico saludo de mejilla con mejilla.

ANTONIA: Una vez la puse, cuando pensé que iba a ser una despedida y no chocaste la cara, colocaste tus labios despacio en mi mejilla y escuché su chasquido y sentí (silencio).

FERNANDO: ¿Qué?..

ANTONIA: Sentí. Como un relámpago que recorrió toda mi piel. Sin desear más. Sorprendida.

FERNANDO: Para mí fue una ventisca a través mi cuerpo. Lo hice a posta. Para acercarme a tu piel y sentir tu aroma y los nervios de adolescente al chocar mis labios a ti.

ANTONIA: ¿Los nervios?.

FERNANDO: La emoción. Me haces sentir como un chiquilllo. Volví al primer beso, como si fuera anterior a aquél. (Deja de asir la mano de Antonia). Es una sensación extraña. Mi primer beso a una chica fue en una discoteca. Lo había pensado y soñado muchas veces y me regodeé en imaginar tal sensación que me excitó. De joven qué difícil fue conseguir una pareja para el baile lento y quedar agarrado a una chica, sobre todo con desconocidas.

ANTONIA: Los chicos ibais como lobos hambrientos.

FERNANDO: También voraces de sueños. Buscábamos en la cueva a una princesa azul, pero la queríamos desnudar al instante mismo de conocerla con la mirada. El trajecito azul lo dejábamos a un lado. Es cierto. Hambrientos de carne devorábamos nuestros sueños. Apreté su cuerpo contra el mío y notaba sus senos y el roce de sus piernas como chispazos. Me pareció una chica atrevida. Le dije mi nombre y ella el suyo. Rocé sus labios con mis labios y no sé cómo sucedió la caída a sus labios para lugar a que nuestras lenguas se blandieran.

ANTONIA: “Espadas como labios” de Aleixandre.

FERNANDO: Espadas, sí, de fuego. Ella fumaba. De aquella se consumió tabaco dentro de las discotecas. No la había visto fumar, pero saboreé su humo pegado a su boca y la nicotina y fue exquisito por la sensación de electrificación que me produjo. Pensé que ya seríamos novios. ¿Adónde iríamos a acostarnos desnudos?. Hablamos un rato sin decir nada especial, aunque sí lo suficiente para saber que tuvo un novio que hacía la mili. Ella fue con una pandilla de chicas. Me besó para avisar a su novio, supongo que por alguna amiga, porque ella supo que él había ido de putas, o lo pensó. Bailamos suelto, yo fui feliz, pensé que me eligió. Nos besamos más, ella con sabor a un san Francisco y yo Coca Cola con Ginebra, no había marcas para elegir. Cuando pensaba en la belleza de sus piernas, conseguí tocar su rodilla y pensé en más. Pero no volvió. Fue estar un rato con sus migas, me dijo,. La esperé sin esperanza hasta el final de la velada. Quise pensar que la secuestraron o que no le gustó mi manera de besar o que dije algo impertinente o que no hablé lo suficiente. Para mí fue un beso inmenso, pero si recapacito en la historia fue tremendamente cutre. Aprendemos a amar sobre la marcha. Nos hemos creído que fuimos liberados. El amor libre latió en nuestras ideas volátiles y, sin ataduras, llegó a nuestras manos algo muy profundo sin ver que somos mancos de sentimientos. No pudimos coger ni siquiera la estela de aquellas ideas. Ideales.

ANTONIA: Mancos y ciegos. Porque los sentimientos son los ojos y las manos de nuestro ser. Y, sin embargo, queremos arrogarnos esos sentidos nosotros y hacemos que sean cuerpo ¡cómo si fueran herramientas nuestras!. Quienes no follan son infelices. ¿Y quienes follan? (Silencio) Igual.

FERNANDO: Todos fuimos psicoanalistas sin haber leído la obra de Freud. Y astrónomos sin mirar a las estrellas. El Tarot fue un juego de azar y el amor dejó de ser un destino.

ANTONIA: Cada día he recordado aquella caricia, la que me rozaste con el envés de tus dedos tal que una brisa, todavía la siento. (Fernando sonríe).

FERNANDO: Te pedí disculpas después. Tú callaste. (Silencio) Estuvimos en un bar, en una esquina de él para hablar un rato mientras que tomábamos café, como siempre. Estuviste triste por el comportamiento de una de tus hijas y porque te absorbían las labores de la casa y el trabajo. Dijiste que estando conmigo salías a volar un rato. Para mí fue un piropo, un halago, una emoción. E inclinabas la carita y tu mejilla puesta al aire, como si tu cuello fuera un tallo fino de amapola sonrosada y brillaba tan fina tu piel que pareció pedir un beso que no me atreví a dar, pero sí te acaricié al ver en tu piel luz como un reflejo, cuya suavidad en todo el mullido recorrido de mis dedos no llegó a incendiar tu piel que respiré encendido sin haber nunca percibido semejante sensación que, efímera, quedó y la fue trasportada en forma de caricia a ti, sin querer, sin saber, por sorpresa en el silencio de nunca más volver a saber si otra vez (silencio).

ANTONIA: Y ahí quedó pendida que yo no supe qué hacer, ni qué decir, o qué sentir paralizada que me hiciste percatar el desliz de las ondas de un lago en su suave oleaje.

FERNANDO: Tú sonreíste.

ANTONIA: Todavía recuerdo tu caricia rozada que casi, casi casi es el aire movido entre tu piel y mi piel.

FERNANDO: (Se levanta). Te cuerdas cuando hicimos con nuestras manos el columpio entre los dos. (Mueve un brazo estirado hacia abajo de delante atrás. Antonia se levanta con presteza, casi de un brinco).

ANTONIA: Sí. (Se asen las manos y andan balanceando cada cual su brazo unido al del otro). ¡Columpiamos nuestros sueños!, dijiste.

FERNANDO: Colúmpiate tú, te contesté.

ANTONIA: Tu siempre con tus indirectas, que yo las comprendía después, cuando pensaba en lo que dijiste, pero no me atreví a decir nada, porque sería comprometernos.

FERNANDO: Estamos comprometidos en una historia singular. (Se sueltan de las manos)

ANTONIA: Me preguntaba que ¿por qué con mi marido no puedo hacer lo mismo?. Par él es una tontería y seguro que dice que ya no somos niños. ¡Jugar, jugar!. Y yo diría lo mismo si él propusiera algo similar. Por inercia, sin pensar, catalogados ya los papeles asumidos nos dejamos llevar hasta que sucede algo que los interrumpe.

FERNANDO: Con mi esposa no me surge lo que tú llamas bobadas. Lo nuestro ¡fue tan espontáneo!, que me sentí trasportado por un viento de locura.

ANTONIA: Y si nos lleva tanto será mejor dejarnos llevar al (es interrumpida por Fernando)

FERNANDO: Ya estamos. (Se acercan a un borde asiéndose de nuevo las manos sin balancearlas, miran hacia abajo)

ANTONIA: (Ríe). Me quedé atónita aquella noche que yo había quedado a cenar con las amigas y fui, pero les dije que me dolía la cabeza, había pagado la cena y nos encontramos en la plaza del Parador. (Se alejan del borde).

FERNANDO: Yo a una cena de empresa, de esas tediosas reuniones de negocios fuera de los despachos. Pero mi mujer me puso una hora, ¡las dos!. ¡Y!.

ANTONIA: Me pediste que te dejara elegir un sueño. ¡Temblé!. ¿Y si tenía que decir que no?. Siempre la sospecha como una nube de tormenta. Porque paseando y al hablar nunca pasó nada entre nosotros, aunque fuera ¡mucho más!, pero por ser así, de ser descubierta, diría que simplemente me duele la cabeza y que te encontré por causalidad y que me acompañaste. ¡Qué casualidad!. ¿Qué no es el azar en la vida?.

FERNANDO: Se me ocurrió días antes aquello que te iba a proponer, lo imaginé, soñé, pero pensé que no me atrevería. Siempre me has dado ¡tanta confianza!, hemos hablado abiertamente de todo.

ANTONIA: La intimidad de la palabra es muy fuerte.

FERNANDO: Y su desnudez y desdén.

ANTONIA: Me acompañaste hasta cerca de mi casa.

FERNANDO: No he querido nunca comprometerte, si no te hubiera acompañado hasta la puerta del portal, como un buen caballero.

ANTONIA: Llegamos al comienzo del puente y te paraste. Te miré.

FERNANDO: Siempre que me miras me emociono.

ANTONIA: Dejabas que te mirase sin tu mirarme, como haces otras veces que blandimos las miradas.

FERNANDO: Y a ratos las aguantamos como si quedasen clavadas una en la otra.

ANTONIA: Me cuesta luego despertar de ti. Pero debido a aquella ocasión vez percibí que algo te pasaba.

FERNANDO: La falta de atrevimiento y la decisión de decirlo a la vez, como dos olas que cuando chocan se hacen una más grande y así fue.

ANTONIA: Todo circunspecto te pusiste frente mí.

FERNANDO: Temblome el cuerpo. La garganta estrecha estuvo para hablar, que apretada sin decir las palabras y las hube de sacar como un corcho de una botella de champán.

ANTONIA: Y yo esperando que dijeras lo que fueras a decir, ¿qué?. ¿Acaso no fui una llama de la vela que pudiérase apagar?. ¿Y si fuera lanzar un cubo de agua, un chorro de hielo a toda la historia vivida y no dejar rastro ni rescoldo porque yo pensé decir que no y perdona. Te pedí en mi pensamiento perdón porque ya de antemano iba a ser “no”.

FERNANDO: Me gustaría cumplir un sueño, te dije. Atragantándome con las palabras que tenía que continuar diciendo.

ANTONIA: ¿Más no había confianza?.

FERNANDO: Sí, pero aún así es difícil de explicar. Pudiste pensar que estoy loco.

ANTONIA: Y yo más. Y mi escudo iba ser el “no”.

FERNANDO: Que dolor oír ahora que no, aunque fuera que sí.

ANTONIA: Estuve a punto de dar una respuesta negativa, porque ir en brazos de un hombre compromete. Pero se me escapó decir “sí”. ¿Y qué de malo tiene querer llevarme en brazos para recorrer el puente?. Lo pediste inocentemente, con ilusión. Y me fui preguntando si hice mal, si engañé de esta manera a mi marido. Aun si hubiéramos hecho el amor ¿es malo?, ¿qué es? La lealtad es un código, los sentimientos siguen su curso, no tienen el lenguaje de las claves cotidianas ni de las normas que se convierten en corazas y jaulas. ¡Qué miedo tenemos a que nos pongan los cuernos!. ¡Qué expresión más fea, más horrible! Y es cierto. ¡Yo lo temo! Y al desamor. Es una estocada que parece que se clavan los oprobios de la cornamenta. Pero es más difícil y complejo vivir una amistad sin escondernos, a la vista de todo el mundo: en el bar, paseando. Cuando me llevaste en brazos pasó gente que nos vio. Me hubiera gustado contárselo a mi marido, pero ¡es imposible!. Montaría en cólera, ¿qué le podría explicar?, ¿que fue un juego?. Y nos separaríamos, pero le amo, ¡le amo!. No quiero sentirme culpable, ni ante él ni ante mí. ¿Es acaso un engaño el silencio?. ¿No sería más engaño no sentir y que todo siga igual?. O peor: no hacer caso de los sentimientos, atrofiarlos. Entre nosotros quedó claro desde el comienzo que íbamos a quedar para vernos y hablar, para estar juntos, nada menos.

FERNANDO: Te lo dije con mucha seriedad: “quiero que quede clara una cosa”. Fue cuando planteaste no volver a vernos, porque se removían en ti sensaciones y sentimientos contradictorios. Temimos los dos apegarnos mutuamente.

ANTONIA: Y hubiéramos arrancado de cuajo todo lo vivido después.

FERNANDO: Y temimos por nuestras respectivas parejas, porque nunca hemos querido formar una nosotros.

ANTONIA: Quiero a mi marido, y sueño su compañía. Me he dado cuenta de que en las parejas se dan demasiadas cosas por supuestas, lo cual es irremediable.

FERNANDO: Por supuesto. Y al contrario descubro cada vez que nos vemos que eres lo mejor que me ha sucedido en la segunda mitad de mi vida. Hay otras muchas cosas, pero que vienen de antes. Como algo nuevo que se asemeja a un potrillo interior que acaba de nacer y trota y se cae y corretea por la pradera, así fuiste tú dentro de mí. Y te dije que no te necesito ni afectiva, ni sexualmente, ni para nada intelectual ni de relaciones sociales, ni para ocupar el tiempo, a pesar de lo cual te dije que me encanta estar contigo, escuchar tu voz, salir a pasear, tomar un café y charlar. No sé por qué. (Se acerca a la mes. Bebe de la taza)

ANTONIA: Ni lo sabremos nunca. Te contesté que diría siempre lo mismo y con las mismas palabras, aunque no sirva para nada vernos, tal es su valor. Aquello que que no vale es lo inmenso porque no lo abarcamos.

FERNANDO: Un valor que no cotiza.

ANTONIA: Por eso no lo entienden quienes cotillean de nuestros encuentros para tpr con sus palabras nuestra inocencia que les hace culpables.

FERNANDO: ¡Ay!. “Me gustaría atravesar el puente llevándote en brazos”, dije. ¡Me atreví! (Antonia se coloca delante de él)

ANTONIA: Ahora soy yo quien te lo pide. (Los dos sonríen)

FERNANDO: No hay puente.

ANTONIA: Están tus brazos, estoy yo.

FERNANDO: Estamos los dos. (Antonia mueve el cuerpo y gesticula para que le coja. Fernando se acerca y la sujeta en volandas con sus brazos. Ella se abraza a su cuello. Fernando pasea con ella en brazos. Se escucha el sonido de las olas. Se miran a los ojos. Antonia sonríe. Fernando se para, deja que Antonia se ponga de pie sobre el suelo. Deja de oírse el sonido del oleaje) Me emociona igual que la otra vez.

ANTONIA: Y a mí.

