Personajes:

 –  Anselmo                 

  – Nadia 

  –  Braulio 

 

ACTO I

(Nadia está andando por algún lugar. No se sabe si es en la ciudad o por el campo. Anselmo sentado a la vera del camino)

ANSELMO: ¡Eh! ¡Eh, tú! 

NADIA: ¿Yo? 

ANSELMO: Sí, tú. (Se levanta)

 NADIA: ¿Qué desea? 

ANSELMO: Nada. 

NADIA: ¿Nada?  Y ¿por qué me ha llamado? (Saca unas monedas del bolsillo e intenta dárselas)

 ANSELMO: No quiero nada. Tan sólo preguntarle que adónde va. 

NADIA: ¿Adónde voy? 

ANSELMO: Sí, adónde va. 

NADIA: Pues (silencio) … verá, no voy a ninguna parte.

 ANSELMO: (Le mira con asombro) ¿A ningún lugar? Todo el mundo que camina va a algún sitio. Por mi parte ya no me acuerdo adonde iba, pero sé que iba a (piensa) … a un mundo muy lejano, lleno de árboles, palacios encantados, pero me cansé. Quedé agotado. Al emprender la marcha de nuevo no me acordaba de adónde iba a ir y me quedé aquí sentado. A todas las personas que pasan les hago la misma pregunta, adónde van, con la intención de recordar a que lugar iba yo. Además así podría acompañar al que fuera al mismo sitio que yo tuve previsto.  Y ¿sabe? 

NADIA: ¿Qué? 

ANSELMO: A todo aquel a quien he preguntado va a alguna parte. 

NADIA: Pues yo no. Salí un día de mi casa, sin saber adónde ir. Me puse a andar y sigo andando. La verdad es que fue hace mucho tiempo y no sabría volver. Si quiere podría decirle que voy a mi casa, pero después de tanto tiempo no sé ni donde está. 

ANSELMO: Pero todo el mundo va a alguna parte. Si ves a la gente andando es que va a la oficina, a buscar a sus hijos al colegio, a Santiago de Compostela por los caminos, a coger el autobús, a la cima de una montaña. Todos quieren llegar a algo. ¡Y yo también! Pero ya no me acuerdo. 

NADIA: (Se ríe) Sí, sí, siempre se llega a alguna parte, pero no hace falta que vayas a ella. Lo leí en el cuento «Alicia en el país de las maravillas»: «siempre llegas a algún lugar, siempre que camines lo suficiente». 

ANSELMO: ¡Oh! eso es muy profundo. 

NADIA: Es que de pequeña mis padres me regalaron un submarino. 

ANSELMO: ¿Y viajaste a las profundidades del mar? 

NADIA: No. No pude. Me lo robaron los Beatles y lo pintaron de amarillo. 

ANSELMO: ¿Lo dices por la prensa amarilla? 

NADIA: No, no. Simplemente hicieron una canción y me dejaron sola. Sin mi submarino y sin su color. Era rojo. 

ANSELMO: Lo siento. Si al menos tuvieras una meta, una referencia sobre adonde quieres ir. Yo trato de acordarme de ello. Pero tú andas nada más. 

NADIA: Ya lo sé. 

ANSELMO: ¡Mira! por allí (señala) viene un señor. 

(Entra Braulio).

 

ACTO II 

 

ANSELMO: ¿Eh! Usted, ¿adónde va? si se puede saber. 

BRAULIO: A la buena de Dios. Yo voy a lo mío.

 NADIA: Todos vamos a lo nuestro, cada uno a lo suyo. 

BRAULIO: Cada uno a lo suyo no, sino a lo que tenga. Porque si yo hago el pino voy a lo mío, pero eso no es nada, ¡nada! Y usted ¿adónde va? 

NADIA: No lo sé. 

BRAULIO: Porque no tiene nada. ¿Y usted? 

ANSELMO: No me acuerdo. 

BRAULIO: Porque lo ha perdido. ¡Yo tengo casas, tierras! y voy a ellas. ¡Voy y vengo! De unas a otras. Y a mi patria. Mía porque pago impuestos. Ven la ladera de esa montaña (señala)

 NADIA y ANSELMO: Sí. 

BRAULIO: A ella voy, para venderla. Harán una urbanización y a su lado una ciudad del ocio, con pistas de esquí. Y luego iré al banco, para guardar el dinero. Y Luego a las casas de ese otro lado (señala) para cobrar los alquileres de mis pisos (da una risotada) Se adónde voy, amigos míos. 

ANSELMO: ¿Adónde va? 

BRAULIO: ¡Ya se lo he dicho! A esas tierras, y luego al banco y luego a los pisos. 

ANSELMO: ¿Y luego?

 BRAULIO: Otra vez al banco, a guardar mi dinerito (Risotada

ANSELMO: ¿Y luego? 

BRAULIO: A vender otras tierras. ¿Y luego? Al banco. ¿Y luego? A comprar casas y más terrenos ¡porque tengo dinero!

 NADIA: ¿Y luego?

 BRAULIO: ¡Adonde me dé la gana! Porque soy rico y lo he ganado yo ¡Nadie me ha dado nada!. Por eso sé adónde voy. Porque yo no pierdo el tiempo. Así es que , señora, señor, voy a seguir mi camino.

