Considero que no hay definiciones sobre lo que las cosas son, porque siempre hay algo que las supera, a lo que no llega la descripción. Pero en el caso del teatro se incrementa la separación entre lo que es y lo que se describa sobre él en tanto y cuanto su ser tiene varias partes y siempre responde a una acción formada de otras muchas entre medias de escribir y actuar. Toda una cadena de ejecuciones que van desde la dirección de lo que se va a representar a los ensayos, de organizar la escenografía a difundir cuándo va a ser la actuación. Por tal motivo si dijera “el teatro es….”, quedaría incompleta cualquier respuesta y no sería exactamente aquello que digo que es. El teatro son los autores, pero también quienes actúan, y el público, y los críticos.
Incluso desde una visión subjetiva no podría asegurar una respuesta sobre qué es el teatro sin riesgo de hacer un mero juego de palabras rimbombantes. Entre otras cuestiones porque un autor no escribe impulsado por lo que sea o deje de ser el teatro, sino por algo profundo que funciona interiormente, por una sensación que necesita ver y hacer visible mediante la escritura. En el caso del teatro lo escrito requiere aparecer en un escenario. Es la contingencia de comunicar algo de la realidad que no se ve o no lo contemplan las personas coetáneas y que, tal falta de percepción, impide comprender la realidad.
Dependiendo de cuál sea el fundamento de aquello que pugna por salir en forma de escritura, la persona que se convierte en autor, es decir, quien se activa a sí mismo para reafirmarse fuera de sí en la obra, escribirá. Pero ¿de qué manera?, ¿poesía, novela, ensayo o teatro?. ¿Por qué una persona escribe?, ¿por qué una obra de teatro? y ¿por qué exactamente el guión que haga?. Son preguntas que no podemos contestar de manera teórica ni general, ni de forma premeditada, solamente nos acercaremos a saber qué es el teatro apuntando a referencias concretas.
Desde la experiencia particular podemos indicar algo de lo que puede ser el teatro. Entendamos que no es un espectáculo, aunque éste se disfrace de teatro, ¡tanto! que se ha llegado confundir una cosa con otra. Tampoco es teatro una mera puesta en escena. Tampoco lo es un guión que cuenta un enredo o una historia sin más, aunque se haga en forma de diálogos. Pero poco a poco lo que no es teatro se convierte en él y su ser va quedando desplazado en la sociedad global de la técnica y de la cultura de la imagen.
Para que sea teatro, tanto un texto como cuando se representa, tiene que trasmitir emociones. Cuando inquieta la emoción que provocan determinadas relaciones entre personas, de pareja, de un acontecimiento histórico, de algo que suceda en el entorno, quien escribe desemboca en una obra de teatro porque ¿por qué escribe lo que escribe bajo la forma de teatro?. Podría componer un poema, una novela, pero ¿qué hace elaborar un guión teatral?: la emoción. Cuando se quiere hacer visible un sentimiento se expresa mediante la poesía, cuando lo que importa como esencia e impulso para escribir es lo que ocurra durante un tiempo y en un determinado lugar con la finalidad de saber los vericuetos de la acción que se desarrolla se hace con un formato de novela. ¿Cómo acontece una relación respecto a los celos o el enamoramiento?, muchas novelas lo explican. Pero percibir la emoción de un engaño sobre la traición del amor, que acontece con la muerte de la amada, que resulta ser inocente, para esto hace falta el teatro: “Otelo”. Para argumentar un idea está el ensayo.
Las emociones son las sensaciones primarias, las que aparecen directamente como impactos que nos permiten reaccionar ante estímulos externos. Cuando se elaboran a través de la cultura se convierten en sentimientos, por este motivo hay un poso de esencialidad que recorre la historia del teatro. Es por esta razón que en el teatro se debe de comunicar lo que llega directamente al espectador, al público que ve la obra o al lector que tiene que imaginar lo que lee para que sea teatro.