FERNANDO: Siempre que quedo contigo a tomar un café me entran ganas de reír. ¡Tanto! que una vez me puse a cantar en alto. Mi mujer dijo (con voz afeminad) “ni que fueras a ver a la novia”. ¡No supe qué decir, ni qué hacer! Me quedé paralizado. No he vuelto a cantar nunca más.

ANTONIA: Ella sabe lo nuestro.

FERNANDO: ¡Lo nuestro!: que quedo a tomar un café con los amigos y compañeros de trabajo, que van mujeres entre quienes vamos, sí y una señora muy callada que eres tú.

ANTONIA: ¿Y si sabe que estamos solos?.

FERNANDO: Que a ratos sucede lo sabe, lo intuye. Que sea como es lo verá raro, considerará que le he engañado, cuando lo que hice fue contar nuestros encuentros, adaptado lo que dije a la comprensión de las circunstancias. (Con ironía). Es que no han venido los demás. ¿Te imaginas que digo al llegar “he estado con Antonia, lo hemos pasado muy bien”. ¿Qué crees que pensaría?. Y si le explico que hemos estado en una pompa fuera del mundo pensará que he bebido. A mí me gustaría que supiera y aceptara nuestros encuentros a solas. Para que no tuviera sospechas le dije que si te diera un beso se lo contaría, para que viese que entre tú y yo no hay nada que no sea amistad, una amistad especial.

ANTONIA: A mí me gusta hablarte de mis cosas. También hablo sobre cosas mías con mi marido. De lo nuestro ni a mis amigas. No lo entienden. Creo que se está perdiendo una forma de sentir el mundo, porque la humanidad se ha escondido demasiado de sí misma. Tanto que y no nos reconocemos.

FERNANDO: ¡Cuándo se amaba a las prostitutas!, ¡fue una forma de amor, de cariño! En los viejos tiempos muchos varones tenían su prostituta, ¡la suya y de otros, pero la suya de siempre mientras que estuviera con él. Y dejaban que enseñara a sus hijos y no se hablaba del tema, ni comentario alguno. Ha sido una forma de sentir que hoy desaparece. Aunque algunos hoy insistan con la misma puta no es lo mismo. Ahora se llama “fidelizar al cliente”, cuatro carantoñas y teatro afectivo. Las prostitutas amaban a sus clientes, hablaban con ellos y ellos con ella. Conozco amigos que tienen celos de las prostitutas con las que van, ¡manda cojones!, ¡si es su oficio! No lo pueden remediar. Se creen especiales. Padecen la dependencia sexual, sin amor que valga, pero al menos es un estímulo para ellos. El dinero que ganan adquiere un sentido, vender lo que hay que amar y gozar es el alma del sinsentido de gastar. ¿Dónde ha desembocado la historia?

ANTONIA: La prostitución degrada a la mujer y a quien paga.

FERNANDO: ¿Qué no degrada la modernidad?, ¿qué no compra y vende?. ¿La libertad sexual no iba a acabar con la prostitución? Ha aumentado mil veces más. Todo está prostituido, el empleo, la política, la economía, el arte, la cultura, ¡todo! del uno al otro confín… Vivir se ha devaluado y no tiene valor. Nada tiene sentimiento porque ha sido extirpado. Yo estaba casado, con hijos, había terminado de pagar la hipoteca, un buen puesto en la empresa. Mi equipo de fútbol ganó la liga. Había triunfado. Sólo tuve que dejarme llevar. Con medio siglo cumplido había vivido la vida. Pero ¡de repente! apareciste en mi vida, dentro de mí, sin proponérmelo. Ha supuesto una revolución interior.

ANTONIA: También para mí. (Se sienta)

FERNANDO: ¿Cómo decirte?, ¿cómo poder explicar que es algo que me traspasa, que no lo puedo esquivar, que atraviesa mi ser sin yo saber, ni querer?. Me pregunté ¿qué hago cuando mi corazón ha vuelto a latir!. Otra vez el mar embravecido, otra vez. Sí, otra vez. Y sentí tu piel en la distancia, como si la tocase con el recuerdo. Y por más que quise no acordarme, no pensar en tu imagen, entrabas como lo hace la luz por un cristal y me iluminas por dentro y me inflamas emoción, tu palabra, tu sonrisa (le interrumpe Antonia).

ANTONIA: Lo escribió un poeta (piensa), Neruda: “Me gusta cuando callas porque estás como ausente / distante y dolorosa como si hubieras muerto. / Una palabra entonces, una sonrisa bastan. / Y estoy alegre, alegre de que no se cierto”.

FERNANDO: Así es, como si no fuera cierto, pero lo es y, sin embargo, se esfuma. No puedo evitar lo que siento. Y quisiera contarte que han cambiado mis sentimientos que parece que parten de un calidoscopio.

ANTONIA: ¿Han cambiado?

FERNANDO: (Se sienta). No sólo de nombre (silencio, tartamudea después). He descubierto nuevas maneras de sentir. Es como si pensáramos que todo lo emocional fuera lo mismo y no lo es. Tiene sus matices He luchado por mantener nuestra amistad, sin dejarme llevar por desencantos, a veces imaginarios.

ANTONIA: No me lo has contado nunca.

FERNANDO: (Deja de tartamudear) Porque no lo sé contar. Y hasta te reirías de mí.

ANTONIA: ¡Tonto!. Sabes que no.

FERNANDO: He ido dando palabras a todo lo que he sentido para poderlo entender.

ANTONIA: ¿Palabras?

FERNANDO: Sí.

ANTONIA: Las palabras ocultan la realidad. Yo no sabría explicar (es interrumpida)

FERNANDO: ¿Qué?

ANTONIA: Lo que siento.

FERNANDO: Yo sé que ha sido algo diferente a todo lo que he sentido anteriormente. He descubierto que en dos ocasiones anteriores me traspasó algo, una sensación que me hizo sentir atraído por dos mujeres sucesivamente, pero no dejé que trascurriera, no dejé que fluyese. Tú lo has hecho tan fácil, quisiste quedar conmigo, sin más, para tomar un café alguna vez. Y hemos paseado y hablado. ¿Por qué?. Pudimos no habernos vuelto a ver.

ANTONIA: Quizá fuera la mezcla de muchas cosas. Hay rincones oscuros en las personas. Para mí que no insistieras, que no insinuaras, que no pretendieras llevarme a la cama lo percibí como un sentimiento de bondad que me llegó a lo más hondo y todavía me ilumina.

FERNANDO: Te vi tan sola (silencio). Luego vi que no lo estás.

ANTONIA: Hay momentos de soledad.

FERNANDO: Un amigo me contó un vez que el momento más intenso de soledad sucede después de hacer el amor.

ANTONIA: ¿Tú estás de acuerdo?

FERNANDO: En el momento de culminar sí. Es un instante en que quedas como adormecido, agotado, quieto. Pasa desapercibida una sensación tan fugaz como intensa. Luego vuelves a ti y a la otra persona, si es que no te vas: vienen las caricias, los besos que gotean, el abrazo. A mí no me agrada que me pregunte “¿te ha gustado?”.

ANTONIA: ¿Contestas?

FERNANDO: Sí. Digo que no me gusta, que me encanta. (Sonríe). Respiro y me doy cuenta de que amar, un forma de amar, es algo corporal y aumenta el deseo no sólo de volver hacer el amor, sino de penetrar en la otra persona, en su vida, en su piel, en su historia, en sus pensamientos y en estar como foco de lo que sienta.

ANTONIA: ¿Te pone nervioso hablar de tus intimidades?

FERNANDO: Contigo no. (Silencio). No sé por qué. (Se miran los ojos) Me cautivó tu mirada.

ANTONIA: ¿Te has fijado la cantidad de palabras que hay de la guerra y la caza en el lenguaje del amor?. Muchos poetas fueron soldados.

FERNANDO: Me siento cautivo realmente.

ANTONIA: ¿Soy tu carcelera?

FERNANDO: Los sentimientos nos sorprenden.

ANTONIA: Y arrebatan.

FERNANDO: Nunca te he oído decir que me amas.

ANTONIA: Ni tú a mí.

FERNANDO: Podría decírtelo, pero es otra cosa.

ANTONIA: ¿Otra cosa?. Sí.

FERNANDO: Las palabras visten lo que es trasparente, aquello que no se ve si no es con un traje puesto. A mí me gustaría (silencio, se levanta) contarte mis sentimientos, qué he sentido, qué dejé de sentir, cómo aparecieron nuevas sensaciones y vestir con la palabra lo que te quiero contar. (Anda deprisa y mueve las manos).

ANTONIA: ¿Te pones nervioso?

FERNANDO: Sí.

ANTONIA: Tenemos confianza, ¿no?

FERNANDO: Me cuesta incluso pensar sobre nuestra relación. Sentir lo que he sentido me, me, me. Es difícil hablar de esta cuestión. Tampoco sé por qué desapareció algún sentimiento inicial y aparecieron otros, o actuó el mismo de manera diferente, con otro disfraz. .

ANTONIA: ¿Por mí culpa?. Nunca me has dicho nada al respecto.

FERNANDO: Son sensaciones interiores. En realidad es más el sentimiento que tú, porque no lo hemos hecho adrede, sino que ha surgido. Tú, tú, tú (piensa) has sido la llave, has abierto una puerta por lo que han entrado sentimientos, o han salido. No sé. Con mi mujer otros. ¡Pero no tengo por qué renunciar a sentir!. No sé.

ANTONIA: Desde que quedamos para tomar un café he querido más a mi marido porque sentir llega más lejos, es más intenso y también en relación él. Incluso sexualmente es como si hubiera rejuvenecido. (Sonríe)

FERNANDO: Qué poco sabemos.

ANTONIA: Si no fuera por ti nunca hubiera imaginado algo así.

FERNANDO: Necesito dar nombre a lo que siento. Porque los sentimientos con respecto a ti han sido diferentes.

ANTONIA: Te escucho.

FERNANDO: (Anda despacio de un lado a otro) Con respeto a mi esposa es un sentimiento que se ha extendido dentro de mí, como si fuera el mar. Lo tuyo han sido chispazos, reflejos de ese océano que hace ver olas y crea el oleaje (silencio; se escucha el sonido de las olas) Las palabras se han hecho para lo que queda lejos de sentir, no explican suficiente. Con las palabras se enseñan los átomos, las ecuaciones, los huesos del cuerpo humano, le métrica de los versos (silencio) La poesía es un reflejo, sólo un reflejo.

ANTONIA: Los versos hacen de los sentimientos metáforas.

FERNANDO: He querido escribir y no he podido poner ni una palabra. Nunca había sentido un impulso así. Cuando voy a dibujar las letras sobre el papel no sé que contar. ¿No me sale nada!

ANTONIA: Yo sí. He escrito para mí, me sirve para recordar. Y ¡cómo chocan unos sentimientos con otros!. Al menos me he desahogado no sé si llorando, riendo o al volar en los versos. Y cuando hablo contigo descanso, porque todo lo que siento es tan normal a tu lado. Si le contara a mi marido algo de esto que siento lo interpretaría ¡mal, mal, mal!. Cuando estoy contigo la corriente del río se hace remanso.

FERNANDO: Se interpreta mal la poesía. Los versos ¡oh!, cuando señalan estados que son gestos, miradas, pero ¡no la palabra “mirada”! A mí no me importaría estar a tu lado sin decir nada. (Silencio) Eres mi regazo.

ANTONIA: A mí el silencio, cundo estoy tu lado, me acaricia. (Se pone de pie) Incluso sabiendo que lo que nos une es tan fuerte sin saber qué es, no me importaría estar lejos, siempre con la esperanza de volvernos a ver, para charlar, para tomar un café enfrente uno del otro.

FERNANDO: ¡Es tan sencillo!.

ANTONIA: ¡Y cómo se complica dentro de nosotros! y fuera. (Se sienta) Pero me ibas a contar.

FERNANDO: Sí. La tercera vez que nos vimos, que quedamos para tomar un café, ¿te acuerdas?

ANTONIA: Sí.

FERNANDO: Para mí eras una mujer, una curiosidad. No tuve ya intenciones de ligar, ni nada. Se había creado esa situación entre nosotros, me sentí muy cómodo. A gusto. Y sobre todo empecé a percibir sensaciones inmateriales: ¡sentir!.

ANTONIA: Sentir ¿qué?. (Da un sorbo a la taza).

FERNANDO: Fue cuando brindamos, tú con tu taza y yo con la mía.

ANTONIA: Fue durante nuestro tercer encuentro en que estuvimos sentados. Propusiste tú el brindis. No supiste por qué brindar y al final ¡por el café!. ¡Qué risa!. A mí me hizo gracia, no sé por qué.

FERNANDO: Me miraste en el momento de brindar con un gesto de timidez y sonrisa pilluela y me quedé mirándote. Luego esa imagen de ti se repitió una y otra vez. Y cuando nos volvimos ver, en el mismo lugar, en la misma mesa, en la misma silla, en cada ocasión te vi más bonita y hermosa, como si irradiases belleza. Dento de mí tu imagen se convirtió en luz. Tuve fiebre dos días después. Dijeron que fue una gripe, pero yo supe que fue tu impacto en mí, porque ¿por qué no antes? Fue algo, un chispazo que me fascinó. Te convertiste en una fascinación para mí.

ANTONIA: ¿Y ya no?. (Apoya el codo en la mesa, y la cara sobre la mano. No deja de mirarle, seria. Habla con languidez). Hablas en pasado.

FERNANDO: Deja que te cuente, espera, espera. Es un historia de sentimientos, que, que, que, que (silencio, toma aire) que depende de mí, que… pero espera que te explique. Tenía ganas de contártelo, nunca había surgido y ya que ha salido el tema déjame que te lo aclare. (Antonia, con una mejilla apoyada en la mano mira el suelo). Cada vez que quedamos al principio estuve fascinado. No fue amor, ni deseo, ni una pasión desenfrenada, sí un cariño, pero sentir sentir fue fascinación. Había pasado el año cuando (interrumpe Antonia)

ANTONIA: (Habla mirando a la mesa. Deja de apoyar el rostro sobre la mano) Dos días después de que fuera el primer aniversario de la fecha exacta de cuando nos sentamos a la mesa llevaste una flor y dos bombones para celebrarlo tomando el café como siempre. Yo no había llevado la cuenta de aquella fecha. Me hizo mucha ilusión. ¿Qué pasó después entonces? Todo pareció igual.