 ANSELMO: (Abraza a Braulio) Gracias. 

BRAULIO: ¿Gracias? No le he dado nada ¡ni se lo voy a dar! 

ANSELMO: Gracias a usted he recordado adonde iba. Se me había olvidado que salí a buscar el tiempo.

 BRAULIO: ¿El tiempo? 

ANASELMO: El tiempo perdido y lo he encontrado aquí sentando, viendo pasar el tiempo y a las gentes que van y vienen por él. 

BRAULIO: Se lo compro. Usted va a las tierras mientras que yo voy a los pisos. 

ANSELMO:  El tiempo al que yo quise ir es un tiempo desnudo, que no tiene precio. Yo ya estuve en el banco, adónde usted va. Y yo también fui a los pisos y a las tierras, de un lado a otro. hasta que abrí una ventana. 

BRAULIO: ¡Y se volvió loco! 

ANSELMO: Un poco. Vi la luz, y respiré el aire que no cuesta nada. Me puse a caminar para llegar al tiempo que se saborea y no al que nos arrastra. Y esa es mi patria, sin pagar impuestos. He aquí la frontera entre un  tiempo y otro, entre una patria y otra. (Dibuja una línea imaginaria en el aire con un dedo)  

BRAULIO: Yo no veo nada. 

NADIA: Yo sí. 

BRAULIO: ¡Le compro su dedo! 

ANSELMO: Se lo regalo. 

BRAULIO: ¡No! quiero comprarlo, para que sea mío. Porque si usted va con el dedo no me sirve para nada. Yo quiero dibujar líneas imaginarias que la gente pueda ver y así tener más  cosas que vender y hacer fabricas en los parques, industrias en los ríos y hasta negocios en el aire, lo llenaré de ondas para vender más aparatos electrónicos.

(Anselmo le ofrece su dedo. Braulio saca un fajo de billetes. Antes de que se lo vaya a colocar en la mano, Nadia le ase la mano y se acaricia con ella

NADIA: Ya sé adónde ir. A Buscar mi submarino y llenar de delfines el aire. 

BRAULIO: Dirá el agua. Yo tengo una flota pesquera y lo que más se vende son los atunes. Llenemos el mar de atunes, si tiene un submarino. Podríamos clonar miles ¡millones! y venderlos. Iríamos a los bancos de peces y a los de dinero, y a los mares y la tierra toda, que vendida será nuestra.

NADIA: Aquel submarino lo vi en un escaparate. Era muy caro y mis padres no me lo pudieron regalar. 

BRAULIO: Ve, si hubieran tenido dinero se lo podrían haber comprado. Y usted lo tendría en algún sitio y podría ir a él. 

NADIA: Mis padres me regalaron verlo y lo tuve siempre. Y  es allí adonde quiero ir, a mi patria, a los sueños. Donde el tiempo flota y en el cual loas submarinos rojos se sumergen. 

BRAULIO: Una flota de submarinos ¡que sean capaces de sumergirse en el tiempo y venderlo, para que las gentes vayan de un lado a otro, del banco a los pisos, del piso a las oficinas. ¡Qué negocio! ¡Vamos! Iremos al banco, compraremos submarinos, de los colores que quiera, y millones de unidades de tiempo, para luego venderlo enlatado en cajitas que la gente podrá ver sin ir a ninguna parte. En ellas verán paisajes preciosos, escucharan canciones de amor, concursos para ganar dinero, y así irán y vendrán más deprisa de un sitio a otro.  Y ya no se podrán perder, porque esas cajitas les dirán adonde tienen qué ir. Y verán que pueden comprar miles de cosas. Incluso botecitos para guardar el tiempo con números y manillas. 

ANSELMO: Le compro sus pisos, sus tierras, sus acciones en cajitas. 

BRAULIO: ¿Cuánto me da?

 ANSELMO: Nada.

 BRAULIO: ¿Qué? 

NADIA: ¡Un beso! 

BRAULIO: Lo que yo tengo cuesta mucho dinero. ¡Y si vendo es para comprar más! Quiero su dedo, y quiero su submarino. Les pagaré lo que sea.

 ANSELMO: Vale. (Nadia le suelta la mano, se compunge).

BRAULIO: Pídame cuanto quiera ¡sin límite!

 ANSELMO: Un beso. (Nadia sonríe

BRAULIO: (Queda en silencio intentando mover los labios) No sé. No puedo, no me sale.

 ANSELMO: Pues siga andando y busque para sus labios un beso que pueda dar. Ese beso no está en los bancos, ni en las tierras presas de sus monedas, ni en los pisos en los que su dinero ahoga a quienes se asoman a la ventana para jugar con submarinos de juguete y lanzan besos al viento, esperando que lleguen unos pocos días para pasear sin prisas y simular que son vagabundos.

 (Anselmo y Nadia se funden en un beso. Braulio sale corriendo, no sabemos adónde

                                                            FIN 

(Por favor, si alguien ve a una persona que no sabe adónde va y se llame Braulio, láncenle un beso para enseñarle a besar. Y si sale a toda velocidad de un hotel, o grita en la Bolsa para comprar un trozo de aire que quiere guardar en su banco, láncenle también un beso, porque en esos lugares no se venden besos. No tienen tiempo para soñar. Sólo venden la realidad).