Por supuesto hablo del teatro como arte, no como entretenimiento escenificado o la representación panfletaria. Pero el arte del teatro tiene otra característica: su actualidad. Una obra de arte de la pintura lo es siempre, porque pasa del presente al presente a lo largo del tiempo. Una poesía o una novela traspasan el tiempo y se mantienen como algo actualizado. Pero no así en el teatro, cuyas obras del pasado pueden conmover porque han sido arte, pero su teatralidad ha quedado fuera de lo temporal. Puede haber piezas clásicas que afecten a la psicología profunda de las emociones, pero incluso así es necesaria su actualización, porque de otra manera es escenificar y poco más.
Es frecuente ver, para asegurar la taquilla, la representación de obras de teatro de Lope de Vega, de Moliére, de Chéjov o de Casona en las carteleras, también sucede con grupos de aficionados. No pasa de ser un ejercicio teatral, pero se considera teatro, cuando en verdad falsifica lo artístico del mismo y lo acaba sustituyendo como sucede muchas veces. Los autores tienen que vivir el escenario, porque fuera de la existencia en lo que es actual queda el reflejo de una emoción, no ella misma que ha de ser incrustada en el espectador o en quien lea un guión. Éste sin representación es un texto, texto teatral, pero no teatro. En una sociedad donde todo es apariencia también lo es el teatro, con la dificultad de que sólo desde el teatro como arte se puede percibir y sentir lo que es apariencia, en definitiva pueden despertar las personas y se desvanecerían muchas cosas y cuestiones que son aparentes, pero que las consideramos reales.
El problema de un mundo inmerso en internet, en una cultura de pantalla, sea de cine, de televisión o de ordenadores no es que se pierda el teatro, sino las emociones acaban desapareciendo o deformándose en extrañas patologías del sentimiento. Y el falso teatro parece cierto y real, cuando no lo es. El teatro aflora la emoción, la da forma, la hace visible para que forme parte de la vida. El teatro no puede competir contra otras artes, sino consigo mismo en asegurar su autenticidad. La tecnificación del teatro hace que se confunda actuar con hacer ejercicios corporales y de gestos y aplicar métodos, que son una herramienta, pero cada vez se convierten más en una finalidad. El actor parece más un atleta que un ser humano profundo, donde la voz se modula y no imita. Busca la risa y el aplauso, incluso a veces el llanto, pocas veces porque ha de divertir, para que la técnica de la escena sustituya al arte. El autor y el actor han de ser artistas, ser capaces de crear textos y actuaciones que emocionen respectivamente. Y ser capaces de crear emociones para mover el adormilamiento de una vida encerrada en horarios, en laberintos burocráticos, donde el ocio es para olvidar y la inercia lo arrastra todo, incluidas las relaciones de pareja que acaban dependiendo de un contrato cada vez más efímero y temporal, pero sin emoción y sin saber qué sentimiento corresponde.
Hace unos meses fui a ver “La casa de las muñecas” de Ibsen. Había leído el texto varias veces con anterioridad. Es una buena obra, llena de arte, pero en el pasado. Lo representaron actores y actrices que salen en televisión. Bien interpretada, pero el portazo actual es otro, sucede de otra manera. Al salir la gente cotilleó sobre los trajes, la puesta en escena, sin embargo no vi que nadie estuviera emocionado.
Es muy importante la actualidad en el teatro, porque la obra surge de una reacción emocional con respecto el entorno del autor, cuando hay algo que no sólo le emociona, sino que lo quiere expresar, hacer visible. En el teatro no se cuenta la historia de un personaje, se da por supuesta, se puede deducir, pero no importa porque lo que cuenta es la puesta en escena de emociones que chocan entre sí. En realidad son éstas las que se convierten en personajes para que actúen, la trama funciona como símbolo. La interpretación es fundamental, el trabajo del actor hace que sea una obra de arte un guión que por sí solo es necesario, pero no suficiente. Las demás artes de la escritura se bastan a sí mismas, pero el teatro no, porque no se ha realizado para una lectura, sino para la visión de la misma. Las emociones necesitan rostro y sus gestos.