FERNANDO: Sí. Luego me explicaste, porque te pregunté un poco indirectamente y no fue nada, pero los sentimientos son así, sorprenden, aparecen, se van, vuelven otros. Es como lo he vivido. Pero es tan maravilloso. Porque he descubierto que surgen a pesar de. Los sentimientos son a pesar de que estemos casados, de que ame a mi pareja y la quiera y de que disfrute con ella. A pesar de no necesitar un efecto especial, a pesar de tener historias diferentes. A pesar del que dirán. Incluso sería igual, a pesar de que me despreciaras, con tal de que nos viéramos alguna vez.

ANTONIA: Eso es lo grandioso, sí. Y, sin embargo, se niega, se niega, ¡se niega! ¡Yo misma hubiera negado sentir de no haber quedado contigo!. Lo habría rechazado. Y hubiera arrancado de cuajo lo que no encajase con mi rutina. Nunca imaginé una sensación tan especial. Para mí siempre ha sido una sensación especial. Te quiero. Te quiero como estamos ahora, hablamos, nos vemos, nos contamos cuestiones de las que ¿con quién las hablamos?.

FERNANDO: ¿Somos dos psicoanalistas?. (Ríe).

ANTONIA: (Sonríe). ¡Tonto!. Fluyen sentimientos entre los dos, por encima de nuestra vida personal. ¿Qué podemos hacer?, ¿cortar lo que sentimos? ¿Podar nuestra vida?

FERNANDO: He descubierto contigo que hay muchos sentimientos y matices de los mismos. Más de con los que jugamos en la sociedad y en el mundo.

ANTONIA: La literatura los mezcla, confunde las sensaciones y se viven equivocadamente. Por eso Ana Kererine y madame de Bovary se suicidan. Con ellas se suicidó su sociedad. Hoy lo hace sin personajes que acompañen su caída.

FERNANDO: El mundo de hoy, ¡y siempre!, hace que los sentimientos se supriman. Al bebé le decimos que la teta es mamá, o simplemente que es la teta, no le decimos que la teta es una mujer, ni que es la vida. No, el sentimiento más directo es ya la propiedad: mi mamá, mi papá, mis juguetes, mi abuelo. Y biologizamos los sentimientos: es un pecho. Alimentamos el cuerpo, nuestra posición familiar: ser hijo, sentimos el amor a mí, no a un ser humano.

ANTONIA: Sentir nos hace ser (habla Fernando) Al deformar lo que sentimos nos corrompemos como seres humanos.

FERNANDO: Sentir nos hace ser.

ANTONIA: Jamás hubiera entendido esta sensación si no te hubiera conocido. Es el trasfondo del arte, que grita en el vacío.

FERNANDO: Si no hubiéramos quedado a tomar un café y hablar todo hubiera sido ¡tan diferente para mí!.

ANTONIA: Y mirarnos.

FERNANDO: Y ser clandestinos al mundo.

ANTONIA: Yo te fascinaba, te fascinaba, como si hubiera pasado. Par mí volver encontrarnos es un curiosidad

FERNANDO: No podemos elegir los sentimientos. La fascinación despareció. No tuviste la culpa, lo sé, y tampoco de no poder crear nuevamente las mismas sensaciones. Fueron a verte dos amigas y cuando llegué dijiste que no molestase. Y fui a la semana siguiente, me habías dejado pagado el café y cuando me fui a sentar te levantaste y te fuiste. ¡Menos mal que dijiste que hasta el próximo día! Me cabreé. Pudo haber terminado todo, pero luché para que se mantuviera la amistad. Pasaron siete veces que nos habíamos y, y, ¿te acuerdas? Estuviste muy borde. Me rompí por dentro.

ANTONIA: Estuve asustada. Muy asustada. (Silencio) ¿Hasta cuándo ese despojo de mí?.

FERNANDO: La siguiente vez que nos vimos estuvo lloviendo. Al salir te cubrí con mi paraguas para acompañarte hasta la parada del autobús.

ANTONIA: Siempre has sido muy galante.

FERNANDO: Si vieras como me gusta estar a tu lado. Un segundo más es la gloria. Parece una tontería, pero es así.

ANTONIA: Yo tampoco puedo evitar sentir lo que siento. ¿Por qué tengo que señalarme como culpable?.

FERNANDO: ¿Qué siento? ¡Averigüé que es lo que sentí después de aquel encuentro! Te vas a reír, vas a pensar que estoy majara. Brotó cuando te vi sonarte la nariz, se te atascaron los mocos. Luego recordaba cómo lo hacías y tu intento de disimular y te goteó una moquilla por la nariz. Me encantaste de esa manera tan natural y espontánea. Sentí estar encantado, ¡estar encantado! Hasta que meses después llegabas con tu dolor de cabeza, con tus problemas a cuestas sin solución, que si la chica que te hace la casa no plancha bien. Parecías ausente. Y yo intenté seguirte, pero no me mirabas.

ANTONIA: Quise dejar de vernos, pero no pude. No estuve asustada, sino aterrorizada de no poder controlar que estuvieras a mi lado aunque ya te hubieras ido.

FERNANDO: Igual que cuando se va la niebla se fue, el encantamiento también, ya no respiré esa tensión de verte, y dejé de canturrear cuando iba tu encuentro, dejé de perfumarme con una colonia dedicada a ti. Me dije que queda la amistad. Un día mientras que hablamos me asiste la mano, ¡ay!, sentí una emoción especial. Y sigo emocionado. ¡Y quiero defender sentir!. Sentirte y percibir la emoción de volver a quedar para estar juntos.

ANTONIA: (Se levanta). Y yo. Lo que sucede es que para mí es una nube, cada vez de una forma, a veces oscura, a veces llueve, otras difuminadas. Aunque escampe siempre se evapora algo de nuestros momentos. Son nubes, sentimientos a los que no pongo nombre, ni me fijo en su forma. Son nubes. (Se asen las dos manos) A veces he tenido miedo de que se desate una tormenta. ¿Si sucede qué hacer?

FERNANDO: No sé. No he tenido ese miedo. (Separan sus manos)

ANTONIA: La pasión es el sentimiento del cuerpo.

FERNANDO: ¿La has vivido?

ANTONIA: De joven. (Silencio) Un tormenta: truenos, relámpagos, oscuridad. Sucede en días de sol.

FERNANDO: ¿El qué?.

ANTONIA: La tormenta. ¿Y tú?

FERNANDO: No del todo, no cómo imagino que es.

ANTONIA: La piel se hace sentimiento. Puede llevarte al abismo o a la orilla del mar. No puedes remedirlo una vez que se desata la tormenta.

FERNANDO: ¿Si lo nuestro hubiera sido pasión?.

ANTONIA: Nuestras respectivas parejas habrían zozobrado. Siempre hay zozobra, por eso hay que ser buenos navegantes en la vida. Nunca sabemos qué se nos va a aparecer. Incluida la pasión. (Da unos pasos alejándose de Fernando) Si surgiera ¿te acostarías conmigo?

FERNANDO: ¿Cómo hermanos?

ANTONIA: ¿Harías el amor conmigo? (Fernando camina despacio) ¿Te incomoda la pregunta? (Silencio)

FERNANDO: No me molesta. Me emociona hablar así, con las palabras en la mano y con la emoción de estar a tu lado.

ANTONIA: ¿Y?

FERNANDO: ¿Por qué lo quieres saber?

ANTONIA: ¿Nunca te lo has preguntado?

FERNANDO: Quiere decir que tú sí lo has hecho. (Antonia sonríe)

ANTONIA: He sido yo quien ha hecho la pregunta.

FERNANDO: Seré yo quien responda, de acuerdo. Lo haré con absoluta sinceridad. (Se sienta)

ANTONIA: Eso espero.

FERNANDO: (Dubitativo). No aceptaría una relación sexual, porque, no me saldría de dentro si quedásemos para hacerlo. (Imita la voz femenina). “Mañana quedamos en el hotel Hamiltón y nos acostamos, sin que se entere nadie, o que lo sepa todo el mundo, te quiero mon amour”. (Habla con su tono de voz). Te diría que no. No es buena idea diseñar los momentos.

ANTONIA: ¿Seguro?.

FERNANDO: Seguro. No quiere decir que no te desee, sino que nuestro acercamiento tiene otro cauce. Lo contrario de lo que cree todo el mundo cuando nos ve pasear juntos por la calle o cuando nos observan mientras que tomamos café y charlamos. ¿Qué crees que pensaría cualquiera que nos viera aquí?, ¿que creería que estamos haciendo?. Otra cosa es que surgiera de repente, que esas miradas se convirtieran en beso o que yo te acariciase para escribir un verso sin palabras en tu mejilla. Me dejaría llevar, interpretando que por un momento quedamos fuera del mundo, de nuestros respectivos mundos.

ANTONIA: ¿Lo ocultarías?

FERNANDO: (Se sienta. Silencio) Me lo ocultaría a mí mismo. Pensaría que fue un sueño. (Se ríe). No, no, no. Esto es retórica. No vale. Es que ¿cómo hablar de algo así con mi pareja sí sería casus belli romper nuestra relación?, ¡cuándo no lo es!. Están los sentimientos tan invertidos que hablas de ellos y es lo contrario de lo que quieres decir. ¿Es un traición?. Es un silencio. Es, ¿como te diría?. (Queda pensativo) Tampoco es una ausencia, ni un hueco en la relación de mi esposa y mía.

ANTONIA: ¿Por qué sucede ese otro sentimiento?. Yo me siento culpable. (Silencio) ¿Y si es tal culpa la que nos frena?.

FERNANDO: No.

ANTONIA: Yo no digo nada a mi marido. ¡Ojalá pudiera decir “me siento muy a gusto con otro hombre”!. O me he acostado con otro y he gozado a tope. (Ríe). Se quedaría con los ojos abiertos sin parpadear (imita tal gesto). Quedaría helado. Muerto. Si me lo dijera a mí diría que es un canalla, ¡un cabrón!, que me ha engañado. Sólo de pensarlo le mataría con mis propias manos.

FERNANDO: No digas eso ni en bromas.

ANTONIA: Es lo que siento. Él sería incapaz de preguntar lo que yo quisiera que me preguntara a mí, ¡a mí!: qué siento, si sigo sintiendo lo mismo hacia él. Y le diría que sí. Y más, que le quiero más. ¿Qué hacer entonces?

FERNANDO: ¿Escribir un poema sobre la encrucijada?

ANTONIA: (Se sienta abatida). No sé. Mi temor es que si tuviéramos una relación sexual todo puede cambiar entre tú y yo.

FERNANDO: ¿Se rompería el encanto?, o la emoción del momento de vernos, pero el caso es que no ha surgido. Y tampoco hemos impedido nada.

ANTONIA: Pero es que esto que vivimos tampoco lo podemos contar. Nosotros mismos no lo entendemos. Los sentimientos suceden a vida o muerte. De no ser así es que los hemos enterrado.

FERNANDO: A medias tintas.

ANTONIA: Yo ni tan siquiera así. ¿Qué cuento?. “Siento algo por una persona”. “¡Pues vete con él!”, me dirá. Y todo el mundo le daría la razón. No me dejaría explicar que a él le amo. ¿Puede cruzarse un rayo de luz con otro?, como si fueran dos días al mismo tiempo y dos tiempos a la vez.

FERNANDO: Vivimos como si atravesáramos un túnel.

ANTONIA: Amamos en un túnel. Una salida, una entrada. Apenas hay luz. (Se pone de pie). Imagina que digo a mi marido que no te he tocado, que no nos hemos besado, que no ha habido cama de por media, que nada de nada, pero que sentimos algo, que por eso quedamos para pasar un rato juntos. Pensaría: ¿y para qué?. No se lo creería, pero aun creyéndolo se enfadaría y me diría “¡vete con él!”.

FERNANDO: Cuando lo más seguro es que no fuéramos capaces de convivir ni un mes juntos.

ANTONIA: Es curioso. Mi marido y yo nos hemos masturbado uno en frente del otro.

FERNANDO: A mí me gusta que me estimule ella con sus dedos de pitiminí, mientras que yo agito su clítoris. Y juguetear con los dedos.

ANTONIA: ¿Ves?. Tú y yo lo estamos hablando. Pero con mi marido hablar se reduce a una insinuación, a una frase contestada con un monosílabo. No sólo él, ¡yo también!. (Se pone de pie). Se da por sabido todo. Pero es cosa mía. Si mi marido comenta algo soy yo quien dice “calla, calla!”. Y no me sale hablar más. Aunque quiera no soy capaz.

FERNANDO: Si no sale no sale.

FERNANDO: Quizá es que lo nuestro viaja en las palabras.

ANTONIA: Y, y. (Silencio)

FERNANDO: ¿Y?

ANTONIA: Me da vergüenza decir lo que te iba a preguntar.

FERNANDO: No te cortes.

ANTONIA: En la palabra y en la imagen, a lo mejor pensamos el uno en el otro. ¿Tú no recuerdas que hayas pensado en mí de una manera especial?

FERNANDO: Me vienes a la cabeza infinidad de momentos.

ANTONIA: ¿Te has masturbado alguna vez pensando en mí?.

FERNANDO: (Se levanta. Da unos pasos. Se miran en silencio) Muy pocas. Si te digo la verdad en tres ocasiones.

ANTONIA: ¿Las recuerdas?

FERNANDO: Sí. Bueno han sido dos veces, en realidad. La tercera fue mientras que hice el amor con mi mujer (pensativo) mi mujer, mi pareja, mi esposa, mi compañera. Siempre eso de “eres mí, yo soy tuyo, mi casa, mi coche, mi puesto de trabajo, mi calle”. Todo lo hacemos nuestro. El caso es que me sentí después fatal, no sé si culpable, pero no quise imaginarte, surgió tu imagen. Apareciste exactamente como si fueras tú. Me pareció mal, pero no lo pude evitar. Las otras dos veces fue durante respectivas siestas en las que me eché solo, empecé pensar y si Antonia, y si Antonia y la imaginación se hizo carne. Pero no me ha gustado pensar en ti para excitarme. ¡Ha quedado tan claro entre nosotros!