Por lo dicho, el lenguaje del teatro es diferente. Además de ser en forma de diálogos es un lenguaje expresivo que no da concesiones, porque no quiere sensibilizar, ni convencer, ni contar, sino trasportar a quien esté frente a la representación a una trama con el fin de despertar y agitar las emociones, pero las de quien quede absorto viendo y escuchando la obra. No basta con saber un texto para que el actor realice la obra, ni que domine técnicas de representación, es necesario que sepa reconocer las emociones que pone en juego el autor y sentirlas y ser capaz de trasmitir su fuerza. La obligación de casarse con quien quieren los padres ya no emociona, el adulterio tampoco, pero con respecto a la rabia, la tristeza, la pena, la atracción afectiva de ser traspasado por un sentimiento que no se controla sí que emociona y únicamente depende de uno mismo seguir o no ese nuevo estado interior, pero eso no se cuenta, sino que se trasmite. Lo que actúa hoy en la mente y que nos paraliza en nuestra existencia emocional nos puede enloquecer. No se convierte en teatro porque los escenarios están llenos de pasado. Sin teatro actual no hay teatro, no podemos hacer visibles las emociones, no pueden convertir su fuerza en una imagen social y sucumbimos de esta manera a ellas en silencio.
Escribí hace un par de años “El amor de Joy”. En esta obra trato de manifestar cómo emociona el amor hoy en día, y hago de ese tal Joy un “hoy”: un personaje que empieza rodeado de maniquíes. Les necesario hacer visible la congelación emocional. ¿Por qué escribí esta obra?. Lo hice sin responder a ningún por qué, pero pienso sobre qué me impulsó hacerlo. No me valió pensar en este tema, quise comunicar algo y previamente descubrirlo ante mí, experimentar en el texto esa nebulosa que percibía sin saber exactamente a qué se refería. Quise juzgar al mundo de Joy para escenificar la defensa del amor en una sociedad fría y calculadora, en el que las emociones molestan y enloquecen, nos hacen sufrir y hacen que los sentimientos se conviertan en una cárcel y en una tortura. Joy acaba sucumbiendo, sin una victoria ficticia, para abrir el mundo emocional a quien vea la obra y afecte a su interior y perciba la desaparición de lo emocional en una vida tecnificada en la que también lo que sentimos es de plástico. No podemos ponderar lo emocional, ni calcular su eficiencia, ni cotizar en Bolsa con acciones de emoción. Muere Joy, por eso es un drama. Pero no por el personaje, sino por lo que representa.
Hoy, por muy Shakespeare que sea el autor, no emociona que un hombre y una mujer de dos familias enemigas se apasione uno del otro y les lleve a la muerte la atracción de ambos por llevar a cabo su encuentro. En el amor de Joy también hay una escalera, pero no lleva a ninguna parte. Ya no existen montescos ni capuletos y contemplar un pasión dramática de estas características da risa, al menos hace sonreír. Pero sí que conviven con cada persona de hoy mundo interiores que se oponen, que no saben cómo responder a estímulos de atracción cuando ya hay una relación establecida, como si pudiéramos controlar lo que sentimos. Joy equivoca su manera de sentir como si fuera un atracción sexual cuando no lo es, por eso va a vivir el encuentro con esa pareja-musa equivocadamente. O una relación impedida por el efecto psicológico del paro es un drama actual, o elegir uno mismo un amor por interés, sin que lo imponga la familia. Obras actuales son diálogos interiores de manera que el escenario se convierte en un escáner de sentimientos. Pero se siguen escenificando fotos del pasado.
En la obra “¿Quién es Alexandra?” pretendo observar qué es el teatro, lo cual no es algo que se encuentra con la palabra, queda difuminada la respuesta, sin embargo quiere convertirse en una llamada para entender que es algo que emociona, la emoción desnuda. En el mismo sentido una obra amplia, “Narciso y la cierva blanca”, pretende responder a la pregunta ¿dónde está el teatro en el mundo de hoy?, ¡de hoy!, ¿por qué se ha atrofiado todo aspecto emocional?, ¿qué puede solucionar tal pérdida de sentido?: el teatro.
Se impone responder sobre hechos concretos, de manera que, por ejemplo, en lugar de preguntar ¿qué es el aire?, he de responder a la pregunta: ¿cómo respiro el aire que me rodea y qué percibo? y en el conjunto de muchas respuestas concretas podré saber algo más general que difícilmente es posible formular, ¿o es que el aire es O2 y H, CO2 y O3?. Tampoco el teatro requiere de una respuesta, sino de un interrogante que nos pregunta ¿qué pasa?, ¿qué está pasando, aquí y ahora?.
La primera obra de teatro que escribí fue “Eros o Thanatos. La última guerra”. ¡Pretencioso de mí!. Percibí miedo, pavor e impotencia ante tanta noticia de guerras, y tristeza. Quise hacer visible el hecho de que bandos que se enfrentan son iguales. Cambian el discurso sólo en algunas palabras. Un general manda y soldados obedecen. Todo por la patria, cada cual la suya. ¡Darse cuenta de esto acercaría a los jóvenes!. Recuerdo que había leído unos ensayos de Martín Buber. Uno de ellos habla de las gafas conceptuales que impiden ver la realidad del otro, y dice algo así como que el ser humano toque a otro ser humano… Al final la guerra se acaba en esta obra de teatro cuando se produce ese acercamiento de los soldados. Necesité expresarlo, quise que lo viera todo el mundo, aunque nunca se representó, igual que las demás obras. El impulso fue dar a conocer algo que emociona. Hacer un ensayo al respecto desemboca en un discurso pacifista, pero da lugar a un enredo conceptual. Con el teatro dije: “¡mira!”. La poesía fue insuficiente para el fondo que quise comunicar, con una novela perdería intensidad emocional, porque hace falta el grito, percibir el cuerpo de los personajes, aquel que ceden los actores. El punto que hace ponerse escribir un guión es el teatro, pues es la semilla que luego desparece, pero de ese instante es del que parte todo lo teatral incluida su representación y que ésta se repita.
¿Cómo representar el desencanto de un estudiante?, ¿cómo entrecruzar todas las cuestiones que atraviesan los pensamientos de un joven?, donde se mezclan el amor, la incertidumbre del futuro, el agobio de los exámenes, sus inquietudes políticas, su entusiasmo sexual, su visión de una utopía que cree que es real y que puede serlo si se luchara, el entusiasmo de la imagen de una chica que no ha vuelto a ver y la tiene incrustada en su pensamiento, la apatía y el pasotismo de su entorno, el fanatismo de quienes cantan al nirvana, la necesidad de labrar un futuro y el cerco de sus padres para que sea un hombre hecho y derecho el día de mañana…. Podría ser una novel, demasiado larga que, sin embargo, al cabo del tiempo realicé, siendo un personaje el protagonista de esta obra de teatro. Pero en aquel momento de sentir todo esto que he descrito me hervía la mente: miedo, rabia, amor al mismo tiempo el sueño de una chica y la necesidad del cuerpo de una mujer a mi lado, sin condiciones, para acariciar su piel sin nada que saliera del presente, necesité ¡gritar! este cóctel de emociones. Ahora que recuerdo aquel momento todavía me emociono, me vuelven ¡tantas sensaciones!… y me puse a escribir con veinte años la obra de teatro “Pepinete”. De alguna manera no trata exclusivamente de algo personal, que sí, pero creo que recoge el sentir de mucha gente de aquel entonces. Hoy queda sobre pasada por otro mundo sin haberse estrenado nunca, porque no detecto inquietudes en el ámbito estudiantil, no hay revistas, no se leen libros fuera de los que marca el programa académico y fue de aquel ambiente de cambio político, de cartas de papel y no de mensajes de correos electrónicos, de esperanza y desolación al mismo tiempo del que surge aquel guión. Al no haber habido teatro no ha habido recuerdo, no queda huella de lo que circuló interiormente en aquellos tiempos de la transición, ni lo que los jóvenes vislumbraron.