ANTONIA: Nada es trasparente del todo.

FERNANDO: ¿Y tú?

ANTONIA: ¿Yo?

FERNANDO: ¿Has pensado en mí alguna vez, mientras que (silencio)?

ANTONIA: ¿Las preguntas son siempre de ida y vuelta?

FERNANDO: (Ríe). Sí.

ANTONIA: Nunca hasta el final. No pocas veces me he acariciado pensando que son tus caricias, no como un deseo, sino como un sueño. Durante los duermevela en la butaca una sensación como si me acariciases y escribieras versos sin palabras en mi mejilla y en el cuello, las piernas. A veces después de gozar con mi marido, incluso abrazada a él tu imagen se ha hecho viento alguna vez, soplas sobre mí y tu aire ausente se convierte en mi piel. Y ¡no poder hablar de esto nunca! y temerosa de pensar porque me viene y tampoco quiero, pero viene, viene y trasgrede los sueños. Y beso a mi marido, gotean mis labios sobre su piel y le acaricio y le digo “te amo” y el viento, ¡el viento!.(Se sienta) Y me he preguntado ¿y si hiciera el amor con Fernando?, ¿pensaría en otro también?.Nunca nos han preparado ni dicho nada para una situación así. Y pensar que mi marido lo hiciera ahora lo entiendo, pero antes de percibir cómo vuela el sentimiento me habría horrorizado. (Silencio. Fernando se sienta) ¡Ay!. Y me doy cuenta de lo terrible que ha sido hacer el amor por condescender. En demasiadas ocasiones he hecho el amor por sujetar al macho mi lado. Con mi marido, para que no se enfade y evitar que se sienta mal conmigo, con un novio para atarle a mí y entregada no ser mas que cuerpo y aún así disfrutar, pero nunca había sentido ese hinchazón del aire que me rodea, que me toca como si de una piel se tratara. A veces sí percibí algo parecido, pero como un chispazo. ¿Acaso la libertad es posible en las relaciones cuando muchas no son correspondidas?. Y poder hablar con alguien sin que te invite a acostarte con él, ni haga insinuaciones, es algo maravilloso.

FERNNDO: En ocasiones nos hemos extralimitado.

ANTONIA: No, no.

FERNANDO: La culpa de esas dos veces que te dije fue por haberte regalado el vestido aquel, blanco con flores de colores dibujadas. Fue un atrevimiento por mi parte, lo reconozco. Tu no dijiste nada. (Ella se ríe).

ANTONIA: Me olvidé que fue un regalo tuyo. Lo guardé. Para ocultarlo, sí.

FERNANDO: Todo lo que imaginé fue con aquel vestido puesto.

ANTONIA: (Se pone de pie. Se acerca a él, le pone la mano sobre el hombro). ¡Este Fernando!. (Se miran. Ella aparta la mano). Disfracé aquel vestido.

FERNANDO: Fue un impulso regalártelo. Me latió el corazón como si huyera de un delito. Nadie lo podía ver. Lo guardé en el maletín del trabajo, ni quise que lo vieran mis compañeros, ni tan siquiera el paquete. ¡Viví la clandestinidad con él a cuestas!. Es increíble.

ANTONIA: Yo, sentí vergüenza al estrenarlo. Y (silencio)

FERNANDO: Dime, ¿te vestiste pensando en mí?

ANTONIA: (Ríe y se muerde los labios). Me lo puse sin nada debajo, descalza y todo. Dije ¿y si me viera Fernando con él puesto?

FERNANDO: Nunca te lo he visto.

ANTONIA: Ya lo sé.

FERNANDO: Pensé que pasearíamos un día yendo vestida con él. Lo imaginé.

ANTONIA: Lo he llevado puesto varias veces (silencio) junto a mi marido. Una vez en el cine para dejar que me acariciara los muslos y ver que le estaba esperando con una sorpresa que él debió de suponer. Otro día que quedamos a cenar los dos, le dije que hiciera como que se cayó la servilleta para que mirase. (Ríen los dos). Hace poco lo llevé puesto normal. ¡Una vez estrenado ya es para vestir!. Es muy bonito y me sienta muy bien. Me hace más joven. Mi marido quiso que me acostara con él ese día y al sentir sus caricias con la tela del vestido y ver como lo levantó ansioso me estimuló el deseo, la pasión. Él lo nota.

FERNANDO: ¿Y no pensaste en mí nada?.

ANTONIA: Cuando me lo probé. Antes también, en esos devaneos de sueños. Eres una distracción cuando estoy en Babia. Me gusta sentirme soñada por ti. Y también tocada y saboreada por mi marido y también el me sueña, supongo. También pienso en él. Sigue siendo un romántico.

FERNANDO: Pensaste sólo que te contemplaba.

ANTONIA: (Sonríe). Hacía años que no (silencio), desde antes de estar casada, antes de tener relación alguna. Fue, no sé. Me dio por ahí. No hubo nadie en casa. Y me probé un vestido que mi madre me obligó a poner para ir a de fiesta. Y jugué siendo una adolescente. (Se sienta) Me quité las bragas. Y me miré en el espejo del armario del dormitorio. Y me levanté el vestido. (Se tapa la cara con las manos). Y vi mi desnudez arremolinada en el vestido. Y, y. No pensé en nada. Empecé a masturbarme mirando como lo hacía. No te puedes imaginar que locura de placer y deseo. Y luego lo hice con la mano sobre la tela y me acaricié con la otra mano el pezón. ¡Estaba disfrutando del vestido a solas con él!. Años después quise regalar ese momento a mi marido. No le conté nada de lo que hice a solas, ¡por favor!, que vergüenza.

FERNANDO : ¿A mí sí?

ANTONIA: Sí.

FERNANDO: Hubiera preferido que el que yo te regalé no lo hubieras estrenado. (Se sienta).

ANTONIA: Entonces no habría sido un regalo.

FERNANDO: Me entran celos sin querer.

ANTONIA: ¿Celos de mi marido?. No hay compromiso entre nosotros.

FERNANDO: Es más que amistad.

ANTONIA: Complicidad. Por eso te lo cuento.

FERNANDO: Agradezco tu confianza. No elijo tener celos. Es una tontería, un delirio. Lo sé, pero (silencio)

ANTONIA: Mejor no hacer caso. ¿Te molesta que te lo cuente?.

FERNANDO: No. Me agrada. Te lo agradezco, pero me duele. Él disfrutó de mi reglo.

ANTONIA: Disfrutó de mí, ¡de su pareja!. (Silencio). Hablar puede ser sádico

FERNANDO: Ya lo sé, pero ¿acaso puedo remediar sentir lo que siento ante ti y esas cuchilladas que sé que no tiene sentido?. Los celos son la sombra del sentimiento posesivo. Deberíamos tener cuidado para no hacernos daño. ¿Qué no es posesión en este mundo?

ANTONIA: Alguna vez observo que me comes con la mirada.

FERNANDO: Se me van los ojos. A veces te acercas tanto cuando andamos juntos que noto tus pechos durosblandos que chocan con mi brazo.

ANTONIA: No me doy cuenta cundo nos chocamos, pero lo percibo y me agrada. Es un regalo que te hago (sonríe).

FERNANDO: Me gusta hacerte regalos.

ANTONIA: Y a mí. Pero algunos han sido un poco atrevidos.

FERNANDO: Más fueron los versos que tú recitaste en mi presencia, ¡como quien no quiere la cosa!

ANTONIA: De Carmen Matute. Fue un atrevimiento, lo reconozco, una pillería cordial con las palabras: “Te propongo / la dulzura del higo, / su carne sonrosada, / replegada y húmeda / como un animal marino…”. Y me regalaste una caja de higos bañados en chocolate. (Se miran a los ojos). Algunos los comí a solas sonriéndote en la distancia. Otros los disfruté con mi esposo. Es curioso que se enfadaría si supiera que hablamos de estas cosas, ¡se pondría también celoso!

FERNANDO: Pero él se comió el higo.

ANTONIA: Sí. Es un glotón.

FERNANDO: Me basta con que nos sigamos viendo. A mi esposa le sucedería lo mismo si le dijera que desde que quedamos la quiero más y con más intensidad. También a veces imagino que me sorprendes con un beso cuando estoy acostado y es ella quien me lo da.

ANTONIA: No aceptamos nuestros sentimientos. El mundo está ciego. La sexualidad es un función de la especie, del ser humano como animal. Los sentimientos son un invención la que pertenecemos. Se han pegado a nuestra piel. Nacen de la palabra. Nuestra naturaleza está atrapada por los sentimientos y el lenguaje. El orgasmo y no late par la especie, sino para el orgullo, para gozar sin más y ser el grito callado que funde la naturaleza y la palabra.

FERNANDO: Cuando nos dejamos llevar por los sentimientos, al menos en parte, no permitimos los de los demás. Somos egoístas por una orden genética.

ANTONIA: Porque no nos atrevemos a vivir con el corazón en la mano. (Fernando propone un brindis elevando su taza. Chocan las tazas. Sonríen). Es como si fuera de este momento no hubiera nada más. Lo natural duerme con el canto de los grillos de fondo y las voces convertidas en nanas.

(Fernando se levanta, se cerca hacia Antonia. Le ofrece la mano. Apoyada en ésta se levanta. No dejan de mirarse a los ojos.)

FERNANDO: ¿Bailas?

ANTONIA: (De la mano de Fernando). No hay música.

FERNANDO: Sí: tú y yo. (Bailan agarrados. Se escucha el oleaje. Al cabo de un rato Fernando besa la mejilla de Antonia. Se besan la boca mutuamente saboreándose). Me envenenas. (Antonia respira profundamente. Dejan de bailar, se alejan y quedan de espalda uno del otro)

Escena segunda

(Entran Luisa y Guillermo. Muestran cierta fatiga. Antonia y Fernando están cada uno a un lado dándose la espalda. No se percatan de que han llegado. Luisa y Guillermo miran a su alrededor, les ven).

GUILLERMO: (Señala a su mujer y mira a Fernando). ¡Ahí están!. (Antonia y Fernando se dan la vuelta asustados)

LUISA: ¡Os hemos pillado!, ¡vaya dos canallas!.

GUILLERMO: ¿O es que pasabais por aquí?.

LUISA: ¡Ibas a tomar un café!. ¡Ya!, ya, ¡como siempre!. Menos mal que encontré a este señor (señala a Guillermo) que venía al mismo sitio. No es fácil llegar hasta aquí.

GUILLERMO: ¡Parece el fin del mundo!.

LUISA: Buen escondite. Pero esto ¡se ha terminado!.

GUILLERMO: Semejante ultraje no va a quedar así, ¡me siento humillado!.

LUISA: ¡Y yo traicionada!

FERNANDO: (Levanta los brazos, dirige la cara hacia el suelo y cierra los ojos). Dejad que os explique. No ha pasado nada.

LUISA: ¡Claro!, porque hemos llegado.

ANTONIA: No penséis lo que no es. (Fernando mira a Luisa y Guillermo).

LUISA: ¡Puta!.

FERNANDO: Luisa, ¡un respeto!.

LUISA: ¿Un respeto?. ¡El que tú has tenido!, ¡serás falso!.

ANTONIA: ¡Hemos venido a tomar un café!, nada más. ¡Estamos aquí para a hablar un rato!, no inventéis historias que no son.

GUILLERMO: ¡Como no hay cafeterías en la ciudad!

FERNANDO: ¿Pero alguien piensa que vamos a venir a aquí para hacer ¡que sé yo!?

GUILLERMO: ¿Entonces?, ¿a jugar a las cartas?

FERNANDO: Iríamos a un hotel. Carece de toda lógica vuestra sospecha.

LUIS: ¡Serás sinvergüenza!

GUILLERMO: Nos habéis estado poniendo los cuernos. (Mira a Antonia). No me esperaba una cosa así de ti. Pero es lo que has elegido. ¡Muy bien!

ANTONIA: ¡Nos habéis pillado!

LUISA: ¿Lo ves?.

GUILLERMO: ¡Qué cínica!

ANTONI: ¿Nos habéis pillado, qué?, ¿qué os consta?

GUILLERMO: ¿Te parece poco?. A solas con él en un lugar tan apartado

FERNANDO: Hemos estado tomando un café. Y hemos hablado, sí. Insisto en que si hubiésemos querido hacer algo no estaríamos en este lugar.

LUISA: (Mira la mesa) ¡Ooohhh!, que monada, la mesita con sus tacitas de café. ( Fernando) ¿Es que no comes en casa?. No me vuelvas a mirar a la cara. Ni te acerques a mí. Y menos adulándome con tus frases románticas.

FERNANDO: ¡Por favor!, no saques las cosas de quicio.

GUILLERMO. No, si somos nosotros los que les ¡alteramos!

LUISA: Pobrecitos.

GUILLERMO. Resulta que las víctimas son ellos. ¡Sólo estaban hablando!.

LUISA: ¿De qué?, ¿del paisaje?, ¿de las nubes?. ¿Del precio del café?. (A Fernando) ¡No vuelvas a casa!.

FERNANDO: ¡Así se arregla todo!.

GUILLERMO: ¡No vayas de chulo porque encima la tenemos!

FERNANDO: Aquí nadie va de chulo.

ANTONIA: Podéis pasar y hacer lo que os dé la gana, pero no digáis lo que no os consta.

LUISA: ¡Mírales!, ¡como dos tortolitos a nuestras espaldas!

GUILLERMO: (A Antonia). Así que tanto vestidito y medias de red, las ligas rojas y unas bragas de corazón y las posturitas; ¡todo fue una farsa!, para disimular. ¡Has fingido hasta los orgasmos!.

ANTONIA: ¡No!, ¡no!, ¡noooo!

GUILLERMO: Entonces ¿qué haces aquí?. ¡No lo puedo entender!. (Antonia llora).

LUISA: (A Fernando). ¿Y éste?. Que ya no se le pone dura con tanta frecuencia y ¡toma gatillazo!. (Se ríe). ¡Que es culpa de la edad!, y mira lo que había!. ¡Serás mentiroso!. A mí no me vuelves tocar ni un pelo. Compró viagra a través de internet

GUILLERMO: Si ahora me va a dar pena de mi mujer, ¡pobrecita!, acostándose con otro y ¡encima es la víctima ella!, ¡hay que joderse!. (Antonia, desconsolad, llora de rodillas).

ANTONIA: (Balbucea). No entendéis nada.

GUILLERMO: Somos tontos, ¿verdad?.

LUISA: Tú te has pasado de lista.

GUILLERMO: Mira los tortolitos, ¡que rufianes!. ¡Todo se ha convertido en mentir, desde la primera vez que nos vimos hasta ahora mismo!.

ANTONIA: Por favor, por favor, no digas eso.

LUIS: La tortolita se siente dolida.

GUILLERMO: Y para el tortolito aquí no ha pasado nada. ¡Borrón y cuenta nueva!. No sé si he sido yo quien te ha puesto los cuernos a ti, porque se ha acostado conmigo hasta hace dos días. Ayer, eso sí, le dolió la cabeza. Pero parece que (señala a Antonia) esta puta no tiene suficiente y el tortolito va de sobrado. ¡Pues te vas quedar con él, con su polla!.

FERNANDO: Nos estáis faltando el respeto.

LUISA: ¡Ay!, que al tortolito se le falta el respeto. Qué quieres ¿que te llame chulo?. Eres una mierda.

GUILLERMO: Los tortolitos han sido pillados in fraganti y ahora lo niegan todo. ¡Podíais tener cojones para reconocerlo!.

LUISA: ¡Cómo van a engañar a sus parejas los tortolitos!.

FERNANDO: ¡Ya está bien de llamarnos tortolitos!. ¡Vale!, ¡basta ya!. (A Luisa) Hablaremos tú y yo a solas después. ¡Y luego haces lo que te dé la gana!.

LUISA: ¿Cómo quieres que te llame?, ¿hijo de puta?. Y ¿a ella?, ¡zorra! No tengo nada qué hablar contigo.

FERNANDO: Sí. Sí tenemos mucho de que hablar.

LUISA: Y luego te vas a follar con esa (señala a Antonia) pedorra. Para mí ya no significas nada. Hemos terminado.

GUILLERMO: ¡Ahí la tienes! (mira a Antonia), como una Magdalena, ¡poooobrecita!. ¡Ooh!, perdóname, ha sido culpa mía que me he portado como un mal marido. Y este tío ¡un seductor! Hasta el hecho de que lo hagas con un mierda como éste me ofende. Podías haber elegido a alguien con estilo. ¡Vaya un gilipollas que has encontrado!. ¿Cómo has podido degradarte así?.

ANTONIA: (Llorosa, sigue de rodillas). ¿No pueden haber otros sentimientos?.

GUILLERMO: ¿Serás imbécil?. ¡Aquí no estamos hablando de sentimientos, sino de otro hombre!.

LUISA: Y de otra mujer. ¡De un engaño!

GUILLERMO: Además de cornudo ¡a poner la cama!

FERNANDO: Os estáis inventando todo.

LUISA: ¿Es mentira que estáis aquí?. ¿Es mentira que estuvisteis solos aquí?. ¿Es mentira?.

FERNANDO: Eso es verdad.

GUILLERMO: ¡Menos mal que lo reconoces!, ¡bastardo!.

ANTONIA: (Se levanta del suelo). Esto es absurdo, ¡no puede ser! (Fernando saca un pañuelo del bolsillo, se lo va a dar a Antonia)

GUILLERMO: ¿Pero qué te has creído?, ¿dejar un pañuelo a mi mujer?, ¡y delante de mí!. ¡Mamarracho!, ¡Habrase visto semejante cara dura!

LUISA: ¡Y ante mí!. ¿Qué pasa?, ¿que ella te ha dado las bragas y ahora tú le das el pañuelo?.

FERNANDO: Está llorando. (Antonia se seca las lágrimas con las manos).

LUISA: ¡Qué pena!, ¿me pongo llorar?

FERNANDO: Todo es un mal entendido.

ANTONIA: Hemos venido a este lugar para que nadie nos observe, para no dar pie a habladurías. Hemos venido a tomar un café y a hablar, nada más. (Señala la mesa. Los demás miran. Los cuatro quedan con cara de asombro. Ya no están las tazas en la mesa, sino un revólver).

GUILLERMO: ¡Que nadie se acerque!. Nos quisisteis tender una trampa.

ANTONIA: ¡Por favor!, ¡ya esta bien!.

GUILLERMO: ¡Ahí hay un revólver!

FERNANDO: En la mesa hubo dos tazas. ¿O la habéis traído vosotros?

ANTONIA: Una taza con café con leche, otra con café largo de agua.

GUILLERMO: ¡Ya! El revólver es nuestro. (Da un risotada)

LUISA: El asunto está claro: venís a este lugar recóndito. Aquí no hay testigos de nada. Nos hacéis sospechar a los dos, (señala Guillermo) a él y mí. Bonita manera de tender un emboscada. Nos matáis sin testigos Seguro que tenéis una cortada, una entrada de cine.

ANTONIA: Queríamos ir al teatro la semana que viene.

LUISA: ¡No te burles de mí porque te saco los ojos!.

GUILLERMO: Entradas para las últimas filas, seguro.

ANTONIA: Van a estrenar una obra sobre amores imposibles.

FERNANDO: (A Luisa) Quiero ir contigo también a verla.

ANTONIA: (A Guillermo) Y yo contigo.

GUILLERMO: Lo nuestro no es imposible, hasta que he descubierto el engaño. ¡Es un ignominia!

ANTONIA: No hay engaño. ¡No!

LUISA: ¿Y qué hace el revólver?

FERNANDO: Es necesario saber quién lo ha dejado ahí.

LUISA: No disimules.

ANTONIA: Alguien ha traído el revólver.

GUILLERMO: Pero dejarlo en la mesa (pausa) ¿para qué?. No cabe duda de que alguien quiere matar a uno de nosotros.

FERNANDO: Si ha dejado en la mesa es para que lo coja uno de nosotros y se suicide. Por eso habéis venido. ¡Queréis vengaros de aquello que imagináis!

GUILLERMO: Yo no me pienso suicidar. Y si hubiera de matar a alguien no tengo claro a quién. ¿A ti (Antonia) o a este mal nacido? (Fernando). Él no tiene la culpa, al fin y al cabo a quien ha faltado es a ti (Luisa). Y ella (silencio). Como vivimos en un país libre basta con separarnos, pero me ha dolido el engaño.

LUISA: Si nadie me descubriera y pudiera después hacer una vida normal os mataba a los dos, sin lugar dudas.

FERNANDO: ¡Por favor!, no digas eso ni en bromas.

ANTONIA: Deberíamos sentarnos y hablar sensatamente.

LUISA: Evita los detalles. ¡No seas morbosa!.

ANTONIA: ¿Quiero que sepáis que so-la-men-te hemos hablado. ¿Qué tiene de malo?.

LUISA: Voy pensar que además sois idiotas.

GUILLERMO: Vuestros encuentros suceden desde hace tiempo. ¡Durante más de diez años urdís el engaño!, ¡la infamia!, ¡la mentira!

ANTONIA: Vamos a hacer tres años que quedamos para tomar un café y charlar.

GUILLERMO: ¡Ja!.

FERNANDO: Mi mayor ilusión es quedar a cenar un día con las dos, con mi mujer y con Antonia. he estado esperando la ocasión para que os conozcáis, pero no ha surgido. No me he atrevido

LUISA: ¡Y luego a la cama con las-dos!. No te lo crees ni tú. ¡Una mierda!. ¡Eres un depravado!

FERNANDO: No, a la cama sólo contigo.

LUISA: O sea yo la puta del cuento, ¿no?

FERNANDO: (A Luisa). ¡Te amo, te deseo!

LUISA: ¡Pues bien lo has demostrado!

ANTONIA: Podíamos quedar otro día los cuatro para cenar y hablar tranquilamente.

GUILLERMO: Lo tuya ya es de película porno. A mí no me gusta acostarme con un hombre en la cama.

ANTONIA: Pero ¡si todo puede seguir igual!.

LUISA: Después de veros aquí a solas ya nada será como antes.

GUILLERMO: Lo terrible es que durante estos diez años ha sido todo falso.

ANTONIA: ¡Noooo!.

GUILLERMO: ¡Atente a las consecuencias de tus actos!. “No las hagas, no las temas”.

FERNANDO: Ojalá hubiesen sido diez años, en los que nada habría quitado a mi esposa. Ni el cariño, ni el deseo, ¡ni nada!.

LUISA: ¡Cínico!. Te voy a estrujar en la demanda de divorcio, !ya verás!. ¡Gastando el dinero de tus hijos para esta furcia!.

FERNANDO: mis hijos no les ha faltado nada.

LUISA: No han tenido un padre como es debido.

FERNANDO: Les he llevado al cole cada día, ¿quién prepara los desayunos y come con ellos?, ¿quién les va buscar las actividades extraescolares y sus entrenamientos deportivos?. Siempre hemos ido con ellos de viaje.

LUISA: ¡Diez años de engaño!

FERNANDO: No te precipites. Son casi tres años, nada más. Y ratos sueltos

GUILLERMO: ¡Nada más!, ¡será cara dura!. Pero mira por dónde, yo tengo pruebas y aquí está: (señala a Antonia) esta señora, que lo puede corroborar si quiere. (Da unos pasos en silencio. Los demás le miran expectantes) ¿Cuándo fue que me dijiste que se te había metido un hombre en la cabeza? Dijiste que casi no hablabas con él, que te hacía quererme más. ¡Y mira!. ¡Mira lo que hubo detrás! No me lo puedo creer. Y que seas tan cínica de negarlo. Me dijiste que ni hablabas con él, que era una obsesión. ¡Ya, ya!

ANTONIA: ¿Es mejor ocultarlo, no hablar? y tragarnos los sentimientos, ¿eh?, ¡que nos pudran por dentro y se atrofie la vida!

LUISA: Los delirios cree el loco en su locura que son ciertos.

ANTONIA: Dije la verdad, que sólo hable con él por teléfono alguna vez. Nunca hubo nada personal con esa persona, que al verle me estalló un sentimiento de quererle ver, de emocionarme al mirar su imagen cuando entraba en la oficina. Trabajaba en otro sucursal. Y te lo dije para reforzar nuestro amor como un gesto de confianza. No supe el motivo de ese deseo, no lo puedo evitar. Te enfadaste, pero luego como hacíamos el amor y yo te quería y ¡te quiero!, todo volvió la normalidad. Me preguntaste sólo una vez al cabo de los años que si seguía eso en la cabeza, “eso”. Te dije que no. Te mentí para que no volvieras a enfadarte. Y por eso no quise contar nada de que hablaba con Fernando. Si hubiese sido una relación sexual probablemente haría algo, no sé, para separarnos, pero ¡no ha sido así!.

FERNANDO: ¿Hace tres o diez años?

ANTONIA: Diez

FERNANDO: No me lo habías dicho, porque nosotros llevamos cerca de tres.

GUILLERMO: Pero ¿quién es usted para que le cuente nada?

FERNANDO: ¿Enamorada de otro?

GUILLERMO: ¡Oiga!, eso me corresponde a mí.

LUISA: (A Fernando) ¿A ti qué te importa?

FERNANDO: Me importa en el sentido de que hemos hablado contándonos muchas cosas y de eso nada. (Imita la voz de Antonia) “No hay secretos entre nosotros”. ¿Ha sido ésta la complicidad de la que tanto hablaste?

ANTONIA: No ha surgido. No he dado importancia este asunto. Es algo intermitente, me queda lejos.

FERNANDO: ¿Que no tiene importancia?

GUILLERMO: ¡Ah!, pero si me quejo yo es que soy un celoso y exagero.

FERNANDO: No me refiero al hecho, sino a no haberlo hablado.

ANTONIA: No vino a cuento.

GUILLERMO: ¿No es eso ser promiscua de sueños?

ANTONIA: No sé lo que es.

FERNANDO: Me siento herido.

LUISA: Pobrecito. ¡Donde las dan las toman!

ANTONIA: Lo mejor es callar, enterrar nuestros sentimientos en cuanto aparezcan.

GUILLERMO: Sentir es también un compromiso.

ANTONIA: ¿Con lo persona o con el sentimiento?. ¿Y con qué persona?.

LUISA: Sabes muy bien lo qué es traicionar a una pareja. Ahora viene éste y se siente maltrecho, ¡hay que joderse!

FERNANDO: No entendéis nuestra relación de amistad. De una amistad especial, casi de hermanos. Por eso no entendéis que me duela. Le tengo cariño a ella, pero eso no quiere decir que (a Luisa) a ti no.

LUISA: Me parece alucinante. ¡Si tú no hablas con tu hermano desde hace años!. Y quieres que una señora te cuente sus intimidades. A mí no me contaste la aventura que tuviste al año de casarnos con tu antigua novia. Pareció que yo te obligué a casarte conmigo, cuando me lo rogaste, me lo suplicaste. ¿A que viene contar nada a esta señora? ¡Es una humillación para mí!. Te perdoné ¡porque fui imbécil!, estaba embarazada y creí que fue un tropezón, pero no me contaste nada, hasta que un día que creíste que me había ido hablaste con ella por teléfono.

FERNANDO: Dije que la quería dejar, que se acabó.

LUISA: Pero ya habías follado con ella, varias veces.

FERNANDO: También le quise ella. Cuando te conocí me, me cegué, te deseé y te sigo queriendo. Y tuve que elegir. No es como la poesía: “el verdadero amor no elije entre una u otra mujer cuando ama a dos, elije ambas”. ¡Qué fácil es escribir poesía para decir cosas bonitas que no tienen sentido!

ANTONIA: No es fácil escribir versos, hacerlo exige ser un persona muy dura para ser capaz de escarbar en el interior, escribir lo que te dicen los diálogos que estallan por dentro. Hablamos con nuestros sentimientos, estos son el lenguaje de la poesía: ¡sentir!. Creemos que sentimos con respecto al objeto de nuestros sentimientos, pero éstos salen y les depositamos en alguien sin elegirlo. No es una decisión, por tal motivo no podemos juzgar lo que la gente siente. Es algo que aparece. O se incorpora a la vida o dejas los sentimientos un lado.