Lo que se puede se puede hacer exclusivamente en forma teatro es teatro, lo demás puede parecerlo por escribirse en forma de guión son composiciones escénicos, se puede teatralizar un historia, pero teatro es lo que se escribe en forma de un guión porque aparece como teatro en la mano que escribe y no es posible manifestarlo de otra manera. Se hace demasiada metafísica rimbombante sobre la esencia del teatro. Cuando teatro es el momento de hacerlo, el impulso para que sea un guión y sólo sea para ser representado y que luego se desarrolle como tal. Por eso es algo vivo, intangible porque no se toca, pero ¡vive! porque nace, se desarrolla y muere y es en esta fase final en la que está su grandeza, su misión, su arte. Los demás modos de escritura y de arte quedan, queda la poesía, queda un cuadro, una partitura… porque ésta aunque acabe al ser escuchada es un traducción y no requiere de actualidad, mientras que una representación teatral se expresa a partir del guión, pero no como tal, no lo traduce, sino que lo crea y recrea. El teatro muere. No queda en el guión, porque pasado su presente pasado queda, desaparece, se mantiene el recuerdo, lo disecado del arte y hemos creído que lo sin vida es teatro, entonces no muere, lo matamos y desparece, como de alguna manera una abogada moderna mata a Joy. Porque ¿quién reflexiona hoy sobre el teatro?, ¿a quién le importa?.
“El trapecio se ha roto” es la representación del desencanto de un grupo de chavales, chicas y chicos, que se encuentran en un desván. ¿Por qué están en él?, ¿qué más da?. Pero a la vez hay intento de luchar, de hacer algo, de salir del desván… pero el trapecio había quedado roto, no se puede recorrer la cuerda floja cuando ya no está. Fue una cuerda imaginada, pero ¿que quedó roto?. Sucede un disfraz sobre el disfraz que acaba disfrazando una serie de emociones que chocan entre sí. Una princesa, es una chica disfrazada de princesa, un revolucionario, que no se sabe si es un disfraz o no, un payaso, una bailarina… ¡Hay tantas cosas en el desván de nuestra mente que necesitamos disfrazar!…
Son obras que marcan una época. Parten de un fondo personal, pero también colectivo porque surgen de un ambiente determinado. Queda su silencio en la historia no escrita ni hablada de la escritura. Y es en ese, llamémosle, inconsciente del arte donde está lo que es el teatro, por este motivo no es posible definirlo, sino sacarlo a la luz.
“Rejas del alma” fue una creación dramática que parte de una reflexión colectiva de presas y madres solteras, recoge la emoción de las mujeres encerradas en prisión a través de situaciones en las que la soledad, la rabia, la impotencia, la incomprensión rezuman a lo largo de toda la obra. En “El circo de fantasía” sucede la emoción de niñas y niños por actuar en un circo, que ellos creyeron que lo circense es el teatro. Y otra, “El espantapájaros amigo de los pájaros”, expresa el deseo infantil de que los pájaros sean amigos de un espantapájaros y los humanos de la naturaleza. Porque ¿qué es el teatro para los niños y las niñas?. También es emoción y quieren un teatro en serio, no “para niños”. Están hartos de simplezas o de que les tomen por tontos. De un grupo de ellos emana la obra “Y cuando el Principito se fue”, una crítica a ese mundo adulto progre, que al final quiere lo mismo que sus padres desearon para ellos, que sean más, que ganen más… cuando se cierra el libro de la fantasía, cuando ya no se cita la frase se acabó la pose…. “La vuelta al mundo en un rincón” es un recorrido por el mundo desde la visión de un pueblo de montaña, Casasuertes (León – España). Este teatro de base, que surge de lo concreto se esquiva, se cierra el telón para él y de nada de esto quiere hablar el mundo académico, porque para ellos el teatro es estructura lingüística, una composición literaria que se elabora mediante análisis de diálogos, cuando lo previo a ello ¿dónde queda?. Se hacen monumentos a autores consagrados a la vez que se petrifica su obra y se entierra a los autores vivos.