FERNANDO: (A Antonia). Creí que era más importante para ti.

GUILLERMO: Pero ¡será cabrón1. Lo que no exige un marido lo quiere imponer un amante de cuatro cuartos.

LUISA: ¡Despechado de una cualquiera!, ¡qué ridículo!.

ANTONIA: Tú tampoco me contaste nada de tu antigua novia. He creído que tienes un sentimiento especial hacia mí, no una promesas que cumplir.

FERNANDO: Juro que no fue por compromiso, sino algo sincero y cierto.

ANTONIA: ¿Y la confianza entre los dos?.

FERNANDO: No me acordé. Fue hace mucho tiempo y lo he borrado de mi memoria. (A Luisa). Me perdonaste, no sé a qué viene sacar a colación aquello.

LUISA: Fue al principio. Supe muy tarde que tuviste un novia y que me elegiste a mí. No te lo perdoné del todo, pero creí que serías fiel, ¡ja, ja!. Lo hice por mis hijos, pero ya son mayores y separarse hoy no es lo mismo que hace treinta años. No, no es lo mismo.

FERNANDO: No quiero que nos separemos.

LUISA: Pues tú bien que te has separado a escondidas para irte con otra.

GUILLERMO: La doble vara de medir.

ANTONIA: Para mí muchas cosas cambian al saber tu infidelidad. ¿Qué ha sido lo nuestro?

FERNANDO: (Iracundo) ¿Infiel contigo?

ANTONIA: Sí, conmigo y con tu ser, toda un impostura, por cierto.

FERNANDO: Tú no me cuentas que estás enamorada de otro y a mí, porque no me acordé de aquella aventura, me la reprochas. Te lo hubiera contado más adelante

LUISA: La ofendida soy yo, que parece que estoy en la trastienda.

FERNANDO: (A Antonia) Cogería esa pistola y te mataría por haber estado hablando conmigo mientras que pensabas en otro. Enamorada de alguien con quién no hablas y de mí. ¡Qué desilusión!

GUILLERMO: ¿Y yo? Pero aquí nadie coge la pistola. Alguno de vosotros la ha colocado para que alguien muera.

ANTONIA: ¿El culpable?

LUISA: ¿Quién juzga?

FERNANDO: No se trata de juzgar, sino de los sentimientos. Me siento despreciado por el amor cotidiano y por la emoción que he sentido.

ANTONIA: (A Fernando). No hubieras dejado de preguntar sobre quién, por qué, y si yo todavía (silencio). Es algo que queda flotando interiormente, que permanece por más que quiera olvidar, ¿no se puede reconocer?, ¿por qué?. ¿Es mejor esconder las palabras y vivir agazapados?. Todos sentimos por azar, pero nadie dice nada. Y seguimos matando los sentimientos y los de los demás también y para ello ¡ahí está la pistola!. ¿Cómo puedes asesinar un sentimiento sin matar a la persona?. Es así como se ha instalado el asesinato sentimental en la sociedad. Pero solamente vemos los cadáveres, no la podredumbre donde florecen. Esas muertes alimentan a los gusanos. Si sólo es la Justicia la que actúa la ley se convierte en el alma colectivo de un sociedad de papel.

GUILLERMO: Cada persona es responsable de lo que siente.

ANTONIA: ¡No!. (Silencio). Los sentimientos aparecen, desaparecen, tienen su propio lenguaje, pero no los conocemos, ni tan siquiera somos capaces de reconocer su vivencia en nosotros. Resolvemos la sexualidad, pero no los sentimientos y esto hace que nos equivoquemos permanentemente. Destruimos la naturaleza y el arte. Voilá.

LUISA: ¿Y la solución es engañar a la pareja? ¡Qué bonito!

ANTONIA: Es no engañarnos a nosotros mismos.

FERNANDO: Lo que dices exige sinceridad. Tú no lo has sido conmigo por omisión.

GUILLERMO: Los dos habéis engañado. Si esta pistola fuera la justicia divina deberíais morir ambos, pero somos civilizados y nos toca llevar la cruz a cuestas. Una cosa es que quedes a tomar un café con un grupo de amigos y otra con “ese señor”, (imita voz femenina) “luego me quedaré un rato con ese señor esperando a que se vaya, ¡qué pesado!, siempre insiste en acompañarme un tramo del camino de vuelta, no vayas a pensar mal”. Otra cosa muy diferente es que vengáis a este lugar apartado de Dios.

FERNANDO: Aunque vayamos al infinito, ella está en su cabeza con otro.

GUILLERMO: Y cuando folla conmigo está contigo y con otro en su cabeza.

ANTONIA: ¡No!. Son sentimientos completamente diferentes. ¿O acaso vosotros estáis con vuestras historias pasadas?.

LUISA: ¡Claro que sí!. Yo cogí un enfermedad venérea por culpa de que (señal a Fernando) ese fue de putas. ¡Y pudo haber sido peor!, ¡anda que si cogemos el SIDA!. ¿Eso no es engaño?. Yo diría que es terrorismo sexual!.

ANTONIA: Esto tampoco me lo has contado. ¿En esa relación prostibularia hubo mucho sentimiento?

FERNANDO: No, no queréis entender. ¡Sacar un historia de esas de esta manera no tiene sentido!.

GUILLERMO: ¿No queréis hablar?, pues ¡a hablar!

FERNANDO: ¿No lo he contado?

ANTONIA: A mí no.

FERNANDO: Porque no vino a cuento y considero que no vino cuento.

ANTONIA: ¿Ah no?

FERNANDO: Fue después de una cena de empresa, bebimos más de la cuenta.

LUISA: Dijiste que no hiciste nada.

FERNANDO: Y fue verdad (Luisa va decir algo, pero él indica con la mano que espere, y continúa hablando). La cena incluyó consumir sexo. Para desestresar, una bobada para estimular a los trabajadores.

GUILLERMO: Conciencia de clase.

LUISA: Una bobada que pudo costarnos la vida.

FERNANDO: Cierto. (Silencio). Fue todo muy cutre. Estuve con una puta.

ANTONIA: Las putas también son personas, tienen nombre.

GUILLERMO: Son trabajadoras.

FERNANDO: No estoy filosofando, sólo quiero dejar las cosas claras. Esa señora de la vida, que no sé como se llama, me recibió en su antro, un camastro, una mesita y una silla. Le besé, le toqué todo el cuerpo, tanto como pude, pero bajo los efectos del alcohol. No hicimos nada. (Insiste a su mujer en que le dejé seguir contando la historia mediante un gesto para que no le interrumpa). Decidí dejar las cosas de aquella manera, pero un amigo de la empresa me dijo que quería acabar con la faena. Borracho no pudo y eso le acomplejaba, hasta el punto de que con su mujer había dejado de funcionar. Pura terapia. Me pidió que le acompañase y le acompañé, me dio a probar una pastilla de viagra y no pude resistir. No fui con intenciones. El caso es que la chica me ofreció un preservativo y lo usé. Así es que (le interrumpe su esposa)

LUISA: Te has acostumbrado a tomar esas cosas y ya no te excitas de una manera natural.

FERNANDO: Me sentí culpable y te lo conté. Quise compensar (le interrumpe Luisa).

LUISA: Me lo contaste a medias.

FERNANDO: Fue sin darme cuenta. Reflexioné después.

LUISA: Cuando me dijo el médico que mi enfermedad fue por culpa de “algo” te pedí explicaciones y medio lo contaste, porque no fue como ahora lo has explicado.

FERNANDO: Perdón. Pero hubo muchas cosas antes (le interrumpe Guillermo)

GUILLERMO: Hay cosas que no se perdonan. Cuando alguien se lanza por una ventana ya da lo mismo que se arrepienta de lo que ha hecho.

FERNANDO: Todo acaba siendo un caída. Ella no cuenta que meses antes. (Le interrumpe Luisa)

LUISA: A nadie le importa nuestra vida.

FERNANDO: Cuentas lo mío y lo que te parece no. De esta manera no entenderán nada.

LUISA: Lo tuyo interesa a “esa con la que hablas”. Yo no voy descubriendo mis intimidades. Si por lo menos te pagasen como cuando se cuentan en la tele.

ANTONIA: Ya sé bastante. ¡Ay!. Todo fue una ilusión.

FERNANDO: ¡Por favor!. No interpretes mal las cosas. He sido sincero, aunque no haya contado algunas historias personales, ¡que no han venido a cuento!

ANTONIA: Y las mías sí.

FERNANDO: La mía no tuvo sentimiento. ¿No hemos hablado de sentimientos?

ANTONIA: Me repugna que se pague para mantener relaciones sexuales. Es lo más bajo que hay, es denigrante. ¡Sexo sin sentimiento!.

GUILLERMO: La reforma laboral.

FERNANDO: ¿Y sentimiento sin sexualidad?

ANTONIA: Es diferente.

LUISA: Quiere decir que tuvisteis sexo entre vosotros.

ANTONIA: ¡No!. (Mira a Fernando) No quiero que nos volvamos a ver. ¿No desaparecieron las comunas hippy del amor libre?, pues ¡otra herejía más a la hoguera!.

FERNANDO: No vernos no soluciona nada.

GUILLERMO: No arregla lo que ya ha sucedido.

LUISA: Nada deshace nada de lo que está hecho, grabado en los anales del tiempo. ¡Cómo para poder olvidar!

FERNANDO: Por favor, es necesario entenderlo todo. (Se sienta)

GUILLERMO: No hay nada que entender. Es lo que es.

LUISA: Yo vuelvo a casa sola.

ANTONIA: Quiero que volvamos juntos, Guillermo.

GUILLERMO: ¡No! Todo tiene un límite. No me apetece volver contigo. Lo nuestro ha terminado. ¡Me das asco!

FERNANDO: (Se pone de pie). Yo quiero volver con las dos. (Silencio. Las dos mujeres le miran extrañadas. Se vuelve sentar. Se van a ir los tres, cada uno por un lado cuando se levanta Fernando con brusquedad y con la pistola en la mano. Apunta sucesivamente a los tres). ¡De aquí no se mueve nadie! Lo voy a aclarar todo.

LUISA: ¡Suelta el arma!. Tengamos la fiesta en paz. Las armas las carga el diablo.

GILLERMO: ¡Aclarar vuestro embrollo es imposible!.

ANTONIA: Suelta el arma.

GUILLERMO: Que aclare todo, si es lo que quiere.

FERNANDO: Lo voy a esclarecer, os guste o no. ¡De aquí no se va nadie sin que yo lo diga!. (Señala a Luisa). Esa señora tuvo una aventura, ¡un rollo!, con un ¡motorista!. ¿O no?.

LUISA: Fue durante unas vacaciones de verano. Alguien que estaba en su apartamento con otros dos jóvenes, se ofreció a llevarme en la moto al pueblo. Iba a hacer unas compras y no di importancia a ir detrás de él en la moto. Él (señala a Fernando) se había quedado con los dos niños. Al ir agarrada el cuerpo de este chico, apretada yo a él, con la emoción de la moto, el viento dándome en la cara y en las piernas. Pero yo iba a hacer mis cosas. Cuando llegamos al lugar donde me tuve que bajar se quedó mirándome a los ojos, sonrió. Me acarició la mejilla, la barbilla. Me quedé inmovilizada, ¡pasmada!. Me llevó de la mano a un rincón de un parque y siguió acariciándome y más y me besó. Me dejé llevar. Yo no quise. Pero me raptó la voluntad, me aseguró que sin compromiso. No sentí nada por él, sino una atracción, que tampoco, pero no sé. Le pedí que tuviera cuidado, que no, que no. Fue de película. Me quedé ida, fuera de mí.

FERNANDO: Cuando me lo contó le ofrecí hacer una denuncia por violación.

LUISA: ¿Cómo, iban a denunciar si fue un orgasmo tremendo el que tuve?. Me lamió regodeándose en cada lengüetazo, cambio de ritmos volviéndome loca. Y luego me ofreció que yo a él. Y su semen me gustó. ¡Vaya denuncia que hubiera hecho!. Imagino al juez pidiendo explicaciones. (Con voz grandilocuente). “Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”. (Voz propia). ¿Y qué le digo?.

FERNANDO: ¡A mí no me contaste lo que ahora cuentas!, simplemente que fue una historia pasajera, que no llegó a culminar.

LUISA: ¡Cómo te lo iba a contar con tanto detalle!. Mira como te pones. No fue por voluntad propia. Es como si me hubiera hipnotizado. Él quiso que terminásemos otro día, con seguridad, como yo pedí, y fue algo exquisito que me hizo sentirme más atractiva. Desde aquella relación esporádica tú y yo echamos los mejores polvos de nuestra relación y hasta lo que tú tanto deseabas hacer: un sesenta y nueve. Con aquel motorista fue una relación sin compromiso, es bisexual. No le volví a ver después de la segunda vez que gozamos en unas dunas de la playa. No me atreví a volver a ir en moto con él, pero quedamos en un bar y me llevó a aquel lugar.

FERNANDO: Fue con alevosía y premeditación.

LUIS: No supe lo que hacía.

FERNANDO: ¡Puta!.

LUISA: ¡No cobre nada!. No sé cómo pudo suceder. ¡Un respeto!. Soy la madre de tus hijos.

FERNANDO: (Se acerca a ella apuntándola con el arma) ¡Serás! ¡Dijiste que fue un devaneo, que te tiró los tejos y que no fue nada! ¡Pensé que hasta había sido mentira eso! ¡Y todavía dudo de que sea cierto!, pero te voy matar.

GUILLERMO: ¡Deja el arma!. Vayamos cada uno por nuestro lado y ¡se acabó!. ¡Deja el arma en la mesa!.

FERNANDO: De eso nada. O aclaramos todo o morimos todos. Ya no tengo nada qué perder. (Deja de apuntar a su mujer)

LUISA: Piensa en tus hijos.

ANTONIA: Y en los míos. Antes me preguntabas por ellos.

FERNANDO: ¡A qué mundo les hemos traído!.

ANTONIA: A un mundo ciego de sentimientos.

GUILLERMO: ¿Por que tienes que hablar de los hijos?.

FERNANDO: Me preguntaba por ellos, y yo por los suyos, para conocernos más, por cortesía.

LUISA: ¿Que queréis conocer?

FERNANDO: (Como loco) ¡¡Todo!!

LUISA: Como cuando quisiste hacer un tratado de como follan las ranas.

FERNANDO: Sobre la sexualidad de los anfibios, que nada tiene que ver con lo que dices. ¿O te quieres hacer la graciosa? ¡Que vasta eres!, ¡Dios!

LUISA: Como te gusta tener la pistola en la mano, pero siempre la has tenido en la cabeza, ¿o que crees?.

GUILLERMO: ¡Deja la pistola! ¡Basta!

FERNANDO: ¿Y os vais de rositas?. Habéis venido a interrumpirnos. Nadie os ha llamado. Habéis querido amedrentarnos, con amenazas. Ha sido un coso en toda regla.

LUISA: ¿A vuestro nido de amor?.

FERNANDO: ¡No!, ¡a una conversación!. Os habéis entrometido donde no os corresponde.

ANTONIA: Lo mejor es que nos vayamos. Mantengamos la calma, no nos volvamos locos. Y hablaremos con tranquilidad otro día, todos.

FERNANDO: ¿Todos?. Lo mejor será lo que yo diga.

GUILLERMO: Lo que estas haciendo es un delito de coacción y secuestro en primer grado. Y amenazas. Lo cual tiene pena de cárcel.

FERNANDO: Me da lo mismo. Debería estar aquí un magistrado para juzgar esta situación.

ANTONIA: Mejor que un escritor lo cuente y nos haga entender qué pasa en el mundo.

LUISA: Pero ¿qué hay que entender?. ¿La vida?, ¿al ser humano?. Cada cual tendrá su historia.

FERNANDO: ¡Muchas escondidas!.

ANTONIA: Porque no las podemos asimilar.

FERNANDO: No voy a quedar como un imbécil.

GUILLERMO. Deja la pistola. Si supieras la historia de (señala a Antonia) de ésta podrías hasta disparar.

FERNANDO: (Apunta hacia Antonia). Cuanta la historia. ¡Sorpréndenos!, una vez más.

ANTONIA: (A Guillermo). No malmetas. ¿Qué historia además?, ¿a quién le importa?.

FERNANDO: ¡A mí!.

LUISA: ¿A ti?, ¿por qué a ti?, ¿qué más te da lo de esta señora?. ¿Ves cómo sí que te atrae?.

FERNANDO: Quiero que las cosas queden claras. Nada más. ¡Cuenta!

ANTONIA: ¿Qué?. Ya no hay nada entre nosotros, lo has tirado por la borda. No soy un rana.

GUILLERMO: Tuviste dos novios a la vez. ¿O no?

ANTONIA: Antes de que nos casáramos. No viene a cuento.

FERNANDO: Sí. ¡Tanta confianza entre los dos y no me contaste nada!. Los anfibios viven en dos medios diferentes. Los machos no sólo croan, sino que bailan para atraer a las hembras.

ANTONIA: Muestran su Poder. ¿Trajiste tú la pistola?

FERNANDO: No. ¿Y tú?

ANTONIA: No.

FERNANDO: (A Guillermo) ¿Y tú?

GUILLERMO: No.

FERNANDO (A Luis) ¿Y tú?

LUISA: No.

FERNANDO: Quizá lo sepamos si conocemos las historias que hemos ocultado. Alguien ha escondido las tazas.

GUILLERMO: De esa historia de Antonia sólo sé que fue novia de dos chicos a la vez, que vivían en pueblos diferentes.

FERNANDO: Una historia muy interesante, de la que no sabemos nada.

ANTONIA: Es asunto mío. A nadie le importa.

LUISA: ¿No te gusta tanto hablar?

ANTONIA: No así. Menos con una pistola apuntando a mi corazón.

FERNANDO: Creí que cuando tomamos café hablaste sinceramente.

ANTONIA: El corazón tiene partes y es mejor que no se junten.

FERNANDO: ¿Por qué no?

ANTONIA: Porque son pedazos que solamente forman un paisaje. ¿Pueden juntarse los árboles y las nubes?. Allá donde la vista los ve unidos es una ilusión. No creo que nadie haya saboreado tanto la mirada como nosotros. (Fernando deja el revolver sobre la mesa). ¿Para qué?. Hemos incendiado el horizonte.

GUILLERMO: Ese paisaje del que hablas es de fuego. Habéis jugado con el viento y nos habéis arrastrado a los demás.

ANTONIA: Si hubierais escuchado no.

LUISA. : ¡Cómo se puede ser tan cínica!. Nos quiere envolver con sus palabras.

GUILLERMO: ¿Que quiere decir dos novios a la vez?. Cuando te lo pregunté una vez te callaste y yo me callé. Ya nadie te amenaza con un arma, puedes callar.

ANTONIA: Da lo mismo. Tuve dos novios que no supieron nada uno del otro. Fue antes de ser mayor de edad. Ambos fueron mayores que yo. Y me acosté con ambos. ¿Esto es lo que quieres saber, constatar, dejar de sospechar?.

GUILLERMO: Es inmoral.

FERNANDO: ¡No se corresponde a lo que hemos hablado! ¿Cómo he podido ser tan iluso?

ANTONIA: Dejé a ambos cuando pasé de la mayoría de edad. Me vine a la gran ciudad y quise venir libre porque ya cada uno tiraba para su lado. Antes seduje a un chaval joven que vi en una fiesta y nos acostamos, quise de esta manera recuperar mi niñez juvenil en él. ¿Moral?. A mí me hubiera gustado casarme con los dos y que supieran uno del otro, pero eso no pudo ser. Ambos me hubieran apaleado y ¡matado! de haberlo sabido. Luego te desprecian con que eres una puta. Pero resulta que todos consumen puta. ¿Dónde está la moral? ¿En el precio?

LUISA: Lo tuyo es un desdoblamiento de la personalidad.

ANTONIA: ¿No será que sentir es así y nuestro mundo considera que los sentimientos son una enfermedad?. Y la curan con ética. Desde que tenemos uso de razón te hacen elegir: ¿a quién quieres más, a papá o a mamá?. Juré que nunca haría esta pregunta a mis hijos. Pues se la tuvieron que hacer los tíos, los vecinos. ¿A quién quieres más?, nadie pregunta cómo los quieres o de qué manera? Porque todo viene definido.

GUILLERMO: Te reencontraste con uno de esos novios.

ANTONIA: ¡No!. Bueno, sí, nos vimos en la calle y quedamos a tomar un café de tarde en tarde.

FERNANDO: ¿También a tomar café? Pareces un fabrica de sentimientos en serie. ¡Una de romanticismo!, ¡marchando!.

ANTONIA: Fue maravilloso el reencuentro. Él también está casado. (A Fernando). Todo cambió desde que nos conocimos. ¡Y no es el vecino del quinto (a Guillermo) como tú te empeñas en pensar!. Ese vecino es verdad que me lanzó hilos, miradas, pero no me dijo nada, por muy apuesto que sea.

LUISA: Lo tuyo es un culebrón.

ANTONIA: Lo mío son los sentimientos que han sido incapaces de anidar. Los he extirpado yo misma como si de una muela rota se tratara.

GUILLERMO: Me siento humillado.

FERNANDO: Y yo engañado.

GUILLERMO: Tú formas parte del engaño.

LUISA: Todos hemos sido engañados.

ANTONIA: Por no dejar fluir los sentimientos y querer traducirlos a la moral, a la costumbre, a la modernidad, a lo que es sin que nadie se lo plantee, sino hacer que huyan para esconderlos en la clandestinidad. Quedan retazos de esos sentimientos que al final son el cuerpo destrozado y ansioso, inacabado convertidos en arenas movedizas que nos tragan.

FERNANDO: Es un locura.

ANTONIA: Entre todos nos hacemos creer nos otros que es una locura. Al sentimiento lo llamamos delirio, sólo porque ve la realidad de otra manera. (Se acerca a la mesa, coge el revólver). Ahora soy yo quien no quiere que salgáis de aquí.

GUILLERMO: ¡Estás enferma!.

ANTONIA: Estoy más lúcida que nunca. No quiero que nadie hable de lo que he contado.

GUILLERMO: Tienes que ir a un psiquiatra.

FERNANDO: Lo has llevado demasiado lejos. Lo nuestro ha sido un proyección de tus novios simultáneos. Es mejor una terapia y no hacer daño a los demás.

ANTONIA: ¡A mí no habéis hecho dañó!, ¿verdad?. Me hacéis contar mi historia y ahora que no os gusta la queréis enterrar. Y anularme a mí. ¡No! ¡Estoy harta! Antes os mato. Mis hijos no tienen por qué saber nada, ¡ni nadie!

LUISA: Fuiste tú quien trajo el revólver.

ANTONIA: No.

FERNANDO: Entonces ¿quién?

GUILLERMO: Quien la use. Ese será quien la haya traído y tuvo todo premeditado desde que llegó a este lugar.

ANTONIA: (Fuera de sí) ¡Voy a vivir con mis ojos! ¡No dejaré que me los arranquéis!. (Apunta con el arma a los tres)

FERNANDO: Deberíamos morir todos. (Da unos pasos. Antonia sigue su recorrido apuntándole) Hemos encerrado los sentimientos en la nada y la única manera de salir es la locura.

GUILLERMO: No generalices. No existe la locura en general, son patologías concretas. ¡Y ha sido vuestra conducta la que nos ha llevado esta situación absurda!. ¡Deja esa pistola en su sitio!

ANTONIA: ¿Cuál es su sitio?. Y el de las balas ¿cuál es?

GUILLERMO: A lo mejor las tiene ese gigoló al que contrataste.

ANTONIA: ¡No digas tonterías!. Fue para una fiesta de despedida de soltera de una amiga. No me vas a acorralar.

LUISA: Solucionar vuestros problemas de pareja. Yo ya los he resuelto: ¡Me voy! (Hace ademán de irse).

ANTONIA: ¡No te muevas que te mato! ¿Se puede venir aquí sin que nadie te haya invitado, inventar toda una historia falsa, destrozar las relaciones de pareja y una buen amistad, ver cómo todo es una mierda y marcharte tan tranquila?

FERNANDO: (A Luisa). ¿Qué has resuelto?. No tengo claro que es lo que ha sucedido. No te precipites.

LUISA: Haya tú. Yo no quiero saber nada.

FERNANDO: Tenemos que hablar tranquilamente en casa.

LUISA: Ya está todo hablado.

FERNANDO: ¿Todo?. (Antonia deja el arma en la mesa. Silencio)

GUILLERMO: Antaño nos perdonamos mutuamente, uno al otro.

ANTONIA: No, simplemente pasamos de lo que pasó sin ver nuestros sentimientos.

GUILLERMO: Hemos visto demasiado. Es mejor no ver, no mirar, ni tan siquiera atrás. Cuando te vi en un pub flirteando con un joven, ¡que podía ser tu hijo!

ANTONIA: Se le fue la olla a ese muchacho e hizo que yo me desorientara. Habíamos discutido. Quedé con un amigo que luego no apareció.

GUILLERMO: ¡Otro!

ANTONIA: De aquella no existían teléfonos móviles y (silencio) no sé, perdí la cabeza. Pero no pasó nada.

GUILLERMO: ¿Nada?. Yo había ido al otro lado de la ciudad a tomar una copa.

ANTONIA: O vete tú a saber ¡a qué!.

GUILLERMO: A olvidarme de todo ¡y mira lo que encuentro!. Hice como que no te vi.

ANTONIA: Luego contaste miles de historias. Que un amigo te dijo, que alguien anónimo (silencio). ¡No fue nada!. Fue ese instante de acercamiento y luego le aparté. Había quedado con el marido de un amiga para explicar lo de su esposa, amiga mía. Un mal entendido.

GUILLERMO: Justo lo que no vi es lo que hora me quieres hacer ver. .

ANTONIA: Justo. Para que veas lo que pasó. ¡Ciego!

FERNANDO:(A Antonia). No me imaginaba esos deslices de ti.

LUISA: ¿A ti qué te importa?

FERNANDO: Me importa, me importa.

GUILLERMO: No tiene por qué importarte.

FERNANDO: Pues me importa, ¿qué queréis que haga? Y me siento dolido.

ANTONIA: ¿Qué nos duele? ¿Que amar sea una costumbre?, ¿que el deseo resuelva un capricho?, ¿qué duele?. ¿Que depositemos los sentimientos en los libros, en la pantalla del cine o de la televisión o de un ordenador?, ¿que amar sea para los escenarios? ¡¿Qué nos duele?!. ¿Acaso es el dolor del vacío?. (Silencio). ¿Duelen los sentimientos?, ¿o es el orgullo, o la tiranía de “yo el mejor”, el único?. ¿Qué nos duele?, ¿poner como frontera la polla y la vagina de que haya habido algo?, ¿la lengua?, ¿que cuando llegue el coito sea más que una amistad?, ¿no puede ser que sea menos? (Silencio. Se sienta junto la mesa. Deja sobre ésta el revólver)

LUISA: No cojas el revólver otra vez.

ANTONIA: No. No. Sus balas tienen un destino.

FERNANDO: ¿Como las estrellas?.

ANTONIA: Como las estrellas.

LUISA: Entonces hay que disparar a las estrellas.

FERNANDO: Al corazón del universo. También las palabras pueden ser balas.

ANTONIA: Siempre hay que apuntar al corazón. (Silencio) Mejor no disparar. Las estrellas no saben leer.

GUILLERMO: Deberíamos averiguar quién ha traído este arma.

ANTONIA: ¿Qué más da?

GUILLERMO: A mí no me da lo mismo.

LUISA: Ni a mí.

FERNANDO: A mí también me gustaría saberlo.

ANTONIA: ¿Para saber quién dispara contra las estrellas?

GUILLERMO: ¡Para señalar a quien nos quiere matar!