Escribí dos obras en forma de monólogo que necesité expresar para que no quedara en mi cerebro todo lo que me rondaba en forma de obsesión y anquilosadas las palabras, obstruyendo otras ideas y pensamientos por venir… Una de tales obras es “Memorias de un actor desconocido”, en la que planteo la hartura de un actor que hace sus papeles como arte frente a la técnica de actor, defiende el teatro como algo que comunica y emociona y como un acto social para lo cual se dirige al público que acude a su butaca para ver un pieza con la que pasar el rato, pero se encuentra con un teatro de compromiso que agita la modorra existencial. El actor desconocido dice lo que tiene que decir. Empieza con una escena del cine… puede actualizarse, el hecho es que el actor reacciona a su olvido y exige al público llevar a los palcos y asientos la visión de teatro no la del consumo, porque la cultura no es un negocio, aunque lo quieran convertir en esto.
En la obra “Banderas de hielo” planteo un tema de fondo en la mujer: la soledad. No puede el feminismo reducir su discurso a una ideología, la mujer y su mundo es un existencia y ha de ser expresada, dicha, ¡gritar! y decir bien alto “¡no soy un culo!”. Pero es que el arte se ha censurado como tal mediante lo programado culturalmente, lo artísticamente correcto, lo señalado por la crítica y el estudiosismo teatral y de esta manera ha desaparecido como tal, queda en la clandestinidad. Puede que se vea algún fogonazo de arte escénico, pero son los montajes aparatosos los que culminan ese proceso que saca al teatro de sí mismo, de la palabra. Una parte emocional de la gente queda castrada. No vemos el conflicto interior, lo eludimos al esquivar el teatro de la palabra y la palabra como teatro. Lo absurdo de todo lo que ocurre con el teatro sucede en lo demás. Sólo tetralizando la locura será posible ver que lo es… Para semejante cometido escribí la obra “Jesús, Zartustra y yo”.
¿Qué es entonces el teatro, lo teatral, el teatrismo?, ¿qué es?. La respuesta es preguntarme a mí mismo ¿qué ha sido el teatro para mí?, ¿qué me hizo hacer una obra de teatro?, ¿con qué finalidad?, pero la contestación viene después de hacer el guión escrito y después de verlo en su lectura. Y ¿qué supone su silencio posterior?. Y ¿qué clama a cambio? y ¿qué se estrena? y ¿qué representaciones se financian o subvencionan? y ¿qué queremos que sea el teatro como sociedad? y ¿cómo define el teatro la crítica especializada y quién lo describe?.
Hubo una obra que nació de manera colectiva de un realidad social que parece acompañar el final del teatro, que trata sobre el acabose de los pueblos que toca fondo cuando se quieren quitar las juntas vecinales: “No hay pueblo sin boñigas”. Porque hay que saber de la tradición que hubo de hacer teatro en el medio rural, como un divertimento intelectual, hasta tal punto que la tetralización se convirtió en algo profundo, aplaudido cuando señalaba con el dedo al cacique, a la burocracia, al mal de amores y la huida del pueblo por un desencanto que se llamó “emigración”, sin ver lo que hubo dentro, lo cual lo muestra solamente el teatro. Pero ya no enseña nada. Desapareció. Esta obra cabalgó con el grupo “ConTesta Teatro”, pero una falsa concepción del teatro como mero recitar un texto, como simple muestra de un guión, dejando la expresividad a un lado, sin ver en el error lo artesanal del arte, y en el atrevimiento de llevar la obra por los pueblos la inocencia de un teatro naciente, hizo que se finiquitara. No entendieron las actrices y el actor del grupo qué es el teatro, por vanidades atrofiadas, por una visión ideológica del drama, por no hacer reír y llorar, sino querer “concienciar” cuando el teatro exige emocionar. Es la falsa idea del teatro lo que acaba con él. Lo mismo sucede socialmente. Y no con esta obra, sino con el teatro en general. Respondamos que no es teatro y ya vendrá lo demás.