LUISA: ¿Para qué sirve una pistola?

ANTONIA: ¿Y si fuera un espejo?

LUISA: ¿Un espejo?. ¡Estás loca!

ANTONIA: Un espejo de nuestras palabras.

GUILLERMO: ¡No digas tonterías!

FERNANDO: Las armas no hablan.

ANTONIA: Las palabras tampoco.

LUISA: ¿Y qué estamos haciendo? ¡Ya está bien!

ANTONIA: Nosotros no somos palabras.

FERNANDO: ¿Y cuando hemos hablado tú y yo?

GUILLERMO: Eso son más que palabras.

ANTONIA: Estaban nuestras miradas, los gestos, la clandestinidad.

LUISA: ¿Ves como habéis ocultado algo?

FERNANDO: Demasiadas cosas.

GUILLERMO: Al menos ya lo reconoces.

FERNANDO: ¡Demasiadas cosas entre nosotros!.

ANTONIA: Sin embargo el revólver ha quedado al descubierto.

FERNANDO: Como las estrellas durante la noche.

ANTONIA: Sin miradas no hay estrellas. (Oscurece)

LUISA: Empieza a hacer frío.

GUILLERMO: Sí.

ANTONIA: ¡Se han helado los corazones!.

GUILLERMO: ¿Te has vuelto loca?

LUISA: Habría que tirar el arma por el acantilado. Es un peligro.

GUILLERMO: Lo peligroso es la locura.

FERNANDO: ¿Dónde está la locura?

ANTONIA: ¿Dónde están las estrellas?

LUISA: A ellas no llegan las balas.

ANTONIA: Al corazón sí.

GUILLERMO: ¿Es una amenaza?. ¡Porque no lo consiento!.

ANTONIA: Los corazones han disparado a las balas.

GUILLERMO: ¡No digas tonterías!.

ANTONIA: ¡Tontería, tontería, tontería!.

LUISA: No te hagas la loca.

GUILLERMO: Conmigo los trucos no sirven.

FERNANDO: (Se sienta en una silla). Tengo frío. (Oscurece más. Se oye el oleaje).

ANTONIA: “Las olas van / las olas vienen / y entre tanto / se entretienen”.

GUILLERMO: Me voy. Antonia: me hubiera gustado que todo hubiera sido de otra manera. Siento que hayamos fracasado en nuestra relación.

ANTONIA: (Aulla con fuerza) Auuuuu…

GUILLERMO: Lo siento ya no es mi problema.

ANTONIA: (Habla como de ultratumba). Soyyyy uuun seeer humanoooo.

GUILLERMO: Adiós.

ANTONIA: ¿A quién dices adiós?

GUILLERMO: A ti.

ANTONIA: No existo. (Fernando se levanta asustado)

GUILLERMO: Lo siento. Adiós. (Se va)

Escena tercera

ANTONIA: “¡Las olas van / las olas vienen! / Las olas / a solas”. ¡Ya no hay poesía en el mundo!

LUISA: ¿Para qué la quieres?

ANTONIA: ¡Para nada!. (Ríe ostentosamente). ¡Para nada!

FERNANDO: Antes no opinabas lo mismo.

ANTONIA: (Con los ojos desencajados) Antes es la antesala de antes. (Ríe más).

LUISA: Ha perdido el juicio. Yo también me voy. Te llamará mi abogada para tramitar la separación. Cerramos un etapa de nuestras vidas. (Se va yendo)

FERNANDO: ¡No!, ¡yo no quiero!

LUISA: Díselo al juez.

FERNANDO: ¡No, no, no!

LUISA: (Se vuelve). Habla con ella.

FERNANDO: No puedo hacerme cargo. ¡Ha perdido el juicio! (Luisa ya no está).

Escena cuarta

FERNANDO: ¿Qué ha pasado?. Tenemos que volver a casa, cada uno a la suya, y arreglar todo con nuestras respectivas parejas.

ANTONIA: (Corretea) ¡No hay nada que arreglar!, ¡no hay nada que arreglar!. ¡Somos olas!. ¡Somos olas!. ¡A solas, a solas, a solas, a solas!

FERNANDO: Ya no hace falta que disimules.

ANTONIA: ¡Aaaahhhh! (Corre más deprisa)

FERNANDO: ¿Qué te pasa?

ANTONIA: Nada. Soy una nube.

FERNANDO: ¿Quieres que hablemos, otra vez?

ANTONIA: (Se para en seco). ¡Silencioooo!!!

FERNANDO: Se hace muy tarde y hace frío. (Oscurece más. Antonia le da la espalda)). Nos tenemos que ir.

ANTONIA: ¿Adónde?. (Se acurruca en el suelo)

FERNANDO: No sé.

ANTONIA: (Ríe, recita con musiquilla). “Dos por una es dos, dos por dos cuatro, dos por tes seis, dos por cuatro ocho…”

FERNANDO: Nos lo hemos contado todo al final. (Silencio). No esperaba esta situación.

ANTONIA: (Canta). “Tengo una muñeca vestid de azul, con su camisita y su camisón….”

FERNANDO: Tenemos que volver a nuestras vidas.

ANTONIA: (Mira hacia arriba) ¡Yo ya he vuelto! (Ríe a carcajada. Se tumba acurrucada. Fernando la mira. Silencio. Se oye el oleaje. Se asombra al ver que el revólver no está en la mesa).

FERNANDO: ¡Antonia!. (Antonia no contesta, está cantando una nana). Antonia ¿dónde está la pistola?. ¡La has cogido tú!. (Silencio con la música de fondo de la nana). Ha podido ser Luisa. Entonces estoy en peligro. O tu marido, Antonia. ¡Antonia, no gastes bromas!. En ese caso estaríamos en peligro los dos, ¡tú y yo!, ¿no te das cuenta? (Antonia deja de cantar la nana). Dame el arma.

ANTONIA: (Como ida) O la has cogido tú.

FERNANDO: En cualquier caso un arma siempre es peligrosa. Si la tienes tú, también puede ser peligrosa para ti. ¡No sabes lo que haces!

ANTONIA: ¿Y tú sí?. Es peligroso disparar a las estrellas.

FERNANDO: No puedo seguir aquí. Me asfixio.

ANTONIA: Túmbate a mi lado. veremos todo de manera diferente.

FERNANDO: No. Me tengo que ir. Las palabras te han ahogado.

ANTONIA: Son olas. (Fernando se va). Naufragamos. (Se oye el oleaje y el canto de la nana que tararea Antonia)

Escena quinta

(Oscuridad total. Antonia deja de cantar la nana. Se oyen las olas)

ANTONIA: ¡No veo nada!. (Silencio) ¡No veo nada! No veo. (Una luz blanca ilumina focalmente a la mesa. Sobre ella está Antonia acurrucada. Se levanta despacio. Anda por el escenario siempre bajo una luz focal que le sigue. Se sienta en una silla. En la mesa han aparecido dos tazas de café. Da un sorbo). No ha venido. Se le va a enfriar el café. (Silencio). Han pasado muchos días. Muchos años. Y yo sigo esperando. Lo que no sé es hasta cuándo. No sé si me echarán de menos al otro lado del tiempo. Pero tengo que esperar (silencio) ¡matando al tiempo!. (Ríe. Coge la taza y hace que brinda con alguien que está enfrente). Por (silencio), por (silencio) ¡Por el amor! ¡Por todos los sentimientos! Muchos se entrecruzan con el amor, se tejen unos con otros. Me abrigó mucho la toquilla de lana que me hizo mi abuela. Nadie entenderá nunca que brinde a solas contigo por el amor. Como dos adolescentes, tomamos café y hablamos sin decir nada especial. Nadie puede imaginar algo así. Aunque tal vez mi marido y tu esposa lo sospechen. No hacemos nada malo. Tomar un café y hablar. ¡Y habladurías!, lo sé, lo sé. Pero Baudelaire, Rimbaud, Allan Poe, Verlaine ya han escrito sus poesías. Freud nos descubre cada día el mapa de los huecos de la conciencia, Darwin nos hace mirar desde las ramas, según Einstein hay muchos tiempos y Kant expone los límites de lo razonable. ¡No pueden haber malas interpretaciones!. Así es que brindemos otra vez. (Levanta la taza. Tras el brindis sin decir nada da un sorbo). Pensé que no querías venir. Te mandé un mensaje y no pudiste, (señala hacia el otro lado de la mesa) pero ahí estás. ¿Tan mal me porto dentro de ti?. (Sonríe). Gracias. Me alegra mucho que te fijes en mis gestos. No sé por qué me gusta quedar a tomar un café contigo y charlar. Algo tan simple y hemos tenido que venir a este lugar. ¿Te imaginas que nos encontrasen aquí?, ¿qué pensarían?. Nadie entendería que estamos dando vueltas alrededor de un estrella. Y ellos sí, sí que lo saben, lo sé, porque quienes no se mueven tienen que parar la corriente del río. No pueden imaginar lo bonito que fue aquello que me dijiste: “cuando el corazón es puro y está limpio se refleja en él una estrella”. ¿Te acuerdas?. (Aparta la mano violentamente del centro de la mesa) ¡No!, habíamos quedado que eso no. No me toques. ¿O me has traído aquí para seducirme?. Llegamos a un pacto, ¿o ya no recuerdas lo que hablamos?. ¡No te pongas triste!, pareces un niño mimoso que quiere que le cojan en brazos. ¿No será eso lo que quieres? (ríe). ¡Qué risa!. Ya sé quién trajo la pistola. Sí la pistola, no te hagas el tonto. La que vimos al llegar a este lugar. Claro, ¡ha pasado tanto tiempo desde que te espero!. La trajeron las estrellas. Sí, sí. Lo sé, ¡estoy segura!. La han dejado ahí para salvarnos a nosotros, pero ellas no saben leer. Solamente conocen del amor, algo que es imposible en un mundo que no está hecho para amar, sino para la guerra, para las discusiones, las sospechas, para competir, incluso en la poesía. Bueno, menos donde no compiten los versos sino que se comparten: un sueño. En realidad todo se vende al mejor postor y al impostor. El arte se vomita y jugar al balón es ¡la patria!. (Se pone de pie. La luz focal de la luna sigue iluminando la mesa, nada más). ¡Hijos de la patria, el día de gloria ha llegado!. ¡En contra de la tiranía de los sentimientos! ¡agrupémonos todos en la lucha final! ¡Libertad para sentir! (Llora de repente. Señala hacia la otra silla). ¡Pero tú no estás ahí!. (Deja de llorar. Se seca las lágrimas). Que más da, que más da, si lo importante es sentir. (Se sienta. Coge la taza de café. La levanta). ¡Brindemos, brindemos!. (Da un sorbo). No escondas tu mirada. ¡Por eso no estás!, porque escondes tu mirada. Podemos pasar de la mirada al orgasmo. Hay que conquistar a la mujer (silencio) o al varón. ¡A la hembra o al macho!. A los gays y lesbianas también, pero entre ellos, claro. ¡Qué más da!. Es imposible sentir en las jaulas. Pero esto no es una jaula, ¿verdad?. Se oyen las olas. (El sonido de las olas). Las personas no somos un territorio más para ser conquistadas. (Se sienta). ¿O sí?. Mírame a los ojos: ¿qué tiene de malo necesitar vernos, beber de tu mirada y palabras?. Deja de mirarme. Me siento apuñalada por tu actitud, ¡dolida! sí, ¡tremendamente celosa de que vayas a estar con tu esposa, de que la quieras, de que la cuides y mimes!. (Silencio). Me lamo las heridas, sí. Y a ti el pene en mis sueños y a mi marido en la cama. (Se levanta bruscamente). ¿Qué pasa?. (Pone el dedo pulgar y el índice de la mano como si fuera una pistola. Apunta hacia la otra silla). Tengo la pistola. ¡¡No levantes las manos, no te muevas!! (Mira su mano con la que simula una pistola. Ríe). Se la llevaron las estrellas porque nadie es inocente. Todos somos culpables. Todos somos culpables. Yo he amado sin saber por qué. Mi marido me vistió de blanco con su lealtad y tú me has ahogado en tus palabras. El honor penetra nuestras entrañas. No digas nada. Nietzsche mató a Dios. ¿Quién mata a las estrellas? ¿Quién? Tú has disparado al aire. ¿No te has dado cuenta? Claro, con tus palabras nunca dichas íbamos a ir a las estrellas, ¿verdad? Te dio vértigo subir a la noria en la feria, sobre todo que nos vieran juntos, otra vez. Mi marido me invitó a una nube de azúcar. La comimos juntos. Yo le invité, luego a mí. Sí, ¡a mí! Él me regaló esta pistola (mira su mano, que eleva con el dedo índice y el pulgar formando un ángulo de noventa grados. Señala en esta forma con el índice). Puedo disparar a las estrellas (silencio), a ti (silencio), y a mí. Prefiero disparar a las olas (apunta hacia delante, de espaldas a la mesa) ¿Ya no dices nada?, ¿no quieres hablar más? Nos podremos esconder en las palabras. (Ríe) Aquí nadie nos verá. Bueno, nos veremos nosotros. He espiado a mi marido. Siempre va al mismo sitio a tomar café. A la misma hora de siempre. No sé por qué. No le he dicho nada. Compró un pistola junto al astillero de la bahía. A un drogadicto que ha muerto. No te lo crees, ¿verdad? Claro piensas que estoy loca (Silencio. Se oye el oleaje. Se sienta. La luz es más tenue. Da un par de sorbos. Escucha. Se oyen pasos. Se altera. Se levanta. Mira un lado y a otro). ¿Quién está ahí?. ¡No he puesto el despertador!, ¡no he puesto el despertador!. (Da otro sorbo a la taza. Está nerviosa) Se ha enfriado el café. ¿Quién se acerca? (Levanta la mano con el dedo pulgar y el índice en forma de un pistola). ¿Quién eres? ¡Soy la pistola! (Silencio) ¡No estoy! (Oscurece. Se oyen pasos y el oleaje) ¡Escondeos estrellas!, ¡escondeos! Pero ¿dónde? ¿Dónde? (Oscuridad total. Se oye un disparo. Queda el sonido del oleaje)

– FIN –

 

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